El secreto de Henrietta Moraes, la musa de Bacon y Freud
"Este empapelado y yo estamos luchando a muerte. Uno de los dos tendrá que irse”. Con esa cita atribuida a Oscar Wilde se despidió de una vida de pobreza, drogas y alcohol Henrietta Moraes (1931-1999), musa de dos de los principales artistas del siglo XX: Lucian Freud (1922-2011) y Francis Bacon (1909-1992) la retrataron por lo menos una veintena de veces, en obras que fueron vendidas en subastas por cifras millonarias.
Con ellos formó un triángulo amoroso no consumado –fue amante de Freud pero no de Bacon, que era gay– y compartió en la década de 1950 interminables noches de excesos en los principales pubs y clubes de jazz del SoHo londinense, donde se consagró como la “reina” del bohemio ambiente artístico.
Su poder de seducción volverá a demostrarse pasado mañana, cuando Christie’s remate en Londres Tres estudios para un retrato (1976) con una base estimada de entre 14 y 21 millones de dólares. Es un tríptico de Bacon aún más atractivo que otro similar, de 1963, que pertenece a la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Una pintura de Bacon que mostraba a Moraes desnuda con las piernas abiertas sobre una cama –recreación de las fotografías que le tomaba John Deakin, y que después vendía a los marineros por diez chelines– se subastó en 2012 por el equivalente en libras a unos 30 millones de dólares. Seis años antes, otra que la representaba recostada con una jeringa había logrado un récord de venta para el pintor británico, que hoy se cuenta entre los más cotizados del mercado mundial.
Ella, sin embargo, apenas tenía un perro fiel cuando murió, a los 67 años, en su pequeña habitación de Chelsea. Un abrazo y un cigarrillo fue lo último que le pidió a su pareja, la pintora Maggi Hambling, para quien posó los últimos siete meses de su vida. Padecía cirrosis y diabetes, y había vuelto a beber a escondidas.
¿Qué la hacía tan atractiva? Su mirada, según Hambling. “Sus ojos eran tan profundos. Miraban directo a mi alma, exponiendo la suya al mismo tiempo. Sin engaño, sin máscara”, recordó la artista en una nota publicada por el Telegraph. Y agregó que Moraes estaba “totalmente presente” mientras posaba para ella. “Me hacía reír. Me gustaba cómo describía las cosas. Veía todo de una forma original”.
Algunas máscaras usaba, sin embargo. Henrietta no era el verdadero nombre, ni Moraes el apellido de Audrey Wendy Abbott. Fue su primer marido, el director de cine Michael Law, quien la apodó Henrietta. Con Dom Moraes, un poeta indio, se casó tras haberse divorciado de Norman Bowler, padre de sus dos hijos. Pero el tercer matrimonio tampoco funcionó. Y la musa, actriz frustrada, decidió buscar adrenalina en otro lado.
En la década de 1960 cambió el ambiente artístico por la comunidad hippie y partió en caravana a Gales, en un viaje que duró cuatro años. Allí la vida incluyó fiestas en las derruidas mansiones de sus amigos de clase alta, drogas de todo tipo y un trabajo como asistente general de la cantante Marianne Faithfull.
De chica había estudiado secretariado, tras haberse criado con una abuela que la maltrataba. Nacida en la India, fue abandonada por su padre, que trabajaba en la fuerza aérea de ese país. “Intentó estrangular a mi madre cuando estaba embarazada y se marchó –aseguró–. Nunca lo volvieron a ver”. Una mirada triste se refleja en Muchacha con frazada, el retrato realizado por Lucian Freud en 1952. Ilustra la tapa de Henrietta (Penguin, 1999), libro de memorias que ella dejó sin terminar.
“Algunas modelos inspiran a los pintores por su aspecto, otras por su personalidad –escribió el crítico Tim Hilton en la necrológica publicada por The Guardian–. Henrietta era malhablada, amoral, ladrona, alcohólica, violenta y drogadicta. Y, sin embargo era ingeniosa, cálida y adorable. Su presencia en cualquier habitación te decía de inmediato que la vida es más emocionante de lo que los tipos aburridos como nosotros imaginamos. Tenía un buen corazón”.