Tres viajes a Europa, dos a Estados Unidos, uno a la Antártida, otros a Río de Janeiro, Chascomús y Gualeguaychú, un auto, televisores, celulares, tablets, videojuegos, electrodomésticos, muebles, ropa, cajas de vino, barriles de cerveza, entradas a recitales, alimento para perros y hasta un kit blanqueador de dientes.
La lista de premios ganados por Agustín Basok parece interminable. Salteño, 28 años y estudiante de Contabilidad, desde 2012 participó en más de 400 concursos. Ganó cerca de 100. Pero “El señor de los concursos”, como lo llamaron en un medio local, no cree en la suerte.
“Mi suerte es trabajada”, dice. “A la quiniela no juego. Te puedo invertir en un concurso sabiendo lo que voy a ganar, pero soy bastante ahorrativo. Esto lo hago porque no es azar, tiene que ver con un trabajo, una inversión. La quiniela es otro tipo de suerte”.
Empezó a concursar para saber si las promociones eran reales y no solo una publicidad con bases y condiciones dichas por un locutor a una velocidad ininteligible. El primero en el que participó consistía en subir una foto a las redes sociales y conseguir votos. “Como nadie participaba, metí a mi vieja, mi hermano, otros familiares, amigos”, recuerda. “De los nueve premios, nos llevamos ocho”.
Agustín vive con su familia –padre viajante y madre jubilada, un hermano de 23 y una hermana de 18– en Salta capital. Los Basok, un apellido polaco, provienen de Orán, la segunda ciudad de la provincia, 277 kilómetros al norte.
Además de los concursos, Agustín tiene dos comercios, trabaja en el Ministerio de Economía del gobierno de Salta y hace marketing digital a locales y empresas. “Tengo como hormigas. No me puedo quedar quieto. Soy un poco hipercinético. En todo momento tengo que hacer algo”, admite.
Anatomía de un ludópata
Los psicólogos aseguran que el juego es algo inherente al ser humano y, de alguna manera, los concursos son un tipo de juego en el que se compite por ganar un premio.
“Desde los primeros tiempos, el hombre ha jugado y desarrollado actividades lúdicas como forma de expresión, de pertenencia, como empleo del tiempo libre, ocio o esparcimiento”, se lee en la investigación Las bases sociales de la ludopatía, publicada por la Universidad de Granada. Donald Winnicott, uno de los teóricos del juego, determinó que el jugador no acepta fácilmente intromisiones porque lo considera una actividad muy seria.
El problema de los juegos es cuando se vuelven patológicos. “Un ludópata es el jugador atrapado en el juego, que no puede salir”, dice Andrea Romano, coordinadora del Programa de Prevención y Asistencia al Juego Compulsivo bonaerense. Hay quienes no resolvieron un duelo y tapan algo con el juego y hay quienes buscan adrenalina, no soportan el aburrimiento y tienen el pensamiento mágico de que van a salvarse con el juego”.
Agustín dice que participa en los concursos “por los premios y las experiencias”. Pero completa: “Es como una adicción. Me enfrasco mucho y, a veces, dejo cosas más importantes por hacer”.
Gana premios, pero no siempre. Todavía se molesta por haber perdido un viaje a Ibiza para cinco personas y un auto por un error en el sistema del concurso: “Me dolió una semana de estar en cama”.
El cliente soñado
Los concursos son un señuelo publicitario para fidelizar clientes o atraer nuevos. La Dirección Nacional de Lealtad Comercial es la encargada en el país de que “la publicidad y las promociones mediante entrega de premios cumplan con la normativa vigente [...] para que el consumidor reciba información veraz, detallada, eficaz y suficiente”, se lee en su web. Todas las campañas deben cumplir las leyes de Lealtad Comercial (N° 22.802) y las de Defensa del Consumidor (N° 24.240).
“Un concurso te acerca a la gente”, dice Eugenio Raffo, director de la marca Quilmes. “Cuando una campaña tiene un concurso es porque existe la posibilidad de darle un beneficio palpable al cliente. Si hacemos un festival de música, sorteamos entradas; si somos patrocinadores de la Copa América, los llevamos a ver un partido”.
Agustín ganó en 2016 un concurso para ver la final de la Copa Centenario en Nueva York. Antes había ido al Mundial de Brasil 2014 por otro y en 2015 vio en Berlín la final de la Champions League. El año pasado hizo doblete europeo: viajó a Cardiff, Gales, para otra final de la Champions, y a Estocolmo, Suecia, por la Europa League.
En cada uno de esos viajes llevó a la tribuna una bandera argentina con su nombre y el de su provincia, y la marca con la que ganó. En su Facebook identifica cada premio con un álbum de fotos propio. Es el cliente soñado para cualquier marca.
La organización
Agustín no está solo en el mundo de los concursos. Existen varias páginas webs que agrupan las promociones vigentes. “Tengo unas 15.000 visitas por día en el blog y otras tantas en Facebook”, cuenta Jennifer Leslie Neumann, de 36 años y abogada de la UBA, quien creó en 2008 el blog Promociones en Argentina. “Había mucha gente como yo, fanática de los concursos, que no tenía dónde buscar y enterarse de los sorteos disponibles”, explica.
El mundo también tiene sus “concurseros”. En España, el madrileño Fernando Cerezo llegó a ganar € 60.000, seis viajes y un auto en al menos 25 programas de televisión. Paz Herrera, también de España, estuvo en 87 programas y ganó € 1,3 millones en Pasapalabra.
El autor chileno Roberto Bolaño le dedicó al mendocino Antonio Di Benedetto el cuento “Sensini”, que relata la historia de un escritor que sobrevive gracias a los concursos literarios. En Los premios, la primera novela de Julio Cortázar, un grupo variopinto de personas ganan en un sorteo un misterioso viaje en crucero.
La película Slumdog Millionaire (¿Quién quiere ser millonario?) ganó el Oscar en 2008. Y, en Concursante, Leonardo Sbaraglia encarna a un economista en bancarrota por los impuestos que tiene que pagar por un millonario premio. “Su premio es una trampa y ustedes lo saben”, dice en una escena. “Consiguen los regalos sin costo a cambio de promoción, regalan impuestos como premio y entierran el cadáver”.
El método
Para ganar, Agustín usa un método que mezcla dedicación, inversión, insistencia, especulación, la participación de terceros y, cómo no, un poco de suerte. Ganar el viaje a Nueva York para la Copa Centenario no era fácil. Primero había que cargar en una web un código alfanumérico que contenían las etiquetas de un determinado pack de cervezas; luego, responder correctamente varias preguntas; y, posteriormente, salir sorteados para jugar otra trivia en un programa en vivo, en uno de los canales deportivos más famosos del país.
Como los salteños no podían participar –hay provincias que cobran más impuestos por campañas de ese tipo–, Agustín se las ingenió para participar con Sebastián Torres, un amigo suyo radicado en Tucumán. “No puedo ganar yo, pero otra persona puede ganar y llevarme”, dice Agustín. “Sebastián es como mi testaferro”.
Como no encontraban en la capital tucumana los packs de cervezas, buscaron hablar con los distribuidores y compraron más de $1.500 en cerveza. Pero de los 10 sorteados para ir al programa de televisión, quedaron suplentes, en el puesto 22. Entonces le escribieron a la organizadora y le remarcaron que tenían la visa para entrar a Estados Unidos, condición para participar. Agustín no sabe si los llamaron porque los 12 anteriores no tenían visa o si fue por su insistencia, pero su “testaferro” fue a Buenos Aires, ganó la trivia en vivo y viajaron a Nueva York.
“Yo sé que todos hacen las cosas así nomás, pero acá hay trabajo, hay inversión”, explica. “Son pocos los que se dedican y yo voy hasta lo último. Al no tener tanta competencia, hacer bien las cosas te da las de ganar. Por eso, gané tantos”.
Con una gran cantidad de premios, Agustín ahora solo busca concursos que regalen autos o viajes. “Quizá me canse a los 40 años”, dice. “Pero esto no va a terminar porque las empresas no van a dejar de organizarlos. Ahora que clasificamos para el Mundial, nos ponemos de cabeza: van a salir miles de concursos. Tengo que estar en Rusia”.