Federico Weyland nació en Bahía Blanca, pero hoy vive en Fiegenstall, Alemania; lo apodan ‘gschaidhaferl’ que en el dialecto significa ‘sabelotodo’
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Su influencia alemana y el amor por ese idioma que aprendió a la perfección mientras estudiaba la carrera de licenciatura en Filosofía en la Universidad Nacional del Sur (UNS), en Bahía Blanca, llevaron a Federico Weyland a dar el paso que siempre había anhelado: afrontar el desafío de vivir en el extranjero.
Fue hace ocho años y no por casualidad surgió Münich: el idioma le resultaba fascinante. Además, en la Escuela Alemana había comenzado a descubrir la historia y las costumbres del país de origen de sus bisabuelos, que habían emigrado en 1903 rumbo a la Argentina.
“Mi bisabuelo Karl Wilhelm nació en 1871 en Düsseldorf y en noviembre de 1903, con su esposa Julia y su primer hijo Alfons, llegó a la Argentina. El motivo es un gran misterio, pudo haber sido para probar suerte en otro país o para desafiar a la obligación paterna de dedicarse a la empresa textil de la familia”, resumió. La familia se estableció en Buenos Aires, donde se dedicó al comercio. Muchos años después, los padres de Federico decidieron mudarse a Bahía Blanca por razones laborales.
Lo cierto es que, ya casado y padre de dos hijos, Federico solía viajar a Múnich mientras su familia se quedaba en la Argentina. Si bien el desarraigo le resultaba difícil, logró cumplir allá con una formación como guía de la ciudad y así comenzó a trabajar con contingentes turísticos en idioma español. “Por tanto, a Alemania vine por trabajo y creo que conocer el idioma facilitó mi adaptación”, resume hoy, divorciado y vuelto a casar.
Tres años atrás se presentó para una oferta de trabajo como guía del Castillo de Ellingen, que depende de la Administración de los Castillos de Baviera.
El Castillo de Ellingen fue construido entre 1717 y 1721 por la Orden Teutónica (Deutscher Orden). Allí trabaja en los semestres de verano y suelen presentarlo como el “bicho raro”, el guía argentino. Sin embargo, el nombre de Federico Weyland pisa fuerte en ese ámbito por considerarlo uno de los guías que más conoce cada uno de sus secretos, misterios y recovecos. Sus colegas le dicen “Gschaidhaferl”, que en el dialecto significa “sabelotodo”.
-Cuéntenos del castillo…
-El castillo de Ellingen es un palacio típico de la época del barroco alemán y su historia es la historia de los últimos 300 años de Baviera y de Alemania en general. Los propios alemanes se sorprenden sobre lo que les cuento y muchos me preguntan si estudié Historia por la profundidad de los conocimientos. Les respondo que estudié Filosofía en Argentina y se sorprenden.
-¿Cuáles son los secretos mejor guardados del castillo de Ellingen?
-La residencia de Ellingen es un castillo que se construyó en solo cuatro años, a principios del siglo XVIII. Los propios turistas alemanes cuando escuchan ese dato se sorprenden y me piden que les explique cómo fue posible. Lo más interesante es que en ese tiempo se edificó absolutamente todo, incluso se pintaron los frescos que adornan los techos. Lo que más me gusta mostrar del lugar es cómo era la vida cotidiana de las personas que vivían allí para esa época. Por ejemplo, las habitaciones de los sirvientes estaban ubicadas en el altillo y su tamaño correspondía a la jerarquía de ellos. El cocinero o el mayordomo principal tenía habitaciones más amplias, mientras que los encargados de la leña para la calefacción o las sirvientas de la limpieza, tenían habitaciones tan chicas que, en muchos casos, no se podía caminar derecho por lo bajo del techo.
-¿Qué conoce sobre los verdugos?
-La ciudad de Ellingen, como también las ciudades imperiales de Núremberg y Rothenburg ob der Tauber, tuvieron verdugos. La historia del verdugo en la Edad Media es una de las más interesantes en los tours. Por ejemplo, en Ellingen muestro el lugar que ocupaba el verdugo en la Iglesia del Castillo y todos se sorprenden pues si bien era una persona que vivía al margen de la sociedad, tenía un trabajo no honorable y era un ciudadano de segunda, por así decirlo, en Ellingen estaba integrado a la sociedad. Otro tema que llama mucho la atención es cuando hablamos sobre la Caza de Brujas, un tema que no está tan bien estudiado como se debería. La locura que representó la persecución de la “brujas” es uno de los episodios más oscuros en la historia del centro de Europa a fines de la Edad Media y a comienzos de la época moderna.
-¿Cómo se llega a ser un guía de turismo especializado en un país extranjero?
-En mi caso no fue tan complejo más allá de las horas de estudio. Mi primera formación fue en Múnich para la empresa en la que luego trabajé como guía. En el caso del Castillo de Ellingen me dieron una cantidad importante de libros sobre el lugar y sobre la ciudad de Ellingen, además de mucha bibliografía sobre la Orden Teutónica. Recuerdo que me dijeron: “Si aprendés todo esto en un mes comenzás a trabajar”.
-¿Qué fue lo que lo atrapó de la historia alemana para desear dedicarse de lleno?
-Ya como estudiante de Filosofía mi interés fue siempre la filosofía medieval y toda la historia que rodea a este período de tiempo en Europa. Mi primer viaje a Alemania como turista fue para visitar, entre tantos lugares, Aquisgrán, Aachen en alemán, para ver dónde Carlomagno había comenzado el Sacro Imperio Romano Germano. A partir de ahí fue un camino sin retorno. Cada libro sobre historia que cae en mis manos me invita a leer más.
Es verdad que la triste historia de Alemania del siglo XX es la más conocida por todos y Núremberg es una ciudad donde todo confluye, la Edad Media y los horrores del nazismo. La necesidad de Hitler de hacer los congresos del partido nazi en Núremberg tiene un trasfondo histórico que se remonta al Sacro Imperio Germano Romano.
-¿Cómo es Fiegenstall, el pueblo donde vive?
-Pequeño, rural, agreste y con antecedentes romanos. Contándome a mí, somos 231 habitantes. Estamos a 40 km al sur de Núremberg y el pueblo vive del campo, especialmente de la cría de cerdos. Lo más interesante del lugar es que está ubicado en la frontera entre los romanos y los bárbaros construida en el 110 o 120 años después de Cristo.
-Dicen que usted conoce su iglesia como nadie en toda esa región.
-El año pasado el sacerdote me pidió que hiciera un tour guiado por la iglesia, que cumplía 950 años. Para mí fue todo un desafío investigar sobre el tema, salir a hacerle entrevistas a los vecinos, indagar en los viejos archivos y hurgar en el material que estaba guardado en la iglesia. El tour tuvo tanta aceptación que, más tarde, me pidieron que escribiera un texto sobre las campanas de la iglesia, un texto que fue publicado en una revista. Después de todo ese acontecimiento, en la presentación el cura del lugar llegó a decir que resultaba asombroso que un argentino relatara la historia a los propios alemanes.
-¿Eso también suele sucederle en los tours?
-Así es, cuando realizo los tours en alemán, es común que los alemanes me pregunten, ya en confianza, qué me trajo a Alemania y cómo llegué a conocer tanto su historia. Mi respuesta rápida es: “Solo el trabajo, no hay ninguna historia de amor por detrás”. Pero, a decir verdad, creo que se alegrarían si les confesara que vine por amor a Alemania.
-¿Cómo se abrió camino en el mundo de los guías turísticos?
-Luego de cuatro años acá, en 2019 fundamos con un socio nuestra empresa propia, “Hallo Nuremberg”, y ofrecemos tours en las ciudades de Núremberg, Rothenburg ob der Tauber y Bamberg. El primer año trabajando en Núremberg fue muy bueno, recibimos todos los días clientes de distintas partes de España y de América Latina. Todo se presentaba perfecto hasta la llegada del Covid-19. Como se sabe, el turismo fue la primera industria que se paralizó en el mundo entero y, de la noche a la mañana, no podíamos trabajar más.
-¿Cómo sorteó esa etapa?
-Un tema muy común en Alemania, pero tal vez desconocido por los extranjeros, es que la burocracia en este país es eterna y los funcionarios administrativos son una casta aparte con un idioma aparte. Ni los mismos alemanes entienden a veces lo que escriben los propios funcionarios estatales. Pero en el caso de la empresa, me alegró haber padecido el desafío de la burocracia. El estado alemán ayudó mucho a las empresas de turismo que habían frenado su actividad por el coronavirus y resultamos muy beneficiados. Pero otro desafío se acercaba y era aprovechar el mercado interno, el mercado alemán y hacer tours en alemán. En ese momento me parecía imposible, me preguntaba: “¿Un argentino contándoles a los alemanes la propia historia de su país y en idioma alemán?”. Hablando de esto con un amigo germano, me convenció. Recuerdo que me insistió para que hiciera tours en alemán. Mi reacción fue decirle que no, le hice el planteo que podía cometer algún error al hablar. “¡Justamente por eso lo tenés que hacer!”, me retrucó. Me aseguró que a los alemanes les gusta demostrar que su idioma es difícil y que marcar el error para ellos es un placer. Fue el mejor argumento a favor y, al contrario de su pensamiento, los alemanes son súper amables, todas mis experiencias son maravillosas.
-¿Qué anécdotas tiene con los alemanes?
-Lo más divertido para mí es cuando, luego de un buen rato de recorrida por un determinado lugar, les digo que vengo de la Argentina. Obviamente que por mi forma de hablar muchos perciben que soy extranjero, pero en ningún momento piensan que mi lengua materna es el español y, mucho menos, que vengo de Argentina.
-¿Cómo fue la adaptación en un país tan diferente desde lo climático y cultural?
-Creo que lo más difícil a nivel personal es habituarse a la escasa luz solar que tenemos. En diciembre amanece a las 8 y oscurece a las 16.30 y, por lo general, está siempre nublado. Agobia un poco pensar que a la hora de nuestra merienda ya es de noche y que por eso muchos alemanes ya están cenando. Un tema difícil es la falta de vitamina D a causa de falta de luz solar. Después de dos inviernos uno termina entendiendo por qué motivo los alemanes se desesperan por un rayo de sol o por veranear en el Mar Mediterráneo.
-A la distancia, ¿cómo ven a la Argentina?
-Muchos clientes alemanes están al tanto de las cuestiones sociales, económicas o políticas de la Argentina y suelen preguntar al respecto. Pero más allá de las cuestiones por todos conocidas, tienen una imagen muy buena del país en general. Algunos han viajado o piensan viajar ya que les fascina la idea de ver los paisajes que tenemos. Muchos me hablan de la Patagonia o de Tierra del Fuego como verdaderos “paisanos”. El tema del fútbol es muy común en las charlas y me terminan felicitando por ser campeón del mundo. Es en ese momento cuando me río y les digo que, como argentino, soy algo extraño: no sé nada de fútbol y no sé bailar tango.
-¿Qué hay de cierto sobre la ´frialdad’ alemana?
-Es otro tema muy común y es verdad que al principio puede chocar un poco. Cuando empecé a trabajar en el castillo, lo primero que me dijeron como norma de convivencia fue: “Acá somos muy afectuosos, nos saludamos con la mano y nos llamamos por el nombre, no por el apellido”. Eso lo consideran afectuoso. Por tanto, lo común en el ámbito laboral es tratar por el apellido, como “Señor Fulano” o “Señora Mengana”, y nunca por el nombre de pila. Por mi parte pensaba que en mis trabajos en Argentina siempre nos saludamos con un beso o abrazo y por el nombre. Igualmente, una vez que pasás el límite, dejás de ser un conocido para ser amigo, los alemanes son sumamente afectuosos y muy nobles en sus sentimientos. Pero una amistad o cualquier relación personal se puede cortar si no se respeta la puntualidad. Eso sería una gran calamidad.
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