Fue notable la influencia de las mujeres en el juego del poder político de uno de los imperios más grandes que la humanidad conoció
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Tu visión de un harén otomano quizás cambie después de que leas este artículo. Allí estuvieron algunas de las mujeres más poderosas de la historia. “En más de 600 años de historia otomana, casi todas las madres de los sultanes fueron técnicamente esclavas”, le dice a BBC Mundo Alan Mikhail, profesor de Historia de la Universidad de Yale.
Fue notable la influencia de las mujeres en el juego del poder político de uno de los imperios más grandes que la humanidad conoció.
Muchas de ellas consiguieron “no desaparecer en los harems”, ni convertirse en simples “objetos sexuales” o “meras proveedoras de hijos” de los sultanes, escribió Ebru Boyar, en el libro Ottoman Women in Public Space (Mujeres otomanas en el el espacio público). “Fueron actores políticos visibles en diferentes niveles y en distintos roles”.
Un cambio
Si bien el amor estuvo presente en los matrimonios de algunos príncipes y sultanes del Imperio Otomano, otras uniones fueron motivadas por razones políticas y estratégicas. Por ejemplo, para establecer alianzas, se escogían como esposas las hijas de otros líderes de la región.
Así se lo señala a BBC Mundo Boyar, quien es profesora del departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Técnica del Medio Oriente, en Turquía.
Sin embargo surgió una marcada tendencia: “Los sultanes preferían tener sus hijos, los príncipes, los futuros sultanes, con sus concubinas y no con sus esposas”, indica Mikhail.
Si querían procrear, escogían una mujer en el harén, donde se encontraban las esclavas. De esa forma, las mujeres “libres”, que tenían una cierta ventaja política por pertenecer a una determinada familia (por ejemplo, por ser la hija del líder de un principado), quedaron de lado, dice Boyar.
Los sultanes preferían como madre de su heredero a una mujer “sin conexiones”. Eso sumado a que, en la ley islámica, un hijo era legítimo independientemente de que naciera dentro o fuera del matrimonio, tuvo importantes implicaciones:
“Si tenías un hijo con tu esposa y otro con una concubina, ambos poseían los mismos derechos legales para acceder al trono. Los sultanes tenían estas concubinas con quienes procreaban sin preocuparse de que tenían que casarse con ellas”. Y es que la ley les permitía tener hasta cuatro esposas y varias concubinas.
Muchos candidatos
A través de conquistas otomanas u otros métodos de captura, muchas mujeres fueron llevadas a la fuerza a la capital imperial. Si nos referimos al período clásico del imperio, explica Mikhail, muchas de estas mujeres provenían del sur y del este de Europa.
Por ejemplo, de lo que hoy es Rumania y Ucrania, así como también del sur de Rusia, de la región del Mar Negro y del Cáucaso. “Y una vez en el harén, se convertían legalmente en posesiones del sultán, quien tenía derecho a mantener relaciones sexuales con ellas”.
Pero, lo que hacía a una concubina poderosa era tener un hijo, “especialmente si era varón”, señala Boyar.
Lo importante era engendrar varios herederos varones ya que muchos niños morían siendo muy pequeños por diferentes complicaciones de salud. Pero, también porque, alcanzada cierta edad, el príncipe era enviado al campo de batalla, donde podía fallecer, indica Mikhail.
“La dinastía otomana era hereditaria, por lo que si no había hijos varones, se acababa. Era muy importante que hubieran muchos hijos disponibles: si algo le sucedía a uno de ellos, siempre habría otro hijo”.
Del harén al poder
Madre e hijo se iban a vivir al harén y, de alguna manera, se convertían en “un equipo”, señala el profesor. En la rivalidad por ser el sucesor del sultán, las madres se volvieron fundamentales porque buscaban posicionar exitosamente a sus hijos.
“¿Qué hijo será el más favorecido por su padre? ¿Cuál recibirá la mejor educación? ¿Qué hijo obtendrá una posición importante en el imperio cuando crezca?” Así, surgió una especie de competencia no solo entre herederos sino entre sus madres.
Cuando crecían, en algún punto entre los 10 y los 15 años, los hijos, como una forma de probar que merecían suceder al padre, eran enviados a ocupar posiciones de liderazgo en el imperio. Por ejemplo, a hacerse cargo de un pueblo pequeño.
Al partir, explica Mikhail, se iban con su madre y un pequeño séquito de tutores y asesores. “Sabemos que un niño de 11, 12, 13 años, a quien se le nombra gobernador de una ciudad, no va a estar preparado para asumir tal responsabilidad, queda así claro que las madres pasan a desempeñar un rol muy importante en la gestión de esos pequeños pueblos y ciudades”.
Aunque oficialmente, el príncipe era el gobernador de la ciudad, la realidad era otra y los historiadores lo saben por documentos, registros judiciales, cartas: la madre era quien hacía buena parte del trabajo de administrarla.
Pero, el premio mayor estaba en la capital del imperio. “Por supuesto, si tu hijo se convierte en sultán, tu posición dentro de la familia cambia, eres la madre imperial, te conviertes en una figura exaltada dentro de la dinastía”.
“Esa es una posición muy poderosa y en diferentes puntos de la historia otomana las madres ejercieron mucho poder en el palacio”, describe el historiador y agrega: “En más de 600 años de historia otomana, casi todas las madres de los sultanes fueron técnicamente esclavas, cuyos orígenes generalmente no estaban en el imperio Otomano, probablemente nacieron cristianas y luego, al entrar al harén, se convirtieron al islam”.
En el lugar
Una de las principales atracciones turísticas de Estambul es el Palacio Topkapi, que fue el centro administrativo y la residencia de la corte imperial otomana desde aproximadamente 1478 hasta 1856.
“Cuando entras al palacio, ves que el harén está exactamente al lado de las oficinas de gobierno del Imperio Otomano”, dice el historiador. Así, las mujeres estaban en “el centro del poder”, muy cerca del sultán, de sus asesores, del gran visir, que era el principal cargo político del imperio, equivalente a lo que hoy es un primer ministro.
“No hay duda de que lograron involucrarse simplemente con observar al gobierno en plena acción”. Se desató así lo que Mikhail llama una especie de supervivencia del más apto: “La madre que fuese capaz de aprender más rápido y de transmitirle lo aprendido a su hijo, se traducía en una ventaja en ese mundo”.
El harén se convertía entonces en un espacio de formación multidisciplinaria para los futuros sultanes, como relata el investigador en el libro God’s Shadow (“La sombra de Dios”), una biografía del sultán Selim I, quien vivió entre 1470 y 1520.
“El harén -con frecuencia objeto de fantasía y mito, más opulente y mejor equipado que cualquier cosa que un plebeyo podría haber imaginado- funcionaba en realidad más como una escuela que como un serrallo (parte de la casa musulmana en donde viven las mujeres)”, escribió el académico.
De hecho -cuenta- que los tres candidatos más fuertes para suceder al sultán Bayezid II eran hijos de concubinas y todos disfrutaron del mismo tipo de educación en el harén: idiomas, filosofía, religión, artes militares. Selim I fue quien se impuso y en su reinado se registró una enorme expansión territorial del imperio.
La lucha
En el contexto de la sucesión, los medio hermanos se volvían contrincantes, algunos hasta enemigos.
“Es posible que no hayan tenido relaciones muy cercanas, porque a pesar de que compartían un padre, siempre serían rivales”, le dice el académico a BBC Mundo. “Incluso cuando eran niños pequeños, en el harén, eran entrenados para verse como contendientes al trono”.
Años después, como adolescentes, eran enviados a ciudades diferentes, lo que reducía aún más la posibilidad de que llegaran a establecer una relación cercana.
“Una vez un hijo se aseguraba el trono, era común, especialmente en los primeros períodos del imperio, que eliminara a sus rivales, que en este caso eran sus medio hermanos”. Selim I, por ejemplo, mató a dos de sus medio hermanos poco después de asumir el trono.
“En el sangriento mundo de la sucesión otomana, los príncipes se enfrentaron entre sí y, por lo tanto, necesitaban un séquito de apoyo, primero para protegerlos y luego para ayudarlos a maniobrar hacia el trono. Las madres de los príncipes fueron las principales estrategas en estas políticas imperiales. Los incentivos para una madre eran claros: si su príncipe triunfaba, ella también lo haría”.
Mikhail en entrevista con el Centro Macmillan de la Universidad de Yale
El profesor explica en su libro que aunque el hijo mayor usualmente heredaba el trono, “técnicamente cualquier descendiente varón de Osmán (el primer sultán del Imperio Otomano) tenía derecho a él. Por eso, la mayoría de las sucesiones sultánicas implicaban derramamiento de sangre”.
Ninguna madre de un príncipe quería un hijo muerto ni la perdida de prestigio y fortuna que con eso venía.
La favorita
Lo cierto es que las concubinas que se convirtieron en “las favoritas del sultán”, tuvieron “más poder político que sus predecesoras”, siglos antes, señala la profesora Boyar. “Al entrar en el corazón del sultán, entraban al poder político”.
Y un ejemplo de ello es Roxelana, una esclava de origen ucraniano que se ganó el amor de Solimán “el Magnífico” y pasó a la historia como “la gran emperatriz oriental”. Tras ser secuestrada y vendida como esclava en Estambul, llegó al harén de Solimán siendo una adolescente. Se convirtió en su favorita, después en su esposa y en la madre de varios de sus hijos.
Pero había un detalle: Solimán, quien reinó entre 1520 y 1566, ya tenía un hijo con otra mujer. Mustafá era un candidato sólido para ser el sucesor.
“Como madre, (Roxelana) se convierte en una mujer fuerte y muy competitiva”, indica la investigadora. “Con el mejor activo en su mano, la devoción que le tenía Solimán, se asegura de que uno de sus hijos sea el siguiente sultán”.
Convenció a Solimán de que Mustafá conspiraba para derrocarlo y el sultán lo mandó a matar por traición. Selim II, uno de sus hijos con Roxelana, asumió el trono.
La esclava
“Desde mediados del siglo XVI hasta casi mediados del siglo XVII, hay una visibilidad de figuras políticas femeninas en el palacio, de mujeres que habían comenzado como esclavas”, dice Boyar.
“Pero, hay que tener en cuenta que ese tipo de esclavitud no es como la entendemos en Occidente ni como la entendemos en la actualidad”, indica la experta. “Aunque las mujeres en el harén no eran libres, algunas podían alcanzar el poder y tener riqueza”.
“Cuando escuchamos la palabra ‘esclavo’, creo que la mayoría probablemente piensa en el comercio de esclavos trasatlántico, el que se dio de África a las Américas”, dice Mickhail. “La esclavitud en el Imperio Otomano era parecida, pero también diferente”.
“Era distinta en el sentido de que no siempre era algo hereditario como sucedió en las Américas, no se trataba de un estatus que se tenía de por vida”.
“En el imperio Otomano y en otros lugares del mundo musulmán, uno podía ser liberado de la esclavitud. Claro que estas mujeres no eran libres”, enfatiza. “No tenían otra opción, tenían que estar sexualmente disponibles para el sultán. Pero, sus hijos podían nacer libres y su estatus (el de ellas) tenía el potencial de mejorar”.
En su libro, Mikhail cuenta que el padre de Gülbahar Hatun, madre de Selim I, se convirtió al islam para unirse al ejército otomano, pero además buscó obtener “una mayor ventaja social al darle su hija, como concubina, al sultán”.
Gülbahar no sólo sabía que llevaría “una vida más cómoda en el palacio que en su pueblo natal (…), sino que también tendría el chance de convertirse en la madre de un sultán y por lo tanto, ser la mujer más importante del imperio y una de las mujeres más poderosas del mundo”. Y eso pasó. Impregnó su influencia en el corazón del gobierno, una característica de las madres de la realeza otomana.
*Por Margarita Rodríguez
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