"El retrato es una relación que se construye de a dos"
Así lo define Alejandra López: como un género en sí mismo. Dedicó su carrera a fotografiar a escritores argentinos –Bioy Casares, Piglia, Saer, Fogwill, entre muchos otros–. Las imágenes que integrarán un muestra en la Feria de Editores
El estudio fotográfico de Alejandra López queda en una casa de doble altura en Villa Urquiza. El espacio es amplio y luminoso. Al fondo, tiene un patio donde están empezando a crecer enredaderas. En un díptico que ocupa más de la mitad de una pared tiene colgadas algunas de las miles de fotgrafías que son de otras personas, pero que le pertenecen. Hay cientos de caras reconocibles de actores, actrices, modelos, directores de teatro, escritores y escritoras. Alejandro Urdapilleta, a cara lavada, pero con restos de maquillaje en los ojos, con aros colgantes y un collar que deja un halo de su travestismo, quizá se estaría yendo del teatro. Ricardo Darín se asoma por el borde de una puerta. Dolores Fonzi está acostada en el piso. Julieta Díaz sentada sobre una silla. Hay gráficas de obras de teatro que ya no están más en cartel. Y al pie del díptico, hay una imagen de Rodolfo Fogwill sentado en una mesa de billar, cruzando sus piernas que se asoman flacas por el pantalón que le queda ancho. Fogwill sonríe cruzado de brazos. Como si estuviera explicando una obviedad. Se ríe. Es Fogwill.
Antes de dedicarse a la fotografía de estudio, Alejandra López retrató a los escritores más importantes del canon literario. Comenzó su carrera como fotógrafa en 1990 después de estudiar Letras. Trabajó en las revistas El Porteño, Claudia, Panorama, Elle y Viva. Ya no es más fotoperiodista, aunque extraña el clima de las redacciones. Hoy realiza retratos de autor para Planeta y Penguin Random House. Desde hace más de veinticinco años saca fotos de escritores, lo más emblemáticos y los que están surgiendo. Retrató a Bioy Casares antes de morirse, a Piglia de espaldas con la ciudad atrás, a Saer, a Hebe Uhart, a David Viñas, a Marcelo Cohen, a Alan Pauls y a otros más jóvenes, como Samanta Schweblin, Leo Oyola y Carlos Busqued. El 6 y 7 de agosto, en la V Feria de Editores, va a exponer una serie de retratos que hizo de los hombres y mujeres que narran las ficciones argentinas.
¿Tu fotografía es el retrato tradicional?
Sí, pero el retrato de escritor es un género en sí mismo. Primero, porque en la Argentina hay linaje. El retrato, en general, es un género muy importante, hay una tradición de grandes retratistas: Annemarie Heinrich, Grete Stern, Sara Facio. Dentro del género, el retrato de escritor está cristalizado como si fuera una especie de rubro aparte.
¿Cómo empezaste a especializarte en el retrato?
Hay una tendencia natural a preferir o enfocarnos en algo. Creo que la gran división es entre los que miramos paisajes y objetos y los que miramos personas. A mí me interesa la interacción con el sujeto, con el otro. Siempre me interesó la gente. Nunca hago fotos sin que haya personas. Me gusta mirar caras, creo que son lugares infinitos de investigación.
¿Qué implica un retrato, además de la imagen de un rostro puntual?
Con el retrato, desde el origen, hay una voluntad de documentación, es decir, esta persona era así en ese momento. Claro, con las comillas que supone el hecho de haberla puesto en un lugar (elegido) y que es como yo (la fotógrafa) la veo. Esa intención de documentar cómo era una persona en determinado momento es muy fuerte en el retrato: qué trasmitía, cómo se sentía, cómo se sentaba, qué apariencia tenía. A partir de esa intención de documentar hay un montón de cosas, algunas tienen que ver con la razón por la que hago la foto. Si es por un encargo puntual, tiene que ver con algo en particular que tengo que buscar; si es por otra razón, uno es más libre con respecto a todo: el plano, la intención. Igualmente, siempre trato de encarar todo desde el mismo lugar, que la foto cuente algo diferente de esa persona. Eso siempre lo propone el fotografiado sin saberlo. Es en ese sentido que el retrato es el género por excelencia construido por ambos: el sujeto y el fotógrafo, una relación que se construye de a dos. Y eso es una de las cosas que me parecen más fascinantes y que no la tiene ningún otro género. Este vínculo es lo que me encanta de fotografiar gente. Y es un instante que dura muy poco. Es poca la gente que la pasa bien dejándose retratar, siempre implica indefensión, porque finalmente vos como fotografiado no sabés lo que estás entregando y cuál es el recorte que el fotógrafo hace de vos.
En esa instancia de selección, de recorte de la realidad, ¿que planteás? ¿Cuál es y cómo elegís tu punto de vista? ¿Lo sentís en el momento, hay un estudio previo de la persona? ¿Cómo hiciste con los escritores que retrataste?
Sí, elijo un punto de vista. Todo lo que aparece en una foto está elegido. Por ejemplo, cuando decido fotografiar escritores tengo una idea de antemano que planteo. Puede ser una idea simple, como un retrato con fondo negro, o a veces más compleja, porque me interesa un determino entorno para relacionarlo con el tipo de universo ficcional que el escritor plantea en sus libros. Pero es lo mismo, ambas implican elegir. Entonces hay una situación de toma previamente pensada y hay una situación que se deja abierta a ver qué sucede dentro del marco que pensé. Quizá pasa algo imprevisto.
¿Con quién tuviste que cambiar de plan?
A Bioy Casares lo retraté cuando él ya estaba muy enfermo, me parece que fue la última foto que le sacaron. Yo ya lo había fotografiado varias veces y fui con la idea de hacer una foto en la casa. La casa estaba muy desordenada y llena de libros por todas partes, era interesante, pero no quedaba bien para la foto. Yo siempre llevaba un terciopelo negro, por cualquier cosa, son recursos que uno usa en las sesiones para poder salir de situaciones imprevistas. Finalmente, terminé pegando en la biblioteca el terciopelo negro, y él, que casi no podía pararse, lo hizo por unos minutos. En ese momento mi idea original no había funcionado y la foto que quedó me gusta. Él está muy viejito, pero muy elegante, como un dandy. En la foto no se nota que está tan enfermo y tampoco se le notaba a él en ese momento, era un tipo con un sentido del humor y un encanto inoxidable. Esa otra imagen que había pensado no tenía que ver con él, lo pintaría mucho más maltrecho de lo que estaba.
¿Cómo empezaste a retratar escritores?
Antes de empezar a retratar a cualquier persona empecé con escritores. Yo estudié Letras y dejé la carrera cuando comencé a dedicarme a la fotografía, pero mi ámbito de pertenencia era el mundo de las letras. El libro siempre fue un objeto cercano y propio. Empecé con fotos de actores de teatro y fotos de escritores para libros porque conocía ambos mundos y me sentía cómoda. Ahí puedo generar una conexión posible. Además, creo que uno de los destinos más hermosos que puede tener una fotografía es un libro. El libro es un objeto bello y hay una cuestión de permanencia. Y me gusta acompañar al lector en el proceso de descubrir a quién está por leer.
¿Hay algún recurso que utilices para sacar a los escritores de su postura y lograr cierta autenticidad en ese momento?
No sé si utilizaría la noción de autenticidad. Hay algo del concepto de verdad que en foto es complejo, porque siempre hay una puesta en escena, un artificio, una pose. Todo eso lo valoro, me gusta, lo tomo y lo uso. La pose es un ejemplo claro. Me gusta ver la pose que asume alguien porque cuenta mucho de esa persona. Lo que me interesa es qué narración de esa persona voy a mostrar en la foto.
¿Cómo fue el encuentro con Fogwill y cómo armaron la escena?
Fogwill era un tipo muy histriónico, era como una bomba que estallaba en cualquier lugar donde estaba, porque podía llegar a hacer y decir cualquier cosa. Le propuse hacer esa foto en un viejo bar de billares que había en Flores. Esa foto forma parte de una serie para un libro que yo había hecho, que se llama Primera Persona, y que hicimos con Graciela Speranza. Es un libro imperdible de entrevistas a escritores, y lo que intenté con cada uno fue elegir un ámbito que se relacionara con su literatura. Es una foto del año 1993. Le propuse el billar y hicimos las fotos en el bar. Él hablaba hasta por los codos, y en un momento se sentó así, en esa pose preciosa, como jugando. Era un tipo que había trabajado mucho en publicidad y le divertía actuar y tomárselo lúdicamente. Era muy interesante estar con él, escucharlo, su sentido del humor y su talento descomunal. A veces la gente es talentosa y no es agradable estar con ellos, pero él era un tipo muy especial. Recuerdo estar nerviosa y muerta de miedo porque recién empezaba, y de haberla pasado increíble. Me quedaron unos primeros planos hermosos de esa sesión analógica, pero siempre termino eligiendo ésta porque me parece la más narrativa, que cuenta un poco más.
Me interesa lo que decís de salir del concepto de verdad, porque los artificios y las posturas también narran. El retrato implica relacionarte con un cuerpo y pienso en Merleau-Ponty y una idea suya: “Los hombres jamás son para mí puro espíritu: sólo los conozco a través de sus miradas, sus gestos, sus palabras, en resumen, a través de su cuerpo”.
Sí, bueno, Richard Avedon [fotógrafo estadounidense] tenía una frase que era brillante. Él decía que en la fotografía de retrato no te podés despojar de la superficie para ver la naturaleza de una persona, que la superficie es lo que tenés, y a mí me pasa eso. Creo en la apariencia de la gente, qué me puede contar de esa persona. Una persona tiene marcas de lo que ha vivido, de lo que ha sido, del carácter que tiene, esas cosas aparecen en las caras, en las posturas, en la sonrisa, en la manera en que deja caer la cabeza. Es increíble cuando la persona, apenas entra en una sesión, te hace dar cuenta de cómo se lleva consigo misma, con su propia imagen. Me lleva una fracción de segundo saberlo. Claro que tengo deformación profesional, porque vivo mirando personas. Siempre elijo algo de la persona de lo que en cierta forma me enamora. Puede ser la mirada, los huesos de la cara o puede ser la sonrisa, puede ser cualquier cosa. Bueno, la fotografía es mirar lo que se ve, entonces esto de la carnadura del cuerpo, de la existencia, de lo que hay, es lo que tenemos.
Hablábamos de elegir escenarios y contar una narrativa del personaje retratado. Esa elección no es ingenua.
Los ejemplos más claros de escenarios son los de Marcelo Cohen y David Viñas. Marcelo Cohen está parado enfrente de unos tubos en el edificio de Aguas Argentinas. Vi una estética entre retro y futurista medio extraña que tiene que ver con el mundo que él construye en el Delta y que está en su literatura. Pedí permiso al lugar y a él le encantó la idea. A Viñas lo retraté en un casco de estancia del siglo XIX. Yo había planteado que quería un horizonte con pasto y cielo, y para eso fuimos a Ezeiza. Cuando estábamos haciendo las fotos, Viñas me habla de un lugar abandonado en Mataderos. ¡Yo no podía creer que me mencionara ese lugar, y le dije: “Vamos”! Él también, un seductor nato, se prendió en dos minutos para ir a hacer las fotos. Llegamos y era un lugar inmenso, abandonado, parecía una ficción.
¿Algunos de los que elegiste para esta muestra?
La foto de Piglia fue idea de él. Le propuse ir a hacer fotos a la ciudad vacía y nos fuimos a pleno Centro un domingo. Y quedó así, él mirando de espaldas al lente. Se ve bien su figura. Va una de Juan Forn en un bosque y una de Diana Bellessi, que me encanta porque la muestra como una reina, y ella es así: una reina madre con ojos transparentes. También va una de Fabián Casas acostado y una Saccomano en la playa. Otra de Martin Kohan con fondo negro. Va una de Samanta Schweblin y de Leo Oyola, que son las camadas más nuevas de la muestra. Como es una feria de editoriales independientes, hay muchas fotos que no se vieron, que quizá las mostré mucho, pero este público no las conoce. Quizás identifican la foto, pero no saben de quién es. Una foto es parte del acervo cultural y es lo mejor que le puede pasar a una foto. Esa idea de pensar en alguien y pensar en una foto. La foto emblema de este tipo es el retrato de Cortázar de Sara Facio (la foto del cigarrillo). Eso es a lo máximo que uno puede aspirar. Que tu visión de una persona sea la que quede como referencia en la cabeza de otros. Formar parte de la cultura del momento.