El regreso de Ulises
Jean-Pierre Vernant, máximo especialista en mitología griega, cuenta los mitos para niños. Este es otro de los relatos de su libro
Atenea ha resuelto transformar por completo a Ulises antes de que vuelva a su hogar. ¿Por qué? Porque durante su ausencia un centenar de pretendientes de Penélope viven en su casa, pensando que él ha muerto o que no volverá. Allí pasan su tiempo comiendo y bebiendo, agotando las reservas, a la espera de que Penélope elija a uno de ellos.
En su cámara, Penélope teje de día, pero a la noche deshace toda su labor. Así ha burlado a los pretendientes durante casi dos años con el argumento de que la labor no estaba terminada. Pero una sirvienta ha revelado el engaño a los pretendientes, que exigen su decisión. Naturalmente, Ulises debe presentarse de incógnito. Atenea le ha explicado la situación en la misma playa donde ha desembarcado: -Hay unos pretendientes a los que debes matar con ayuda de tu hijo Telémaco, del porquerizo Eumeo y del boyero Filecio. Así podrás vencerlos. Yo te ayudaré, pero antes debo transformarte.
La diosa lo vuelve viejo y feo. Tiene todo el aspecto espantoso de un mendigo. El plan de Ulises consiste en llegar a su palacio como uno de esos pordioseros que suplican alimentos, soportar todas las injurias y tratar de echar mano de su arco, que sólo él es capaz de tender, para matar a los pretendientes.
Ulises se da a conocer a varias personas, cuya ayuda requiere. En primer lugar, a Telémaco. Ulises y Telémaco están solos en la choza del porquerizo, cuando aparece Atenea. Ulises la ve, los perros olfatean su presencia, están aterrados, se les erizan los pelos. Telémaco no lo advierte. La diosa invita a Ulises a salir. Lo toca con su varilla mágica y Ulises recupera su antiguo aspecto. Ya no es horrible de ver sino semejante a los dioses que pueblan el vasto cielo. Al verlo entrar en la choza, Telémaco no da crédito a sus ojos: ¿cómo es posible que un mendigo viejo se transforme en un dios? Ulises se da a conocer, pero su hijo no quiere creerle sin ver una señal. Lejos de dársela, Ulises lo regaña como un padre a su hijo: -Terminemos con esto. ¿Estás frente a tu padre y no lo reconoces? Te digo que soy Ulises.
Al responder de esa manera, Ulises se coloca frente a su hijo en posición de padre. Hasta entonces, Telémaco no era nada: había dejado de ser niño, pero no era hombre porque a pesar de sus deseos de ser libre, aún dependía de su madre. Su posición era ambigua. Pero ahí está su padre, ese padre de quien no sabía si estaba vivo y ni siquiera si era el suyo a pesar de lo que le habían dicho: con esa presencia de carne y hueso, Ulises se siente reconfortado en su lugar de padre y Telémaco confirmado en el suyo de hijo. Con ayuda de Eumeo y Filecio, se dedicarán a tramar la venganza. Mientras tanto, Penélope ha mandado llamar al viejo mendigo de cuya presencia está enterada por Telémaco y por la nodriza Euriclea. Lo recibe como a todos los que pasan por el reino para pedirle nuevas de Ulises. Naturalmente, él le cuenta una de sus mentiras habituales.
-Lo vi hace 20 años, cuando partió hacia Troya. Pasó por nuestro país y mi hermano Idomeneo fue con él.
La reina se pregunta si el relato es veraz.
-Dame una prueba de lo que dices. ¿Recuerdas cómo vestía?
Desde luego que lo recuerda, y describe detalladamente su vestimenta, en especial una alhaja cincelada que ella le había regalado, y que mostraba un cervatillo en plena carrera. "Es verdad", piensa Penélope, y se siente embargada por el afecto hacia esa vieja ruina que en otro tiempo vio a Ulises y le prestó su ayuda. Pide a la nodriza Euriclea que se ocupe de él y le lave los pies. Es entonces cuando la nodriza le dice a Penélope que se parece a Ulises.
-Tiene las mismas manos y pies -dice.
-De ninguna manera -responde Penélope.
La identidad de Ulises es sumamente problemática. No sólo está disfrazado de mendigo sino que, habiendo partido cuando tenía 25 años, ahora tiene 45. No obstante, la nodriza piensa que se le parece.
Ulises piensa que al lavarle los pies, Euriclea verá cierta cicatriz reveladora, y que su plan puede fracasar. Cuando era un joven de 15 años, debió enfrentar y vencer a un gran jabalí. Y lo hizo, pero la bestia le abrió una herida profunda a la altura de la rodilla. Desde luego, Euriclea había sido una de las primeras en escuchar su hazaña porque era la nodriza.
Se sienta en un rincón oscuro para que nadie lo vea. La nodriza trae agua tibia en una bacinilla, toma el pie de Ulises en la oscuridad, pero su mano roza la rodilla, palpa la cicatriz, deja caer la bacinilla, el agua se derrama. Va a gritar, pero Ulises le tapa la boca con una mano y ella comprende.
-Mi pequeño Ulises -murmura Euriclea-, ¿cómo no te reconocí desde el principio?
Ulises la obliga a callar. Ella lo ha reconocido, pero Penélope debe ignorar todo.
Inspirada por Atenea, Penélope decide que debe poner fin al saqueo de su casa. Celebrará un certamen.
-Aquel que sea capaz de tender el arco de mi esposo y enviar una flecha a través de las hachas que colocaremos en la gran sala, ése será mi marido y la cuestión quedará resuelta.
Penélope se retira inmediatamente a sus aposentos. Se tiende en su lecho y Atenea le envía un sueño sereno y reparador. Ulises hace cerrar las puertas de la gran sala para que nadie pueda salir. Comienza la gran ceremonia del arco. Todos tratan vanamente de tenderlo. Ulises toma el arco, y aún con su apariencia de mendigo dice que lo intentará. Los pretendientes lo injurian.
Ulises toma el arco, lo tiende sin gran esfuerzo, lanza una flecha y mata a uno de los pretendientes, Antínoo, para estupor de los demás. Estos exclaman indignados que es un loco, un peligro público. Pero Ulises los mata a todos con ayuda de Telémaco, el porquerizo y el boyero. Retiran los cadáveres de los pretendientes, lavan y purifican la sala, ponen orden. Cae la noche. Al día siguiente, Euriclea sube los peldaños de cuatro en cuatro para despertar a Penélope: -Desciende, los pretendientes han muerto, Ulises ha regresado.
Penélope no le cree. La nodriza insiste: "He visto su cicatriz, lo he reconocido, Telémaco también. Mató a los pretendientes".
Penélope desciende. Ulises está frente a ella, siempre con su aspecto de mendigo viejo. Penélope piensa que ese anciano no tiene nada que ver con su Ulises. Ella quiere una señal secreta que sólo ellos dos conocen, y esa señal existe. Debe ser más astuta que Ulises. Sabe que es capaz de mentir, y entonces le tenderá una trampa. Ese mismo día, un poco más tarde, Atenea devuelve a Ulises sus propios rasgos: es él, veinte años mayor. Se presenta frente a Penélope en todo su esplendor de héroe.
"Si este hombre es el único y auténtico Ulises, nos reconoceremos porque existe un signo secreto y seguro, un signo irrefutable que sólo él y yo conocemos."
Ulises sonríe. Ella, astuta, al llegar la noche dice a los sirvientes que traigan la cama de su estancia para Ulises, porque no van a dormir juntos. Al escuchar esas órdenes, Ulises monta en una cólera tremenda: -¿Cómo traer esa cama? ¡No deberían poder desplazarla!
-¿Por qué?
-Porque yo mismo construí esa cama -exclama Ulises-. Una de sus patas es un olivo que conserva sus raíces en la tierra. Yo lo tallé y le corté las ramas, pero le dejé las raíces intactas y a partir de él construí la cama. No es posible moverla.
Al escucharlo, Penélope se arroja a sus brazos: "Tú eres Ulises".