El proposito de la inteligencia
Señor Sinay: Tanto en mis años en la universidad como en mis experiencias laborales, observo que muchas organizaciones, agrupaciones, cátedras, áreas y sectores padecen de aquello a lo que se dedican o profesan. Una cátedra de psicología institucional habla de nuevas metodologías y de la importancia de la horizontalidad en las organizaciones y padece de un sistema propio verticalista, antiguo y burocrático. Una cátedra de psicología educacional que habla de nuevas pedagogías sufre de didácticas pobres y poco elaboradas. Areas de recursos humanos de empresas padecen de desorganización, falta de recursos, y habilidades de gestión. Un programa social que se propone contener a los más afectados muestra falta de tolerancia y autoritarismo. Podría seguir. ¿Se trata de personas que buscan reparar ciertos aspectos personales en lo que emprenden y se encuentran con que no es tan fácil? ¿Es algo constitucional de todo organismo? ¿Pasa únicamente en algunas áreas específicas? ¿La gente trabaja en el lugar equivocado? ¿Estamos destinados a luchar contra la autodestrucción como personas e instituciones?
Mariano Muracciole
A los ejemplos que propone y padece nuestro amigo Mariano se podrían sumar muchos otros. Por caso, las prácticas médicas que, por olvidar el principio hipocrático de no dañar, enferman. Las declaraciones de guerra en nombre de la paz. Las múltiples formas de destrucción de la naturaleza en nombre del bienestar. El gran historiador y filósofo italiano Carlo Cipolla (1922-2000) pensó en esto y desarrolló, en su libro Allegro ma non troppo, las "leyes fundamentales de la estupidez humana". No es una broma, sino el dolido trabajo de un lúcido, fino, enjundioso y profundo observador del comportamiento humano. Según Cipolla, subestimamos la cantidad de personas estúpidas existentes (primera ley); la estupidez es independiente de otras características personales (segunda); las personas estúpidas causan daños a otras o a su grupo sin obtener beneficios a cambio y hasta perjudicándose (tercera); los no estúpidos sobreestiman la capacidad de daño de los estúpidos a tal punto que se asocian ingenuamente con ellos (cuarta), y a la larga los estúpidos pueden ser más perjudiciales que los malvados (quinta).
También ha explorado esta cuestión el pensador español José Antonio Marina, que prefiere hablar de La inteligencia fracasada (título de su interesante obra al respecto). Según Marina, la inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad y prefiere que ocurra al revés. Lo hace al no comprender lo que pasa, al encuadrar los hechos en encasillamientos previos, al emprender metas disparatadas y equivocarse en ellas permanentemente, al usar medios ineficaces y al encaminarse (esto es desde mi punto de vista lo más grave) por la crueldad, por la violencia, por el egoísmo, por la ambición. Según sus valores predominantes, sus modos de vida, el modelo con el que construyen sus vínculos, las metas que se proponen, el sentido (trascendente o utilitario) que orienta sus actos, las personas y las sociedades pueden ser inteligentes o estúpidas. Recuerda Marina que la inteligencia puede fracasar tanto en el plano individual como en el colectivo.
Las organizaciones son inherentes a la vida humana. Habría que observar, antes que sus nombres y sus declaraciones, cuál es el propósito, la visión orientadora y la manifestación real (en conductas) de sus valores. La inteligencia de una persona o de una institución no debe confundirse con su currículo, con la información que acumula, con los títulos que ostenta, sino con la aplicación de sus recursos materiales y emocionales a la resolución creativa, no destructiva, de las situaciones que enfrenta. Y, sobre todo, si recuerda su razón de existir. Y si la honra con su conducta.
En La inteligencia fracasada se puede leer esta afirmación: "Es el uso público de la inteligencia privada lo que aumenta el capital intelectual de una comunidad". Traduzcámoslo a una pareja, a una familia, una escuela, una empresa, un equipo de trabajo, científico o deportivo, a una
comunidad, a una sociedad. ¿Qué significa? Que el reconocimiento del otro, el recuerdo de que somos partes de un todo que es más que la suma de sus partes es lo que le da sentido, valor y eficacia a aquello que realizamos como personas o a los organismos. La ineficacia en instancias grupales, colectivas o institucionales suele ser producto de olvidar que nadie vive ni sobrevive solo y sin propósito.
El autor responde cada domingo en esta pagina inquietudes y reflexiones sobre cuestiones relacionadas con nuestra manera de vivir, de vincularnos y de afrontar hoy los temas existenciales. Se solicita no exceder los 1000 caracteres.