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Los vecinos debemos salvar nuestros bares, esos templos sagrados que cobraron una nueva significación desde que las cuarentenas nos privan de su indispensable cobijo. Aquellos que no planean rendirse, pese a atravesar la peor pesadilla en la historia de la gastronomía, se acomodan como pueden al plan sanitario más chino de todos: mesas en la calle, aforo reducido y horarios que no acaban de sincronizar con los de su clientela; por eso mismo es un acto de fe el que algunos, incluso, hayan decidido apostar más allá de la pandemia. Es el caso del querido Bárbaro, o Bar o Bar, ese rinconcito setentero ubicado en el Bajo porteño que acaba de renovarse para volver al circuito y rescribir su leyenda.
Nueva cara, nueva etapa
Para este Notable considerado por muchos como el primer pub de Buenos Aires, comienza una nueva etapa. Fue fundado en 1969 por el pintor Luis Felipe Noé, cuando la zona era escenario excluyente para la vanguardia artística local. Aunque originalmente funcionó sobre la calle Reconquista, a fines de la década de 1970 se mudó al edificio actual en el pasaje Tres Sargentos, donde una élite de parroquianos, bohemios y turistas fue imprimiendo el espíritu que acrecentó su fama. Los flamantes propietarios del fondo de comercio y del inmueble, entusiasmados con la importante colección de obras de arte que lo define, decidieron ponerlo en valor recuperando, no solo las instalaciones, sino especialmente su arquitectura interior, que llevaba tiempo esperando un brochazo.
Ya no habrá cáscara de maní tirada en el piso, ni televisores, ni paredes color verde inglés, ni olor a bife. El proyecto a cargo del Estudio de Laura Brucco buscó ordenar y despojar para crear una atmósfera íntima capaz de jerarquizar la identidad del lugar. “Estos clientes, con quienes ya habíamos trabajado, volvieron a convocarnos en 2019 para el diseño de Bárbaro, por lo que el final de obra transcurrió durante el encierro de 2020. En realidad buscaban una inversión gastronómica diferente, pero optaron por Bar o Bar pensando que podría resultar un buen ejercicio para su despertar por el arte. Y efectivamente, lo fue” recuerda Brucco, que para la ejecución de los trabajos convocó a la Constructora Lece. “Las paredes estaban pintadas de verde inglés y la carpintería guardaba el color natural de la madera, como así también el piso y el equipamiento. El cliente nos dio absoluta libertad para elaborar la propuesta, solo quería conservar las obras de arte, la arquitectura y el equipamiento original”.
El plan contempló una nueva instalación eléctrica y sanitaria completa, la renovación de extracciones y ventilaciones, el reemplazo de heladeras e instalaciones de la barra; también se mejoró el equipamiento de los depósitos del sótano, renovaron pisos y carpinterías existentes, también la marquesina y la iluminación de la fachada, tan emblemática.
Pero a golpe de vista lo que impacta son las paredes, ahora íntegramente pintadas en negro mate para neutralizar la caja arquitectónica y destacar la colección que incluye piezas de grandes figuras como Jorge de la Vega, Roberto Aizemberg, Líbero Badii, Teresio Fara, Ernesto Bertani, Quinquela Martin, Leopoldo Presas, Rómulo Macció, Luis Seoane, Yuyo Noé, Antonio Berni, Marcelo Bonevardi, Alberto Greco, César Paternosto, Zulema Maza, Raúl Soldi y Germán Tessarolo, entre tantos más. Aunque al principio el cliente dudó del color, lo aplicaron sobre boiserie, paredes y cielorraso, generando una espacialidad muy singular, en contraste con el piso de roble de Eslavonia de toda la casa, que también se preservó.
En la planta baja cobró relevancia el cielorraso intervenido por artistas que frecuentaban el bar, y domina la segunda doble altura un importante vajillero iluminado y revestido con espejos para alojar parte de la futura carta de vinos. “Continuamos con una lectura pareja en los pisos, donde se recortan las siluetas negras de la barra, mesas y sillas diseño Michel Thonet. La recepción se organiza a partir de un gran sofá estilo Chesterfield, una serie de poltronas de Eero Saarinen en cuero negro y mesas bajas auxiliares que permiten un armado dinámico, y mayor confort” describe la autora del concepto.
Los vidrios de la fachada, cuya intervención se atribuye a Jorge de la Vega, no se tocaron. De esa época también datan las puertas pintadas de rojo por el mismo Noé, que quedaron tal y como estaban. El diseño de la iluminación fue tarea del arquitecto Arturo Peruzzotti. El sistema lumínico elegido incluye artefactos flexibles que permiten modificaciones en la composición del colgado de las obras, “fundamental para generar este ambiente íntimo, secreto y hasta museográfico, pero sin descuidar su función específica y la puesta en valor del patrimonio” agrega Brucco.
El Bárbaro Bar está anclado en un entorno de arquitecturas icónicas del paisaje de Buenos Aires. En el 442 de Tres Sargentos se encuentra el edificio de Sánchez, Lagos y De la Torre, el mismo estudio que hizo el Kavanagh, a cuadras de ahí. Desde la misma vereda se aprecia un recorte de las fabulosas tiendas Harrods, y ya hacia Alem emerge el Mercado de los Carruajes, próximo a inaugurar en el conjunto ladrillero proyectado por Emilio Agrelo (autor de las Galerías Pacífico, a una cuadra) a principios de siglo pasado. Más allá funcionaba la Galería del Este, y siguen ahí, capeando el temporal, los queridos Florida Garden, Tancat y el Bar Dadá.
El Bajo no decae, así que larga vida al Bárbaro Bar...