Toda la energía y tiempo que deberían estar usando en gestar sus proyectos, los utilizan en “negociar” con sus padres por la cuota de afecto, dinero o funcionalidad. El precio que pagan por dilatar ese pasaje a la adultez es altísimo.
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Se suele hablar mucho sobre el síndrome del nido vacío haciendo referencia a las emociones por las que transitan los padres cuando sus hijos dejan el hogar en lo que se supone que es un crecimiento y muestra de independencia para ellos. Sin embargo, poco se explora del otro lado del mostrador. Es decir, qué es lo que les ocurre a estos chicos que cada vez retrasan más los planes de irse a vivir solos.
Esta situación se debe a factores culturales y coyunturales. Es cierto que cada vez se precisan mayores estudios y experiencia para incorporarse al mercado laboral, y que la independencia habitacional (irse de casa) cuesta más que en generaciones pasadas. A su vez, existen más libertades viviendo en casa de los padres que hace 40 años. La maternidad, por otro lado, también se posterga.
“También conviven otras cuestiones culturales, estamos viviendo una etapa donde la sociedad vive más años, transita una adolescencia prolongada y toma más tiempo para madurar. Si bien cada persona y cada familia tiene sus tiempos personales, es importante que estos hitos se respeten dentro de ciertos umbrales lógicos para evitar que las familias enfermen y se superpongan etapas de distintas generaciones”, expresa Sol Esteves, licenciada en Psicología.
La independencia tiene varias dimensiones. Entre ellas, la emocional (encontrar un grupo de afectos y contención que sea afín), funcional (poder desenvolverse en la vida cotidiana) y la económica. Estos tres niveles otorgan poder, fundamental en la vida para decidir con mayor libertad.
“Desde que nacemos atravesamos una serie de hitos fundamentales en nuestra vida: el empezar a caminar, el desarrollo del habla, el comienzo de la escuela. Nuestra salud física, mental y emocional depende de que estos hitos se manifiesten. Uno de los más grandes hitos es el pasaje a la adultez que marca una diferencia entre la niñez y la adolescencia y la vida adulta. Cuando este hito no se produce o se produce tardíamente o con deficiencias, la persona se enferma. Aunque cueste creerlo, muchas personas, independientemente de su edad, no terminan de gestar este hito. Ser independiente no significa no necesitar de nadie, ni no pedir ayuda, sino la manera de encontrar resolver un problema o una situación”.
¿Qué ocurre si este pasaje hacia la adultez no ocurre?
Cuando este pasaje no se produce, quedamos en una etapa cronológica diferente a nuestra etapa psicológica. Existe, entonces, un desfasaje de roles esperados para la edad y me empiezo a enfermar. Cuando yo no tengo independencia (ya sea emocional, funcional o económica), dependo de otra persona. Necesito de esa persona para elegir un trabajo o una profesión, sentirme amado, pagar mi comida y mi ropa. Esto es la base de una relación tóxica. Es importante reforzar la idea de que la independencia nada tiene que ver con el no pedir ayuda ni no necesitar del otro. En absoluto. Sino, con cuando esa necesidad se vuelve crónica o parasitaria, es decir, enferma.
¿Qué es lo que suele suceder cuando se da esa dependencia un tanto enfermiza?
Hipoteco mis sueños. Toda la energía y tiempo que yo debería estar usando en gestar libremente mis sueños y proyectos, los uso en “negociar” con aquella persona por mi cuota de afecto, dinero o funcionalidad en mi vida. Esa negociación suele ser desgastante y coarta poco a poco mis decisiones y deseos. El precio que pago por dilatar mi pasaje a la adultez es altísimo. Pierdo mis sueños, mis motivaciones, mis deseos. Poco a poco voy enfermando y quedo “achicado” en una vida en la que yo no me reconozco.
Más allá de que es esperable y deseable. ¿Qué cosas se ponen en juego en la vida de estos jóvenes?
Para desarrollarnos como personas y como sociedad debemos estar en un lugar óptimo entre el desafío y la comodidad. Si alguna tarea es demasiado difícil o exigente, tal vez, no puedo realizarla o culminarla y si es demasiado fácil me aburro y caigo en la apatía. El desafío en su nivel óptimo me obliga a desarrollar esas potencialidades que están por florecer y, por lo tanto, que vaya creciendo y complejizándome. Si permanezco en un lugar de comodidad, decaigo y no prospero. Esa “zona de confort”, que es la casa de mamá y papá, pasa a ser la “zona de dis-confort” porque es la causa de que me estanque y no desarrolle mis sueños.
¿Qué relación tiene esto con el concepto de apropiarnos del rumbo de nuestra vida para encontrar el bienestar que tanto buscamos?
Apropiarnos del rumbo de nuestra vida implica necesariamente que yo soy responsable de mi vida (o de la parte que me toca a mí). Este es el gran secreto de la madurez: el que ha alcanzado este nivel es aquél que se reconoce responsable de su vida, de sus decisiones y de su propia felicidad. Es el famoso “hacerse cargo” y dejar de culpar a los demás por todo lo que no pudimos conseguir. Sólo cuando nos hacemos cargo de nosotros mismos es que podemos salir adelante. Cuando nuestra felicidad depende de los demás, ¿cómo puedo hacer yo para modificar eso, si yo no controlo a los demás? Puedo influenciar a los demás, por supuesto, y aun así, sólo puedo hacerlo desde mi propio cambio de conducta.
¿Los padres muchas veces contribuyen a que la situación se dilate?
Por supuesto. En psicología sistémica vemos a los fenómenos como emergentes de la relación entre las partes. De esta forma, cada individuo en la familia ocupa roles que son asumidos y adjudicados. La familia enferma cuando los roles ya no se corresponden con la etapa que estamos viviendo. Esos roles y normas se “pautan” en una negociación explícita o implícita entre las partes. Cuando los hijos se van de casa, los padres también atraviesan su propio “duelo”, el conocido “nido vacío”. Postergar este pasaje es una forma de dilatar ese proceso.
¿Qué implica la independencia?
- Tomar decisiones por mi cuenta.
- Que me importe más mi opinión que la de los demás.
-Resolver problemas.
-Generar un grupo de afecto y contención propio.
-Proporcionarme un medio de vida.
-Quererme a mí misma/o y ponerme en valor.
¿Cuáles son los beneficios para los jóvenes al dar este paso?
Este paso no se trata de un beneficio; sino que es fundante de la vida adulta. Es una condición para que yo pueda ser el gestor de mi vida.
Si yo no soy el responsable de mi vida, ¿quién decide sobre mi presente y mi futuro? Yo soy responsable de mis decisiones ya sea que lo quiera asumir o no. Es la cuota de libre albedrío que nos toca a cada uno. Si no me reconozco como como responsable de mi felicidad y de mis decisiones, me voy estancando en una vida que no es mía; voy perdiendo mis sueños y mis deseos. Sólo cuando me hago cargo de la parte que me toca, es que puedo convertirme en esa persona que quiero y cumplir mis más grandes objetivos en la vida. Sólo cuando me asumo como autoridad en mi vida y en mis pensamientos es que puedo convertirme en la persona que quiero ser.
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