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Paisajista, jardinero, carpintero, monje budista, masajista, actor. Minoru Tajima es un hombre multifacético. Muchos le dicen que es un “todo terreno” y lo suelen llamar “Maestro”, ya que su sabiduría es digna de admiración. De jovencito emigró de Japón y hace más de medio siglo que se radicó en Buenos Aires. Aquí soñó con tener su propio campo, cultivó claveles y frutillas, crió cerdos y hasta fue un reconocido masajista de personalidades de la farándula. También probó suerte en la pantalla grande: al día de hoy muchos lo recuerdan por sus cómicas apariciones en programas televisivos como en “Todo por dos pesos” con Diego Capusotto y Fabio Alberti. Construyó templos japoneses y cientos de Torii, aunque reconoce que “es en contacto con la naturaleza donde encuentra su felicidad”. Hoy, a sus 77 años y sus manos repletas de experiencia, es el encargado de asesorar al Jardín Japonés de la ciudad de Buenos Aires en el mantenimiento de plantas, flores, vivero y otras actividades culturales.
Un mediodía caluroso de verano
Tajima luce una camisa a cuadro (manga corta), un pantalón cargo de color azul oscuro, gorra y anteojos. Es esbelto y de baja estatura. “En una época tuve músculos como Popeye”, dice, entre risas. A simple vista parece callado y algo tímido, pero al instante demuestra su gran sentido del humor. Como una especie de ritual, todos los días (de lunes a viernes) se levanta a las cinco y media de la mañana, toma unos mates en compañía de su esposa y se dirige a su lugar en el mundo: el Jardín Japonés. Allí dice que se siente cómodo, como si estuviera en el patio de su hogar en Escobar. “En las recorridas diarias me sigo sorprendiendo con su imponente belleza”, admite y señala el sendero repleto de árboles de Sakura (cerezo), su sector predilecto. “Cuando florecen son maravillosos. Me puedo quedar horas contemplándolos”, afirma. Tras la recorrida, se acerca al sector del vivero, donde con una de sus herramientas de trabajo preferidas: la tijera de poda, le da forma a la copa de un bonsai. “Hay que prestarles atención, escucharlos y darles mucho cariño a las plantas y árboles” confiesa. Para él, todas son como “sus hijos”. El experto reconoce al instante si les hace falta agua o si están “despeinadas”, como les dice cariñosamente. Al instante, con prolijos movimientos les da forma para que crezcan con mayor vigorosidad.
Llegar a “La París de América Latina”
Rodeado de bonsais, hiedras, geranios, malvones, mini rosas y azareros, entre otras especias y aromáticas, le brillan los ojos cada vez que recuerda a su añorada tierra. Como muchos japoneses, Miroru se embarcó en un navío con dirección a la que él llamaba “La París de América Latina”. Tras más de 45 días en alta mar, llegó al Puerto de Buenos Aires con su pequeña maleta, un par de pilchas y un puñado de sueños. Fue en la década del 60 y el joven tenía tan solo 20 años. “Siempre me apasionó la naturaleza. En Japón trabajé la tierra: cultivábamos unas pequeñas hectáreas de arroz y también ordeñaba vacas. En la escuela veía posters de Argentina con sus inmensos campos, era la tierra prometida. En ese entonces, mi mayor deseo era ser ingeniero agrónomo”, rememora.
Al llegar, fue acogido por una familia japonesa de General Pacheco que tenía un vivero. En agosto de 1965 arrancó a trabajar allí como aprendiz y tuvo su primer contacto con el maravilloso mundo de la flora. “Cultivábamos rosas, claveles y también frutillas. Estas últimas eran grandes y deliciosas. Las vendía en una bicicleta al costado de la Panamericana”, cuenta. Poco a poco, comenzó a defenderse con el castellano. Probó el mate y se volvió fanático de los asados. Aunque reconoce que había noches en las que se escondía detrás de sus frazadas a llorar. “Los primeros meses fueron difíciles. Uno era joven y quería comerse el mundo, pero extrañaba mucho mi cultura y familia. Soñaba con Japón y me levantaba triste”, dice. Al tiempo, se enamoró. En un club de barrio de la comunidad japonesa conoció a la mujer de su vida con quien formó su familia y tuvo tres hijos.
Luego, se mudaron a Loma Verde en Escobar y solicitaron un préstamo para comprar tres hectáreas. Allí, construyó su hogar (donde vive actualmente) y armó un criadero de lechones. “Tenía más de 300 cerdos. Al principio estaba entusiasmado porque me iba bien, pero como el préstamo era en dólares y había tanta inflación se me complicó. Tuve que vender los animales”, rememora. En esa oportunidad pegó un nuevo volantazo en su vida: armó las valijas y se fue a Japón. Allí aprendió nuevos oficios: carpintero y masajista. Tras regresar a Argentina empezó a ofrecer a domicilio masajes Shiatsu. Con el boca a boca fue ganándose su clientela. Los habitués decían que sus manos eran “mágicas”.
El debut televisivo
A finales de la década del 80 le surgió la oportunidad para debutar en televisión. “Me contactaron porque estaban buscando orientales. A mi siempre me gustó la actuación y no lo dudé. Mi primera aparición fue con una escena cortita: lo único que tenía que decir era “Chan-ta”, rememora. Fue en el programa “Los Torterolo” con Jorge Martínez. Después, filmó varias películas y participó en “Buena Pata” con Hugo Arana. Al día de hoy, muchos lo recuerdan por su baile en “Todo x 2$”, el programa conducido por Fabio Alberti y Diego Capuotto. “Nos divertíamos mucho. Era todo risa. En la calle me reconocían y gritaban que era un grande”, cuenta. También trabajó en “Vale la pena” y como notero en “AM”. Hace un tiempo se alejó de la televisión, pero de vez en cuando se presenta a castings de publicidades en Chile o México.
En esa época Tajima combinaba las horas en los sets de filmación con sus masajes a domicilio. “Mi masajista es actor”, decían sus clientes. Por su cercanía en el mundo del espectáculo atendió a varios personalidades: desde Araceli González, Claudio Villaruel, María Carámbula, Florencia Raggi, Marcelo Tinelli, Graciela Alfano, Julieta Ortega, Nicolás Repetto, Marley, Adrián Suar, hasta a Shakira, por tan solo mencionar algunos.
“Hay que escuchar a la naturaleza, ella es sabia”
En el 2010 lo convocaron para trabajar en el Jardín Japonés para la construcción de la icónica Casa de Té. “Trajeron todos los materiales de Japón y necesitaban a un especialista en el tema. Encastramos la madera con diferentes uniones, no utilizamos clavos ni tornillos. Fue una hermosa experiencia”, cuenta y nos invita a conocerla por dentro. Previo a ingresar nos quitamos el calzado. Luego, nos arrodillamos y escuchamos atentamente el ritual de la ceremonia del té matcha (té verde). Por su oficio también se encargó del diseño del Torii, portal de color rojo intenso, para conmemorar el 50° Aniversario del parque y la amistad eterna entre Argentina y Japón. Así también como la construcción en otras provincias, uno de ellos en Catamarca.
“De cada trabajo tengo buenos recuerdos. Ahora estoy muy contento con la oportunidad de estar acá y cada día embellecer más el jardín. Es un compromiso y una linda manera de recordar mis orígenes”, admite, sonriente. Cuando finaliza con su jornada laboral Tajima regresa a su hogar en Escobar y cuida su pequeña quinta con pepinos, berenjenas, ajíes, cebolla de verdeo, entre otros. “La huerta para mi es como una terapia. Hay que escuchar a la naturaleza, ella es sabia”, concluye a modo de enseñanza. Cada día para él es un aprendizaje. Mientras, con su atenta mirada, supervisa cada movimiento del vivero.
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