El poeta que dejó de escribir
Al mexicano Javier Sicilia los narcos le mataron a su hijo. Desde entonces se junta con otras víctimas en el Movimiento por la Paz y promovió desde allí una ley que ofrece un poco de luz al final de la oscuridad
1.
El hombre levanta el tubo del teléfono. Está lejos de casa. La voz le llega desde México, el aire del dolor corre vía satélite. Tu hijo está muerto, dice la voz. El hombre se queda quieto unos segundos. Está en Filipinas aunque ahora no está en ningún lado. Un dolor le oprime la cabeza, y el alma y el pecho. Revolución adentro de su cuerpo, pero también adentro de su espíritu. El poeta Javier Sicilia acepta con dolor la noticia. Después dice que necesita colgar, que en un rato va a volver a comunicarse. Y así empieza todo. Del dolor. De una voz dando la peor noticia. Y de lo malo germina algo bueno. Porque ése es el comienzo de la revolución civil contra el narco en México.
2.
A Javier Sicilia uno le escucha esa voz gruesa y bien mexicana y lo primero que se experimenta es que se trata de un hombre tranquilo y seguro. Pero Javier enciende un cigarro tras otro. Se toma un café con su mano temblorosa. Tiene varias cintas de colores atadas a la muñeca, algunas con frases que hablan de fe y esperanza. Un bar lleno de plantas y gente y voces. En Cuernavaca, a una hora por autopista desde Ciudad de México. En la mesa también tiene un libro con los ensayos completos de Albert Camus. Y una Biblia.
3.
Para empezar a hablar de toda la transformación de su vida, Javier debe volver a conectarse una vez más con ese dolor que dice que prefiere olvidar. "Mi hijo estaba a punto de terminar su carrera de Administración de Empresas. Trabajaba en el equipo de administración de un hospital. Un día, él y unos amigos tienen un problema con unas personas en un bar. Por una pelea los echan de allí. Pero deciden volver para reclamarle al dueño del lugar, y se llevan al tío de uno de sus amigos que había sido militar. El último mensaje que recibe la novia de mi hijo decía la cosa está muy fea, ya me arrepentí de haber venido. Los detuvieron ahí mismo en el bar. El dueño estaba metido con células delictivas y llamó a un sicario amigo. El dueño del bar le termina ofreciendo a este sicario dos camionetas y trescientos mil pesos para que se los lleve y los mate. Por eso se los llevaron. Por negocio. Aparecieron al otro día todos ejecutados."
4.
Pero a Javier Sicilia no le llegó la fama a través de la tragedia. Al contrario, era un personaje reconocido en México. Después de volver de Filipinas para velar a su hijo realiza una conferencia de prensa. Es ahí cuando pronuncia la primera frase que inicia la revolución en contra del narco. "Estamos hasta la madre", dice en vivo ante todas las cámaras del país. Y es la voz de todas las víctimas. Y es un antes y un después. Porque esa frase es el inicio de todo. Porque con esa frase cuestiona tanto al poder político como a los narcos. Entonces deciden realizar en Cuernavaca una gran marcha en contra del narco. La marcha tiene réplicas en varios países. No sólo en México se pelea contra la bestia. Y entonces, debido a la magnitud de la marcha, deciden ir al Zócalo, al D.F., al equivalente argentino de la Plaza de Mayo. Y ahí la cosa se pone picante.
5.
Sicilia se toma su segundo café, la incertidumbre moja sus palabras cuando recuerda que "estábamos por ir a la marcha del Zócalo, la primera en el D.F., yo estaba en casa de una amiga de la esposa de Felipe Calderón. En un momento llamaron y me dieron el teléfono y era el presidente Calderón. Me dijo personalmente que seguían en la búsqueda de los asesinos de mi hijo, y yo le contesté que lo sabía, pero que igualmente íbamos a marchar. Y ahí mismo le pido una entrevista personal, pero le digo que no quiero ver al presidente, quiero ver a Felipe Calderón, y le prometo que él no va a ver al poeta, va a ver a Javier Sicilia". Y concretan la entrevista.
6.
Y entonces entremos en esa habitación. En Sicilia y el presidente mexicano por entonces, Felipe Calderón, juntándose en la residencia privada del presidente, en el condominio de Los Pinos. Sicilia tenía la idea de ir con algunos libros suyos porque sabía que la primera dama era una seguidora de su poesía. Pero esa tarde-noche los olvidó. "Cuando nos juntamos lo noté bastante nervioso, recuerdo que tomamos café, él tomó muchos. Me pidió que le contara mi vida y lo hice. Él me contó la suya. Le dije que él se había llevado la vida de mi hijo y la de los 40 mil muertos por los narcos. Se levantó de su sillón, se enojó. Ustedes quieren que yo no haga lo que tengo que hacer, me contestó irritado, a lo que le repliqué: Nadie te dice que no hagas lo que tienes que hacer, pero hazlo bien, porque lo has hecho pésimo, y estos muertos son por tus políticas, y nosotros vamos a marchar y te vamos a decir cómo tienes que hacer las cosas. Después se calmó. Y entonces, como no había llevado mis libros, se me ocurrió regalarle una cadenita de oro de la Virgen de San Juan que me había regalado mi madre. Me dijo que no se la diera. Le contesté que me iba a ofender otra vez. Recién ahí la aceptó. Cuando le di la cadenita y toqué su mano sentí al hombre, no al presidente ni a Felipe Calderón, sino a un hombre. Algún día te la he de devolver, me dijo. Cuando este pueblo encuentre la paz y la justicia, le contesté."
7.
Se llamó la Caravana del Consuelo. Javier Sicilia y su organización Movimiento por la Paz marchan al peor de los infiernos. Cerca de 300 personas en varios autobuses, directo a Ciudad Juárez, directo al corazón narco, uno de los lugares más peligrosos de México. El gobierno se había puesto tan nervioso que los habían intentado convencer de que no fueran. Pero sabían que si querían conquistar la paz debían meterse en medio de la guerra. Y Sicilia y todos los que lo acompañaban decidieron ir igual. "Pues, sí, vamos a ir directo al problema, vamos a ir por las víctimas", les dijo Sicilia. Y les pusieron protección federal. Durante la caravana sufrieron intimidaciones y persecuciones y amenazas. Cuando llegaron a Ciudad Juárez y convocaron a la gente, vivieron momentos muy difíciles. En la plaza donde se habían reunido apareció gente enmascarada, otra con armas. Gente que se perdía entre los manifestantes, como un virus, como una plaga negra que se expande. Para entonces estaba hablando uno de los oradores del movimiento, un mormón al que los narcos le habían secuestrado y asesinado a su hermano. De repente se dio cuenta de lo que estaba pasando con los infiltrados y dijo ante toda la gente y las cámaras, en directo para todo México: "Si hay asesinos aquí, que levanten la mano; si hay secuestradores aquí, que levanten la mano". Y un silencio. Y nadie levantó la mano. Y enseguida muchos infiltrados se empezaron a ir. Y entonces el hombre volvió a hablar: "Cuando estamos unidos, esta gente no tiene lugar entre nosotros".
8.
Después de las caravanas, el Movimiento por la Paz sigue en movimiento. Es entonces cuando presionan tanto que Calderón manda a confeccionar la famosa ley de víctimas. Se manda a llamar a juristas de Colombia que habían hecho la ley garantista de su país. El Senado aprueba la ley, pero Calderón la devuelve con recomendaciones. Se le pide que la publique así para recién después corregirla. Calderón se niega. Después empieza el proceso electoral y un día, la ley desaparece. Asombrosamente, nadie la tiene. Aparece después de las elecciones. Hoy, la ley ya fue promulgada por el presidente Peña Nieto. "La cosa está muy fea, la veo mal. Este gobierno tiene una postura mediática de ocultar las muertes. No hay un cambio de estrategia, no hay una postura muy clara respecto de este tema. Creo que sacar al ejército a la calle ha sido un grave error. El ejército es la violencia extrema, no son policías, están en guerra, van y matan. De todas formas la criminalidad es tan alta que empiezan a haber grupos de autodefensa en las ciudades. Grupos de vecinos que se arman y tienen sus propios códigos. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLM) o la policía comunitaria de Guerrero son claros ejemplos. Ahí los narcos no se meten."
9.
Después de la muerte de su hijo, Javier dejó de escribir poesía. En su actitud se advierte una decepción por la poética de la vida, como si también hubieran matado su alma, pero no su espíritu de lucha y combate, porque Sicilia tiene sangre italiana, porque en su sangre hay lucha. Tomándose su enésimo café y sin dejar de fumar, confiesa: "Dejé de escribir poesía por la muerte de mi hijo. Mi último libro se llama Vestigios. Y el poema que cierra el libro se lo dedico a él. Es lo último que voy a escribir de poesía en mi vida. No puedo escribir más".