El poderoso legado de Feliciano Centurión
Poco antes de morir como consecuencia del sida en 1996, a los 34 años, Feliciano Centurión pintó sobre una manta un cordero sacrificado bajo una lluvia de estrellas. Entre las obras que dejó, prolijamente embaladas, la primera que encontraron sus amigos tenía bordada una inquietante frase: "Estoy vivo".
Más de dos décadas después, el artista paraguayo que revolucionó con su ternura la escena porteña parece estar más vivo que nunca. Varios de sus trabajos realizados sobre humildes telas integran el homenaje que le dedica en la Bienal de San Pablo el curador español Gabriel Pérez-Barreiro. El mismo que, en la última edición de arteBA, moderó una charla sobre su legado y el de Omar Schiliro, entonces protagonista de una conmovedora retrospectiva en Colección Fortabat. Ambos artistas, recordó, "encarnan la importante mudanza estética" impulsada en la década de 1990 desde el Centro Cultural Rojas, que significó "una renovación del arte argentino, cuyos efectos se sienten hasta hoy".
"Llegué a Buenos Aires como Rosa... de lejos, con una valija en Retiro, no sabía a dónde ir", dice Centurión en el documental Abrazo íntimo/al natural, dirigido por la cineasta Mon Ross. Fue proyectado meses atrás en el Malba, desde donde viajaron a San Pablo dos obras de la colección del museo.
"Paraguay es un mundo femenino. Al desaparecer prácticamente todos los hombres, la mujer es la que construye la patria de nuevo", agrega el artista al referirse a las consecuencias de la Guerra de la Triple Alianza en una entrevista grabada por el coleccionista Gustavo Bruzzone. "Por eso el crochet, los tejidos, el ñandutí, la cosa popular –explica–. No puedo olvidarme de mi mamá, de mi abuela, de mis tías bordando, tejiendo".
Todo eso le estaba vedado en su infancia, sin embargo. Recién cuando se perdió en el anonimato de Buenos Aires, tras haber estudiado el secundario en Formosa, Chano pudo dedicarse a hacer esas "cosas de mujer" que tanto le atraían. Formado en la Pueyrredón y en la Cárcova, compraba en el Once y en San Telmo las telas que intervenía con flores, animales, palabras. Le gustaban especialmente las frazadas como "soporte afectivo, sensorial", asociadas con el abrigo y la protección, con las que desafió los estereotipos de género y la distinción entre arte y artesanía.
"Luz divina del alma", dice la frase que acompaña dos ojos abiertos, bordados sobre una funda de almohada desde una cama de hospital. "La obra trata de cubrir la falta de afecto que estamos viviendo –dice Centurión, con su eterna sonrisa, en el documental–. Todos estamos muy necesitados de amor".
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