La experiencia de una joven dio lugar a hablar sobre el funcionamiento interno de los pensamientos; una voz interna fue el foco de discusión
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“Hoy descubrí que no todo el mundo tiene un monólogo interior y eso me arruinó el día”. Ese fue el título de un blog que apareció hace un tiempo y provocó un intenso debate tanto en línea como en los medios. Quienes se enteraron empezaron a mirar con sospecha a los que tenían cerca. “¿Cómo así? ¿Tú no tienes un monólogo interior?... ¡Claro que sí. Todo el mundo lo tiene!¿Qué... voces en tu mente? ¡Yo no!”. La conclusión, de ambos lados, a menudo era la misma: “¡Qué raro eres!”.
El blog trajo al primer plano una parte particular de nuestra vida mental llamada habla interna, la conversación silenciosa que muchos de nosotros tenemos con nosotros mismos mientras nos ocupamos de nuestros asuntos diarios. Cosas como “no deberían haberle dicho esto a él” o “no se me puede olvidar comprar tomates” o “voy a dejar esto para mañana porque me caigo del sueño”.
Por supuesto, para quienes experimentan algo similar, eso es normal... Tan normal como lo es para personas como Justin vivir de una manera completamente distinta. En su paisaje mental “literalmente no hay nada”. “Hay una sensación de vacío. No hay imágenes, ni ruido, ni voces, ni narrativa. Todo totalmente tranquilo, nada”.
No sólo eso: entre esa presencia voces y la ausencia de todo en las mentes, hay al menos otras tres variantes del mundo interior de los humanos, ese territorio tan difícil de explorar que sigue siendo en gran parte desconocido. La mente de Mary, por ejemplo, no está repleta de palabras ni completamente vacía... es un lugar al que se puede llegar por una escalera de caracol detrás de su oreja izquierda.
“Es como el ático de una casa señorial muy bonita, pero pequeña. Es roble, creo. Puede haber un poco de caoba, pero creo que básicamente es roble -no creo que pueda permitirme el lujo de la caoba- y está lleno de cosas, como cajas de almacenamiento, pantallas, películas y fotografías. Sospecho que hay una puerta en la parte de atrás, pero no creo que haya pasado por ella. Es un lugar tranquilo. No es notable, aparte del hecho de que está dentro de mi cabeza”. Así como quienes viven con sus monólogos interiores, Mary siempre estuvo convencida de que todo el mundo tenía un ático similar, hasta un día que estaba conversando con su hija.
“Estábamos hablando de recordar los sueños y le dije: ‘Bueno, es un poco como cuando entras en esa habitación dentro de tu cabeza’, y ella dijo: ‘¿Una habitación en tu cabeza?’. Le dije: ‘¿No tienes una?’. Ella dijo: ‘No... ¡eres muy rara, mamá!’ Me sorprendió, pero sencillamente acepté que era un poco extraño”, recuerda Mary.
Mundos disímiles
A Charles Fernyhough, escritor y psicólogo de la Universidad de Durham, la reacción al blog lo complació y lo desconcertó. “He estudiado el habla interior durante gran parte de mi carrera, y de repente, la gente estaba hablando entusiasmada sobre algo que siempre, para mí, me había parecido como una rama de la psicología muy descuidada”.
Descuidado, quizás, porque nuestro mundo interno nos es tan familiar que rara vez se le prestamos atención. “Cuando lo hacemos, descubrimos que es algo muy variado, lo que significa que no debemos asumir que los mundos internos de otras personas tienen alguna semejanza con los nuestros”, señala el experto.
“Casi todo el mundo se pasa la vida pensando que las experiencias de todos los demás son como las suyas”, dice el profesor Russell T. Hurlburt, quien ha dedicado su carrera a tratar de capturar lo que él llama “experiencia interior prístina”. Fue la investigación de Hurlburt la que provocó el furor en las redes sociales. “Es difícil no asumir que todos experimentan lo mismo que tú porque nunca tienes la oportunidad de ver la experiencia interior de nadie más. Yo mismo he pasado mi vida estudiándolas pero las únicas que he experimentado directamente son las mías”, explica.
Alguien que sí tuvo la oportunidad de experimentar dos de estos estados mentales fue Lauren Marks, autora de “Puntada en el tiempo”.
Silencio
Marks cuenta que “pasaba mucho tiempo reproduciendo conversaciones o prediciendo una conversación que podría suceder” en su mente. “Deseaba acallar esa voz pero no era fácil. Yo era actriz, directora y estudiante de doctorado en Nueva York, así que mi discurso interior era rápido, neurótico, implacable... problemático. En agosto de 2007 fui de gira con un espectáculo al festival de Edimburgo. Estaba con unos amigos en un bar, cantando un dúo de karaoke, riéndome y demás hasta que... dejé de estarlo. Simplemente me desmoroné. Fue como si cada parte de mí se escapara en un instante”, recuerda la actriz.
“El siguiente momento del que tengo un buen recuerdo es ver a mis padres al lado de mi cama de hospital. Me dijeron que había tenido un aneurisma cerebral y una cirugía. Lo sentía completamente imposible y extraño. Pero no mal. No me sentí mal en absoluto. Todo se sentía distinto, simplemente no sabía de qué manera.Pero después me quedó claro que la diferencia era que ya no tenía la voz interior. Y básicamente, solo me di cuenta cuando comenzó a regresar y fue como: ‘¡Oh, esas son palabras, no las estoy diciendo, las estoy pensando!’, detalla.
“Gran parte de mi experiencia tras mi aneurisma fue la de la tranquilidad. Un silencio absolutamente penetrante y fortizador. No me escuché a mí misma decir: ‘¿podré terminar mi doctorado alguna vez? ¿Podré vivir de forma independiente?’. No me sentía como una propiedad de mi cuerpo, o de mi historia, o incluso de mi pasado o deseos o futuro. Y cuando reflexiono sobre los momentos más pacíficos de toda mi vida, esas tres semanas en el hospital escocés son siempre el lugar donde me fijo”, cuenta Lauren Marks.
Y más silencio
Marks aprecia tanto su experiencia que, hacia el final de su libro sobre lo que le ocurrió, dice: “El lenguaje es una de las cosas más bellas del mundo. Lo único más bello es el silencio que le precede”. Pero agrega que el regreso de su habla interna le permite funcionar mejor.
Justin, por su parte, vive en ese mundo libre de conversaciones mentales. “Cuando estoy solo, casi el 100% del tiempo, estoy en un lugar tranquilo y relajante. Es como tener una isla, un lugar donde estás y eres consciente, pero todo alrededor es un océano enorme, incognoscible y profundo. Y creo que lo que sucede es que estoy más compenetrado con esa especie de océano de inconsciencia que rodea la isla”, explica sobre su sensación. “A veces, si alguien me interrumpe, me siento un poco resentido de que me hayan sacado de este lugar y traído de vuelta al mundo real de la conversación y las palabras”, detalla.
Para Mary, quien tampoco tiene palabras pero sí imágenes, eso de “no tener nada en la cabeza más que tranquilidad es admirable”. “Debe ser una vida muy reconfortante. ¡Pero no tan colorida como la mía dentro de mi cabeza! Ojalá pudiera mostrarle a otra persona mi ático porque está muy lleno de cosas y es muy emocionante. Si pudiera descargarlo en una computadora de alguna manera sería maravilloso”, analiza sobre sus voces internas.
En defensa del ruido
Esas mentes silenciosas, además de estar pobladas con la nada o con imágenes visuales, pueden manifestarse con sentimientos y también con algo que no tiene ninguna cualidad sensorial. No tiene palabras, imágenes o sensaciones. Es algo que Hurlburt llama “pensamiento simbolizado”. Pero, por más encantadores que los relatos de Lauren, Mary y Justin suenen, ¿es el silencio siempre bueno?
“¿Para qué sirven todas esas palabras, si no están haciendo algo útil?”, pregunta Fernyhough. “Las investigaciones parecen mostrar que las conversaciones que tenemos con nosotros mismos se desarrollaron a partir de los diálogos que tenemos con los demás a medida que crecemos. Por eso evito términos como ‘monólogo interior’ o ‘la voz en tu cabeza’. Debido a sus orígenes sociales, en un discurso que a menudo se parece más a voces en el diálogo que a una sola voz”, explica el experto.
Estudiar cómo los niños se hablaban a sí mismos en voz alta mientras jugaban o resolvían un rompecabezas fue lo que llevó a Fernyhough a abordar el habla interna cuando era estudiante de doctorado. “Esta forma en voz alta se conoce como discurso privado. La idea es que gradualmente se convierte en un discurso interno silencioso a medida que crecemos.
“Al igual que el habla privada, el habla interna parece tener sus beneficios: puede ayudarnos a planificar lo que vamos a hacer y reflexionar sobre lo que hemos hecho. Puede expresar nuestros sentimientos, prepararnos para la acción y regañarnos si hacemos algo estúpido.Puede narrar y organizar nuestros recuerdos del pasado o reflexiones sobre el futuro”, explica el experto sobre su investigación.
“De hecho, las investigaciones sugieren que el habla interna puede tener tantos propósitos útiles como el lenguaje normal y en voz alta”, detalla. Todavía no se entiende bien por qué algunas personas terminan con la cabeza llena de palabras y otras no. Independientemente de lo que la investigación pueda mostrar en el futuro, lo que ya sabemos del habla interna muestra que no existe tal cosa como una mente normal.
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