El placard de Greta Garbo
Los sombreros, los zapatos y las preferencias de la gran diva de Hollywood
"Garbo no es afecta a los peinados de moda, por eso le hago combinaciones simples pero que en ella lucen extraordinarias. Comprobé que muchos de esos sombreros se volvieron tan clásicos como los autos Ford”, argumentó el vestuarista Adrian Adolph Greenberg en 1935 a la publicación Photoplay sobre el método propio para lookear a la Garbo. Se refería al modelo de sombrero slouch, que usó en el film María Walewska; al pill box de As You Desire Me con frente ovalado y lados rectos; al Eugénie que ocultó un ojo de la diva en Romance, y al no menos célebre sombrerito de agente rusa chic que lució en Ninotchka. Pero cuando en 1941 el director George Cukor convocó a Adrian para vestirla en La mujer de las dos caras, luego de idearle 28 atuendos, el director consideró que los bocetos “eran demasiado extraordinarios para vestir a una mujer común”. Adrian se negó a hacer cambios a los atavíos y rompió su contrato. Y todo empeoró para Garbo cuando Sydney Guilaroff, el peinador de Hollywood, le esculpió una permanente con ondas. Acto seguido, los críticos de cine argumentaron: “Es vergonzoso, Garbo parece una mujer que va al supermercado. Verla así es mucho peor que encontrarte a tu madre borracha”.
Pero existió además un estilo Garbo posterior al ideado por Adrian cuando Garbo incorporó los diseños de Valentina, una elegante y austera diseñadora rusa afincada en Nueva York, precisamente en el vecindario contiguo a las tiendas de Elizabeth Hawes y Marcel Rochas. Sus diseños de siluetas monocromáticas en pura seda fusionaron recursos de la ropa oriental. Pero lejos de los ardides de su maison para la actriz, existieron fuertes murmullos de la existencia de un trío amoroso entre la diseñadora, su marido, George Schlee, y Garbo. Valentina comenzó a vestirse a imagen y semejanza de Greta y en ocasiones se autoproclamó “la versión gótica de Garbo”. A diferencia de otras estrellas afincadas en Hollywood en tiempos del cine clásico y que ostentaron su gusto por la moda, del uso y abuso de joyas de Fulco di Verdura a cláusulas contractuales de miles de dólares anuales para vestirse, que los atuendos combinasen con los tapizados de su autos o con sus petacas, Garbo usó la vestimenta como armadura y velo. El cuello de su trench coat siempre bien ceñido por un lazo y el habitual uso de un sombrero oficiaron en su manual de estilo como camouflage. Así vestida arribó en 1920 desde Suecia, donde en su juventud había trabajado como modelo viva en una casa de sombreros.
A los trenchs a prueba de agua, que resumen su atuendo fetiche, los lucía fuera del set tanto para caminar bajo la lluvia como para ocultar sus pantalones holgados cada vez que iba a Chasen, un restaurante de Los Ángeles cuya etiqueta prohibía el uso de esas prendas emblemáticas del placard masculino. La muestra El misterio del estilo, de 2012, exhibió un centenar de vestidos del placard de Garbo para la vida civil: sus camisas, pantalones, vestidos en tonos pastel con estampas florales, su colección de maletas Vuitton, algunos originales Pucci, otros Givenchy y hasta un bañador rojo. En Shoemaker of Dreams, su libro de memorias, el zapatero Salvatore Ferragamo contó que la primera vez que Garbo irrumpió en su tienda llevaba sandalias acordonadas y le suplicó: “No tengo ningún par de zapatos y quiero caminar”. Cuando Ferragamo se trasladó a Italia, Garbo fue clienta de su nueva tienda en Florencia y llegó a salir de ella portando más de 70 pares.
La historiadora Patty Fox, autora de Hollywood Legends as Fashion Icons, indagó en la compulsión de Garbo por los zapatos a medida y contó que la chismosa y crítica Hedda Hopper había dictaminado que “seguramente usaba zapatos tan masculinos porque escondía pies muy grandes”.