El "pibe" ha muerto
Entre humo y fogonazos, el tiroteo se suma al redoble de la murga. Al principio se confunde el repiqueteo de las armas con los cánticos y comparsas. Es carnaval, y una multitud dobla la esquina en alegre compás, entonando estrofas aprendidas y luciendo disfraces de abigarrados colores. El cielo acompaña la fiesta con nubes que danzan en lo alto. Es carnaval, y la banda del Pibe Cabeza acaba de caer en una encerrona policial.
Nadie lo sabe, ninguno lo sospecha. De pronto, alguien lanza la voz de alerta.
- -¡Guarda que disparan!
Las máscaras huyen despavoridas. Por doquier gritos y corridas, mientras que desde los árboles brota el fuego cruzado. Del Ford de la policía saltan cuatro oficiales y El Pibe, por primera vez, se siente solo. No teme, su sangre se ha enfriado con tantos atracos y muertes, pero sabe que se la juega en esa redada. La pista de asaltos que sembraron en Córdoba, La Pampa, Santa Fe y Buenos Aires, eludiendo balas y forjando el mito, hoy es una pendiente en picada. El precipicio se abre ante ellos para devorarlos. Su cómplice, "El Fantasma" Caprioli, consigue escapar en la confusión del gentío. El Pibe dispara a quemarropa mientras por su mente desfila, en deshilachado recuerdo, el secuestro del cabo Contreras y del purrete que vendía diarios en las calles. ¡Pucha que había sido torpe al fusilar al cabo! Ésa fue su condena, toda la policía del país lo declaró "enemigo público". Siempre se pisa el palito cuando la confianza se desborda.
Tampoco los oficiales pueden creer lo que está pasando. ¡El Pibe Cabeza! ¿Será verdad? ¿Harán historia al poner fin a sus correrías? Las balas de la policía son certeras, dan en el blanco pese al escudo de los árboles. Y cuando menos se espera, El Pibe resbala hasta el suelo, abrazado al tronco que lo protegía.
Así nomás, sin aspavientos ni comparsa, en pleno carnaval.
Un silencio sepulcral domina la calle, antes pletórica de matracas y risas. Los agentes se acercan, cautelosos. La gente también, imprudente. Todos miran, presos del mismo estupor.
El pistolero más famoso de la historia argentina yace descalabrado como una marioneta. El hombre ha muerto, el mito se fortalece. Cae la noche como un sudario y el oficial Antequera se pregunta si el disparo fatal provino de su pistola.
Lejos de allí, Ubelindo González lee en el diario LA NACION del 10 de febrero de 1937: El Pibe Cabeza ha muerto. La seccional nº 42 de la Policía Federal informa que Rogelio Gordillo, hijo de chacareros y conocido asaltante, violador, secuestrador, asesino y líder de bandas, fue abatido en un enfrentamiento con la policía, que le venía siguiendo el rastro. El deceso ocurrió ayer en Mataderos, durante el corso de carnaval.
El canillita permanece en recogido silencio al recordar la vez en que se encontró cara a cara con aquel hombre engominado que le dejó cuatro pesos en la mano, para luego llevárselo de rehén a campo traviesa. Y no le alcanzan las piernas para contar, a quien encuentre primero, que él ha conocido al que ahora ocupa los titulares del país.
(NOTA DE LA AUTORA: Rogelio Gordillo era oriundo de Colón en Buenos Aires; al morir el padre la familia se afincó en La Pampa, donde ya dio muestras de mala conducta. A los 18 años baleó a la madre de una novia porque no le permitía verla. Entró varias veces a la cárcel, de donde salía con más ínfulas que antes. Llegó a ser jefe de la banda más temida de los años 30, capaz de usar armamento pesado y varios autos, con un accionar jamás visto. El área era el triángulo entre Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, y abarcaba toda la gama de delitos posibles. Se dice que lo perdieron los celos por una mujer de Mataderos que esperaba un hijo de su sangre. El apellido del oficial que lo mató varía según las fuentes.)
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