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Distintos deportes requieren distintas composiciones corporales para alcanzar su óptimo rendimiento. Y en muchos de ellos, la batalla contra la balanza puede ser cruel. Sobre todo cuando el somatotipo del deportista no es por naturaleza el más apropiado que requiere la práctica en la que se desempeña. Porque aunque se puede mejorar mucho con conducta y entrenamiento, la genética en la mayoría de los casos, delimita un techo. Es por esto que cada atleta, profesional o aficionado, puede aspirar a una composición ideal individual. Y que dos personas llevando a cabo idénticos métodos, no obtengan los mismos resultados. El tema es descubrir cuál es el ideal, o en algunos casos el “adecuado” y posible, para cada uno. Y que esa búsqueda no ponga en riesgo la salud física o mental.
Mi batalla personal con los kilos
Siempre quise pesar menos. De adolescente me veía gorda. Incluso en los momentos de delgadez extrema a costa de dietas rigurosas, creía que me faltaban bajar unos kilos más. Nunca llegué a verme y sentirme lo suficientemente flaca. La realidad es que en ningún momento de mi vida fui gorda, ni cuando alcancé mi mayor peso: 66 kilos.
A los quince llegué a pesar 55, que para mi estructura, es muy poco. Era piel y hueso. A veces me iba a dormir sin comer o cenando 2 galletitas de agua. Además, tomaba pastillas para adelgazar. Todo esto siempre, realizando deporte. Porque desde chica fui una enamorada del deporte. Pero en mi adolescencia mi incansable búsqueda de la delgadez no tenía que ver con el rendimiento deportivo como me sucede ahora. Era una búsqueda netamente estética. Pensaba que estando más flaca iba a estar más linda y me iban a querer más.
Ahora de adulta y con 44 años sigo en la misma batalla, aunque por suerte ya no es tan cruenta, y el foco es otro. Hace 30 años no era gorda pero me veía gorda y quería pesar menos para verme mejor. Hoy no soy gorda, me veo bien, y quiero pesar menos para correr mejor. O al menos eso creo y de eso trato de convencerme, a veces hasta buscando cómplices calificados.
Me hice muchas antropometrías con expertos en nutrición deportiva y siempre arrojaron lo mismo: tengo un cuerpo que no puede pesar lo que pesan las atletas más destacadas en el deporte que practico. Mientras las mejores maratonistas pesan menos de 50 kilos; mi batalla consiste en alcanzar apenas un sub 60. Y aunque deba limitar bastante el consumo de alimentos y bebidas que me gustan para bajar de los malvados “60″; 59 kilos sigue siendo un peso elevado para transportar y correr rápido durante horas. Y no lo digo yo. Lo dicen la ciencia y las estadísticas. Tengo un esqueleto pesado y masa muscular pesada. Eso no es modificable como la grasa, y aunque para la salud y la estética los músculos resultan positivos, para correr largas distancias; no tanto como se piensa. Claro que algo de grasa siempre hay para bajar. Y que también se puede reducir la masa muscular. Pero hasta cierto punto. Porque un esqueleto más grande y pesado, precisa músculos más pesados que lo sostengan.
Mi cuerpo quiere pesar 61. Está cómodo ahí.
Algunos se sorprenden de que con todo lo que entreno, me tengo que cuidar en las comidas. Creen que porque corro mucho, quemo todo. Y no es tan así. Yo aún corriendo cerca de 100 kilómetros por semana, no puedo comer todo lo que quisiera sin engordar. Por un lado porque quemar calorías es mucho más difícil que ingerirlas para quienes amamos comer, y por otro porque un cuerpo adaptado a ciertos estímulos, se acostumbra y ahorra energía, se vuelve más económico y eficiente. Y para consumir lo mismo, debe aumentar la dosis.
Cuando me dí cuenta de que ese sub 60 me estaba costando más de lo habitual alcanzarlo, y que se estaba convirtiendo en una idea fija, busqué ayuda. Lo abordé con mi psicóloga, me hice estudios endocrinológicos para ver si había algo funcionando mal, y volví a la nutricionista y a las mediciones.
No tenía nada mal. Las hormonas estaban perfectas, y la antropometría mostraba números que muchos pagarían por tener: bajo % de tejido graso y alto de tejido muscular, aunque algo se podían mover. También surgieron bastantes cuestiones para ajustar en la alimentación, y me dispuse a hacerle caso a la nutricionista. A ordenarme. En ese proceso estoy ahora, comiendo mejor, no restringiendo calorías donde no debo y sumando carbohidratos buenos cuando hay que sumar. Por ejemplo; comiendo más arroz y fideos y menos golosinas, y tomando casi nada de alcohol. También me relajé un poco y traté de aceptar la idea de que por ahí no es tan determinante para mí pesar menos de 60. Que esa búsqueda quizás me cuesta tanta energía que no compensa el beneficio de los dos o tres kilos menos. Cuando lo entendí y empecé a aceptarlo, pude ordenarme y comer mejor. Sin tantos desequilibrios y privaciones seguidas de permitidos exagerados. Igual, lo que analizo de estos permitidos, es que a diferencia de hace treinta años; no suceden en soledad. Ahora justamente los momentos en los que como más de la cuenta son cuando estoy con gente, reunida, pasándola bien. No cuando estoy sola, tapando angustia o bronca, pasándola mal.
Otra cosa que destaco es que en mis últimas maratones; la que corrí más rápido no fue la que corrí más flaca. Sino mejor alimentada y más serena. Y darme cuenta de todo esto es muy bueno. No se si puedo decir que la batalla terminó, pero sí que estoy mejor posicionada que antes y el peso deseado o no deseado ya no me impide tener una vida feliz.
Si me preguntan si quisiera volver a tener quince o veinte años sin dudas diría que no. Porque esa etapa de mi vida fue nefasta, marcada por un trastorno que lo oscurecía todo. Hoy soy mucho más feliz. Entendí que hay infinidades de cosas más importantes que los kilos. Pero sobre todo entendí, que a mi me pesan más los kilos en la cabeza que en el cuerpo, y que alivianando la cabeza, voy más ligera y mejor, en las carreras y en la vida, sin importar lo que diga la balanza.
“Estar fino” para las carreras, y con poco peso para la danza
La pérdida de peso suele buscarse sobre todo en deportes que necesitan cierta estética como la danza o la gimnasia. También en los que se compite por categoría de peso, donde los deportistas pelean en categorías a veces muy por debajo de su peso habitual, como en el boxeo. Generalmente las peleas se pautan a último momento, obligando al deportista a perder peso de manera rápida y poco saludable, lo que en muchos casos no sólo va en detrimento del rendimiento sino también de la salud, porque se puede recurrir a la deshidratación, en algunos casos extrema, que luego es muy difícil de recuperar sin un impacto negativo. “Estar fino” también es una de las aspiraciones colectivas en los deportes de resistencia como por ejemplo en las carreras de fondo y mediofondo: un peso corporal bajo es determinante para una mejor performance. Es por esto que los maratonistas más destacados a nivel mundial son tan livianos, con porcentajes de grasa corporal bajísimos.
Ahora bien, cuando la naturaleza no premia: ¿se puede hacer una dieta con déficit calórico para perder peso sin perder fuerza para entrenar y competir?
La Lic Carina Lassalle, nutricionista deportiva, explica que todo dependerá de cuánto haya que modificar. Asegura que lo ideal es hacer ajustes en la época de receso de competencias importantes. Que es posible manipular la alimentación tratando de acomodar los macronutrientes en función del entrenamiento. Es decir, optimizando el consumo de carbohidratos en aquellos momentos donde el entrenamiento es más intenso o más largo. Sostiene que será clave evitar consumir aquellos alimentos no tan beneficiosos, es decir apuntar a un mayor control de los “permitidos”. La competencia requiere muchas veces de una carga de carbohidratos sobre todo en deportes de resistencia, por lo cual no es conveniente llegar a esa instancia tratando de modificar la composición corporal.
Lassalle resalta que muchas veces los deportistas acuden a ciertas manipulaciones sin guía profesional en etapas muy cercanas a un objetivo atlético principal y esto termina siendo peor en términos de rendimiento, que el beneficio del descenso de peso. En algunos casos se hace demasiado énfasis en el peso o la estética sin considerar el rendimiento y la salud, y es por esto que en el deporte se dan tantos casos de trastornos de la alimentación, sobre todo en mujeres, que repercuten de forma muy negativa tanto a nivel físico como psíquico.
La Lic concluye en que la búsqueda de la composición corporal ideal deja de ser saludable cuando se transforma en una obsesión, cuando lo único que se tiene en cuenta es el peso y la estética (y ya no el rendimiento), cuando tiene implicancias a nivel orgánico como puede ser en mujeres la amenorrea, o las lesiones recurrentes como las fracturas por estrés, entre otras. En ese momento es determinante buscar ayuda profesional en equipo ya que el nutricionista solo no podrá abordar el problema: será necesario sumar especialistas en psicología y en medicina para encarar los temas clínicos y psíquicos.
Cuando se cruza la línea y se llega a la obsesión: ¿qué pasa con el ayuno?
Es muy importante darse cuenta a tiempo de cuándo el tema empieza a ser una obsesión que ya trasciende el deporte o el rendimiento y se ve reflejado en el día a día: en una excesiva restricción de alimentos y también en una conducta de aislamiento, evitando sobre todo la participación en eventos sociales para no consumir alimentos y/o bebidas que se estimen desapropiados.
Si bien es válido y puede ser beneficioso intentar llegar a la mejor composición corporal posible para el deporte que se practica, no todo el mundo puede llegar a un determinado peso ideal. Muchas veces es importante gestionar algunas manipulaciones que tengan que ver con el timing de la ingesta de alimentos, y mejorar hábitos que no sólo tendrán impacto positivo en el descenso de peso o en la salud sino también en el rendimiento, porque cuando se dejan de lado ciertas conductas no tan saludables, sin dudas se consigue un beneficio.
Las estrategias agresivas como los ayunos o las dietas cetogénicas son herramientas que pueden utilizarse sólo en determinados momentos y en determinadas personas. Por eso es tan importante que la planificación tanto del entrenamiento como nutricional sea individualizada. Hay personas que quizás pueden recurrir a estas estrategias por distintos motivos como por ejemplo al ayuno si se entrena por la tarde y quizás la restricción no tenga mucho impacto en el rendimiento, o porque no se está acostumbrado a desayunar y se puede entrenar en ayunas sin problema en algunas sesiones no tan extensas o intensas. Pero no sería conveniente hacerlo cuando se precisa rendir al máximo. Siempre hay que considerar el contexto completo para decidir qué estrategia usar. Todo puede servir para algunas personas y en determinados momentos. Pero no todo es para todos.
En la búsqueda del peso ideal o mejor dicho, “más adecuado”, como prefiere mencionarlo la Lic Carina Lassalle, es clave dejarse ayudar por un profesional: contar con nutricionista deportivo que acompañe el proceso y pueda guiar a la persona en la toma de mejores decisiones. Esto tiene que ver con implementar las manipulaciones necesarias en los momentos indicados (nunca muy cerca de las fechas de competencias importantes), con cómo manejar la alimentación, con decidir cuándo es conveniente hacer restricciones calóricas, considerando el contexto en que el deportista se encuentra.
Y sobre todo con entender que muchas veces se trata de buscar la composición “adecuada”; y no la “ideal”.