El perro que corre sin las patas traseras
Los primeros desagotes de la temporada son los más bellos. Cuando empiezan, uno ya olvidó cómo era llenarse de agua espesa y barrosa, y llena de olor a cloaca, y entonces todo lo olvidado tiene perspectivas de ser otra cosa, algo mejor, algo mucho mejor. Uno, incluso, tiene la vaga esperanza de encontrarse, en el fondo de esas piletas podridas, con un tesoro. ¿Pero cuál?
El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro decía que nunca hay que volver a la mujer que uno amó ni al lugar donde uno fue feliz. Si bien de esa advertencia no se deduce que sí conviene volver a los lugares horrendos del pasado (en mi caso las piletas podridas), se podría sospechar que, para Ribeyro, era mejor volver a esos lugares antes que marchar a la decepción casi segura que implican los regresos a los lugares felices. Sea como sea, nunca un mal es igual a otro.
Y es así como hoy, al terminar todo mojado y embarrado con el pantano que me tocó en suerte, conozco la intimidad de mi clienta rescatista de perros. Ya termino de limpiar cuando de entre todos los perros que andan dando vueltas por el parque aparece uno blanco y morrudo con un chaleco azul donde se lee el nombre Odín.
-¿Lo conocés a Odín? -pregunta mi clienta.
-No, creo que no.
Me mira raro.
-Si lo conocés, te acordás, miralo. Y al verlo veo que es cierto lo del perro inolvidable: se trata de un perro sin patas traseras, sólo delanteras, que visto al pasar, entre la jauría, por cómo anda, parece uno más; pero no. Digo uno más porque Odín es capaz de levantar su cola y correr apoyado sólo en sus patas delanteras como si las patas de atrás todavía existieran. Una verdadera proeza de la que uno puede esperar algunos pasos, unos pocos metros, para tener que ver al perro, luego, cansado, arrastrando su cola. Sin embargo, Odín corre como cualquier otro perro todo el tiempo que quiere, la cola sin tocar el piso y la lengua afuera de una boca casi sonriente.
Frente a mi sorpresa, mi clienta cuenta:
-Lo encontró un amigo. Estaba tirado al costado de la autopista Buenos Aires-La Plata. Estaba casi muerto y lo salvamos. Hubo que amputarle las piernas. Hizo rehabilitación y ahora mirá.
Se la ve emocionada al hablar de los cuidados a su perro. Y en ese tren emocionado comenta sus planes para el verano. Como la pileta es tan grande y costosa de mantener, le gustaría poder alquilarla por el día, como si fuera la pileta de un club. No es mala la idea. Su único temor es que a la gente no le guste lo de los perros.
-Son veinticinco. Y todos nadan en la pileta, con el calor que hace en verano... A mí me encanta nadar con ellos. ¿Pero a la gente...?, ¿vos qué decís?
Ella es una mujer alta y grandota. Una especie de mujer-oso. Antes de dedicarse al rescatismo de perros debe haber sido profesora de Educación física. Usa ropa ajustada y parece ser muy ágil, a pesar de su gran tamaño. Me mira en busca de respuesta. La imagino nadando entre todos sus perros, abrazada a su perro sin patas, y no sé qué contestar.
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