El pensador del juego
Julio Velasco quería ser filósofo, pero revolucionó el voley mundial con su manera de liderar equipos. Ganador serial, volvió al país para inspirar a los argentinos dentro y fuera de la cancha
En el país de Emilio Salgari, todo el mundo respeta al platense que en su infancia leía a Sandokán. "Para conducir equipos, a veces se aprende mucho más de las novelas que de los libros de teoría", dice el lector del Tigre de la Malasia. Lo mismo le pasa en Teherán. En el sitio Web de la agencia de noticias Tasnim, una foto de su última conferencia de prensa como entrenador de la selección de voley iraní lo muestra soplando enérgicamente las velitas de su cumpleaños 62°, rodeado de gente que destila afecto. Lo dijo el gran Pep Guardiola: "Hay un entrenador, un argentino llamado Julio Velasco que revolucionó el voleibol en Italia porque ganó absolutamente todo. Yo quise conocerlo…, y aprendí de él".
Sesenta y dos años, hijas en Italia, tantos –pero tantos– trofeos a cuestas (ver Aburrirse, jamás) y el ego siempre en el mismo sitio; Julio Velasco está de vuelta. Acaba de hacerse cargo de nuestra selección masculina de voley.
Frescos sus recuerdos de juventud, y los amigos de siempre, está contento como en los tiempos en los que en La Plata había decidido estudiar Filosofía. En esa ciudad, donde nació, militó en el Partido Comunista Revolucionario (PCR), trabajó de limpiavidrios en un banco de la calle 8 y fue preceptor en el Nacional hasta que un día lo echaron –casi a patadas– por la ley de prescindibilidad.
Empezó a estudiar Educación Física a los 26. La dictadura lo empujó a mudarse a Buenos Aires. "Mi vieja me venía a visitar. Vivía en Caballito, en avenida La Plata y Rivadavia", recuerda.
Velasco siempre entrenó con sus amigos. En la cancha de parquet ganaban todos los partidos. Pero una vez, cuando tenían 17, se fueron a jugar a Mar del Plata. La cosa no funcionó porque en la arena perdían como en la guerra. Él pensó frente al mar que había que erradicar lo que ahora llama la teoría de las coartadas:
–Perdíamos y le echaban la culpa a la arena porque no era igual que el parquet. Yo decía: Si jugás en la arena, tenés dos posibilidades: te adaptás (y saltás como se salta en la arena, donde la carrera es más corta) o no jugás. Lo que no podés hacer es jugar en la arena como si fuera parquet.
La filosofía Velasco es mezcla de vereda y libros. De alta sabiduría, experiencia y bajo perfil. Una sensación viene al cuerpo desde el comienzo de la charla: todo lo que dirá sobre el deporte será útil para cualquier pasaje de la vida.
Fatto in casa
La película italiana era así: los equipos de voley que recorrían Europa viajaban con exceso de equipaje. Pesados baúles en los que no abundaban ni material para entrenamiento ni demasiada ropa. Lo que pesaba eran los spaghetti. En los destinos contrincantes, el kinesiólogo cocinaba y los muchachos eran felices comiendo el menú fatto in casa (también en las valijas había jamón, tomates y otras cosas que los ponían a salvo de las costumbres de otros paladares). A Julio Velasco le había sucedido lo que siempre les pasa a los buenos entrenadores: lo llamaban para entrenar equipos que no ganaban. Cuando llegó a Italia, les dijo a los jugadores que nada de fideos en las giras: a comer lo que había en cada país.
¿Lo logró?
Al principio me decían: Vos no entendés la mentalidad italiana. Yo les explicaba que había que comer para tener energía, para entrenar. Hacer el esfuerzo de entender las costumbres locales, de adaptarse a la dificultad y de ganarle, que es una de las victorias que hay que conseguir. Cuando un jugador dice que no puede recepcionar una pelota porque la luz del estadio le da en el ojo, ¿qué hacemos? ¿Llamamos al electricista, que es el real responsable de que no agarremos la pelota? ¿Decimos que perdimos por culpa del encargado del gimnasio?
Como en el voley en la playa…
Sí. Jugar bien no es intuición, es abrir el file correcto, elaborar y encontrar la solución para el momento y realizarla bien técnicamente. Si vos sos bueno, vas a corregir tus errores de recepción y vas a superar esa dificultad. Las situaciones a las que nos enfrentamos nunca son las que deberían ser. Son las que son. Las dificultades no son impedimentos. Son eso que te sirve para desarrollar anticuerpos. Uno siempre tiene que superar los propios límites. Sacar el registro de conducir a los 45 años, ir al centro en auto y volver contento porque no rompiste ningún espejito, pero hacerlo en lugar de pensar que ya sos grande. Estar dispuesto a aprender. Y bancarte tus defectos para poder modificarlos.
¿Cómo se remonta un equipo que siempre pierde?
Cuando llegué a Italia escuché tantas teorías... Unos decían que perdían porque en las escuelas primarias italianas no se le da importancia a la educación física. Otros tenían la idea de que los italianos no se concentran como los rusos, por ejemplo, que son buenos en el ajedrez y no tan buenos en el fútbol.
¿Y cuál fue su diagnóstico?
Simplemente, pregunté: Muchachos, ¿no será que perdemos porque jugamos mal al voley?
Imposible no hacerse cargo.
Es que somos todos campeones del bar, del café, pero en la cancha hay que resolver. No hay tiempo de tomar cafecito.
¿Nos pasa sólo a los latinos?
Te pasa lo mismo dirigiendo en cualquier lado. A veces me molesta la gente que se sorprende demasiado. En Irán discutíamos las mismas cosas. Siempre te vas a encontrar con el no puedo, no me sale. ¿En Irán no se puede ser preciso? ¿Vos viste esas mezquitas tan perfectas que construyó esa cultura?
Velasco dice que siempre trabajó "de convencer a la gente". Odia las computadoras porque no las puede convencer. Al principio, cuando se le bloqueaban, llamaba a una de sus hijas. Ella le decía lo que dicen las hijas: Papá, es fácil. Correte y dejame a mí. De eso Velasco sacó conclusiones para manejarse en la cancha con los jugadores: "No hay cosas fáciles o difíciles, sino cosas que alguien puede o no puede hacer. No sirve correr a un lado a un jugador, decirle dejá que lo hago yo; eso no aporta nada y hace sentir al otro como un idiota".
Los agrandados
Limpiar vidrios en un banco de La Plata no era desagradable. La bronca venía cuando los clientes empujaban la puerta con los dedos en lugar de usar el picaporte. A Velasco le molestaba eso de que la gente no se pusiera en el lugar del otro. "Liderar es, en parte, ponerse a aprender algo nuevo para estar del lado de los que limpian", dice ahora.
Eso requiere, además, una gran dosis de humildad. ¿Aplicamos los argentinos?
Los argentinos no somos agrandados. Lo que pasa es que no nos damos cuenta de que las cosas buenas que tenemos nosotros también las tienen otros. Acá hay talento, afuera también. Eso nos pone en igualdad de condiciones en la competencia. No es suficiente hacer las cosas bien. Otro las puede hacer mejor, y entonces nosotros perdemos. Las cosas hay que hacerlas mejor que los demás. La mentalidad ganadora se consigue ganando. Y cuando ganás, el problema es cómo seguir siendo ganador. Habitualmente vemos ciclos breves de equipos ganadores, y luego el panorama cambia. No es que la gente no quiera seguir ganando, sino que cuando pensás bueno, ya estamos bien, al lado hay otro que perdió y está esforzándose para avanzar.
Pasa en todos los ámbitos, no sólo en el deporte. De hecho, usted da charlas en empresas sobre liderazgo y trabajo en equipo.
Sí. Antes, un empresario hacía todo bien y estaba tranquilo. Hoy, la competencia es tan grande que si no lo hacés mejor, el futuro no te lo asegura nadie.
Entonces, ¿contra quién conviene jugar?
Contra los mejores. Eso te ayuda a ver qué diferencias tenés con ellos, y cuánto te podés superar. Y después, analizar las victorias como si fueran derrotas para esforzarte y ver cómo seguir mejorando.
Teléfono: Pep
En la lista corta de anécdotas que podrá contarles a sus nietos, Velasco anotó sus encuentros con Pep Guardiola. El catalán lo llamó cuando jugaba en el Brescia y repitió cuando ya era el consagrado DT del Barcelona. Hablaron de todo. Velasco le dijo que "cada jugador tiene una tecla que hay que saber apretar" y que había que abandonar la idea de que todos merecen el mismo trato, porque algunas personas necesitan charlas largas y profundas, otras no quieren hablar fuera del entrenamiento y están los que no pueden dialogar sin tomarse un café. Que los entrenadores dependen de los que juegan, no al revés, y que por lo tanto hay que ser cuidadoso en el trato, en la manera de conducir hacia donde uno quiere ir. Después del segundo encuentro, Pep le pidió opinión sobre cómo seguir con un equipo cuando gana. "Tuvimos una buena charla, le dije lo que opinaba y a los pocos días se fue Thierry Henry."
Usted ha afirmado que el trabajo en equipo no es un asunto de ideología ni romanticismo.
Así es. Hacer un trabajo en grupo no es una cuestión ética. Es tener un método y llevarlo a la práctica. En un equipo hay roles, y no vas a encontrar cosas libradas a la buena voluntad. Están los mejores, que son los mejores para ese equipo en particular. Cuanto más establecidos estén los criterios del método, menos conflictividad habrá.
¿Cómo es eso en la práctica?
En la práctica, eso es que a esa pelota vas vos, y listo. El de al lado hace otra cosa. Y a la vez, juegan juntos.
¿Qué hace un líder frente a un nuevo equipo?
Primero tiene que hacer un diagnóstico, mirar lo que hay. Y establecer prioridades. Cambiar diez cosas a la vez genera poco entusiasmo y no se ven los resultados. Un líder tiene que producir saltos de calidad, no simples mejorías. Hacer que el agua se haga vapor, pero no poner a hervir una olla de 3 litros para que las burbujas se hagan mañana. Si promovés un cambio verdadero generás entusiasmo y hacés que un jugador se transforme en otro nivel de jugador.
Usted fue dirigente de la Lazio y el Inter. Pero a Silvio Berlusconi, que lo propuso para integrar el cuerpo técnico del Milan, le dijo que no. ¿Él lo llamó directamente?
No. En una conferencia de prensa durante la campaña electoral le preguntaron si aspiraba a que Velasco fuese al Milan, y él dijo que sí, que quería que yo estuviera ahí junto con dos ex futbolistas que me acompañaran en el banco.
¿Por qué no aceptó?
Tengo otro concepto de las cosas. Él piensa que alguien capaz y con carisma, puesto en determinadas condiciones, funciona. Yo creo en la especialización: si no sabés del asunto, el carisma se diluye.
Más allá de lo deportivo, ¿cómo fue la experiencia en Irán?
Interesante. Buena gente. Educados, respetan mucho a la familia y tienen algo fuerte con las investiduras. En el comedor del club no me dejaban ponerme en la fila para servirme la comida porque era el entrenador y tenía que estar siempre adelante. Es otra cultura. Son muy buenos en el arte de ponerse de acuerdo. A diferencia de lo que se ve a veces en su política exterior, los iraníes negocian mucho antes de generar un conflicto. Después están las costumbres, todo es diferente. Las mujeres son mayoría en la Universidad, pero al mismo tiempo no quieren que las chicas vayan a la cancha porque ahí dicen malas palabras. La religión tiene mucha fuerza. Para los católicos, la mujer es María, la madre de Jesús, la que cuida a la familia. En el islam es la hermana de Mahoma, a la que tienen que cuidar y proteger. Respetan mucho el Corán. La diferencia es que en Occidente los reyes les ganaron a los papas…
De todos modos, calculo que entrenar con jóvenes es lo mismo en cualquier lugar del mundo.
Sí. Hay que adaptarse a las culturas, pero en todas hay que tener una disciplina, ser coherente (y parecerlo). A los jugadores les doy más vacaciones que otros entrenadores, pero también entreno más tiempo. Entiendo las situaciones particulares, las del tipo que tiene una novia en otro lado y necesita unos días para ir a verla.
Lo ingobernable
¿Le interesa la política tanto como en su juventud?
Claro. Aunque no creo que sea momento de hablar sobre mis ideas. Tengo una posición institucional, entreno a la Selección.
Está bien. Pero, ¿cómo ve el país?
El que llega siempre ve las cosas mejor que el que vive todos los días acá. Esa es mi sensación.
¿Y sus amigos de la infancia?
Cuando yo era joven, todos mis amigos eran antimilitares. Ahora, por primera vez tengo que estar atento a quiénes pongo en la misma mesa. O sos anti o sos pro.
La idea de cambiar el mundo, ¿ sigue ahí?
Antes pensaba que se podía. Ahora, al menos, siento el deber de resistir, de no aflojar. Y de no perder las ganas de crear microcosmos culturales.
¿Algo que le de miedo?
La jubilación. No quiero dejar de hacer cosas.
¿En qué pone su energía cuando no está en el trabajo?
En estar con amigos (sobre todo los argentinos), y la familia. Leer. Leo mucho y compro libros en cantidad para regalar. Les regalo a los jugadores (aunque nunca les pregunto si los leyeron), sobre todo de escritores latinoamericanos.
¿Y la música?
Me gusta todo. Cuando veo partidos de voley, les quito el audio y pongo un disco. Ahora estoy escuchando a De André (Fabrizio).
¿Escucha y canta?
Una vez tuve que cantar en una radio. Fue cuando estaba en la Lazio. Me estaban haciendo una nota, pasaron un audio y dijeron que era Eriksson (Sven-Göran, el DT de la Lazio) tarareando una canción en sueco que había prometido que cantaría si perdía una apuesta, que efectivamente perdió. Me dijeron si yo era capaz de prometer que si la Lazio ganaba siete partidos seguidos, cantaría un tango… Y ganó. Me compré un CD de Julio Sosa porque me pareció que andaba bien mi voz en su tono. Lo puse en el auto todos los días hasta aprendérmelo bien. Canté y cumplí la promesa. ¡Hasta llamó un uruguayo a la radio, emocionado, para agradecer!
¿Volvió muchas veces a la Argentina desde que la dejó?
Muchas. No tengo autonomía mayor a un año fuera de acá.
Cuando uno vive en Italia, ¿se ahorra un poco la nostalgia?
La nostalgia gastronómica y la de tus amigos son inevitables.
¿Gastronómica?
Sí. Recuerdo una anécdota muy graciosa. Una vez dije que la pizza argentina era inigualable. En el final de un partido, en lugar de preguntarme por el resultado, un periodista me increpó: "¿Es verdad que usted dijo que la pizza de su país es mejor que la italiana?" Y argumentó que yo decía eso porque estábamos en el norte, que a ver si me animaba a afirmar lo mismo en Nápoles…
¿Por qué volvió?
Ahora puedo darme el gusto de dirigir acá, incluso aunque gane menos dinero, de salir al mundo con la Selección . Y para devolver, sobre todo, la educación gratuita que recibí en la Argentina.
A casi dos horas de haber comenzado la entrevista, Velasco habla de Borges, de las tres veces que leyó Rayuela, de Cortázar; de Norberto Bobbio y de las dificultades que tienen los políticos para gobernar en un mundo en que la economía está en crisis. Es un ídolo particular: agenda apretada y baja ansiedad por terminar la charla, ningún problema en saltear el almuerzo y comer una tarta al paso, posar para las fotos. Había advertido al comienzo que "el cerebro traiciona" y es vano evitar que se le escape el italiano en alguna afirmación. En ese idioma, pide deliberadamente que lo que se escriba sobre él conserve un "perfil bajo, ti raccomando". Esta noche, como todas, la sabia naturaleza lo regresará al origen: cuando está cansado y a punto de dormirse, el maestro Velasco sólo piensa en español.