Es uno de los más lujosos del mundo. Cerró prepandemia sin saber lo que venía para reformarse por completo. Acaba de abrir con lujos multiplicados.
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Desde fuera es un cercado terracota que se sumerge en el escenario perfecto de Marrakech donde se derraman las toneladas de Santa Rita que desgranan un rosario de flores fucsias. Enclavado en un boulevard repleto de palmeras que desemboca en la Plaza de Jamaa el Fna, el centro neurálgico de la medina, La Mamounia era uno de los sitios preferidos del mítico Winston Churchill, quien la apodaba “el París del Sahara”.
Es un sitio que ha cautivado al jet set internacional por décadas y ha sido la puerta de entrada para que muchos de ellos que hoy poseen su propia casa en la ciudad roja. Apenas a dos horas de Europa, es el patio de atrás de los famosos que, como los fundadores de Bulgari, o Yves Saint Laurent decidieron montar allí su propio Riad en la Medina, luego de entrar por la puerta más grande de la ciudad: el hotel que se niega a ponerse estrellas.
Un jardín como obsequio de bodas
El exotismo de La Mamounia ha sido parte de la historia de Marruecos por el último siglo. Todo comenzó cuando en el siglo XVIII el sultán Sidi Mohammed Ben Abdellah le regaló a su hijo, Moulay Mamoun, un parque de 3 hectáreas como obsequio de bodas. El sitio era un un oasis de jardines, justo detrás de la Kasbah de la ciudad. Afanosamente construidos como vergel en medio de las inclemencias del desierto. Bajo lo frondoso de la vegetación se celebraron fiestas continuas que se transformaron en lo más célebre de la ciudad. El hotel se construyó en eso terrenos en 1923. Así el edén de Mamoun se transformó en La Mamounia, un epicentro pensado para el lujo más epicúreo de las élites.
Preparándose para su centenario y sin prever la pandemia que nos azotaría, el hotel decidió cerrar sus puertas en 2019 para encarar una reformulación completa que lo pone, otra vez, en el concierto privilegiado del exotismo más acérrimo.
El ingreso sigue siendo modesto, aunque las levitas marroquíes del personal que presto recibe y acompaña al visitante, deja una seña humilde de las onomatopeyas que esperan al entrar.
El estilo se le debe a la firma de diseño parisina Jouin Manku. No fue fácil para el equipo repensar un sito legendario sin repercutir en su espíritu. El propio Manku recuerda que “muchos arquitectos diferentes han estado involucrados en la historia de La Mamounia y sus trabajos todavía son visibles. Eso es lo que nos gustó: la mezcla de estados de ánimo y estilos. Hay muchos secretos y sorpresas”.
El plan de los profesionales se basó en una frase de “Il Gatopardo” de Giuseppe di Lampedusa: “todo debe cambiar para que todo siga igual”. Con esas prerrogativas se apostaron a revivir los restaurantes y las áreas públicas de un sitio que deja sin aire al entrar y donde el reloj se adormece. Cada espacio renovado ofrece una experiencia única, pero todos se complementan.
Que sea modernamente marroquí
Para la puesta los diseñadores crearon muebles, lámparas, alfombras, armarios, cómodas, dressoires y elementos extraordinarios (que así decidieron llamar por su mezcla de arte y sorpresa). Por ejemplo, en el Salón de Thé inspirado en la experiencia tradicional marroquí de la infusión que ha hecho legendaria el chef pastelero Pierre Hermé, una araña gana todo el protagonismo de la estancia. Creada por Jouin Manku, producida por Lasvit, pende sobre una fuente en el centro del espacio, con la idea de una bola de espejos suntuosa, rica y con reflejos fascinantes.
Para replicar aquella artesanía antiquísima del azulejo de patrones geométricos construido a mano por pequeñas piezas ensambladas de a una, recrearon opciones frescas, siempre de impronta árabe, gracias a las posibilidades que ofrece un software de diseño llamado Catia. “Siempre tenemos un pie en el pasado y el otro en el futuro”, destaca Manku.
Mezcla de influencias exóticas
En L’Asiatique, uno de los restaurantes emblema del hotel, se abogó por sostener una cálida sensualidad. Aún guarda los sabores el techo original, aunque se sumó una decoración y nuevo mobiliario ensamblado bajo un criterio hábil que esconde la modernidad entramada con el origen. A la par, respetando el espíritu de su cocina, a la base marroquí se le incorporaron con equilibrio una mezcla de influencias chinas, japonesas y tailandesas en laca negra y telas azul profundo. “Los grandes faroles de tela flotan en el espacio, como por arte de magia”, revela Manku.
Por su parte, sumergido en una paleta osada oro y cobre, el restaurante L’Italien, se reinventa con un aire de jardín de invierno que, con sus ventanas como marco, sumergen a los comensales, en la enorme vegetación de los jardines que entra a la sala como pinturas a mano que cambian cada día. Esta experiencia culinaria se acerca más a la cocina de casa, por ello los espacios de preparación son protagonistas en el centro del salón. Los cocineros son la clave del espectáculo, alumbrados como por focos con una gran araña encima.
“Un hermoso fresco hecho de azulejos representa todas las especies vegetales que los huéspedes pueden encontrar en el jardín”, completa el estilista Para el Churchill Bar, Jouin Manku reservó la construcción de la intimidad un espacio amplio pero acogedor, con un bloque de mármol negro esculpido en el centro y una composición que le hace un guiño al pasado con los míticos viajes en tren. “Parece el Orient Express -afirma el estilista-. Las pequeñas lámparas verdes dan un toque inglés que recuerda a aquellos destinos emprendidos a principios del pasado siglo”.
Lujo por doquier
La piscina es extraída de las mil y una noches. Un tempo donde el mármol compite con la presencia del azul del agua, un reflejo perfecto del cielo. Con una barra curva en piedra de lava esmaltada alrededor de una fuente azul y rematada con una lámpara de araña hecha de tela y latón.
“La Mamounia se trata de alegría y generosidad -explica Jouin-. Es mi primer proyecto en Marruecos, pero espero volver muy pronto. Amamos la historia, la cultura y el arte increíble”.
Alojarse en La Mamounia es una sucesión de experiencias únicas. Aunque parezca una incongruencia, al trasponer el ingreso la vida se vuelve más sencilla. Unos dátiles, sabores ancestrales, un Marruecos pintado como en los antepasados y el lujo inconmensurable que jamás es grosero, mientras la hora dorada de la tarde se acomoda en la poltrona frente a la piscina y suena una vez más el llamado a la oración. Así, Marruecos se reinventa dentro de un palacio que aspira a ser un destino en sí mismo.
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