Desde 1911 son el referente en su rubro y el lugar donde todos pueden encontrar el modelo necesario; un dato para tener siempre a mano y una historia para conocer y disfrutar
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La vidriera está repleta de escobillones, brochas para afeitar, plumeros y cientos de cepillos artesanales de distintos tamaños y colores. Hay desde minúsculos (ideales para limpiar la bombilla del mate), hasta gigantescos, para limpiar techos o incluso para pintar las escenografías del Teatro Colón. A tan solo metros de la Avenida Corrientes, sobre la calle Rodríguez Peña, se ubica “El mundo del cepillo”, un curioso negocio que ya cumplió más de un siglo en el barrio.
“Desde 1911″, se lee en el alargado cartel de color rojo, letras blancas y filete porteño. Al ingresar al local se aprecia el aroma a cerda natural y madera, materiales en los que están fabricados artesanalmente la mayoría de sus artículos. “Buenas tardes, en qué la podemos ayudar”, consulta con simpatía Eugenia “Jenny” Markman, de 79 años, con una prolija camisa floreada azul y anteojos en composé, detrás del mostrador de madera. La clienta, una joven de treinta y pico, le señala el llamado “Escobillón Bigote” y un cepillo redondo para masajes. ”Enseguida se los preparo”, le responde. Aquella tarde está concurrida: sobre la calle Rodríguez Peña 321 se formó una pequeña cola de tres habitués. Una de ellas es Silvia Quesada, una coqueta señora de 81 años, que fue en busca de varios trapos de piso: “Vengo hace más de 20 años porque encuentro todo lo que necesito. Desde escobillones grandes, trapos a medida y plumeros. Soy clienta de toda la vida, los conozco a todos por su nombre”, asegura, orgullosa. Como Silvia son muchos los parroquianos que eligen los cepillos de la familia Ejtman.
De Praga a Avellaneda: los 101 años de Don Jaime
La historia de Casa Ejtman, que con los años bautizaron “El Mundo del cepillo” por su gran variedad de productos de esta categoría, comenzó en 1910 cuando Don Jaime Hejtman, emigró de Praga hacia Argentina en busca de nuevas oportunidades. Se embarcó en un navío y junto a sus maletas trajo un antiguo oficio bajo el brazo: la elaboración de pinceles y cepillos artesanales. Al llegar a Buenos Aires los oficiales de migraciones por error le cambiaron el apellido. El joven se instaló en el barrio de Avellaneda y allí montó un pequeño taller con producción artesanal.
Un año más tarde, abrió su propio local con venta al público en Bartolomé Mitre 1717 (entre Callao y Rodríguez Peña). “En esa época la fabricación de cepillos convivió por mucho tiempo con una actividad paralela: el acopio y venta al por mayor de cera virgen de abeja, plumas de avestruz y cerdas”, cuenta Jenny, la esposa de Silvio, el nieto de Don Jaime. Ella es abogada de profesión, pero desde 1985 comenzó a dar una mano en el negocio familiar y hoy, ya son parte de la tercera generación al frente del tradicional local. “Jaime era un personaje muy conocido en el Mercado de Frutos del País de Avellaneda, donde se proveía de esos materiales. Varias de las marcas de cera para pisos más conocidas eran sus clientes. A ellos se agregaban los artesanos, sobre todo italianos, que seleccionan el material para sus plumeros”, agrega. En la década del 60, se mudaron a su ubicación actual y desde entonces conservan su antiguo frente y vidrieras originales.
Con el boca a boca y sus slogans originales, entre ellos: “El mundo del cepillo y cepillos para el mundo” o “Nuestra tradición es europea, nuestro compromiso es con la Argentina”, sus productos insignia acompañan desde hace décadas la limpieza de los hogares y edificios porteños. Don Jaime fue un hombre longevo, vivió hasta los 101 años. Luego, lo sucedió su hija Dora o “Dori” como le decían cariñosamente, una mujer simpática y con grandes cualidades para atender a los clientes. Una de las empleadas históricas la recuerda con gran afecto. “Ella nos enseñó a todos. Era una genia y la capitana del equipo. Para mi el local es como mi segunda familia”, cuenta Karina Di Spalatro, quien arrancó a trabajar en el 2005. “Cuando entré por primera vez no podía creer la cantidad de variedades de cepillos que hay. Con el tiempo, fui aprendiendo. Acá es primordial saber para qué es cada uno y aconsejar a los clientes con sus necesidades”, afirma.
Cómo hacer un cepillo
Aquí la gran mayoría de los artículos son artesanales y elaborados con pura cerda natural y vegetal. Las más utilizadas son de clina de caballo, fibra de pita y la de palmira. “Los realizan hijos y nietos de artesanos italianos de la época de Don Jaime”, cuenta Jenny. El proceso es metódico: cuidadosamente seleccionan la madera adecuada, luego la cortan a su medida, cosen (a mano) las fibras y , por último, pegan su correspondiente tapa.
En los rústicos estantes de madera y antiguos mostradores exhibidores de vidrio hay, prolijamente acomodados y colgados, cepillos para distintos usos: personales, domésticos e industriales. “Quien busque una brocha de afeitar inglesa de puro pelo de tejón, un fino cepillo para ropa de manufactura artesanal o un cepillo para limpiar la parrilla, sabe que aquí lo va a encontrar”, asegura. En su mano sostiene una de las estrellas de la cuarentena: uno redondo de fibra de pita mexicana para el cuerpo. “Toda la línea ecológica para masajes corporales son algunos de los más solicitados”, coincide Karina. La amplia variedad de modelos continúa: para bañarse, para peinar el brushing, de ropa (para quitar las pelusas), de calzado, limpiar los platos y hasta los llamados “panaderos”, que se utilizan en las panaderías o fábricas de pastas. Hubo una época en la que también realizaban unos especiales para los deshollinadores. “Ahora vienen muchos jóvenes a buscar el cepillito para la limpieza de la bombilla de los mates. También en los últimos años nos han encargado para las botellas de cerveza artesanal”, dice.
Se lucen colgados en el techo escobillones (de todos los tamaños), plumeros artesanales y cepillos tubulares (para laboratorios e instrumental médico). En otros estantes hay variedad de artículos de limpieza. Como era tradición en lo de Don Jaime, en el fondo del local tienen los recipientes de madera repletos con cera virgen. “Se acercan muchos clientes de peluquerías y centros de depilación en busca de la fórmula con parafina y resina colofonia”, cuenta Jenny. A su lado, se mantiene estoica una antigua mesa de madera y una balanza Molero. “Un día vino un señor de 50 años, nos pidió permiso para ir al fondo y cuando vio que estaba la misma mesa de siempre se emocionó porque nos dijo que el padre lo traía de chiquito al negocio y lo sentaba allí para que no hiciera lío”, rememora Kari.
Los famosos que tuvieron el dato preciso
En el local atesoran anécdotas de todas las décadas. En un cuadernito tienen anotados diversos recuerdos y pedidos extravagantes de algunos de sus clientes: un cepillo para peinar las muñecas; una escoba chiquita para quitar la arena antes de subir al auto; hasta de una clienta que tenía un TOC por la limpieza y todas las tardes pasaba a buscar un escobillón nuevo para su hogar. También han pasado celebridades, entre ellas el capitán y explorador marítimo Jacques Cousteau, quien visitó la tienda en busca de un cepillo para quitar de la cubierta del Calypso los restos de un tiburón. Hace algunos años los visitó el nieto del artista Alexander Calder, quien quedó fascinado con el negocio. “Le gustaba coleccionar cepillos y se llevó varios”, recuerdan. La producción de la compañía inglesa de percusión y teatro “Stomp”, en su paso por Buenos Aires también le solicitaron escobillones para su show. “Por la zona en la que estamos ubicados vienen muchos artistas”, asegura Kari. Entre sus habitués estaban el actor y director de teatro Alfredo Alcón y la cantante Nati Mistral. También los han visitado León Gieco, Graciela Pal, Catherine Fulop. El juez Norberto Oyarbide, los solía llamar por teléfono para encargarles plumeros. Actualmente, sus artículos también suelen ser solicitados para las escenografías de distintas obras y teatros porteños; consorcios, hoteles, restaurantes y oficinas.
“¿Cuántos cepillos hay en el pequeño local?”, se le consulta a Jenny. “Cientos…imposible poder nombrarlos a todos. “Si el que solicita el cliente no se encuentra en stock, nuestros artesanos los arman a medida. Cada vez aparece una nueva necesidad o curiosidad”, concluye.
“Hasta luego señora, me alegro de verla bien”, se despide Silvia con su pedido. Jenny, amablemente la saluda y comienza a acomodar la estantería con los cepillos para bañarse, un modelo tan histórico como el local y, sin dudas, uno de sus favoritos.
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