"A las cinco en verano, a las seis en invierno, infalible, fatal, como la marcha de un astro, la maldita campana empezaba a sonar". Miguel Cané, ex alumno, político y escritor, reflejó en Juvenilia el palpitar de un Colegio Nacional de Buenos Aires que educó a esas generaciones de hombres notables que fueron forjadores de la historia de una nación. Escribió con conocimiento de causa. Él fue uno de los miles de alumnos que pisaron esas baldosas centenarias. Plasmó con precisión el pulso de una vida estudiantil esforzada, de reglas rigurosas. Algo, mucho, de todo eso, aún se respira en los pasillos y claustros de esta institución de inflexible academicismo cobijada en el imponente edificio que es uno de los baluartes arquitectónicos de la ciudad.
Cada jueves y sábado, siguiendo los pasos de Cané por claustros y salones especiales, el viaje iniciático es posible y sin necesidad de pertenecer a la institución. Las visitas guiadas al Colegio Nacional de Buenos Aires son un verdadero atractivo para los que les interesa husmear en esa ciudad del tiempo aquel. Un recorrido que se va enhebrando entre datos, anécdotas, el recuerdo de los insignes que pisaron esas losetas y las características físicas de un monumento arquitectónico de notable valor. "Los alumnos tienen un amplio sentido de pertenencia con este lugar, el Nacional Buenos Aires no es un colegio más", explica a LA NACIÓN Lucas Canali, guía experto que acompaña a los visitantes en cada recorrida por el histórico solar que linda con la Iglesia de San Ignacio de Loyola y fondea con la Manzana de las Luces, conjunto arquitectónico colonial construido por los Jesuitas a fines del siglo XVll. "El Colegio Nacional de Buenos Aires forma parte de ese conjunto histórico fundacional, aunque ha sufrido varias transformaciones", explica el guía que, como ex alumno, sabe lo que significa ser parte de este sitio de valores tangibles y emocionales.
El frente con techo a la mansarda anticipa una experiencia enriquecedora. Ascender los peldaños de la imponente escalera que parte del umbral de Bolívar 263, a tan solo doscientos metros de la Plaza de Mayo, es iniciar un camino en la historia, un ir hacia los tiempos fundacionales de una ciudad y un país, con deseos de independencia y bonanza. De hombres y mujeres formados que, en la severidad de la academia, fueron referentes excelsos en diversas disciplinas científicas e intelectuales. Alcanzar el último escalón, y atravesar el pórtico principal, es encontrarse cara a cara con un pedazo vivo de la historia y con un presente que sigue construyendo ilustrados con vistas al futuro.
Luego de realizar el recorrido, prácticamente no queda rincón por descubrir. "Tratamos de organizar un paseo bien completo donde se pueda apreciar el valor del edificio, repasar los puntos salientes de cada época y orientar sobre el funcionamiento del colegio actual", enumera el guía.
Abrazar la historia
"Estudiábamos seriamente en el Colegio, sobre todo los tres meses que precedían los exámenes, en los que el gimnasio y los claustros perdían su aspecto bullicioso, para no dejar ver sino pálidas caras hundidas en el libro, pizarras llenas de fórmulas algebraicas, y en los rincones, pequeños Sócrates…", rememoraba Miguel Cané en su Juvenilia. Y algo de eso es lo que se puede observar en la visita de los jueves, diferentes a la tranquilidad de los sábados menos poblados.
Más allá del ampuloso vestíbulo central, abrazado por escaleras de mármol de carrara y que luce una columna del edificio original del 1800, se accede al Claustro Central separado por los pórticos de madera y vidrios repartidos: "Este es el lugar donde los alumnos realizan las asambleas del Centro de Estudiantes. Además, es el espacio de participación política porque el colegio siempre acompañó los movimientos del país", explica el guía. Referencias a diversos partidos políticos se plasman en las paredes. Una imponente gráfica titula: "Nunca Más el silencio" junto al rostro de los alumnos desaparecidos o detenidos víctimas del terrorismo de Estado.
"Tuvo varias denominaciones. La de mayor peso específico fue Real Colegio de San Carlos, fundado en 1772, en honor al Rey Carlos lll de España. Estamos hablando de la época colonial y de la institución en la que se educaron los revolucionarios de Mayo. Funcionaba en la Manzana de las Luces, pero no en este edificio", aclara nuestro joven guía que no duda en rememorar a cada paso sus tiempos, nada lejanos, de estudiante de esta casa.
Se denominó, desde 1818, Colegio de la Unión del Sud. En 1821, se estableció la Universidad de Buenos Aires y, dos años después, bajo la tutela de esa casa de estudios, se comenzó a denominar Colegio de Ciencias Morales. Eran tiempos de disciplina muy rígida. Entre sus alumnos se contaban Miguel Cané, Esteban Echeverría, José Mármol y Carlos Tejedor, entre otros ilustres de la denominada Generación del ´37. Por aquellos tiempos, Domingo Faustino Sarmiento se lamentó de no haber sido becado, tal lo dejó sentado en sus Recuerdos de Provincia. Colegio de los Jesuitas fue la denominación previa a la de Colegio San Ignacio. Los Jesuitas llegaron de la mano de Juan Manuel de Rosas, quien también los expulsó por considerar que conspiraban junto con los Unitarios. El colegio sufrió clausuras y fue termómetro de los vaivenes políticos y sociales de un país con ADN ajetreado y dividido. Hasta funcionó como cuartel cuando la realidad lo imponía, como sucedió en 1810. Finalmente, ya con el país unificado, el 14 de marzo de 1863, mediante un decreto, el Presidente de la Nación Bartolomé Mitre funda el Colegio Nacional de Buenos Aires. A partir del decreto del 4 de noviembre de 1911, firmado por el ex alumno y entonces presidente Roque Sáenz Peña, el colegio se incorpora a la órbita de la Universidad de Buenos Aires.
Afuera del Buenos Aires, como se lo conoce popularmente, el ritmo de la ciudad es intenso. Adentro, se percibe más calmo, a pesar de estar habitado por parte de sus 2000 alumnos y 500 miembros que integran el personal docente y no docente. "En algún tiempo, tenía la modalidad de pupilaje, pero solo eran aceptados los alumnos que tenían doble apellido español. Por eso, Mariano Moreno era uno de los alumnos que no podían quedarse a dormir", explica el guía dando pinceladas de una dinámica pasada que bien radiografía aquel acontecer del país.
El monumental edificio actual fue proyectado por el arquitecto francés Norbert Maillart, un ícono del Academicismo. La piedra fundamental data de 1908, pero en 1938 se dieron por culminadas las obras. Pertenece a la École des Beaux-Arts parisina en una versión monumentalista. El arquitecto también es el responsable del Palacio de Tribunales y el Palacio de Comunicaciones, popularmente llamado Correo Central, actual sede del CCK. "Si se observan las fachadas de ambos edificios, se encontrarán muchas similitudes", explica el guía.
Carlos Saavedra Lamas y Bernardo Houssay, ambos coronados con el Premio Nobel, fueron egresados de la institución. Jefes de Estado como Carlos Pellegrini o Marcelo Torcuato de Alvear y miembros de la Corte Suprema de Justicia fueron educados aquí. Más acá en el tiempo, Hernán Lombardi, Axel Kiciloff y Martín Lousteau son algunos de los alumnos que cobraron trascendencia por su participación en la vida política. En 1959 pasó a tener una modalidad mixta, pero hasta ese entonces, solo algunas pocas mujeres pudieron cursar sus estudios, sobre todo las interesadas en Medicina y Farmacia. Enhorabuena, los tiempos cambiaron. De hecho, hoy, este colegio pre universitario tiene a la licenciada Valeria Bergman como Rectora.
Un paseo fascinante
Una vez que se deja atrás el Claustro Central, se accede al patio descubierto, donde el mirar hacia arriba permite encontrar rápidamente la cúpula del Observatorio Héctor Ottonello. Allá vamos. "Aquí se dicta Astronomía, materia que es obligatoria para los alumnos del sexto año con orientación de Exactas". Pero también se ofrecen talleres específicos. Como no podía se de otra manera, el lugar está muy bien custodiado por un alumno que desborda enamoramiento por esta joya escondida de la ciudad a la que se puede acceder en las visitas guiadas de los días sábados y en la jornada de La Noche de los Museos. Las instalaciones comprenden un aula para las clases teóricas, dos terrazas de observación y una cúpula rotatoria para alojar los instrumentos más grandes como el telescopio catadióptrico de 305 mm de diámetro y 3048 mm de distancia focal.
El recorrido continúa por los amplios pasillos de revestimientos de cerámicas originales y pisos de época. A los costados se emplazan las aulas, la gran mayoría con sus pupitres de madera originales que incluyen el famoso hueco redondo para anclar el tintero. Cada una cuenta con una plataforma elevada donde se ubica el escritorio del docente, concebido en tiempos donde esa disposición también hablaba de rangos.
Mientras avanza la visita muy bien calefaccionada por la caldera central, en el microcine un docente ofrece una charla sobre arte con imágenes de pinturas reconocidas. La sala de proyecciones es espléndida. Butacas de cine y un gran proyector antiguo en la puerta enmarcan este mojón. A unos pocos pasos se encuentra el acceso a uno de los túneles históricos que conectan con la Manzana de las Luces y el viejo fuerte. Acá solo vale imaginar porque no está habilitado su tránsito.
Hasta 1982 en el colegio funcionó un polígono de tiro. "La actividad era obligatoria para los varones que cursaban el quinto año. Se practicaba en tres posiciones. Pero, cuando sucedió la Guerra de Malvinas, se discontinúo la actividad", explica Canali.
El busto de Miguel Cané saluda la marcha. Ahora es tiempo de acceder al formidable natatorio climatizado. "Nadie egresa sin saber nadar", sostiene el guía. El Nacional Buenos Aires le ha dado importancia a los deportes. En el edificio también funciona un espacio con tatamis para practicar judo. A pocas cuadras, en Puerto Madero, se ubica el campo de deportes.
El arte tampoco pasa inadvertido. Además de los múltiples talleres, se dictan materias obligatorias. En una de las aulas, al momento de esta visita, una gradería de coro cobija a los alumnos que escuchan atentos como el docente ejecuta una pieza clásica en piano.
Dos tesoros ineludibles
El edificio de tres pisos y un subsuelo, que es Patrimonio Histórico, cobija una biblioteca que es una verdadera joya por el capital que acuna y por la belleza de sus anaqueles y escritorios de estudio. Ocupa varias plantas coronadas por una cúpula vidriada. El personal especializado luce guantes que permiten manipular aquellas ediciones históricas y frágiles, como los programas de estudio de 1885 o aquel Libro de Viajes de 1511. Entre los 130.000 ejemplares de su patrimonio se destacan las Obras Completas de William Shakespeare en tamaño pocket cocida con hilos dorados, la edición de Juvenilia con ilustraciones de Raúl Soldi, o el Quijote impreso con incrustaciones de marfil.
El otro gran tesoro que alberga el solar de la calle Bolívar es el Aula Magna. Totalmente restaurada, se constituye en el gran salón de actos de graduaciones. En su planta superior, un órgano de 3600 tubos, de 1920 traído de Alemania, aún funciona de manera impecable. Es uno de los tres más importantes con los que cuenta el país. Glorioso punto final para una visita enriquecedora e inolvidable que hasta nos hace sentir parte de alguna página de Miguel Cané.
"El colegio ha sido, y es, cuna de la intelectualidad del país. Por eso las visitas permiten, no solo bucear en los aspectos arquitectónicos tan valiosos, sino también en los valores que se forjan aquí dentro, ya sea desde la historia como desde el presente", concluye Lucas Canali, a quien se le percibe orgullo y pertenencia con este colegio referencial de la ciudad que sigue siendo faro de ideas y que abre sus puertas para ser conocido por todos.
Data
Días y horarios de visitas: Jueves 17.30 horas. Sábados 13.30 horas. Duración: 90 minutos.
Valor del ticket: $50. Para acceder se debe presentar el DNI o CI.
Prohibido ingresar vistiendo musculosas, ojotas o camisetas de equipos de fútbol.
Solo se puede realizar con reserva previa a través de la web.
Contacto: visitasguiadascnba@gmail.com
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