El mundo se vació de nosotros. Y nuestras vidas se llenaron de cosas.
Recuerdo que el día que se decretó el aislamiento, entre la incertidumbre y la voracidad de acopiar información, me la pasé reenviando whatsapps con links: de plataformas que liberaban sus películas, de sitios para bajar libros gratis, de actividades para hacer con hijos e hijas, de canales de YouTube de cocina, de archivos de revistas, hasta notas de intelectuales que ya habían pensado, analizado y vaticinado lo que sucedería una vez que pasara el virus. Me llegaban y yo mandaba, como una autómata fordista con la misión de llenar las horas por venir. Las mías y las de los demás, de lo que fuera.
Los primeros días –después de cocinar, lavar, jugar con mi hijo, hablar por zoom con mis hermanas, con mi madre, con amigas, pasar memes (¿qué sería de nosotros sin ellos?) y responder mil mails del trabajo– me acostaba con la sensación de que no había aprovechado el tiempo para nada. Me sentía frustrada. No había leído una sola página de un libro, no había aprendido a hacer masamadre, ni siquiera había estirado las cervicales. Aprovechar, generar, llenar. Hacer que el tiempo siempre sea productivo. Incluso el ocio: para algo tiene que servir. Darle sentido a todo. ¿Qué sentido?
Por esos días, también, empecé a recibir mensajes de alumnos de la escuela de periodismo en la que doy clases, que me decían que les costaba mucho concentrarse, que apenas podían completar los trabajos que les había encargado. A la segunda semana de aislamiento, en medio de una noche de insomnio, se me ocurrió proponerles que armáramos un cadáver exquisito a modo de catarsis: de manera anónima, en un mismo documento de Drive, podrían escribir lo que se les ocurriera, lo que necesitaran decir. Si se había vuelto tan difícil encontrarles sentido a los días, al menos compartiríamos qué sentíamos en esos días.
Así, casi sin querer, se fue armando un relato polifónico de cuarentena. Esa era nuestra forma de contarlo: desde la intimidad, desde las dudas, desde la incertidumbre, con muchas emociones en común, otras antagónicas. Todos atravesados por lo mismo, cada uno con su propia mirada.
En todas las redacciones periodísticas del mundo se estaba hablando de lo mismo, pensando en lo mismo, preguntando lo mismo
¿Cómo lo estaban contando en el resto del mundo? Cuando hicimos la reunión de sumario de este número –por videoconferencia, por supuesto, con cameos de nuestros hijos, mascotas y parejas– repasamos las tapas de las principales revistas internacionales. El planeta detenido, calles desiertas, ciudades desiertas, médicos en primera plana, el virus en primera plana, barbijos, Trump cegado con barbijo. Obviamente, en todas las redacciones periodísticas del mundo se estaba hablando de lo mismo, pensando en lo mismo, preguntando lo mismo.
¿Qué contaríamos desde Brando? ¿Cuál sería nuestro aporte en medio de la catarata de información? ¿Qué nos gustaría leer a nosotros? "Una nota confiable, detallada, sobre la carrera para encontrar la vacuna", propuso Martín, jefe de Arte, el segundo en nivel de hipocondría en el grupo. Había mucho circulando, pero nada le daba confianza. OK, para eso llamaríamos a Fede Kukso, uno de los mejores periodistas científicos del país. Y ya que nada de lo que circula nos da mucha confianza, por qué no hacemos otra sobre los divulgadores de ciencia que combaten las fake news. Fue idea de Gaspar, editor de Fotografía, el primero en nivel de hipocondría del grupo. Perfecto, se la encargamos a Nadia Luna, especialista en el tema. "Pero todavía nos falta algo, nos falta llegar al corazón de esto que nos pasa, qué significa para nosotros que el mundo se haya detenido", afiló Humphrey mientras su hija, Lulú, le pedía el celular para grabar unos videítos.
Y entonces pensé en mis alumnos y alumnas, en el cadáver exquisito y en cómo, al menos para mí, había sido liberador y reconfortante leerlos. Así surgió esta tapa: salimos (bueno, salir es un decir: Carolina Keve, autora de la nota, los entrevistó por Zoom) a preguntarles a nuestros personajes de tapa de 2019 qué sienten en este 2020. Qué significa para ellos vivir adentro. Como un modo, también, de registrar qué significa para cada uno de nosotros. Qué sentido tiene desde lo que sentimos. Y recordarlo el día que volvamos afuera.
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