El mundo está loco, loco, loco
Así se llamaba una película dirigida por Stanley Kramer en los 60. Y así, también, podría titularse hoy la película mundial en la cual cada uno de nosotros está interpretando un papel, aunque sea el de mero testigo.
¿Qué cosas suceden en esta película tan especial, tan intensa, que es, ni más ni menos que nuestra vida diaria en esta segunda década del siglo XXI?
En Italia, el capitán de un crucero con 4200 pasajeros chocó contra la costa de la isla de Giglio, mareado por la mezcla de alcohol, amantes y festicholas privadas, abandonando el barco naufragado y dejando como secuela siete muertos y miles de evacuados.
Un muchacho veinteañero de Buenos Aires se enamoró de un delfín hembra a tal punto que, según lo confesó por TV, quería casarse con ella.
En Uruguay, enfermeros de una sala de terapia intensiva mataban a pacientes terminales en el momento en que veían que estos daban señales de mejorar, colocándoles drogas letales en el suero.
En el Reino Unido se acaba de inventar una cirugía para los pies femeninos (llamada Loub Job), que rellena el metatarso con el fin de evitar los dolores plantares producidos por los tan de moda tacos de 18 cm.
Recientemente leí que en una aldea del suroeste de China descubrieron y metieron preso a un hombre que vendía en el mercado de su pueblo carne de avestruz, que no era otra cosa que carne humana.
En una lavandería de Estados Unidos –lo vimos por televisión–, un padre metió a su pequeño hijo en un lavarropas, sin contar que la máquina se pondría sola en movimiento una vez cerrada. El chiste o juego duró unos minutos nada más, hasta que se pudo detener el mecanismo y sacar al niño, tan sólo con heridas leves.
En nuestro país, más allá del romántico idilio con el delfín hembra que nos dejó turulecos en su momento, han pasado y pasan cosas que ponen los pelos de punta: asesinatos, femicidios y hombres que queman vivas a sus mujeres. Y ni hablar de otros casos monstruosos, como el de la madre que, por venganza, mató a su hijita de seis años en la bañadera de su casa.
¿Qué ocurre? ¿El mundo se está volviendo loco, loco, loco, de verdad? ¿Qué nos pasa con la vida, para que la muerte esté unida a tanta perversión y demencia?
Porque no sólo aparecen situaciones raras, excéntricas, descabelladas y hasta risueñas, sino que la violencia, la delincuencia y el crimen se están materializando a través de métodos cada vez más aberrantes.
Lejos parece haber quedado la idea del loco lindo, inmortalizado de algún modo en la Balada para un loco de Piazzolla-Ferrer o la analogía entre locura y genialidad que figuraba en el ya clásico libro de Erasmo de Rotterdam (siglo XVI), titulado Elogio de la locura.
Hoy el tema es otro: la locura, como una grieta abierta en la conciencia (Jacques Lacan). La locura ligada a un materialismo feroz, a la pérdida de valores, a una tecnología que permite mostrar y conectarse con las mejores y las peores cosas casi instantáneamente, un mundo donde parecería que todo vale y que la libertad de uno ya no está condicionada por la libertad del otro.
Consultado sobre el tema, el Dr. Miguel Vayo, médico psicoterapeuta y escultor, nos dice: "Sin duda hay mucha locura aquí y en todas partes. También hay mucha utilización de hechos como los que usted menciona que permiten ocultar otros, mucho más tremendos como, por ejemplo, la existencia de mil millones de hambrientos, en este mundo atravesado por el consumismo despiadado de una minoría".
¿Hay otra causas a las cuales podemos atribuir este fenómeno creciente y cuál sería el antídoto? "Si nos quedamos aterrados por la velocidad, el ruido, la contaminación ambiental, producto del desenfreno de los que sólo quieren tener y tener, nuestro ser pierde sentido y nos encolumnamos en eso de ser locos y siempre el loco es quien perdió la razón. El desafío es abrir los ojos, los oídos y el corazón al otro. Unidos venceremos, desparramados, ¿qué hacemos?", concluye Vayo.
Claro que en medio de toda esta locura galopante sigue habiendo gente solidaria, ética, artistas que crean universos maravillosos, intelectuales que ansían un mundo más justo, personas espirituales y esperanzadas, científicos que están investigando y descubriendo herramientas nuevas para el bien de la humanidad, gente humilde, sacrificada y trabajadora que escribe cada día su pequeña gran epopeya. Sin ellos, nada tendría solución. Con ellos, todo puede ser mejor.
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