El mundo en bicicleta
A los 32 años, Pablo García lleva cinco pedaleando por el planeta. Nacido en San Martín, ya hizo cerca de 50.000 km por América del Sur, Africa y Europa. Su objetivo: completar la vuelta al globo
ROMA.– La cita es a las tres y media de la tarde en Piazza di Spagna. Pablo García, un joven argentino que está dando la vuelta al mundo en bicicleta, es inconfundible.
Pelo largo, rubio, piel tostada, este joven de 32 años, oriundo de San Martín, provincia de Buenos Aires, monta una bici fuera de lo común: tiene varias alforjas que ocultan carpa, bolsa de dormir, colchoneta, cacerola y hornalla; en la parte trasera, lleva tres antenas de las que cuelgan las banderitas de 43 países.
Con esa bici –que pesa 70 kilos y está tan llena anécdotas como su "jinete"–, Pablo partió de la Argentina en 2001 y recorrió nada menos que 47.800 kilómetros, entre América del Sur, Africa y Europa.
¿Cómo se le ocurrió dar la vuelta al mundo en bicicleta?
–Y... el sueño de viajar. Fue la decisión más difícil de mi vida porque fue romper con todos los esquemas –dice.
Pablo –ojos verdes, físico atlético– no toma gaseosas ni come carnes rojas. Algo poco común para un argentino. Ya antes había demostrado tener un espíritu emprendedor. A los 19 años, decidió dejar su nido familiar e irse a probar suerte a Maceió, Brasil.
–Ahí estudié turismo y puse una agencia de viajes. Me iba muy bien, vivía en un departamento frente al mar. Tenía un barquito, una camioneta... Pero un día me di cuenta de que me sentía vacío. Y la bici era un medio de transporte que me daba la oportunidad de estar con la gente.
Para ver si la aventura de dar la vuelta al mundo no era una locura, sino algo que estaba a su alcance, se puso a prueba. Comenzó haciendo un primer viaje de Maceió a Buenos Aires: 10.000 kilómetros que le demandaron seis meses de pedaleo parejo. Una vez arribado a su ciudad natal, empezó a organizar su verdadero viaje, no sólo viendo mapas y recorridos, sino sobre todo buscando los sponsors que pudieran hacerlo materialmente posible.
–Imaginate lo difícil que era conseguir plata con un proyecto tan romántico como el mío, en un país al borde de la crisis –dice–. Pero insistí y conseguí.
Fue así como, tras haber obtenido apoyos varios, y hasta avales oficiales de las áreas de Turismo y Deportes del Gobierno y un par de cartas de organismos de las Naciones Unidas, Pablo –que se define "un soñador"– empezó su vuelta al mundo en septiembre de 2001. Embarcó rumbo a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, punto de partida para cruzar el continente africano desde el Sur hasta Egipto.
En Mozambique, en diciembre de ese año, tuvo su primer gran percance.
–Había explotado el corralito y todos mis apoyos se me vinieron abajo. Estaba sin poder sacar dinero del banco y sin saber qué hacer. Pero siempre en los momentos difíciles aparece algo.
Un regalo caído del cielo fue conocer al director de la petrolera de Mozambique, que se convirtió en su primer sponsor africano. En ese sentido, para Pablo el viaje por Africa fue un "éxito total". Muy distinto de lo que le está pasando ahora, en el próspero Viejo Continente, donde le está costando muchísimo obtener apoyo para subsistir.
A lo largo de su travesía por Africa, en cambio, logró obtener 25 sponsors, todos de empresas de renombre.
–Claro, yo era muy exótico: blanco, en bici, pidiendo plata. Y además, argentino –dice, y muestra una carpeta con los recortes de diversos diarios africanos que cubrieron su increíble historia–. La verdad: encontré mucho cariño por la Argentina en Africa, donde fui muy bien recibido, donde todos conocen a Maradona y donde estuvo el Che Guevara. Ahí, con pocos dólares subsistía.
En Roma, recibió ayuda del restaurante argentino Baires, cuyo logo ostenta en su remera. Además, como hizo en varias otras capitales, por intermedio de la embajada argentina fue protagonista de un encuentro en el que contó su viaje, con filmaciones y fotos, en el auditorio de la Casa Argentina de la Via Veneto.
¿Qué fue hasta ahora lo mejor de su vuelta al mundo?
–La emoción de llegar a cada lugar, a cada pueblo, a cada ciudad, a pulmón. El arribo es la mayor satisfacción que tengo. Llegar y mezclarme con la gente, sobre todo en los países africanos, como Mozambique o Etiopía, donde hay poco turismo y donde todo es más auténtico, muy diferente de lo que pasa acá en Europa.
Lo peor, en cambio, fue cuando en Kenya casi lo matan durante un robo. Pablo estaba parando en Nairobi, en lo de un amigo venezolano, cuando irrumpieron ladrones.
–¿Sabés lo que es despertarte a las cinco de la mañana con dos negros con machetes que te pegan exigiéndote plata? Yo no lo podía creer; te juro que pensé que era una pesadilla –evoca.
Entonces, a Pablo, que viaja con computadora portátil y cámara de fotos para documentar el viaje, le robaron su videocámara. Una gran pérdida, que recién pudo reponer hace ocho meses, cuando se compró otra.
Pese a los conflictos que ensangrientan a buena parte del continente africano, Pablo no tuvo grandes problemas allí. Sí le pasó toparse una vez con un elefante en Zambia, o perderse en el desierto de Danakil, Djibouti.
–Fue lo más difícil: me perdí, me quedé sin agua, y me encontraron unos militares franceses: lo primero que hicieron fue sacarme una foto. No lo podían creer. Yo estaba desesperado, sin fuerzas. Estaba rezando cuando me encontraron. Otra vuelta, en el norte de Mozambique, llegué a una población y me enteré de que a un nativo que había ido a buscar leña se lo había comido un leopardo –relata.
Pablo habla inglés y portugués. Cuando paró junto a algunas tribus llevó un traductor.
–Si no, pueden ser poco amistosos –explica–. Los Hadzabe encienden el fuego con palitos y viven de la caza con arco y flecha. Salí a cazar con ellos y capturaron una perdiz, que comimos para el almuerzo. Los masai, en cambio, me convidaron con un cóctel de sangre de vaca con leche. Terrible".
Uno de sus mejores recuerdos es cuando llegó a Addis Abeba, Etiopía, en muy mal estado, "con 70 picaduras de pulgas en todo el cuerpo", y pudo quedarse dos semanas en el lujoso hotel Hilton, que era uno de los sponsors.
En febrero de 2004, de El Cairo, Egipto, Pablo voló a Madrid, donde se quedó un mes en lo de su hermana. Después partió de nuevo, pedaleó hasta San Petersburgo, volvió por Escandinavia, pasó por Portugal, cruzó a Marruecos, pasó por Tanger y volvió a cruzar a Francia, donde recorrió la Costa Azul, para luego ir a Italia, Eslovenia y Croacia.
–Acá, en Europa, todo es carísimo. Duermo en carpa y trato de mantenerme vendiendo las fotos del viaje. Además, es complicado viajar en bicicleta porque no te dejan ir en rutas nacionales –lamenta Pablo, que ahora piensa pasar un año y medio en Medio Oriente. Después vendrán Asia, Oceanía, Alaska. Y de ahí, a la Argentina.
–Cuando empecé, dije que iba a dar la vuelta al mundo en cuatro años... Y no voy ni por la mitad –afirma Pablo, que estima que quizás en el 2010 esté de vuelta en su país.
¿Y su vida sentimental, con tanto viaje?
–Ese es el precio a pagar. Todo no se puede –afirma, y detalla que nunca, después de haber conocido a alguna chica, se le ocurrió quedarse en un lugar–. En todo caso, me la llevo. Pero no hay nadie que quiera este tipo de vida. Hoy, soy fiel a mi historia. Este es un proyecto de vida, y algún día espero transmitirlo.
No lee diarios ni mira televisión, pero tiene una página web (ver abajo). Sigue en contacto con sus parientes y amigos a través del mail, y se entera de lo que pasa en su país porque siempre se cruza con algún argentino. "Hablando con ellos, cada vez me convenzo más de que no hay mejor lugar en la Tierra que donde nacimos, más allá de los problemas que pueda haber. A veces uno protesta –concluye–, pero recorriendo me doy cuenta de que tenemos un país bárbaro, del que podemos estar muy orgullosos." n
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