El mundo después de La broma infinita
La célebre novela de David Foster Wallace motivó el encuentro, en 1996, del escritor estadounidense con el periodista David Lipsky, cuya crónica de aquellos días trascendió hasta convertirse en película. El propio Lipsky detalla por qué
David y David. Dos desconocidos con demasiado en común se dan cita en 1996 y parten rumbo a un viaje de cinco días, una exploración tan privada como pública por los trampolines del alma, los caminos sinuosos de la psiquis de un artista, los laberintos de un agudo observador y también por un Estados Unidos profundo, muy lejos del icónico Manhattan. "Me gustaría moldear la impresión de mí que vas a transmitir. Todavía no sé si me agradas y estoy deseoso por agradarte. ¿Cómo aprendés a hacer entrevistas? ¿Vas a la escuela de entrevistadores?", le pregunta el escritor más influyente de una generación, David Foster Wallace, a su interlocutor, un brillante periodista de la revista Rolling Stone, David Lipsky. Como un eco de la gran novela –La broma infinita– que inspira este reportaje, la entrevista jamás publicada es, paradójicamente, una de las más reconocidas y apasionantes de las últimas décadas, un emblema de aquel género que aún se define a partir de una negación –no ficción– en lugar de afirmar sus virtudes propias. Como si de un romance se tratara, Lipsky batalló primero con sus mejores armas de persuasión para lograr la aprobación de su editor y, luego, con su seducción para conseguir la confianza de Wallace. Esta cumbre se transformó en 2010 en Although of Course You End Up Becoming Yourself, un libro ganador del National Magazine Award, que cobró un halo poderoso tras el suicidio de Wallace, en 2008. A su vez, esta crónica dio origen a The End of the Tour, una película que dispara contra la objetividad –es imposible que pase inadvertida por quien la ve– con un Lipsky interpretado por Jesse Eisenberg, mientras Jason Segel compone magistralmente al autor maldito.
"Cuando uso el plural, me refiero a gente como tú y yo: blancos, clase media alta, exageradamente educados, con trabajos muy interesantes, que se sientan en sillas caras y miran los equipos electrónicos más sofisticados que el dinero puede comprar. ¿Por qué nos sentimos tan vacíos e infelices?", recoge Lipsky el testimonio de un Wallace en el auge del grunge y de los alaridos desesperados de la generación MTV. En la cocina literal y metafórica de un bestseller, ambos jóvenes intelectuales disertan sobre la comida chatarra, la soledad, las relaciones, las películas de Hollywood y las clase B, la fama y las adicciones (por estímulos, como la que genera la TV o la pornografía, por exceso de ingesta y también con descarga de energía, como la vigorexia).
Lipsky es profesor de escritura creativa en la Universidad de Nueva York y una de las voces más poderosas de la narrativa estadounidense (Absolutely American y The Art Fair). En contra de aquel axioma que reza que los periodistas son pésimas figuras para entrevistar, responde a LA NACION revista con entusiasmo y curiosidad. Antes de comenzar disipa varias dudas y las figuras retóricas quedan a un lado. Pero luego, en sus respuestas se cuelan observaciones sobre Gabriel García Márquez, de quien destaca su crónica Relato de un náufrago, que apareció nueve años antes que A sangre fría –considerada por el canon internacional como la pionera de un género–, Roberto Bolaño ("En un extremo está Bolaño y, en el otro, Wallace, mientras los jóvenes escritores cuelgan en el medio") y de Jorge Luis Borges, a quien leyó cuando estudiaba en la prestigiosa Universidad de Brown (la misma donde transcurre La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides). "Borges es una figura fascinante. Su obra es fuego artificial para el aprendizaje", y menciona cuentos como El acercamiento a Almotásim y traza sus posibles interpretaciones sobre lecturas que otros han tenido sobre el autor de Ficciones.
"Siempre me pregunté si alguien advirtió que el título del último libro de Wallace [el contario The Pale King] es el mismo del lugar donde Erik Lönnrot, en La muerte y la brújula, se encuentra al final del cuento: la villa de Triste-le-Roi", comenta. Generoso en sus respuestas, plagadas de giros léxicos y juegos verbales, Lipsky, con su prosa contundente y sus pasos siempre a la vanguardia, sumado a su don como visionario de tantos fenómenos culturales, hace disfrutar el ida y vuelta.
¿Qué te pareció The End of the Tour? ¿Hablaste con el equipo antes o durante el proceso? ¿Estuviste en contacto con la familia de Wallace?
La película fue leal con las palabras de Wallace, tal como aparecen en el libro –lo cual fue muy importante para mí– y algo que hablé mucho con el director y los actores. No fui contactado por ningún miembro de la familia Wallace, pero sí me habían contactado cuando salió el libro. Fueron muy amables y enormemente colaborativos.
¿En qué medida sentís la influencia de David en sus textos?
Siempre ha estado, puesto que ha influido a todo lector y escritor astuto desde mediados de los noventa. Su principal consejo –mantenerse despierto, tal como lo expone en su ensayo político– es el único consejo que realmente importa para escribir, pero hay cientos de consejos más pequeños intercalados: cambiar las voces, estar pendiente de los adjetivos, estar dispuesto a personalizar. Ese es el regalo que te da la escritura: podés galopar por un determinado número de páginas por el cerebro de alguien. Wallace te recuerda que debés hacerlo en tu cerebro, que escuches cómo es tu experiencia con el mundo y con la gente. Eso es parte del viaje.
¿Por qué nunca se publicó la entrevista?
Cuando regresé de Illinois, Jann Wenner [editor de la RS] me asignó una historia de emergencia: un pico en el uso de heroína. Quería que viviese con adictos a las agujas en Seattle. Estuve seis semanas allí y cuando regresé era mayo. La broma infinita se había publicado en febrero, es decir, historia antigua para una revista.
Wallace era adicto a la TV, antes de que existiese el streaming. La gente hoy pasa fines de semana mirando una serie. ¿Son estas sobredosis similares?
¡Sí! El streaming hace que todos sean como Ken Erdedy [personaje de La broma infinita], esperando a la mujer que le dijo que volvería por él. Acabo de pasar doce horas con House of Cards: un sábado completo. Felicidad. Comparado a lo que hoy ocurre, Wallace era un abstemio.
Wallace habla sobre la humildad, la cortesía y la amabilidad y su afán por no lastimar a los demás. ¿Es esto común en el mundo intelectual?
Oh, please. Esa es una expresión americana de rechazo... No creo que la amabilidad, la humildad o la cortesía caractericen la vida intelectual en ningún lugar del planeta. También, el hecho de que Wallace buscase no lastimar a los demás tiene un poco de mito, ya que hay bastante crueldad en sus ficciones y ensayos, momentos de aguda impaciencia y de extrema falta de generosidad. En general hay agudeza y puñaladas a la vida intelectual a la que David pertenecía: escribió un ensayo cruel sobre Updike [en su libro, Lipsky recoge que Wallace tenía una foto del autor en su heladera], pero era intelectualmente generoso. Caracterizaba Nueva York como una hoguera de egos en estado intermitente de inflación y deflación. Imagino que lo escuchás también a menudo en Buenos Aires.
¿Deben aún probar los escritores de no ficción que este género puede ser literatura?
Respecto del género, Wallace propone una cuestión interesante: es más querido por su no ficción. Una prueba de esto ocurre cuando se le pide a la gente que lea La broma infinita. Si bien se lee rápido, para muchos es como una montaña alta que deben escalar con el equipamiento que propone una tarea escolar. La obra de Capote –aquello que tiene vigencia– es su periodismo, como la entrevista sobre Marlon Brando y los Clutter [la familia asesinada en A sangre fría]. Pero sí, creo que ha habido una especie de renacimiento de la no ficción, aunque no se hable de eso, incluso aunque sea lo único que se lea. Ocupa un poco el lugar que tenía la TV hace 15 años. No es considerada tan respetable. A veces te sentís mal, como lector, por no hacer el trabajo de animar una situación ficticia con la verdad de tu interés.
¿Todavía es tan vibrante la influencia de Truman Capote? Si no hubiese sido por A sangre fría, ¿la crónica habría logrado el lugar que hoy posee?
Creo que lo es, ¿vos no? Hubo varias postas en el camino, como Che ti dice la Patria? [1927], que escribió Hemingway, y es una no ficción sobre la Italia prefascista. Tanto Madame Bovary como Anna Karennina nacieron a partir de historias que aparecieron en medios locales. Lo que hizo Capote fue desarrollar un estilo con aquel material que fue mejor que Otras voces, otras voces o Desayuno en Tiffany's. Necesitaba algo para lucirse y la idea de aplicar la furia completa de su bella prosa a una historia verdadera le resultaba excitante. Varios continúan sus pasos. En alguien como Karl Ove Knausgård se ve un poco. Creo que la habilidad de Capote es la de escribir con el estilo y la sensibilidad de la primera persona, pero en una historia sobre terceros.
Lipsky ha destacado "los lazos indestructibles" que algunos escritores logran con sus lectores, como J. D. Salinger, F. Scott Fitzgerald y también Wallace. "Se ofreció a sí mismo, irrumpiendo así en nuestra monotonía, en la televisión estándar, en tiendas y campañas. Uno no se sumerge en sus historias buscando información, sino una experiencia en particular. La sensación, por unas cuantas páginas, de ser David Foster Wallace."
¿Creés que se puede enseñar a escribir?
Creo que sí. No sé qué ocurre en la Argentina, pero muchos de nuestros mejores escritores vienen de estos programas: George Saunders, Lorrie Moore, Karen Russsell, y claro, David Wallace. El programa dura dos años y es como entrenar para las Olimpíadas, sabiendo que tenés 24 meses en una especie de equipo para practicar tus habilidades. Los alumnos vienen ya con un talento y las pruebas buscan agudizarlo. Trabajo con Jhumpa Lahiri, Nabokov, Borges, Alice Munro y los abordamos tal como los estudiantes de cine se aproximan a Scorsese o a Jim Cameron.
Aparece en tus libros algo inherente a la profesión de escritor: una lógica del marketing que los empuja a realizar giras de promoción. ¿Cómo te sentís con ellas?
Sigo leyendo y escuchando que esas giras ya no existen, aunque uno siga participando de ellas. Wallace las habría llamado un movimiento po-mo [por posmodernismo] y participé en una de ellas con un libro que a su vez era sobre uno de estos road trips [el de Wallace]. Creo que es como intentar rectificar algo sobre la escritura: podés amar las palabras y la mente de alguien sin verlo. En las películas, la música o la TV podés ver a la gente que amás. Con los libros y los autores, no ocurre tanto, y creo que fue un modo de darle glamour a una expresión y también de proveer un servicio. "Amé La broma infinita, así que ahora veamos cómo esta persona se mueve y cómo luce. Veamos el proceso con el que ve y entiende el mundo".
Pasás mucho tiempo inmerso en la vida de otras personas cuando realizás las crónicas, como el tiempo que pasaste con los militares de West Point, o los adolescentes homosexuales [crónica publicada en RS a fines de los noventa]. ¿Olvidás a menudo que sos más que un testigo y te involucrás con ellos?
Sí, en West Point, todo el tiempo. Los oficiales adultos, algunas veces, también se olvidaban y a veces me decían: "A la barraca, cadete". Olvidaban por qué estaba allí. Y con los adolescentes sentí una gran identificación y ganas de ayudar, en una época, a fines de los noventa, donde el clima era complejo. No quisiera tener que lidiar con este trabajo de otro modo que no sea sintiéndolo. Es fascinante poder sentir. Capote lo llevaba a un extremo. Esto es uno de los motivos por los cuales leemos y escribimos no ficción. Son vacaciones en otro tipo de vida.