El monstruo
Pese a que está prohibida por la Iglesia, la clonación humana se halla a la orden del día, fuera de los laboratorios. En la propia religión cristiana el Cuerpo Místico no es sino la reiteración hasta el infinito de una sola alma impulsada por un mismo latido espiritual. El poder conservador también rechaza esta manipulación genética, pero sus fábricas de pensamiento único producen diariamente millones de cerebros hechos a troquel y poseídos por un vacío uniforme.
Del resto de la musculatura se encargan los gimnasios, las dietas y el diseño de ropa. No hay necesidad de tubos ni de probetas para realizar la producción en serie de ciudadanos sumisos, tributables y consumistas, todos iguales, de modo que esta polémica teológica o científica no tiene sentido. También los experimentos del doctor Frankenstein han sido superados.
Ahora sus monstruos son arquetipos humanos muy bellos que juegan al fútbol, o son héroes del rock, o se limitan a sintetizar en su rostro toda la libido del inconsciente colectivo. Desde su vitrina blindada estos prototipos succionan los sueños del espíritu y los transforman en un ideal de plástico. Ahora acaba de ser presentado en sociedad un nuevo Apolo hinchable, el último modelo para armar. Viene acompañado de una caja de herramientas, con tintes, cremas, trajes, incluso con un serrucho para recortarse cada uno su silueta por la línea de puntos.
Este verano se podrán ver en las playas y discotecas de moda a miles de ejemplares humanos que serán clones de Beckham.
Del mismo modo que dentro de un hombre muy gordo hay uno muy delgado que grita para que lo saquen de allí, en el interior de cualquier ser vulgar hay un Beckham dormido que no quiere salir para no verse por fuerza tal como es, viejo, canijo y feo. Beckham es el cuerpo glorioso que cualquier hombre desearía recuperar u obtener de los dioses. También es el peluche olímpico que las mujeres querrían tener a mano en el sofá. En su presentación ante el público en la ciudad deportiva del Real Madrid se ha repetido la escena de la película de Frankenstein.
El monstruo se ha aparecido ante las mil cámaras que lo creaban. Estaba cercado. De pronto un niño se ha desprendido del público y ha corrido hacia él con las manos tendidas.
Un extraño escalofrío de pánico ha recorrido el espinazo de los espectadores al pensar que el monstruo podía estrangularlo, pero Beckham tiene buen corazón. El monstruo no sólo lo ha abrazado. Además, le ha regalado una camiseta con su marca publicitaria.
El autor es escritor y periodista