El misticismo y los colores de la civilización maya
Parado sobre la explanada veo erguirse la gran pirámide.Sobre ella no hay más que el más azul de los cielos y está enmarcada por el exótico verde de la vegetación local.
Aquí se respira un aire muy especial. Aquel que se conserva por cientos de años y habla de tradición, de cultura y, sobre todo, de creencias.
Estamos en una región en la que la presencia de chamanes y signos es cotidiana, y donde uno puede volver el tiempo atrás por medio de complejos rituales, cuyo objetivo es elevar el alma y el espíritu.
Esta ya mítica civilización vive todavía a través de los vestigios que ha dejado, fundamentalmente en aquellas personas que portan con orgullo parte de su sangre.
Por eso, estar aquí, en Chichén Itzá, me hacer sentir rodeado del misticismo propio de la civilización maya.
Esta civilización tuvo uno de los sistemas de escritura más avanzados del continente americano, y se destacó en las matemáticas: fue una de la primeras sociedades en utilizar el cero explícito y la astronomía. Además, elaboró un famoso calendario, y desarrolló una notable arquitectura.
Mis pasos me van llevando hacia Kukulkán, la serpiente emplumada, uno de los edificios más importantes del complejo, que simboliza a una deidad de la mitología maya.
Esta pirámide está llena de mensajes: las escalinatas completan un número de 365 escalones,, que representan 360 días regulares y 5 días adicionales, a los que llaman nefastos.
Cada nivel representa los meses del calendario. Al recibir los rayos del sol durante el período equinoccial, con el paso del tiempo, la figura de una serpiente se forma en su escalera principal. Si aplaudimos frente a esta escalera, el sonido, un eco distorsionado, simulará el canto de un quetzal.
De esta manera, podríamos pasarnos horas recorriendo las leyendas, mitos e historias de los mayas que marca a fuego la historia de la península del Yucatán: incluso el famoso juego de la pelota esconde una historia mencionada en el Popol Vuh (un compilado de narraciones míticas), en la cual se cuenta que el juego simbolizaba la lucha entre los dioses del cielo y aquellos del inframundo. Aquí, en este mundo terrenal, estaban incluidos rituales políticos y religiosos, donde a veces, según cuentan los estudiosos, los participantes se jugaban la vida.
Siento una especie de leve chasquido a mis espaldas, y al girarme me doy cuenta de que este sonido es el producido por dos personas hablando la lengua local. Como verdadero amante de los idiomas, me quedo embobado tratando de seguir la conversación y pescando muy por arriba alguna palabra.
El cielo comienza a teñirse de los colores propios del atardecer, lo que resalta todavía más la belleza de este lugar el follaje que lo rodea.
Y mientras pienso en el firmamento, no dejo de cavilar en lo que se encuentra en las entrañas de este lugar: el Cenote Sagrado.
Para los mayas, estos canales y cuevas subterráneas de frías y cristalinas aguas también eran la puerta de entrada al Inframundo, por el cual aquellos que dejaban la vida terrenal realizaban un largo viaje.
Algunas estrellas empiezan a hacerse notar en el cielo y la luna hace una flamante entrada y se ubica en el proscenio del escenario cósmico que es la bóveda celeste.
Siento que perdí la noción del tiempo, los minutos y las horas han pasado fugazmente, los graznidos de los pájaros y el zumbido de los insectos son los únicos sonidos que me devuelven a este mundo terrestre.
Y como recitando, repaso en mi cabeza la fábula del colibrí maya al dirigirme nuevamente a la civilización.