El milagro Del Potro
Un libro cuenta la vida de película del gran tenista argentino. Aquí, un extracto sobre su infancia
Autor: Sebastián Torok
Editorial: Ediciones B
Juan Martín nació por cesárea el 23 de septiembre de 1988, durante la intendencia del justicialista Gino Pizzorno, segunda gestión desde el retorno de la democracia (la primera había sido del radical Américo Reynoso). Fue en el Sanatorio Tandil, un emblema de la ciudad que alcanzará su centenario en 2024. En sus inicios, y durante más de una década, se llamó Sanatorio Argentino, aunque desde el 1º de mayo de 1955 lleva su actual denominación. “Alto peso, buena vitalidad”, es el registro que conserva el doctor Eduardo Díaz, de 71 años, nacido en la localidad de Laprida pero radicado en Tandil, obstetra de Patricia (la mamá de Juan Martín) no solamente en el parto del bebé que luego sería tenista de elite, sino en los nacimientos de sus hijas mujeres: Guadalupe, dos años y medio mayor que Juan Martín y fallecida en un accidente automovilístico, y Julieta, la más chica de la casa. La vida de Del Potro estuvo vinculada al deporte desde que era niño. “Sueño más con el fútbol que con el tenis. Sueño haciendo jugadas en la Bombonera, gambeteando, haciendo goles, tirando paredes con Martín Palermo, uno de mis ídolos”, contó, ya siendo adulto y tenista de enorme categoría. Pero de chico también fantaseaba con la pelota de fútbol y algunos de esos deseos los cumplía. Entre su casa del barrio Falucho 1, el club Independiente —sobre la avenida Avellaneda— y el colegio San José, detrás de la Municipalidad, había un radio de no más de veinte cuadras. Ese era el circuito que Juan Martín hacía de niño. “Era un pibe con muchas condiciones para los deportes. Tenía muy buen físico para su corta edad, era bastante coordinado. Pero la diferencia más grande que tenía era la mentalidad: en eso superaba a sus compañeros y ya era competitivo al ciento por ciento”, rememora Fernando Aramburu, director técnico del equipo infantil de baby fútbol (cinco contra cinco jugadores) de Independiente, donde jugaba Juan Martín, entre 1996 y 1998. “Siempre a los partidos lo acompañaban los padres; eso era importante. En cancha reducida yo lo ponía de volante central”, añade. Algunos osados empezaban a compararlo con Claudio Marangoni, el alto y elegante mediocampista que brilló en Independiente de Avellaneda y Boca en la década del 80.
En aquellos tiempos, en el club Racing de Balcarce se organizaban campeonatos nacionales muy fuertes, a los que concurrían equipos de la región, por ejemplo de Mar del Plata, pero también de la Ciudad de Buenos Aires y de Rosario. La curiosidad fue que en 1998 Del Potro y Lionel Messi coincidieron en el mismo torneo, pero no se llegaron a enfrentar ya que eran de distintas categorías. La estrella de Barcelona jugó ese certamen para la división 1987 de Newell’s, en una cancha de once; Del Potro, camada 1988, actuó para Independiente y en cancha reducida. “Juan era bicho. Su cabeza no era como la de los otros. Veía el juego, se daba cuenta de cómo iba la mano, se divertía; era un excelente compañero, pero muy competitivo. En un torneo de escuelitas de fútbol en Tandil nos faltó uno, en el primer tiempo ganamos 3-0, y en el entretiempo me dice: ‘Vasco, ¿no querés que ataje el segundo tiempo?’. Claro, con el cuerpo que tenía, en esos arquitos se moría de risa, no le hacían ni un gol y así cerramos el partido. Esa categoría, la 88 de Independiente, marcó una época porque ganó muchos torneos”, se entusiasma Aramburu, que si tuviera que destacar virtudes del pequeño Del Potro futbolista elige que “cabeceaba muy bien y pateaba como una mula. Tenía un pie enorme, a los diez años ya calzaba 43”.
De un día para el otro, la vida de la familia Del Potro sufrió un brusco y trágico giro. Un accidente de tránsito en la ruta provocó el fallecimiento de la hija mayor del matrimonio. Juan Martín, que también viajaba en el vehículo, no tenía más de cinco años. La desgracia se convirtió en un tema que cada uno de los que estuvieron al lado de Del Potro durante las distintas etapas de su vida eludió tocar, salvo que el propio Juan Martín lo hiciera. Es más, muchos se enteraron de la triste situación muchísimo tiempo después, cuando incorporó la costumbre de persignarse luego de sus triunfos en el circuito de tenis. “Mi hermana para mí es muy importante. Le hago un regalo en cada partido, la señal de la cruz. Tengo recuerdos hermosos. A mi familia y a mí no nos gusta hablar de eso, pero es muy especial. Yo sé que me cuida y me guía, y que siempre me da fuerzas”, comentó Del Potro en La Nación Revista, en agosto de 2013. Algunos meses después del accidente, el tenis llegó a la vida de Juan Martín. Eran tiempos de profundo dolor en la familia y, si bien ya jugaba al fútbol y lo hacía con entusiasmo, sus padres entendieron que era saludable que sumara otra actividad, como para volcar todas sus energías en el deporte y tener la menor cantidad de tiempo para los pensamientos negativos.
Fue así como Nancy, hermana de Patricia y madrina de Juan Martín, un día lo acercó a la escuelita de tenis del club Independiente, que ya en ese entonces estaba conducida por Marcelo Gómez. Cuando llegaron, la clase estaba por arrancar.
—Juan juega al fútbol acá en el club, pero también quiere probar con el tenis —le explicó Nancy al Negro Gómez, le dio un beso a su sobrino y allí lo dejó. La filosofía que la escuelita tandilense —y otras tantas también— tenía con cada chiquito que se sumaba era darle un tiempo en el frontón. A Gómez le atraía ese primer desafío; entendía que era una manera de que el jugador se conociera al reaccionar con una raqueta en la mano y ante una pared que devolvía todo.
“Lo puse a hacer frontón y ya le pegaba bien a la pelota. Le pregunté si había jugado antes en una cancha y me dijo que no, pero que en su casa se la pasaba pegándole a un portón de chapa. Juan tenía seis años y enseguida me di cuenta de que tenía pasta”, relata Gómez (...)
A medida que fueron transcurriendo los meses, el tenis le fue ganando horas y dedicación al fútbol. Juan Martín pasó a competir en el equipo de cancha de once, pero apenas jugó un puñado de campeonatos antes de dejar definitivamente. “Llegó un momento en el que tuvo que elegir”, evoca Trasante, uno de sus compinches futbolísticos. “Para no fallarles a los compañeros del fútbol, trataba de hacer las dos cosas, pero ya no podía… era imposible. Se iba acomodando: quizá faltaba a uno de los dos entrenamientos semanales o cuando no le tocaba viajar el fin de semana por el tenis el padre lo traía a los partidos. Era muy útil para nuestro equipo, hacía mucha diferencia, pero no daba para más, no podía desdoblarse. Entonces, un día fue al entrenamiento con el papá y, un poco triste, nos comentó que estaba viajando, que había elegido el tenis”, revive el técnico Aramburu.
Del Potro jugó su primer torneo Nacional de tenis a los siete años, en Bragado; desde los 8-9 años y hasta los 13-14 le dedicó mucho tiempo al entrenamiento y al perfeccionamiento de sus golpes y desplazamientos dentro de la cancha. “Es una edad en la que todas sus energías están ahí: no hay chicas ni salidas en el medio. Lo único en lo que pensaba era en el tenis. Y yo estaba bastante abocado a lo que hacía él porque no estaba casado, todavía no tenía chicos, tenía tiempo para dedicarle. Así, quizás un domingo a la mañana me sonaba el teléfono fijo de mi casa, porque en esa época no teníamos celulares, y me decía: ‘Qué hacés, Negro, ¿vamos a entrenar un poquito?’ ¡Y era domingo a las 11 de la mañana! Era un llamado fuera de contexto, no habíamos quedado nunca en eso. Me decía que quería corregir una cosa, otra, practicar. ¡Tenía diez años! Yo era joven, tenía ganas, entonces iba. Pero hoy me llama un alumno ese día y a esa hora, y ni loco lo atiendo. Élme entusiasmaba y me empujaba, porque poníamos objetivos y los cumplía. Yo trabajaba y viajaba con Pico Mónaco, que ganaba todos los nacionales de 12 años, y también iba a lo encuentros Sub 10 con Juan Martín. Entonces empezó a ser un tema complejo para mí también”, recuerda Gómez.
Los primeros años de competencia en el mundillo del tenis fueron verdaderamente austeros. Lo hacían todo a pulmón.
No sobraba nada. El Negro Gómez, ya muy involucrado en el proyecto del diamante en bruto llamado Del Potro, le pedía prestado a su padre, Pedro, que era verdulero, un Fiat Duna de los repartos de mercadería para poder trasladarse a los distintos torneos de la región. El automóvil terminó con 300.000 kilómetros antes de ser reemplazado por una furgoneta Renault Kangoo. También viajaban en un Volkswagen Polo del padre de Juan Martín que terminó con el cuentakilómetros sacando la lengua y pidiendo clemencia. Bernardo Palacios (1138º del ranking en 2004), oriundo de Olavarría y tres años mayor que Juan Martín, pero habitual compañero de ruta y torneos en los inicios del tandilense, tiene muy presente el auto color verde de Daniel del Potro: “Parecía estar fundido. Cuando lo encendían echaba un humo impresionante. No les sobraba la plata, al contrario; muchas veces íbamos a comer a los clásicos tenedores libres y como Juan no tenía plata para comprarse gaseosas, se iba al baño a tomar agua de la canilla. De chico siempre estaba con la ropa justa y una raqueta. En esa época, para tener una chomba Nike tenías que mover cielo y tierra, y más en el interior del país”.
(...)Por momentos, parecía un veterano de mil batallas. Gastón Chiumiento, nacido en Los Polvorines y tres años mayor que Juan Martín, alcanzó a jugar Futures e Interclubes en Alemania. No logró trascender en el circuito ATP, pero conserva una anécdota con el tandilense que lo marcó para siempre. “Fue jugando un torneo que repartía puntos para el ranking sudamericano, sobre una cancha de carpeta de un club de Vicente López que ya no existe. Se sorteó el cuadro y en la primera ronda me tocó contra Del Potro. Casi ninguno de los de mi edad, 14 o 15 años, lo conocía. Pensé que sería otro caso de un chico que hacían jugar contra más grandes para foguearse. ‘Ni media hora me dura’, pensé. Busqué el tubo de pelotitas y me fui a la cancha a esperarlo. Llegó y le pregunté si era Del Potro, como decía en la planilla. ‘Sí’, me respondió, seco…”.
Se pusieron a pelotear y cuando Del Potro subió a la red para ensayar voleas, Chiumiento empezó a tirarle pelotazos al cuerpo, como para intentar amedrentarlo. Sin embargo, la actitud no surtió ningún tipo de efecto y se dio cuenta de que el tenista que tenía enfrente era bueno en serio; no fallaba ningún tiro y su pelota le llegaba con mucha velocidad. Comenzó el partido y todos los puntos y los games eran parejos. Chiumiento no podía escaparse en el marcador, entonces intentó hacer valer su mayor experiencia y le empezó a hablar durante los descansos.
— ¿De dónde sos? —avanzó Chiumiento.
—De Tandil —dijo, cortante, Juan Martín.
— ¿Quién es tu entrenador?
—Gómez.
El partido continuó. A Chiumiento le solía ir bien en esa categoría, se sentía cómodo. Sin embargo, aquel día no.
— ¿Qué hacés jugando en esta categoría? —insistió el mayor de los dos.
—Me subió la Asociación Argentina de Tenis porque en mi categoría ganaba fácil —le expresó Del Potro, siempre mirando hacia adelante.
Siguieron jugando. Juan Martín ya tenía matices de profesional: era ordenado, tenía su toalla, sus bebidas, era serio.
Volvieron a sentarse y antes de que Chiumiento pudiera terminar una nueva pregunta, Del Potro lo interrumpió.
—Disculpame, no acostumbro hablar con mis rivales en los partidos.
Con muchísimo esfuerzo, el encuentro lo terminó ganando Chiumiento, pero jamás olvidó aquel día. Es más, llegó a su casa y lo primero que le comentó a su familia fue la conducta de aquel flaquito de rostro serio. No volvieron a enfrentarse.
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