El miedo a pensar puede causar una nueva pandemia
En las redes sociales las personas se transforman en potenciales y peligrosas fuentes de contagio. No de Covid-19, sino de un virus en apariencia menos peligroso, pero mucho más tóxico para la salud mental y vincular y para la convivencia social. El virus de la desinformación. No es detectable en laboratorios y por el momento no hay vacuna, aparte de que pocas personas parecen dispuestas a inmunizarse contra él. “Estamos en una era de desinformación endémica y desinformación absoluta. Muchos están contribuyendo a que avance esa tendencia. Pero, según algunos expertos, los verdaderos impulsores son las fuerzas sociales y psicológicas que hacen que las personas sean propensas a compartir y a creer en la información errónea en primer lugar. Y esas fuerzas están aumentando”. Así lo describía el pasado 7 de mayo Max Fischer, analista de eventos sociales, en una columna publicada en The New York Times.
Desde que se inició la pandemia, a comienzos de 2020, no hubo respiro. El bombardeo informativo acerca de contagiados, fallecidos, nuevas cepas, supuestos descubrimientos científicos, guerra de vacunas, pociones mágicas, nuevas fuentes de peligro, orígenes del virus, etcétera, no tiene ni da respiro y se vale de todo tipo de canales (prensa gráfica, televisión, radio, portales, buscadores, redes sociales, boca en boca). Todo se viraliza sin chequeo y sin reflexión. Mientras tanto, se amplía en el mundo la brecha de la desigualdad, se consolidan regímenes totalitarios y autocráticos, siguen impunes genocidas, narcotraficantes y gobernantes corruptos, se extiende el hambre y están invictas otras enfermedades, como la malaria, el cólera, o el Chagas, pero todo eso parece irrelevante en materia informativa. El morbo impuso a la pandemia como tema hegemónico.
En 1918, poco más de un siglo atrás, Bertrand Russell (1872-1970), luminoso filósofo y matemático británico, publicó Principios de reconstrucción social. En aquel texto, parido al finalizar la Primera Guerra Mundial, decía Russell: “En la vida cotidiana de la mayoría de las personas el miedo desempeña un papel de mayor importancia que la esperanza”. Y lo que comienza como miedo a lo que se puede perder (antes que poner las energías en lo que se puede crear), termina en miedo a pensar. “El ser humano teme al pensamiento más de lo que teme a cualquier otra cosa del mundo; más que la ruina, e incluso más que la muerte”, afirmaba el filósofo. Pensar es siempre hacerlo por cuenta propia y sin garantías. Es una aventura de la mente y del alma, que se internan en territorios desconocidos, explorándolos y abriendo senderos de comprensión, de luz reveladora. Pensar es cuestionar lo dado, buscar fundamentos, construir argumentos a partir de evidencias. Anticipándose a estos tiempos de fake news, Russell sostenía: “Es mejor que los seres humanos sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres (…) Así arguyen los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas”.
Cuando el miedo se impone y es acicateado a través de manipulaciones perversas (sobre todo desde el poder), crea ansiedad por consumir cualquier argumento que lo atenúe o que genere la sensación de estar a resguardo en un grupo de iguales. Se deja de pensar. “Las redes sociales son una salida poderosa para los productores de desinformación, un vector generalizado de desinformación en sí y un multiplicador de los otros factores de riesgo”, advierte Fischer. Y agrega: “A medida que las personas se vuelven más propensas a la desinformación, los oportunistas y charlatanes también mejoran con el fin de explotar esa situación”. Sobre el origen del virus de la desinformación vestida de información no hay dudas. Es humano. Y hay antídoto: verificar, investigar y, sobre todo, pensar. Pensar en lo que se escucha, se ve y se lee y no viralizar automáticamente cualquier cosa.
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