Sorprende por la réplica de algunos menús y sus propuestas especiales, pero un hecho curioso lo vinculo a un público internacional
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CORDOBA.- Gabriel Reusa cree en las causalidades más que en la casualidades y la forma en que el nombre que eligió para su restaurante (primero una almacén de delicatessen) le da la razón. Aunque “Goulu” significa “glotón” en francés, le pareció que sonaba bien y era adecuado para el local donde -a comienzos de los 2000- rendía culto al slow food. Fue un cliente el que colaboró para tejer una red que involucró a sus antepasados.
De trabajar en un banco a algo más personal
“Era impensado para mi personalidad”, dice Reusa de su trabajo en un banco extranjero que decidió salir de la Argentina en 2004. Había estudiado marketing, así que buscó insertarse por ese lado y empezó a hacer consultoría. En esa tarea colaboró con una publicación web, “Buena Vida Social Club”, a la que le recomendó abrir un negocio para “monetizar” las sugerencias que hacían.
“No los convencí, pero me convencí yo -cuenta-. Había un vacío en Córdoba en ese momento. Me entrevisté con Dereck Foster, un reconocido periodista gastronómico y me empezó a hablar del slow food; salí de esa reunión más convencido y decido”. Abrió “Goulou” en el Cerro de las Rosas cordobés, en el mismo lugar donde está ahora.
Todo por un apellido: los Goulu del mundo
Cuando fue a registrar el nombre del lugar descubre que era un apellido y al tiempo le empezaron a llegar mensajes preguntándole si era su apellido, de qué rama de la familia era. Uno fue la clave, le escribió un pariente de Jean Philippe Goulu, un pintor nacido en Suiza en 1786, y que, en la década del 1820 se radicó en Buenos Aires, donde se anunció como “pintor de miniaturas” capaz de hacer retratos “cuya perfecta semejanza será garantida”, según decía el aviso en La Gaceta Mercantil.
Varias reproducciones de miniaturas pintadas por Goulu están colgadas hoy en el restaurante de Reussa. Después recibió un correo desde San Rafael (Mendoza) de un enólogo, Maximiliano Goulu. Los abuelos de ambos habían nacido apenas a 15 kilómetros de distancia en lo que era la Saboya. Un vínculo con su pasado que lo alentó a más ideas. Esas que lo siguen haciendo creer en las causalidades.
“Me gustó la historia y empezamos a comercializar el primer vino de Maximiliano que es inicial, joven -relata Reussa-. Ahora estamos desarrollando un reserva cuyo envase lo está diseñando otro Goulu, un artista plástico catamarqueño radicado en Córdoba”. Así se fueron entrelazando las historias.
“Las chicas llevaban de merienda sándwiches de salmón ahumado”
Los primeros años del almacén gourmet fueron complicados; Reussa colecciona anécdotas como las de sus hijas llevando de merienda al colegio sándwiches de salmón ahumado porque no se vendían y llegaba el vencimiento. En ese contexto, decide abrir un bistraux para “picoteos informales”: “No quería meterme en problemas, pero la gente quería más y en 2007 empezó otra historia, la gastronómica”.
El local llegó a tener 1400 etiquetas de vinos, convirtiéndose en una de las vinotecas más grande del interior del país. No tenían marcas comerciales, privilegian las nuevas, a las bodegas boutiques.
“El destino me convirtió en cocinero; cuando el almacén no funcionaba y quería vender, fueron tiempos de mucha angustia, de mucho dolor. La cocina es la gran excusa de un montón de cosas, del festejo, de la reunión; lo más importante es la mesa, es el emblema que resume lo que uno quiere hacer con un plato”, señala.
En su espacio se realizan cenas especiales, como por ejemplo, la réplica de la última cena del Titanic: “Eso nos levantó la vara y, después quise hacer lo mismo con la ‘última cena’ pero no le encontraba la veta. Fue una cena que transformó la historia así que elegí hacer cenas con 11 personas que trabajaran por la gente, para transformar sus vidas”.
En el restaurante, como lo concibe Reussa, la comida se convierte en una excusa para el encuentro, las anécdotas y la degustación. “Iluminar los paladares oscuros, de lenguas tristes, las bocas tímidas que temen descubrir. Llevar luz a las mentes olvidadas de sabores remotos, de lejos y de tiempos. Encender la pasión en un sentido, y en otro y en todos. Ser el destello que despierte los ojos cansados de ver lo que todos ven, sin buscar. Alumbrar de nuevo ese saber del sabor, ese gusto por lo rico, por lo bueno, por lo lindo. Eso que para pocos es mucho”. Así resume su propuesta.
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