Fue fumadora durante años y la nicotina hizo estragos: había una única opción para mantenerla con vida.
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“Esta historia no es fácil de contar. Hay dolor. Imaginen que sus vidas cambian para el resto de sus días y que no hay vuelta atrás. Recuerdo que me dolía mucho la pierna izquierda, demasiado. Ahí comenzó todo, realicé la primera consulta a un traumatólogo que me diagnosticó reuma y me medicó. Pero no mejoraba y el dolor era cada vez más insoportable. Una noche ya el dolor no me permitía dormir. Era intolerable, pensé que enloquecía”.
Desde hace 25 que Beatriz Bethouart (74) es actriz de teatro y eligió narrar su propia historia de vida mediante un monólogo titulado “Prueba de vida” que, quizás, en algún momento se anime a protagonizar en alguna sala.
“Demasiada nicotina entró a mi sangre, era mi alimento diario”
Bety confiesa que fumó toda su vida (casi siempre un atado y medio por día y cuando salía la cifra llegaba a dos) y que jamás le prestó atención a las posibles consecuencias que el cigarrillo podía ocasionar en su cuerpo. “Aunque gente cercana y amigos me retaban por la manera en que fumaba, no les hice nunca caso. Demasiada nicotina entró a mi sangre, era mi alimento diario. Nunca admití que eso me estaba haciendo daño”.
Esa noche que relata en su monólogo (al cual incluye como espacio escénico una sala de teatro muy pequeña que cuenta con una mesa, donde hay un termo, el mate, un tarro con yerba, un teléfono celular, una cómoda silla y una lámpara) fue tan larga que, dice, la pasó como pudo y a la mañana siguiente visitó a otro traumatólogo que no bien la revisó le dijo que debía acudir a un médico clínico para realizarse los estudios pertinentes.
Muy malas noticias
Enseguida, cuenta, se dirigió a la clínica en Pehuajó donde un prestigioso médico que atendía a su familia, luego de examinarla, le informó que debía quedar internada para realizarle una serie de estudios ya que el color de su pie no era normal.
“Recuerdo que el médico llamó a mi hija mayor, me hicieron un Eco Doppler y los resultados no fueron alentadores, había sufrido varios infartos en el pie. Había arterias tapadas y debían destaparse. Inmediatamente, me trasladaron a Trenque Lauquen donde seis médicos especializados en estas patologías me estaban esperando para intervenir en mi caso”, recuerda.
Sorpresa: “Yo pensaba que iba a hacerme un simple estudio y me volvía”
En ese momento Bety comenzó a intuir que algo malo le estaba pasando. Por suerte, sus hijas no se separaron de ella ni un solo segundo y a los pocos minutos las tres oyeron de boca de los médicos que no había circulación de sangre por lo que se había producido una embolia arterial, afección grave que se produce cuando un coágulo de sangre obstruye la irrigación sanguínea en una arteria. “Debían tratar de destapar la arteria, las noticias eran cada vez más desalentadoras. Yo pensaba que iba a hacerme un simple estudio y me volvía a casa, pero me llevaron a una sala de operaciones y si bien sacaron varios coágulos, los médicos informaron a mis hijas que debían llevarme a cuidados intensivos y esperar la evolución”.
“De acá salgo con los dos pies”
Después de dos días en terapia intensiva el pie de Bety estaba lejos de mejorar: “el color azulado, tirando a negro, se extendía cada vez más hacia arriba. Mi sorpresa fue grande cuando luego de esos dos días interminables en terapia me pasaron a una sala común, pero mi sexto sentido me decía que nada bueno pasaría”.
-De acá salgo con los dos pies. ¿Me viene a decir que me va a cortar el pie? -le expresó Bety a un médico que se acercó a conversar con ella.
- Mirá Bety: si no amputamos el pie en unas horas te morís porque la infección es tan grande que ya hay gangrena. Yo sé que cuando te toco y te pregunto si sentís algo, vos me decís que sí y eso es imposible porque ese pie ya no se siente. Está helado, entumecido y seguís soportando dolor porque la infección sube, lamentablemente, minuto a minuto, le dijo el especialista, con mucha templanza.
-No, no, no. Yo de acá me voy con mis pies.
-Estás perdiendo tiempo de vida. Si para mañana no amputamos el pie, te morís. ¿Podés entender lo que te digo?
-Prefiero morirme. La muerte antes que me corten una parte de mí. Dejen que me muera, para que seguir viviendo así. Al pie no me lo cortan.
Una señal del destino
Afuera, recuerda Bety, se escuchaba el llanto de desesperación de sus hijas que podían imaginar el diálogo que estaba ocurriendo adentro de la habitación. En ese momento sonó su celular en forma de señal de destino, como a ella misma le gusta decir. Del otro lado del teléfono escuchó la voz de Ezequiel, su nieto mayor, que le rogaba para que aceptara la amputación.
“Su llanto por teléfono fue lo que me movilizó, en ese instante sus palabras llegaban a mi corazón, fue el clic que necesitaba para entrar en razón. Le dije que lo quería mucho, que la familia era todo para mí y que me iba a operar”.
“Estaba derrotada, mi vida no tenía sentido”
Bety jamás olvidará ese 11 de abril de 2019 en el que le amputaron su pie izquierdo acompañada por el amor incondicional de su familia y de varios de sus compañeros de teatro que dijeron presente en el día más difícil de su vida. “Estaba derrotada, mis días de teatro se acababan, mi vida no tenía sentido, se habían muerto mis ilusiones. No quería sufrir y aunque me sentía acompañada, estaba vencida. No sabía cómo iba a salir adelante, tenía mucha furia y bronca”.
Sin embargo, al poco tiempo de la amputación a Bety la convocaron de la compañía Arlequino, dirigida por los hermanos Basualdo de Carlos Casares, para ser parte del elenco de su obra Las Garibaldi donde interpretaría a una de las hermanas (Olga). “Primero, les dije que no porque no me imaginaba actuando en silla de ruedas. Me imaginaba inútil y torpe, pero luego acepté y la obra fue un éxito. Esa experiencia fue muy satisfactoria por el reconocimiento de la gente, me dio fuerza y todos mis compañeros de teatro también. Sentí un apoyo incondicional”, se emociona.
Tardes oscuras de dolor
Bety dice que esas actuaciones le devolvieron las ganas de vivir, como así también la llegada de la tan ansiada prótesis ya que había estado casi un año en silla de ruedas.
“Aún tengo tardes oscuras en las que la angustia se apodera de mí y la vida, a veces, me duele demasiado. Lucho cada día contra el tiempo, contra el dolor, pero no el dolor físico, sino el del alma, ese que se cuela en los huesos. Quiero volver el tiempo atrás y que el reloj se detenga y no marque las horas”, se angustia.
“Voy aprendiendo a vivir de otra forma diferente a la que estaba acostumbrada”
Sin embargo, más allá de esta nostalgia Bety está convencida de que al fin y al cabo le vida le dio una nueva oportunidad para disfrutar de su hermosa familia, del teatro y de las pequeñas cosas de la vida.
“Lentamente, voy aprendiendo a vivir de otra forma diferente a la que estaba acostumbrada. Tengo la oportunidad de seguir adelante y sé que debo aprender a no tener presente el ayer, a no pensar en el mañana y a vivir cada momento porque la vida es bella y vale la pena vivirla”, finaliza Bety, que sueña con seguir haciendo teatro y estar siempre arriba de un escenario.
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