El lugar del desnudo y la intimidad en la "era de Facebook"
Una muestra en Fráncfort recoge obras de Warhol, Weiwei, Sophie Calle y Tracey Emin
FRÁNCFORT.- Existió un tiempo en que lo íntimo era sagrado. La vida privada constituía una fortaleza a la que sólo los familiares y un reducido círculo de amigos lograban acceder. Lo que sucedía de puertas adentro no era asunto de nadie y quien se atrevía a mirar por la ventana se arriesgaba a ser juzgado por intrusismo e indiscreción.
Pero eso fue hace mucho tiempo, a juzgar por un presente en el que la privacidad parece una palabra desprovista de significado, el exhibicionismo se ejerce sin rubor y el voyeurismo se acerca al estatus de práctica socialmente normalizada. Las redes sociales se fundamentan en una intromisión aceptada por todas las partes implicadas y cualquier momento íntimo es susceptible de convertirse en imagen por exponer ante el prójimo en cuestión de segundos. Como sentenció Mark Zuckerberg, la privacidad es "una norma social que ha evolucionado" hasta quedar obsoleta.
El arte contemporáneo no ha quedado al margen de esta transformación, que en poco más de una década ha logrado convertir en regla lo que antes rozaba la patología. "Privacy", una nueva exposición en el Schirn Kunsthalle de Fráncfort, inspecciona la pérdida gradual de la intimidad y el exhibicionismo imperante a través de la creación artística. "En un momento en que la autorrepresentación y la noción de privacidad están sujetas a semejante agitación, se me ocurrió preguntarme de dónde podía proceder todo esto. El arte nos da una posible respuesta", explica la curadora Martina Weinhart. La muestra recorre el trabajo de una treintena de artistas, como Warhol, Weiwei y Tracey Emin, que no se ruborizan al hablar de asuntos privados en lugares públicos, desde los primeros brotes de esta tendencia al destape de lo íntimo, a finales de los cincuenta, hasta el actual dominio de las alegrías y miserias personales como motor creativo.
La exposición se inspira en la teoría de la posprivacidad formulada por ensayistas como Richard Sennett, Anthony Giddens y David Brin. Antes de la llegada de Facebook y Twitter, ya denunciaron la tiranía de la intimidad que se avecinaba. Hace medio siglo que el arte refleja este proceso de cambio a través de una exposición deliberada de la vida privada propia y ajena. Stan Brakhage, pionero del cine experimental, dio un decisivo paso adelante en 1959 con Window Water Baby Moving , crónica del parto de su primogénito, proyectado en esta exposición. Cuentan que los espectadores abandonaban la sala con náuseas y que las feministas reaccionaron de manera furibunda. Desde entonces, el arte contracultural se especializó en reflejar modos de vida que la doctrina oficial de los 50, empeñada en pregonar el dogma de la familia perfecta de suburbio residencial, se obstinaba en ignorar.
El secretismo que envolvía la vida privada saltaría para siempre por los aires. La muestra destaca a dos mujeres entre los responsables de la proliferación de lo privado en el arte de las últimas tres décadas. A lo largo de los ochenta, Sophie Calle impuso lo vivido como material privilegiado en el arte conceptual de nuestros días. Por ejemplo, al retratar su matrimonio fallido con el fotógrafo Greg Shephard, que expuso en la serie "Des histories vraies" ("Historias verdaderas").
Por su parte, Nan Goldin estableció otro canon igual de vigente: la fotografía como forma de expresión de una intimidad en bruto y de estética amateur, a menudo circunscrita en la vida en los márgenes, que numerosos artistas se han esforzado en imitar. La exposición recoge a algunos de ellos, como el cotizado Ryan McGinley y el malogrado Dash Snow, fallecido por sobredosis en 2009, tras haber documentado un mundo de sexo, drogas y violencia.
Para una joven generación que se cree desprovista de historia, el sinceramiento respecto a su intimidad ya no tiene nada de proyecto político. Un estudio reciente de dos investigadores en neurociencia de Harvard puede dar una pista para entenderlo. Concluyeron que compartir nuestra privacidad en las redes sociales activa el sistema de recompensa cerebral del usuario. Es decir, la misma zona en la que se genera la sensación de placer que comportan el sexo y las drogas. Si se encuentran en lo cierto, no es extraño que lo confidencial se haya convertido en prehistoria.