El 1° de agosto de 1944, miles de civiles tomaron las armas para liberar a la capital de Polonia del yugo alemán durante la Segunda Guerra Mundial; una escritora argentina reconstruye en un libro esta gesta, que finalizó en una masacre
- 18 minutos de lectura'
El 1° de agosto de 1944 comenzó en la ciudad de Varsovia un episodio tan heroico como poco conocido de la Segunda Guerra Mundial. Hacía cinco años que la capital polaca se encontraba bajo la ocupación de los nazis pero en esa jornada se suponía que ese dominio estaba a punto de terminar. Ese día, grupos de civiles organizados en un ejército popular comenzaron, exactamente a las cinco de la tarde, un movimiento insurgente con el objetivo de liberar la ciudad del yugo alemán. La gesta, de cuyo inicio se cumplen este jueves 80 años, es recordada como el Levantamiento de Varsovia y, lamentablemente, tuvo un desenlace de horror para los varsovianos.
Ana Wajszczuk es una periodista, escritora y editora argentina que investigó en profundidad los hechos y protagonistas de este levantamiento. Pero ella no solo se metió en esta historia en su rol de cronista del pasado, sino que también lo hizo como una manera de conectarse con sus raíces polacas. También para recordar y honrar a los miembros de su árbol genealógico que formaron parte de la insurrección surgida en las calles de Varsovia. En esa patriótica revuelta perecieron, en edad muy temprana, tres primos de su abuelo paterno: Antoni, Wojtek y Bárbara.
Como parte de esta inmersión en su propia historia familiar, Ana también viajó a Varsovia junto con su padre en 2015 para estar presente en los distintos homenajes que se realizan en la capital de Polonia cada 1° de agosto en conmemoración del Levantamiento y sus combatientes. Como resultado de estas investigaciones, visitas, y también de diálogos con los insurgentes que sobrevivieron a la atroz respuesta de los nazis, escribió el libro Chicos de Varsovia; una hija, un padre y las huellas de la mayor insurrección contra los nazis. Durante los sábados de agosto, en conmemoración por los 80 años del levantamiento, se realizará en el MACBA de Buenos Aires la obra de teatro Varsovia ‘44, basada en el libro de esta escritora de origen polaco.
En diálogo con LA NACION, Ana Wajszczuk cuenta los pormenores del Levantamiento de Varsovia, habla sobre la participación de sus familiares dentro de esta gesta, revive la experiencia de visitar la tierra de sus ancestros junto a su padre y habla acerca de su libro y la obra de teatro basada en él.
El Levantamiento
–Ana, ¿qué fue el Levantamiento de Varsovia?
–Fue un levantamiento de la resistencia polaca. En Polonia había un ejército clandestino armado, el Armia Krajowa (Ejército Patriótico o Ejército Nacional), conocido como AK, formado por unas 400.00 personas en todo el país y entre 30.000 y 40.000 en la capital. Eran civiles, bajo mando militar y dependiendo del gobierno polaco en el exilio, que desde que los nazis tomaron Polonia, en septiembre de 1939, se encontraba en Londres. La resistencia estaba totalmente organizada. Tenían escuelas y facultades clandestinas, la gente se terminaba recibiendo de médico, por ejemplo, en la clandestinidad.
–¿Tenían prohibido estudiar?
–Los nazis habían prohibido las escuelas y universidades a los polacos no judíos. Es decir, para los polacos judíos, planificaron la muerte. Para los no judíos, usarlos para trabajo esclavo. Esa era la idea que tenían los alemanes para el país. Por eso las universidades se cursaban clandestinamente.
“Hitler odiaba Varsovia -escribe Ana Wajszczuk en Los chicos de Varsovia-, la joya de la corona de un país habitado por razas que la ideología nazi consideraba ‘subhumanas’, solo útiles en última instancia para trabajos forzados: eslavos y judíos”.
–¿En ese caldo de cultivo surge el levantamiento?
–El ejército clandestino sumó muchísimas personas, en especial muchísimos jóvenes, que como en todas las revoluciones son los más proclives a sumarse. Después de cinco años de ocupación, se deciden a hacer un levantamiento. Un acto que todavía en Polonia es muy discutido, aun 80 años después, porque el saldo final fue de 200.000 muertos y una ciudad, Varsovia, completamente destruida.
–Hubo un dato o una creencia errónea entre los insurgentes, de que las tropas rusas entrarían pronto en la ciudad, ¿verdad?
–Claro, ellos esperaban ayuda de Rusia, que es medio ridículo porque Rusia siempre fue enemigo histórico. Pero bueno, en ese momento podía pasar. Los rusos estaban a 20 kilómetros, del otro lado del río esperando a tener el camino despejado. Y los nazis se ensañaron con Varsovia, una cuestión un poco ridícula, porque era un momento en que estaban bastante desgastadas sus tropas. Sin embargo, mandaron una cantidad descomunal de armamentos y fuerzas y tropas a Varsovia. “(Adolf) Hitler manda destruir la ciudad. Es lo que pasó. El levantamiento duró dos meses. Fue una sangría. No solo de insurgentes como mis parientes, que eran muy jovencitos, sino de civiles, que quedaron atrapados en una ciudad en guerra. Ya estaban en guerra pero en una vida, entre comillas, normal.”
–Hay episodios que narrás en el libro en los que el ensañamiento fue de una brutalidad extrema, como lo que ocurrió en el barrio de Wola, pocos días después del inicio del levantamiento.
–Sí. Allí mataron 50.000 personas en dos días. Una barbarie la que hicieron. Hubo ciertas unidades conformadas por mercenarios, también sacaron presos de las cárceles alemanas para ir a matar, porque la idea era matar.
“Los testimonios de los sobrevivientes dicen que, casa por casa, los hombres de Reinefarth (jefe del batallón nazi en Wola) entraron a asesinar a todo lo que viviera. A quemar vivos a los habitantes; a amontonar en los sótanos a los vecinos de un edificio y tirar granadas adentro; a ametrallar familias enteras, sus hijos de las manos, sus bebés a upa y sus inválidos a cuestas, contra las paredes de algún patio interno”, se lee en un fragmento de Chicos de Varsovia.
La destrucción de Varsovia
–Había una notable desigualdad de fuerzas
–Si. Los insurgentes estaban muy mal armados. Tenían todo para resistir una semana. No había comida. No había agua, no había medicamentos. La ciudad estaba sitiada. Así fue como los nazis lograron destruirla. Seguramente, viste la escena final de la película El Pianista, cuando el protagonista es uno de los pocos judíos que quedaron ocultos en Varsovia y cuando sale, la ciudad está destruida. El 90 por ciento de la ciudad quedó hecha escombros.
El 2 de octubre de 1944, el general Tadeusz Bór, jefe de los insurgentes, firmó la capitulación final del AK. La ciudad es evacuada en cuatro días. Los civiles sobrevivientes son llevados a un campo de tránsito en Pruszków, cerca de Varsovia. Los insurgentes, en su mayoría, acabarían siendo derivados a campos de prisioneros. Se lee en Los chicos de Varsovia: “Siguiendo las órdenes de Hitler de que Varsovia debía ‘desparecer completamente de la faz de la tierra’ y pese a que Alemania no tenía ni un solo soldado que desperdiciar, cientos de ellos permanecieron en Varsovia para saquear, incendiar con lanzallamas y reducir a polvo y ladrillo lo que aún siguiera en pie (...). El lugar donde había vivido un millón de personas se había convertido, como escribió la poeta Anna Swir en ‘el vacío de un millón de personas’”.
–Hay un testimonio en tu libro que dice algo así como que los nazis “demolieron miles de años de historia”
–Sí. Se robaron lo que había para robarse y todo lo demás lo destruyeron. Son hechos que todavía en Polonia despiertan mucha polémica, pero a mí lo que me fascinó es que los polacos volvieron a levantar la ciudad en el mismo lugar. Se volvieron a levantar desde los escombros. Y también, cuando fui a Varsovia me impactó ver el Museo del Levantamiento, de cuatro pisos, supermoderno, lleno de reliquias, de gente que donó uniformes, brazaletes, hay una réplica de un avión que mandaba la poca ayuda que mandaron los aliados...
–¿No hubo mucho apoyo aliado hacia el levantamiento?
-También pasó eso, ¿no? Polonia siempre fue un país que no les servía, básicamente. Porque, por ejemplo, mientras era el levantamiento se liberaba París, y París quedó intacta. Algunos aviones enviaban cosas o tiraban comida que se hacía m... cuando llegaba al piso. No hubo ayuda, por eso también el Levantamiento fue un hecho un poco silenciado, porque no quedaban tan bien los aliados. Y los rusos, tampoco. Porque cuando ellos llegaron a Polonia y el país queda bajo la égida comunista, cualquier intento de nacionalismo, como fue el levantamiento, no estaba bien visto.
–¿Entonces los insurgentes recién tuvieron su reconocimiento cuando cayó el comunismo en Polonia?
–Sí. Muchos de los excombatientes no quisieron hablar hasta bien mayores, así como muchos que se fueron no quisieron volver a Polonia después. Como mis abuelos, porque estaba el comunismo y tenían miedo de que los metieran presos. No quisieron hablar y hablaron después de que cae el muro, por eso fue un hecho bastante desconocido. El levantamiento del Gueto de Varsovia fue bastante más conocido, y pasó un año antes... posiblemente porque no fue un movimiento nacionalista sino de resistencia humana de los polacos judíos, donde los malos eran los nazis, sin dudas. No los rusos, que si bien no habían tomado Varsovia, estaban en una parte del país.
Los primos Wajszczuk
–¿Quiénes fueron los familiares tuyos que estuvieron en el levantamiento y cuáles fueron sus historias?
–Eran los primos de mi abuelo Ireneo (Zbigniew, originalmente). A él, cuando tenía 25 o 26 años lo habían llamado a filas, había caído prisionero de los rusos y lo habían enviado a un campo de prisioneros de guerra, a un gulag de Siberia. Una vez liberado, luchó en Egipto e Italia bajo el mando del general polaco Anders. Todos eran de un pueblo, Siedlce, que queda a 90 kilómetros de Varsovia para el lado de Rusia. Estos primos se habían mudado del pueblo a la capital por seguridad y porque la casa donde vivían se la habían ocupado los nazis. Convivían con oficiales nazis. El mayor de ellos, Antoni, que creemos que es el primero que se enroló en el AK, tenía miedo de que lo mandaran a trabajos forzados a Alemania. Por eso, se mudaron a una ciudad más grande, donde podrían pasar desapercibidos. Pero no lo sabemos con seguridad. Tal vez ya eran miembros de la insurgencia y convencieron a su madre de ir a Varsovia.
–¿Cuántos eran los primos Wajszczuk?
–Eran cuatro. Había una hermana mayor, Danuta, que estudiaba Medicina, que aparentemente colaboró como enfermera y fue la única que sobrevivió. Los otros tres eran Antoni, de 20 años, Barbara, de 18 y Wojtek, de 15. Ellos estaban en unidades diferentes, o sea que suponemos que no se vieron más a partir del primer día del levantamiento, estaban en diferentes partes de la ciudad.
–¿Cómo murieron?
–El primero fue el más pequeño, Wojtek, que estaba en las afueras de Varsovia cuando se cruzaron con una patrulla nazi. No se sabe si murió en combate o lo tomaron prisionero y lo fusilaron al final del día como a muchos. En Pecice, el lugar donde esto ocurrió, que es un pequeño pueblo con un bosquecito a 15 kilómetros de Varsovia hay un memorial donde se conmemora este hecho.
–¿Cuál fue el destino de Antoni?
-Él murió en el asalto a un edificio. Ellos estaban resistiendo desde adentro y los nazis entraron. Tampoco se sabe si murió en el combate o en el incendio posterior de ese edificio. Pero murió ahí.
–¿Y Barbara?
–Barbara fue la última, la que más vivió. Ella era girl scout y como casi todas ellas, era sanitariuska, sería como enfermera, aunque hacían de todo, enfermería, correo, etc.. Ella quedó herida en la explosión de un choche bomba... no era un coche bomba, era un tanquecito con explosivos que los nazis usaban para derribar barricadas. Aparentemente, los insurgentes no sabían lo que era, se alegraron porque pensaron que habían capturado un tanque y el tanque explotó. Murió mucha gente, ya que estaban todos felices alrededor del tanquecito, festejando, cuando aparentemente cayó de ahí una caja de explosivos y explotó todo. Fue el 13 de agosto de 1944, un episodio recordado después como “Domingo negro”. Barbara no muere ahí. Cae herida, la llevan a un hospital de campaña. Y después, a pesar de que era un hospital con la cruz pintada en el techo, lo bombardearon los alemanes y ella muere en ese derrumbe.
Los escenarios y los homenajes
El libro Los chicos de Varsovia comienza con el atrapante relato de la captura de ese pequeño tanque por parte de los insurgentes del AK, la alegría de la gente por tener un botín del enemigo (”¡El tanque es nuestro!”, gritan), los festejos, la sensación de que se le podía ganar la pulseada a los nazis y la tragedia de la explosión, que destruye la vida y los sueños de libertad de alrededor de 350 varsovianos.
Aquel hecho sucedió en la calle Kilinski, casi llegando a Podwale, en el barrio conocido como Ciudad Vieja de la capital polaca. El 13 de agosto del año 2015, 71 años después de la explosión, en el proceso de la reconstrucción de su historia familiar, Ana Wajszczuk presenciaría un acto en esa misma esquina junto con su papá Adam. Ambos recorrerían los puntos cruciales de la ciudad y alrededores donde habían ocurrido los hechos que marcaron a los primos Wajszczuk y al resto de la resistencia. “Yo quería estar, ver todo, estar en todos lados, pasar por las mismas calles”, escribe Ana en su libro, donde agrega que deseaba que el hecho de pisar esos lugares le sirviera como “una máquina del tiempo”.
La periodista y escritora, que hoy tiene 48 años, estuvo también, en su visita a Varsovia, en todos los actos y conmemoraciones que se realizaron para recordar el Levantamiento. El 1° de agosto, a las cinco de la tarde -conocida como la ‘hora W’-, toda la ciudad de Varsovia se detiene por un minuto, para recordar el comienzo del levantamiento. “Por eso yo quería viajar cuando estuvieran los homenajes, para ver un poco de eso, cuando se para la calle y se hace un minuto de silencio”, dice Wajszczuk, que añade: “Antes era un minuto de silencio, ahora prenden bengalas. Es que el Levantamiento fue un poco apropiado por la derecha y las facciones más ultraconservadoras”.
–Ana, de todos los homenajes, actos y conmemoraciones que presenciaste, ¿cuál fue la que más te conmovió?
–Creo que lo que más me conmovió, no fue algo impresionante, pero a mí me conmovió. El 1° de agosto es cuando se hacen los homenajes, en las calles y en el Cementerio Militar de Varsovia, que es donde están enterrados todos los insurgentes de quienes se pudo rescatar sus restos. Entre ellos están Antoni y Barbara, mis dos primas. Ella está enterrada con una amiga y Antoni en una tumba colectiva de unos diez compañeros. Pero el día anterior la gente va a limpiar las tumbas y a ponerles flores, gladiolos rojos y blancos, van a engalanar el cementerio para eso. Eso me conmovió mucho, como preparan todo para el homenaje, ver chicos jóvenes que reparten gladiolos o cintas rojas y blancas para que tengan todas las tumbas. Y también me conmueve la importancia de tener una tumba, un lugar para ir a presentar respetos, a llorar. Había un chico que limpiaba las tumbas, pero al abuelo de ellos nunca lo habían encontrado...
–Hay mucho respeto a ese pasado.
–Sí. También me conmovió que toda la ciudad está atravesada por plaquitas que dicen: “Lugar santificado por la sangre de los polacos que cayeron por la libertad de su patria”, y después, la fecha y el número de víctimas. Y siempre hay ahí una flor, o una velita. Los carteles te sorprenden en cada esquina, están en todas partes. También me conmovieron las canciones. Hay un día que se monta en una plaza muy céntrica de Varsovia un escenario y se cantan todas las canciones prohibidas durante la etapa comunista, que se cantaban en el levantamiento. Son todas canciones muy lindas, muy grandiosas, al estilo “Bella Chao” y hay una de ellas que se llama Chicos de Varsovia -”los chicos de Varsovia vamos a luchar por las ciudades”, dice- y de ahí tomé el título del libro.
–¿Y los exinsurgentes también están presentes en los actos?
–Sí. Hay un día que se convoca a los excombatientes, que son todos viejísimos. Quedan muy pocos. Cuando yo fui había más, pero los que quedan hoy tienen más de 90 años. Pero era muy tierno porque veías a las señoras vestidas como en su época y a los hombres con sus trajes scouts (muchos insurgentes se enrolaban en batallones de scouts), con sus uniformes, sus gorritos, sus brazaletes y condecoraciones. Me dio ternura, porque son como ancianos vestidos de combatientes.
Las raíces polacas
–Por todo lo que pasaron (dos guerras mundiales, el exterminio de los judíos, la destrucción de Varsovia, la opresión comunista), da la impresión de que todos los polacos son sobrevivientes
–Es un pueblo muy castigado. También, para entender a esos jóvenes insurgentes, el país había recuperado su independencia hacía 20 años, después de 125 o 128 años. Estaba repartido entre el Imperio Austrohúngaro, Alemania y Rusia. Ellos se habían criado casi todos con los padres y abuelos que habían ido a la Primera Guerra Mundial. Cuando voy, noto que es un pueblo muy patriota, muy respetuoso de sus instituciones militares. Entiendo su nacionalismo porque les ha costado mucho tener su patria. Hoy es un país próspero, además de que es precioso, y ellos mostraron tener esa tenacidad de volver a construir la capital en el mismo lugar, levantarse desde los escombros.
–Una figura muy presente en tu libro es tu papá, que te acompaña en el viaje, a veces es traductor, comparte tus emociones y aporta sus puntos de vista. ¿Cómo viviste el viaje con él?
–Es como que yo me di cuenta de que a mi papá le estaba contando un cuento de las buenas noches, un cuento sobre mi familia. De alguna manera, a mí también me movió un montón de cosas. Estaba haciendo un tratamiento de fertilidad y quedé embarazada dos meses después de que se publicó el libro. De alguna manera, cerré la puerta a mi etapa de hija y abrí mi etapa de madre.
–¿Cómo fue que se despertó tu interés por tus raíces polacas?
–Empezó cuando me enteré de que había un tío abuelo, Waldemar, que estaba investigando la historia de la familia. Nos contactó en el año 2000, queriendo saber sobre nosotros para armar esta rama de la familia. Yo me meto en el árbol genealógico y no podía creer la cantidad de historias que encontré ahí. Me impactó. i interés desembocó en un libro de poesías, El libro de los polacos, que era una parte medio inventada. Por ejemplo, hice un poema a los tres primos que nada que ver porque el levantamiento fue en verano y yo los hacía en el medio de la nieve... Antes de la aparición de mi tío abuelo, yo sabía que mis abuelos eran polacos y que se habían escapado de la guerra, donde mi abuelo había luchado, no sabía nada más.
Varsovia 1944
–¿Después fuiste profundizando tus conocimientos?
–Sí, en 2007 hice una nota para la revista de LA NACION, donde conté la historia de excombatientes que había encontrado en la Argentina, donde llegaron cerca de 250, y quedaron un montón de testimonios afuera. Mi tío se copó y me enviaba información y yo dije: “con esta data tengo que hacer algo”. Después, viajé con mi papá y tuve acceso a gente allegada a mi familia o gente que por esos lazos que se dan en los pueblos son como familia. Y me llevaban a lugares.
–Y así nació el libro que ahora pasa a ser obra de teatro. ¿Cómo se dio ese traspaso?
–El director y el que hizo la dramaturgia es Dennis Smith. Yo fui a ver una obra de él, Elle y yo, y le dejé mi libro de regalo. A la semana, me dice: “Quiero hacer este libro”. “Bueno, suerte”, le dije. Luego, hice como una supervisión del guion, fuimos achicando y quedó la historia de los tres hermanos. Mantuvimos lo del viaje, la búsqueda de las raíces y la historia de los tres chicos. A mí me hubiera gustado que el libro se tradujera a otro idioma, principalmente al polaco, o al inglés. Esto no pasó, pero se tradujo a otro idioma, que es el teatro y se tradujo muy bien. La obra, además, tiene el apoyo económico de la Embajada de Polonia en Buenos Aires.
–¿Cómo se llama la obra?
–Se llama Varsovia 1944. Es una puesta muy emotiva, con actrices geniales (Laura Oliva, Cristina Dramisino y Carolina Kopelioff), con canciones compuestas especialmente para la obra, que se va a dar todos los sábados de agosto, a las cuatro de la tarde, en el Museo Macba. Es una historia que busca reconstruir lo que pasó pero también volver a las raíces, saber que uno es lo que es por los que fueron. Somos herederos de éxitos, fracasos, lágrimas y sonrisas de los que nos precedieron.
80 años después, el Levantamiento de Varsovia contra la ocupación nazi en Polonia aún se conserva en la memoria. En palabras de la propia Ana Wajszczuk en Chicos de Varsovia: “El pasado es un animal que no se extingue”.
Más notas de Historias LN
- 1
Soy cardiólogo y estos pequeños cambios en los platos navideños los hace saludables para el corazón
- 2
¿La gaseosa cero engorda? Conocé los efectos de estas bebidas en el organismo
- 3
Cómo es la mezcla de orégano y vinagre blanco que promete eliminar a las cucarachas
- 4
Rituales para aprovechar la energía del solsticio de verano este 21 de diciembre