El laboratorio de la vida (segunda parte)
Como en el escenario, el laboratorio es un teatro de la vida, y puede enseñarnos estrategias, frustraciones y triunfos para aplicar ahí afuera, donde pasan las cosas. Tenemos, por ejemplo, la influencia de un buen ambiente de trabajo; es algo obvio, pero no por eso sencillo. Allí entran las colaboraciones y las alegrías de todos los días, sí, pero también el manejo de las competencias, la presión por la posición en la carrera, la bronca cuando las cosas no salen. Algo para lo cual nada ni nadie nos prepara.
De esto se ocupó la revista Nature: de la salud de los laboratorios, encuestando a más de 3000 investigadores sobre cómo lograr un ambiente de trabajo adecuado. Hay de todo: desde guías de buenas prácticas hasta tácticas para retener a los más jóvenes, incluyendo posiciones de lo más innovadoras como la de "oficial de ciencia sustentable". Algunas instituciones ofrecen cursos de "destrezas de supervivencia" para la jungla que representa la carrera científica, tanto para mentores como para jóvenes padawans (y perdón por el nerdismo). Es curioso que en general los seniors tuvieron una percepción mucho más positiva de su lugar de trabajo y su rol que los juniors. Ejemmm…
También tenemos el equivalente de las reuniones de oficina. Hay que saber sacar provecho de los seminarios de laboratorio, ese rato en el cual celebramos o destrozamos nuestros datos, proyectos e ideas y también los ajenos. En los seminarios algún joven estudiante o investigador expone sus números e hipótesis frente al resto, y aquí el equilibrio entre el aliento y el pulgar para abajo es finísimo. Es cuando el supervisor muestra su liderazgo, pero de manera dinámica, valorando las opiniones, alentando y aconsejando. Del otro lado se requiere estar abierto a lo que aparezca: como en un taller literario, se critica la obra y no al obrador. Varias veces hemos visto un entusiasmo derrumbarse por no saber entender o valorar una crítica demasiado mordaz. El seminario es un ensayo de enfrentarnos con las críticas de verdad: las de afuera, y es donde se adquieren las armas de defensa y de razonamiento entre todos, los más experimentados y los noveles, y se deben permitir los disparates más… disparatados.
Y qué decir de los necesarios festejos laboratoriles. Al contrario de lo que puede pensarse, un laboratorio saludable es un lugar divertido, donde no se pierden ocasiones para celebrar. Todo jefe tiene su champagne en la heladera esperando la aceptación del paper importante, la defensa de la tesis, la obtención de un subsidio necesario y merecido.
Como buenos científicos, detestamos el papeleo, los informes, los pedidos. Pero a veces podemos aprovechar esos momentos para parar la pelota y ver dónde estamos parados, dónde vamos y, sobre todo, dónde queremos ir.
Hay también quienes proponen considerar el trabajo de laboratorio como un diagrama de flujo de una empresa: qué tareas se realizan, cuáles son imprescindibles, en qué orden, quién hace qué, todo prolijamente documentado y hasta visualizado en una pared llena de papelitos. Quizás eso permita identificar huecos, tiempos muertos, espacios para mejorar. Tomarse un rato para visualizar las distintas líneas y procesos nos puede ayudar a ahorrar otros tantos ratos y más de un dolor de cabeza.
Además de estos consejos, en la encuesta de la revista Nature el factor más común a investigadores y estudiantes fue la sensación de la falta de entrenamiento en cuestiones científicas y, sobre todo, "humanas" y su rol en generar laboratorios más saludables. Lo mismo vale para la necesidad de comunicación entre todos los niveles,teniendo en cuenta que aquellos que están iniciándose tienden a estar más estresados y necesitan la palabra justa, el consejo, la palmada.
En definitiva: la ciencia nos enseña lo que ya sabemos: para un buen trabajo se necesita un lugar de trabajo saludable. Ahora, a ponerlo en práctica.