El laboratorio de la vida
Pasamos muchas, quizá demasiadas, de nuestras horas ahí adentro, en esa especie de republiqueta con sus reglas, sus horarios, sus jerarquías. Y si el mandato es pasarlo lo mejor posible, al mismo tiempo de ser saludables y productivos, podríamos pensar en la vida del laboratorio como una metáfora mayor: una especie de laboratorio de la vida que nos da lecciones de liderazgo, de estrategia… de felicidad.
No estamos solos en la búsqueda: un número reciente de la revista Nature ofrece una serie de consejos a tener en cuenta para la salud del laboratorio y de sus habitantes, que fácilmente podremos extrapolar hacia la oficina, la empresa… incluso nuestro hogar.
Es que ese espacio sagrado es un gran ejemplo de todo aquello que quema las pestañas a directores de recursos humanos, de marketing, de producción. Tomemos, por ejemplo, la selección de personal: ¿qué nos asegura que esa jovencita ilusionada que se nos presenta al llamado de beca se convertirá en una científica independiente y proactiva? ¿Sus notas en la carrera? ¿Su pasantía por otra institución? ¿Su pasión por la ciencia? Si bien es casi imposible preverlo, el tiempo nos da la experiencia para adivinar pequeños gestos, palabras caídas como al azar, las primeras horas en la mesada.
¿Y qué pasa con los líderes en este pequeño reino? El laboratorio es quizás el mejor ejemplo de esa tirantez entre un camino marcado firmemente y la cuota necesaria de libertad para equivocarse, para tener ideas geniales, para delegar porciones de autoridad y de decisión. Ay, cuántas relaciones maravillosas pueden quedar truncas por no saber dividir aguas, separarse a tiempo, vislumbrar en el otro la semilla de la innovación.
Otro cantar laboratoril es el de saber cuándo nuestra historia, o nuestro producto, están listos para presentarse al mundo. Supongamos que hacemos –o, más bien, lo hacen nuestros estudiantes, como sucede no en la mayoría de los casos… si no siempre– un experimento novedoso que arroja un resultado espectacular y que puede conmover al mundo (o, al menos, a nuestros competidores). ¿Qué hacer? ¿Comunicarlo así, sin más, en busca de la gloria rápida y efímera, o completarlo con nuevos datos y contextos, para lograr una verdadera historia que trascienda la prueba de los tiempos? Esto, que técnicamente sería la diferencia entre una "comunicación corta" y un "paper completo" es quizá una de las decisiones complicadas que debemos tomar como jefes, sabiendo que en esa elección también corren los tiempos de becarios y estudiantes, necesitados de mostrarse al mundo como jóvenes promesas.
Aunque antes de todo esto viene un interrogante mayor: qué estudiar dentro de las infinitas posibilidades del universo. Imaginemos una historia de lo más común en ciencia. Luego de su doctorado, el joven científico marcha a conocer el mundo y a especializarse en alguna universidad cuyo nombre contenga la letra "ch" (Michigan, Chicago, Massachusetts). Aprende novedades, publica sus hallazgos y, en algún momento, le pica el bichito de volver al hogar. Así, se reinstala en un laboratorio local y debe elegir por dónde moverse. ¿Continuando las investigaciones de punta que hacía en el extranjero? ¿Aceptando la línea de trabajo de su jefa? ¿Buscando un nicho en que pueda desarrollarse sin demasiada competencia, quizás apuntando a un problema local, a un modelo autóctono, algo que vaya preparando de a poco para ir construyendo su propia historia? ¿Volcándose de lleno a las aplicaciones de la ciencia, o estudiando en profundidad un problema confiando en que las eventuales soluciones y practicidades irán surgiendo en la carretera?
Elección del campo, selección de personal, liderazgo, comunicación de los resultados. ¿No les suena muy parecido a esa otra vida que ocurre puertas afuera, en ese otro gran laboratorio que experimentamos todos los días?
Continuará. Vale la pena.