El juego de las armas
El director de Ciudad de Dios, que se estrenará en marzo, cuenta cómo y por qué rodó el film que arrasó con la taquilla y polemizó en la reciente campaña electoral con su crudo retrato de la miseria
A los 13 años tienes una pistola en el bolsillo, a los 14 traficas con cocaína, a los 15 acumulas más cadáveres que primaveras y a los 16 yaces en la cuneta con un orificio de bala en el cráneo. Esta podría ser la probable biografía de cualquier habitante de una favela brasileña como Ciudad de Dios, una de las 600 barriadas bajo el mando del narcotráfico y el crimen organizado que flotan en la ondulante geografía de Río de Janeiro. Una de las miles que se esparcen por los suburbios de un país en el que 54 millones de personas, de sus 170 millones de habitantes, no tienen nada que llevarse a la boca.
Allí, en Ciudad de Dios, transcurre la tercera película del brasileño Fernando Meirelles (S‹o Paulo, 1955), adaptación de la novela homónima escrita por Paulo Lins en 1997, codirigida por Katia Lund, una documentalista de origen escandinavo que se conoce las villas de Río como la palma de su mano. Una novela que sacudió con sus numerosas reediciones el precario mercado editorial brasileño y que ahora ha repetido la embolia en los cines: medio año después de su estreno en Brasil, han visto la película más de cinco millones de personas, ha recaudado la mayor taquilla de una película patria en los últimos 15 años -superando a Estación central , de Walter Salles-, y su andadura internacional ya ha sacudido carteleras como la inglesa. La prestigiosa revista francesa Cahiers du Cinéma ha dicho de ella que fue la mejor película del pasado festival de Cannes y el público de San Sebastián estuvo a punto de concederle su galardón, que le arrebató a última hora Bowling for Columbine , de Michael Moore. En Estados Unidos ha desfilado por los Globos de Oro, huele a Oscar y la todopoderosa Miramax, previa sugerencia de Martin Scorsese, la ha puesto en circulación con más de cincuenta copias que prometen multiplicarse en los próximos días.
En una nación donde parece que el viento sopla de nuevo, la película se ha convertido en un símbolo casi vergonzoso de los agujeros que quedan por cubrir. El debate social suscitado es ya una bola de tamaño exagerado que ninguno de los dos directores buscó. A Meirelles, hasta la novela le había pasado desapercibida: "Yo no tenía ninguna intención de hacer la película hasta que Katia Lund, la codirectora, me sugirió que leyera el libro de Paulo Lins. El libro tiene 600 páginas y las primeras 100 me las leí por curiosidad. Yo nunca había probado la cocaína y conocía historias de las favelas, pero lejanamente. Cuando llevaba 200 páginas empecé a tener claro el guión y al terminar el libro lo primero que hice fue llamar a Katia para pedirle que nos pusiéramos a trabajar inmediatamente". El libro es el relato estrepitoso de la vida de 250 personajes. Doscientas cincuenta historias de violencia, proyectiles, líneas y deflagraciones que el binomio de directores han comprimido en la mirada de un personaje principal, Buscapé (interpretado por Alexandre Rodrigues). "El libro no tiene estructura, ni ningún personaje central, así que decidimos enfocarlo desde la mirada de Buscapé, un protagonista que vive dentro de la favela pero que la mira desde afuera porque no se implica criminalmente". Buscapé es un joven alérgico a la sangre y a la violencia que sólo aspira a salir de la favela y convertirse en fotógrafo. Le gusta hacer fotos a contraluz y fumarse canutos con las niñas en la playa de Copacabana, pero cuando sus colegas comienzan a embriagarse con los relojes de pulsera dorada y la biyuterie de leopardo, su mirada se entristece. Así, el filme es la crónica de 20 años -desde finales de los sesenta a los estertores de los ochenta- en la vida de una pandilla de niños que juegan al fútbol con pistola, que huelen a pegamento, sangre y marihuana y viven hacinados en chabolas de agua negra y luz inclinada. Y con un sueño colectivo: ser el criminal más respetado del barrio. Una historia que pese a transcurrir 20 años atrás es perfectamente trasladable a la realidad actual. Uno de cada cuatro ciudadanos de Río de Janeiro vive en una favela y cerca de un millón de jóvenes ya están instruidos para heredar las mullidas poltronas de la cocaína. Por eso, cuando Meirelles y Katia Lund se pusieron en marcha, procuraron desde el principio reclutar a un grupo de actores que conociera aquella realidad. "Entrevistamos a más de dos mil niños procedentes de distintos barrios marginales de Río. Además de los tres protagonistas, necesitábamos a unos cien niños familiarizados con la violencia. Nos hicimos cargo de ellos, les pagábamos el transporte, les dimos clases y yo les pedía que no actuaran, que simplemente vivieran."
Las metrópolis brasileñas viven de espaldas a las favelas que, tras el ascenso de Lula a la presidencia y la metralla de la película, vuelven al ojo del huracán. "Si vives en Río de Janeiro sólo te enteras de lo que sucede por la prensa o en la TV. Casi nadie tiene ni idea de lo que es allí el día a día", dice el director. "Las favelas no son sólo pistolas y cocaína. Hay muchas familias que viven allí, que procuran salir adelante", añade. Eso sí, el pasado 31 de diciembre -un día antes de que el presidente Lula se pasara el día estrechando manos y apretando cogotes por las geométricas calles de Brasilia-, en Morro Branco, una de las principales favelas de Salvador de Bahía, los coches se amontonaban ante las puertas de los traficantes. Por la noche, el resplandor de los disparos se confundía con los fuegos artificiales lanzados desde la playa para celebrar la llegada de 2003; mientras, en S‹o Paulo, 40 personas eran abatidas a tiros en sus casillas. Nada preocupante: es la media diaria de asesinatos. Meirelles es paulista, pero su película transcurre en Río de Janeiro, territorio carioca. "Katia Lund había desarrollado varios trabajos de investigación en Río de Janeiro y conocía muy de cerca a muchas personas de esos barrios. Gracias a ello pudimos entrar en Cidade Alta (una de las principales favelas de Río) y obtener el visto bueno de sus capos para filmar allí", dice Meirelles. Un permiso que le deparó alguna que otra mueca: "A los cinco minutos de poner un pie en Cidade Alta apareció un niño con una pistola gigantesca. Se acercó y me encañonó. Por suerte iba acompañado. Si no, ahora no estaría aquí", recuerda el director.
Sin embargo, después de aquel primer encuentro habría muchos más. Nadie aclara hasta dónde se estrecharon los lazos entre el equipo de la película y las mafias faveleras; lo cierto es que la semana previa al estreno en Brasil, uno de los narcotraficantes más perseguidos del país, Paulo Sergio Samino Magno, se presentó en la fiesta del filme y terminó siendo detenido. Folha de S‹o Paulo conjeturó que ambos directores habrían sido perseguidos por la policía en pos de información que permitiera detener a los narcotraficantes.
"Es un perfecto retrato de la marginación cultural de muchos ciudadanos brasileños. Mucho más allá de su violencia, Ciudad de Dios es un largometraje que tiene que hacernos pensar en formas de combatir esa marginación", declaró el presidente Lula. Una opinión que no comparte Gerson da Silva, taxista de 31 años que creció en una de las favelas de Salvador. "La película no habla de la policía, de cómo es basura de lo corrompida que está. A Ciudad de Dios le falta todo lo que tenía Pixote ", dice, al recordar el film del realizador Héctor Babenco que contaba el ascenso y caída de un niño con vocación de narcotraficante en una favela de Río de Janeiro. Al protagonista, Fernando Ramos da Silva, el éxito de esa película le abrió las puertas al lujo; el paso de los años le devolvió a la delincuencia: en 1987 fue abatido a tiros por la policía. "Sería muy ingenuo pensar que ninguno de mis actores puede acabar un día como Pixote. Durante el rodaje montamos talleres para los niños que participaban en la película, y de hecho a los que quieran seguir estudios se los pagaremos. Imagino que gracias a la película algunos se convertirán en actores."
Así pues, el único éxito rotundo ha sido el artístico. Un aliento que ha corregido los catastróficos pronósticos del realizador: "Yo quería hacer una película popular e invertí todo mi dinero en ella. Me pasé mucho tiempo pensando que había hecho una estupidez. De hecho, todavía creo que soy un idiota comercialmente", confiesa (y eso que los efectos digitales empujan al espectador a pensar en Matrix ). Claro que un idiota encantado de serlo. "Estamos muy contentos de cómo están saliendo las cosas. Durante un tiempo parecía que el filme no saldría nunca. Después del primer montaje nos quedó en tres horas. Decidimos cortar algunas secuencias domésticas y rebajamos hasta dos horas y media. A mí me seguía pareciendo demasiado, pero ya no quedaba nada por quitar. De modo que empleamos un efecto de compresión de imágenes digital y nos quedamos en dos horas diez", recuerda Meirelles. Una compresión que confiere a las imágenes una textura voraz que circula a la misma velocidad que la desesperación.
La nueva camada del cine brasileño
El duelo entre la Argentina y Brasil no se limita a los clásicos futbolísticos: en los últimos tiempos, las nuevas películas de los vecinos han salido a disputarle a nuestros jóvenes directores independientes la primacía como cine de moda en el circuito internacional de festivales y salas de arte.
El novo cinema novo, tal como suele definirse a esta generación para vincularla con la famosa movida de los años 50, encabezada por los combativos Glauber Rocha y Nelson Pereira dos Santos, tuvo su explosión mundial hace cinco años con la catarata de premios que obtuvo Estación Central, de Walter Salles, pero hoy se extiende a otras vertientes estéticas y temáticas no sólo en el terreno de la ficción sino también en el del documental.
Si bien es cierto que la iconografía árida y empobrecida del Nordeste, la bulliciosa y violenta marginación de las favelas y los registros sobre la tradición cultural y la inagotable cantera musical siguen siendo las principales fuentes de inspiración para los jóvenes realizadores, el nuevo cine brasileño parece haber barrido casi definitivamente con su veta testimonial llena de excesos discursivos y con los habituales estereotipos del realismo mágico que caracterizaron al pintoresquismo for export. Este nuevo cine se pudo apreciar en parte gracias a los festivales de Mar del Plata y Buenos Aires y, de manera aislada, en la cartelera comercial con títulos como Estación Central y Detrás del sol , ambas de Salles (productor también de muchos de los films recientes más exitosos); Yo, tú, ellos , de Andrucha Waddington; y A la izquierda del padre , de Luiz Fernando Carvalho.
Afortunadamente, tanto Mar del Plata como Buenos Aires volverán a ofrecer este año un amplio panorama de esta tendencia que algunos se atreven a definir como boom artístico. Ciudad de Dios , un éxito mundial vendido a 65 países luego de su presentación en Cannes 2002 y de su adquisición por parte de la influyente compañía Miramax, inaugurará el próximo jueves la muestra marplatense, donde también se verá un miniciclo dedicado a la producción documental de -otra vez- Walter Salles; Separaçoes , film de Domingos de Oliveira que competirá por el Ombú de Oro, y Moro no Brasil , un trabajo sobre los distintos géneros de la música brasileña contemporánea a cargo del finlandés (residente en Río de Janeiro) Mika KaurismŠki.
Por su parte, otro reconocido documental musical como ¡Viva Sâo João! , proyecto dirigido por Andrucha Waddington y narrado por Gilberto Gil que reivindica a los músicos nordestinos influidos por el patriarca Luiz Gonzaga, se exhibirá en abril próximo durante el Festival Independiente de Buenos Aires (Bafici), que le dedicará una sección especial a la nueva producción brasileña.
Otros dos notables documentales también se presentarán en la V edición del Bafici: Omnibus 174 , de Felipe Lacerda y José Padilha, que recupera un caso que conmovió a la sociedad brasileña (se televisó en directo) en junio de 2000, cuando un chico armado secuestró un colectivo repleto de pasajeros; y Edificio Master , del más veterano y talentoso Eduardo Coutinho ( Babilonia 2000 ), que describe las increíbles historias de vida de distintos vecinos que habitan un tradicional y multitudinario edificio de Copacabana.
Para la competencia oficial del Bafici quedó otra de las revelaciones del último Cannes como Madame Satà , largometraje de Karim Ainouz sobre la sórdida y apasionante existencia del artista marginal João Francisco dos Santos, un bisexual que pasó varios años en la cárcel por asesinato y que luego se convirtió en el principal referente de la vanguardia bohemia de Río de Janeiro.
La nueva camada de realizadores parece inagotable y se suma a la generación intermedia integrada por Carlos Diegues, Bruno Barreto o Héctor Babenco. Un rápido repaso por la actualidad del cine brasileño permite citar como referentes ineludibles a Fernando Meirelles ( Doméstica s y Ciudad de Dios ), Kátia Lund ( Noticias de una guerra particular y también codirectora de Ciudad de Dios), Beto Brant ( Los matadores y El invasor ), Murilo Salles ( Que sea lo que Dios quiera , sobre un músico negro de una favela), Cláudio Assis ( Amarelo Manga ) Daniela Thomas (habitual colaboradora de Salles), Tata Amaral (Un cielo de estrellas y A través de la ventana), Sandra Werneck (Amores posibles), la hoy residente en París Sandra Kogut (Un pasaporte húngaro) y -por qué no-al extraordinario director de fotografía Walter Carvalho, creador de varias de las más bellas imágenes llegadas del vecino del norte y responsable de Ventana del alma , documental sobre la creación artística en el que "conviven" desde Hermeto Pascoal hasta Hanna Schygulla, pasando por José Saramago, Wim Wenders y Agnés Varda.
Más allá de nombres y títulos, la propuesta del novo cinema novo, que combina tradición y vanguardia, clasicismo y modernidad, resulta una mixutra irresistible para un mercado internacional ávido de nuevas propuestas y siempre fascinado por la seducción propia de una geografía, una diversidad racial y una cultura tan rica como la brasileña.
Bomba en las manos de Lula
El pasado 1° de enero, Luiz Inácio Lula da Silva tomó posesión de su flamante cargo de presidente de Brasil. Es el primer político de izquierda que alcanza el poder del país desde la dramática dictadura militar de los setenta. Lula ha asumido su cargo confiado y ha presentado programas para combatir los males endémicos de Brasil -el hambre y el narcotráfico- ciertamente revolucionarios. Su estrategia para devolver las favelas a los ciudadanos que las habitan, para despojarlas de esa ingravidez legal y delictiva en la que flotan, consiste en algo muy sencillo: otorgarles existencia. Hoy, uno de cada cuatro brasileños que vive en una ciudad grande -Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Salvador de Bahía, Recife y Fortaleza- lo hace en una favela. En Río de Janeiro no existe ningún registro que acredite la propiedad de las viviendas. Ninguno de sus dueños existe legalmente, no hay modo alguno de regularlos como trabajadores, de conocer su dirección. Menos aún trascienden las auténticas cifras de descendencia. Muchas favelas han sido ocupadas ilegalmente, otras pertenecen a familias desde principios del siglo pasado, cuando empezaron a construirse.
Asimismo, Lula ha contemplado la creación de asideros que permitan salirse de la condena del narcotráfico a los cientos de miles de jóvenes sobre quienes tiene que recaer la herencia de las mafias faveleras. Se estima que alrededor de ocho millones de prepúberes son carne de cañón para nutrir la megaestructura de las organizaciones criminales. El secretario nacional de Derechos Humanos, Nilmancio Miranda, será el ejecutor de una medida que pretende otorgar un amparo legal, una nueva residencia, un nuevo trabajo y una vida a salvo a aquellos jóvenes que estén abocados a un trabajo que no quieran asumir. Una alternativa, al menos, de la que hasta ahora no disponían. Mientras los pasos del nuevo gobierno avanzan lentamente, los brasileños chapotean en las orillas de su infinito litoral con una explicable e indeleble sonrisa en su rostro.