Fundado hace 133 años, el Jockey Club sigue funcionando como en sus inicios: solo admite socios hombres, exige comportamiento de etiqueta, el ingreso está determinado por apellidos y parentescos, y su membresía supone la pertenencia a una elite. A pesar de que algunos miembros empezaron a pedir cambios tímidamente, el ala dura no cede. Radiografía de una institución que se resiste a entrar en el siglo XXI.
Por: Javier Drovetto / Fotos: Archivo General de la Nación
Tiene miedo. a los 70 años, un socio vitalicio del Jockey Club reconoce que si habla de temas internos o critica al club lo pueden sancionar. "Si digo que me gustaría que las mujeres fueran aceptadas como socias me asesinan", dice. Si lo dijera le darían vuelta la cara cada vez que pisa Alvear, llevarían sus comentarios al Tribunal de Honor del club y hasta podría cargar con una suspensión. "Esté o no esté en el estatuto, es así", asegura este abogado en su estudio de la city porteña cuando la charla de casi dos horas se acerca al final. "No me nombres", ordena.
El reglamento interno del Jockey es específico. Les exige a los socios que "ajusten sus comportamientos y conductas a las normas impuestas por la cultura, los principios éticos y la buena educación; en especial cuando se trate de conductas públicas o que tomen estado público". Y es contundente cuando señala que "se considerará falta grave toda actitud u opinión que pueda desprestigiar a la institución u ocasionarle perjuicios morales o materiales".
El reglamento y la tradición funcionan a la perfección. Poco se sabe del Jockey Club si no se es socio. Para que una cuestión interna llegue a los medios o se haga pública, tiene que ser demasiado escandalosa como para poder ocultarla. Como cuando a espaldas de los socios, la Comisión Directiva planeó construir un estadio de lujo en el predio que el club tiene en el partido de San Isidro o cuando un socio debió recurrir a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad para que reconocieran a su mujer como tal a partir de una unión civil y pese a no estar casados.
Una semana después de la entrevista, el mismo socio –uno que quiere meter presión para que el club tenga mayor apertura a la sociedad– escribe un correo electrónico breve, enigmático, pero descriptivo, de un debate interno que se da en absoluto silencio:
Como comentó Miguel Cané durante la fundación de nuestro club allá por 1882: "El Jockey Club no será ni podrá ser jamás un círculo cerrado, una camarilla de castas en la que el azar del nacimiento y a veces de la fortuna reemplazan toda condición humana. Será un club aristocrático, si entendemos por aristocracia una selección vasta y abierta que comprende y debe comprender a todos los hombres cultos y honorables".
El Jockey no es un club que nuclea a jockeys ni fue creado por quienes montan caballos pura sangre en las carreras de los hipódromos. Es un club que nació hace 133 años con dos objetivos: fomentar la actividad del turf y crear un ámbito social para una elite porteña que quería ver carreras con una organización ejemplar y en un entorno europeizado. Esa elite estaba conformada por extranjeros, familias patricias y comerciantes enriquecidos. Querían "un centro social de primer orden, similar a los mejores clubes europeos que todos ellos habían conocido durante sus viajes por Francia e Inglaterra". Así lo cuenta el Jockey Club en su reseña institucional. Dentro de ese todos ellos en referencia al grupo de fundadores, donde predominan ingleses, escoceses e irlandeses, sobresale Carlos Pellegrini, principal impulsor del club y primer presidente de la institución.
Pellegrini llegó a ser presidente de la Nación en 1890 y 16 años después murió. Pero con los argumentos fundacionales y en el articulado del estatuto es como si siguiera digitando la vida del club un siglo después de su muerte. El Jockey Club solo admite hombres como socios. Solo pueden asociarse los familiares de los socios o quien esté dispuesto a pagar la membresía más cara del país y no obtenga ninguna objeción de sus afiliados. A la sede de Alvear solo se puede ir de traje y a algunos salones solo si el traje se completa con una corbata.
Los socios dicen que los une la moral, la ética, la patria, la familia. Así de ampuloso, así de ambiguo porque casi nadie quiere hablar del club si no se le garantiza el anonimato. Cuando un socio con 20 años de antigüedad, abogado y descendiente de familia patricia explica quiénes le dan vida al Jockey y lo conducen, pide que su nombre no se revele:
–Teóricamente son la elite y la gente rica. En el Jockey Club todos se creen Carlos Pellegrini.
Se podría decir que el jockey tiene su cabeza en la sede social de la avenida Alvear al 1300, en el barrio de Recoleta, y su cuerpo en San Isidro, donde en 300 hectáreas suma el hipódromo, el campo de deportes, una cancha de polo y dos de golf. Alvear surge de la compra y unificación de dos mansiones suntuosas. Son cinco pisos y un subsuelo. En esa sede hay un gimnasio, un salón para hacer esgrima, un cuadrilátero de boxeo, una pileta, una cancha de squash y un baño turco. Pero lo que predomina son los salones para hacer sociales. Hay de todo tipo y tamaño. Para grandes recepciones tienen el Salón Dorado; para 14 comensales está el Salón Rivadavia, con una única mesa en la que dicen que comieron Sarmiento, Roca, Alem, Mitre y Avellaneda. Para leer los diarios, el Florida, hasta donde llegan ejemplares de La Nación, Clarín, La Prensa, Ámbito Financiero y El Cronista, además de las revistas El Gráfico y Palermo, de turf; o la biblioteca, de dos plantas y con estanterías de madera que cubren las cuatro paredes y atesoran 170.000 libros. Para jugar a las cartas hay mesas de paño en casi todos los pisos. También hay mesas en la sala donde televisan las carreras de turf. Y donde hay mesas para jugar, apostar o conversar hay timbres para llamar al mozo. Porque donde hay mesas hay un bar cercano, siempre de estilo inglés: con barras de madera lustrada y banquetas acolchonadas. Está el de planta baja, el de la terraza, el del cuarto piso y la barra del subsuelo. También hay un bistró, un café con comidas rápidas que da a la calle Cerrito y el comedor principal de la planta baja, de forma semicircular y con ventanales que dan al patio.
Por Alvear pasan cerca de 200 o 300 socios por día. A San Isidro, y sin contar el movimiento que genera el hipódromo, van 4.000 o 5.000 personas durante un fin de semana. Hace 80 años y según un libro escrito por Jorge Newton sobre el Jockey Club, la mayoría de los socios iban a la biblioteca, a leer o a jugar al bridge. Esas tres actividades ocupaban al 60 % de sus miembros. Ahora la ecuación es muy distinta: un cuarto de los socios juegan al golf y por lo menos la mitad hace alguna actividad en el campo de deportes. Solo el 20 % va a Alvear. Sin embargo, el cerebro y el inconsciente del Jockey Club está ahí. Es donde se reúnen los 21 socios que conforman la Comisión Directiva, donde se vota cuando hay elecciones y donde se exponen en las carteleras los nombres de quienes aspiran a ser socios. En Alvear están "los porteños", los que tienen más años en el club, los que tienen tradición familiar en la institución, los que no se mudaron a un country o a un club náutico. Son criadores de caballos, productores agropecuarios, banqueros, empresarios o herederos de un apellido.
Sin llegar a discusiones subidas de tono y tratando de que las diferencias no se hagan públicas, en los últimos años el Jockey vive un contrapunto constante entre quienes piden mayor apertura y quienes conducen el club y entienden que la tradición institucional debe regir el presente y el futuro de un club que hoy cuenta con 7.600 socios.
–El Jockey Club está cerca del máximo de socios –sentencia un referente de la Comisión Directiva que preside Miguel Crotto, financista y dueño de un haras–. En las dos canchas de golf pueden jugar unos 250 socios por fin de semana. Ya no entran más jugadores. Si uno quiere dar un buen servicio, el club está medianamente acotado por las instalaciones. Y Alvear directamente está pensado para pocos socios.
–Quienes conducen son personas grandes –resume un socio que frecuenta tanto Alvear como San Isidro y está cerca de los 80 años–. Y no hablo de la conducción actual ni de una en particular. Habría que profesionalizar la conducción y poner gente joven. Porque ahora solo se puede ocupar la gente que está retirada en su actividad. Y están retirados de su actividad porque en su estudio profesional, empresa, campo o consultora, creen conveniente que la empresa esté en manos de gente joven.
En la sede de Alvear, pero en una oficina que da a la calle Cerrito, toman las solicitudes de nuevos socios. Es una oficina que se parece a una dependencia pública de hace dos décadas, con muebles de madera robusta y curtida por el uso, pero firmes. El hombre trajeado que atiende la oficina apoya un díptico sobre el mostrador y deja al interesado a solas con la información.
El díptico es una planilla de inscripción y está dirigida al presidente del club. Tiene varios cuadros para que el aspirante detalle datos personales, estudios y antecedentes laborales. En una nota al pie aclara que la foto 4x4 debe ser tomada con saco y corbata. En la planilla también avisan que se necesitan referencias de cinco socios con más de cinco años de antigüedad. Y en la contracara se advierte que cualquier socio puede objetar la postulación y que la Comisión Directiva puede rechazar la solicitud si en una votación secreta con bolillas blancas y negras al menos dos de sus 21 miembros le asignan al aspirante una bolilla negra.
Cuando ve que el díptico ya fue leído, el hombre se acerca sin que lo llamen. Trae una ficha tamaño carta y la deja sobre el mostrador. En la hoja detallan la cuota de ingreso, una tablita que determina el valor de la cuota en función del parentesco que el aspirante pueda llegar a tener con un socio y de la antigüedad de esa persona como miembro del club. Un hijo de un socio con más de 40 años de antigüedad debe pagar el equivalente a ocho cuotas sociales de $ 2.900: exactamente $ 23.200. Las combinaciones incluyen cinco parentescos: hijo, nieto, hermano, sobrino y yerno. Y ocho variantes de antigüedad de los socios, de cinco en cinco, hasta llegar a los 40 años.
–¿Y si no tengo ningún pariente que sea socio?
–Pagás $ 500.000.
La familia Blaquier, del ingenio azucarero Ledesma; Juan Carlos Bagó, del laboratorio que lleva su apellido, o Ricardo Cavanagh, del Banco Itaú, son algunos de los empresarios que tienen una participación activa en la vida social e institucional del club. Pero la lista de empresarios poderosos que son socios del club puede ocupar toda una carilla.
–Pensá en un empresario importante y fijate si es socio o no –desafía otro que suele ir a clases de yoga en Alvear.
Sin embargo, hasta hace cinco años, el club se estaba muriendo como consecuencia de su conservadurismo a ultranza. De cada 10 socios, tres eran vitalicios con más de 40 años en el club y una edad promedio de 70. Y casi 5.000 de los 6.700 socios de entonces tenían más de 50 años de edad. "Un club que pierde socios desde hace 20 años tiene un problema grave. Si los jóvenes no se acercan, el problema es mayor. Y si el porcentaje de vitalicios crece año a año, estamos ante un drama". A esa conclusión llegó el abogado Horacio Lynch, de 72 años y vitalicio, en un estudio reservado que solo fue presentado a los socios, pero al que Brando accedió. "Luego de estudiar el problema, no dudo de que la primera razón del desinterés de los jóvenes está en que no ven el Jockey como un club familiar y lo relacionan con un concepto machista. Esto debe cambiar. Hay que estudiar un programa de paulatinas incorporaciones de mujeres y jóvenes", sugería en ese escrito Lynch.
Más por una crisis financiera que por una vocación de abrir el club a la sociedad, la conducción del Jockey decidió hacer una campaña para suscribir socios. Antes había fracasado un proyecto para concesionar 40.000 metros cuadrados de San Isidro, donde el prestigioso arquitecto uruguayo Carlos Ott iba a construir un estadio cubierto. Acorralado económicamente, en 2012, el entonces presidente y ex jefe de Gobierno porteño, el radical Enrique Olivera, salió a "cazar" nuevos socios con valores accesibles para quienes tuviesen parentescos y con una cuota de ingreso de $ 350.000 para quien no tuviera ningún familiar en el club. Ingresaron 1.500 socios en tres años, la mayoría jóvenes con algún familiar en el club. Hasta ese plan, la media de ingresos anuales era de 150. Los nuevos ingresos le dieron algo de oxígeno al club, que tiene casi 1.000 empleados y un hipódromo deficitario, que a diferencia del de Palermo, no consiguió que la Intendencia de San Isidro le habilitara la incorporación de tragamonedas. Al arañar los 8.000 socios y subir la cuota a $ 2.900, el club logró equilibrar los números. Pero varios socios empezaron a demostrar su descontento.
–Todavía hay apellidos importantes, pero ya hay mucha mezcla. Hay que ver bien quiénes son los que entraron, porque si bien te proponés como socio con avales y esa solicitud es tratada por la Comisión Directiva, nadie va a sacar la bolilla negra cuando necesitás plata –considera un socio porteño que suele ir al Salón Florida a tomar una copa de vino blanco helado acompañada de cuadraditos de queso y papas con mayonesa.
Así como en los 90 generó controversias el ingreso del ex ministro de Trabajo menemista Jorge Triaca –el primer sindicalista en ser miembro del Jockey Club–, ahora las miradas están puestas en un Barrionuevo. Se trata de Alejandro, hijo de Luis Barrionuevo, líder sindical de los gastronómicos y titular de una central nacional de trabajadores, la CGT Azul y Blanca. Alejandro fue aceptado como socio hace dos años y juega al golf, pero debió enfrentar comentarios que buscaron menospreciarlo.
Alvear es laberíntico. La luz es tenue en todos los ambientes. Las paredes tienen zócalos de madera de un metro de alto, lo que da una sensación de mayor oscuridad. Al final de cada pasillo hay una puerta de madera y por lo menos dos a los costados. Todas las puertas ofrecen la discreción de una cortina que no deja ver qué hay del otro lado de la puerta. Puede ser el acceso a las salas de snooker, de bridge o del microcine. Puede ser la entrada a la peluquería, al salón de la manicura o uno de los tantos bares.
Recorrer la sede es regresar en el tiempo. Por la arquitectura, pero sobre todo por los muebles y la decoración centenaria. En los pasillos hay sillas y sillones con acolchados forrados en pana y patas de madera ornamentales. Hay decenas de cuadros con marcos de madera trabajada que resaltan alguna personalidad del club o del turf. Alvear tiene la solemnidad de un museo. Pero lo que más sorprende son las costumbres de los hombres que manejan los hilos del club como si el mundo fuera el mismo de hace 100 años. Todos visten traje y corbata. Se saludan con una amabilidad exagerada. Al buen día, le sigue un ademán con la cabeza. El Alvear "es un club de hombres". Y para el Jockey Club se es hombre a los 21 años. Para el Jockey Club las mujeres de los socios son eso: "mujeres de socios". No votan autoridades del club y solo pueden ir al bistró o al comedor si están acompañadas de sus maridos.
Recostado sobre un sillón victoriano y cruzado de piernas, un miembro de la Comisión Directiva y criador de caballos de carrera intenta explicar la idiosincrasia institucional:
–Hay toda una tradición vinculada al socio hombre y yo, personalmente, no la quiero cuestionar –dice este empresario. Y, aunque es categórico con su respuesta, trata de tamizar su opinión con un pronóstico que puertas afuera del club es un presente que lleva décadas–. El mundo va cambiando y creo que este tema está enmarcado en lo que pase en la sociedad.
Son mayoría los socios que se sienten incómodos cuando se les pregunta sobre la restricción a las mujeres. Y tratan de salir del tema con frases que intentan ser graciosas. "Casate y vas a saber si querés que tu mujer vaya al club", dice un entrenador de caballos con muchos años de socio. "En Alvear te dicen esas cosas: vengo acá para que no me rompan las pelotas como en casa", afirma un abogado que dice sufrir cada vez que en el golf de San Isidro su hija debe cederle el lugar a un socio. "Es un club de caballeros, pero cuando una mujer quiere jugar al golf debe aguardar que no haya ningún socio esperando a que le den cancha. No importa si ella llegó primero. ¿Qué clase de caballero es ese?", se queja desde el anonimato.
Quejas, malhumores y comentarios críticos al conservadurismo del club hay muchos. Pero cuando los socios votan autoridades, acompañan mayoritariamente los discursos conservadores. En mayo del año pasado, Crotto ganó las elecciones y fue electo presidente con 1.145 votos. En campaña, había detallado por mail cuáles eran las principales razones por las que había decidido encabezar una de las tres listas que compitieron. Una de esas razones, "promover y practicar el respeto, la caballerosidad, la camaradería y la tolerancia en todo el ámbito del club, evitando divisiones y enfrentamientos por cualquier naturaleza, impropios de miembros del Jockey Club". En el club lo interpretaron como un llamamiento a resolver los problemas internos, como lo vienen haciendo desde hace 133 años: sin exteriorizar el debate, evitando las polémicas y sin cambios drásticos. La lista menos votada fue la de Cambio Generacional, con 278 votos. El nombre de la agrupación y la inclusión de un plan de "integración familiar" como parte de los cinco ejes de campaña condenaron su suerte.
hasta hace unas décadas, el Jockey ostentaba casi todos los atributos a los que un club como este puede aspirar: ser el más poderoso, el más rico y el de "mejor" capital societario.
–En los baños turcos del club ponían y sacaban ministros –dice un ex empleado que llegó a ser orador de la Mesa del Senado, como llaman al grupo de unos 60 socios de los más conservadores que, un jueves por mes y desde hace décadas, se reúnen en la sede social para hablar de política, cultura o economía.
Roberto Müller es licenciado en historia, Filosofía y Letras. Estuvo al frente de la biblioteca del Jockey y escribió muchísimos artículos sobre los orígenes y la trayectoria del club. Tiene una memoria excepcional y puede enumerar sin confundirse todos los presidentes que fueron socios con anterioridad a ejercer la presidencia: "Roca, Juárez Celman, Pellegrini, José Evaristo Uriburu, Manuel Quintana, Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Agustín P. Justo, Marcelino Ortiz, Fernando de la Rúa y ahora Mauricio Macri". Trece presidentes, sin contar a los dictadores José Félix Uriburu y Agustín Lanusse. Müller destaca, sin embargo, que el hecho de que entre Ortiz y De la Rúa hayan pasado seis décadas sin que un presidente fuese socio del club antes de ser jefe de Estado marca una tendencia decreciente en cuanto a la participación de los socios en la conducción del país.
La lectura que se hace desde adentro es que el poder se trasladó a otros ámbitos. Así lo define un socio vitalicio con experiencia en la conducción de instituciones y un fuerte vínculo con el Estado: "El peso político de los socios es cada vez más indirecto. Para bien o para mal, las líneas de poder se han ido trasladando a otros lugares. Antes había una elite, buena o mala, que era la que cortaba el bacalao. Ahora se corta en muchos otros lados y muy poco en el Jockey Club".
Rico, el Jockey lo sigue siendo. A nivel local, no quedan ni dudas. Según el estudio de Lynch, el patrimonio del club es de unos US$ 1.000 millones, principalmente por el valor de las tierras de San Isidro. Ni siquiera los clubes de fútbol como Boca o River tienen una tasación similar. La revista Forbes hace todos los años un ranking de los 50 clubes más valiosos. Lo encabeza el Real Madrid, tasado en US$ 3.440 millones. El Jockey Club compartiría el puesto número 37 nada menos que con Chicago Bulls, y por sobre la valoración patrimonial que le adjudican a otros como Chelsea o Manchester City, de Inglaterra.
Muchos socios especulan con que si se elaborase un plan maestro para usufructuar mejor los sectores ociosos de San Isidro ya se podría pensar en comprar hectáreas de reserva en Pilar o Escobar, como ya varios socios han sugerido en alguna asamblea.
–¿El mayor capital del club son sus socios? –le preguntó Brando a seis de ellos. Contestaron tres y aceptaron ser citados con nombre y apellido.
–Creo que Argentina ha sufrido, y sufre, un proceso de degradación constante. Por eso resulta todo un desafío mantener, con los casi 8.000 socios que somos hoy, no solo nuestras tradiciones sino, fundamentalmente, los valores que creemos comunes y que esperamos encontrar cuando vamos al club: caballerosidad, decencia, integridad, amabilidad, discreción. Personalmente, me siento muy afortunado de encontrarlos en la gran mayoría de los socios que conozco –señala Alejandro Freeland, abogado y ex candidato a presidente del club por la lista Cambio Generacional. Freeland proponía reformas al estatuto, profesionalizar la conducción, mejorar la transparencia de los contratos importantes e incrementar la actividad cultural. Pese a lo abarcativo de su plan, una propuesta hizo ruido interno y escandalizó a varios socios: que en la sede de Alvear las mujeres puedan acceder a la biblioteca.
–El capital más importante del club, sus socios, son personas de una misma idiosincrasia que comparten los mismos valores hacia la patria, la familia y el prójimo, cosa que no ocurre cuando lo que convoca en un club es el poder y el dinero –opina Horacio Lynch, quien durante la gestión de Olivera participó de una comisión que empezó a armar un plan de desarrollo a 20 años.
–En el Jockey Club se trata de que el que entre tenga una conducta acorde con la del club. Siempre mantener la etiqueta, que es mucho más de lo que acostumbra cada uno en su casa. El Jockey Club da esa imagen y es eso: es la conducta de una sociedad que respeta la moral y la ética –sentencia Julio Penna, un reconocido entrenador de caballos de carrera con 30 años como socio.
En el salón florida hay una puerta de madera que no lleva a ninguna parte. Está amurada a la pared como si fuera un gran mural con relieve. Esa puerta nada funcional tiene un simbolismo enorme. Es la puerta original de la primera sede que tuvo el Jockey Club, la de la calle Florida, entre Lavalle y Tucumán. "El 15 de abril de 1953, en un contexto de irracionales pasiones políticas, el palacio del Jockey Club de la calle Florida fue incendiado y destruido", dice una guía descriptiva impresa por el Jockey en 1998. Los irracionales a los que hace referencia el club fueron grupos de seguidores del entonces presidente Perón. Lo que no se cuenta es que los militantes, que estaban reunidos en Plaza de Mayo en una demostración de apoyo a Perón convocada por la CGT, reaccionaron luego de que estallaran dos bombas en las inmediaciones de la plaza, atentados que causaron entre cinco y siete muertes y que fueron organizados por grupos antiperonistas. "¡Leña! ¡Leña!", pidió la multitud. La mayoría de los miembros del Jockey Club eran antiperonistas, y varios funcionarios de Perón habían señalado el club como reducto de la oligarquía conservadora que conspiraba contra el gobierno.
"Aquí no se hace política ni se habla de política", afirma un socio que en el terreno político personal se muestra activo. Lo dice y recuerda de memoria el artículo 22 del reglamento interno: "La sede social del Jockey Club, como todas y cada una de sus dependencias o instalaciones, son consideradas sitios neutrales, por lo que está estrictamente prohibido cualquier tipo de demostración que revista carácter político". Efectivamente, el club no tiene una agenda de actividades políticas más allá de las conferencias para socios, en las que eventualmente invitan a un analista político o a un historiador. Sin embargo, la antipatía que la mayoría de los socios sienten por el peronismo es conocida dentro y fuera del club.
De todos modos, algunos socios señalan que la ideología antiperonista es una condición más histórica que pragmática. "Menem iba a jugar al golf a San Isidro y lo saludaba todo el mundo. En la presidencia de Néstor Kirchner, muchos socios que tienen campo la levantaron con pala. En esa época muchos eran kirchneristas solapados". Sin embargo, ninguna de esas simpatías era expresada públicamente, algo que sí ocurrió con la victoria de Macri. Con Macri, el club vuelve a tener un presidente que ya era socio antes de ser electo. Y, además, consigue que algunos miembros revelen cierta militancia en la previa a las últimas elecciones presidenciales del país. "Fui fiscal en una escuela de Moreno. Quería colaborar", señala un socio que se define liberal y que se asume ideológicamente diferente del socio promedio del Jockey Club: "¿Hace falta aclarar que el socio tipo es conservador?".
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