El increíble mundo lúdico que se convirtió en un negocio inmenso
Desde que en 1972 Nolan Bushnell y Ted Dabney fundaran la empresa Atari en los Estados Unidos, los videojuegos y las consolas para jugarlos –desde aquellas primitivas que se conectaban al televisor– han sido la punta de lanza de la tecnología hogareña, una avanzada disruptiva que más rápida o más lentamente entró en cada casa revolucionando los hábitos de ocio y ahondando la grieta generacional entre sus jóvenes usuarios y los adultos, que veían con algo de espanto como la pantalla y los joystick comenzaban a hipnotizar a los más chicos.
Más de cuatro décadas más tarde, los adolescentes de entonces hace rato que se convirtieron en padres o madres, la tecnología en el hogar no es patrimonio de una sola generación y, fundamentalmente, los videojuegos ya no son cosa de chicos. Una industria expansiva ha crecido silenciosamente en todo el mundo convirtiendo lo que eran simples juegos en deportes profesionales y lo que eran torneos en red en verdaderos campeonatos mundiales con audiencias millonarias. Sus juegos más populares –Fortnite, League of Legends, Call of Duty– son éxitos monstruosos que facturan miles de millones de dólares, y los jugadores ya no son adolescentes que desatienden la tarea escolar pegándose a la Play, sino atletas profesionalizados al máximo y que cuentan con psicólogos deportivos, nutricionistas, lugares de concentración y, sobre todo, muchísimos sponsors.
Los gamers, como cuenta Laura Marajofsky en su crónica de LA NACION revista de hoy, se convirtieron en los nuevos popstars, estrellas globales con centenares de miles de seguidores en todo el planeta. Uno de ellos es el argentino Thiago (K1ng) Lapp, el chico de 13 años que saltó a los medios masivos al obtener, en agosto pasado, el quinto puesto en el Mundial de Fortnite disputado en Nueva York. Thiago obtuvo por eso US$ 900.000 –casi lo mismo que percibirá este año el Premio Nobel de Literatura– y hasta recibió un alentador llamado del presidente Macri, que lo felicitó y definió como un "orgullo nacional".
Pero si el premio de Lapp sorprende, el del ganador impacta aun más: Kyle Giersdorf, de 16 años, obtuvo US$ 3.000.000, más de lo conseguido semanas antes por Roger Federer tras ganar la final de Wimbledon. Las fortunas que mueven los e-sports son tan grandes que hasta quienes tienen como profesión probar los juegos antes de su salida al mercado se están organizando en un sindicato para reclamar una tajada mayor de esta inmensa torta.
La fragmentación de las audiencias propia de la era digital, a menudo lleva a que buena parte del mundo desconozca fenómenos que cautivan a otra parte del planeta. Los e-sports están dejando atrás su origen tribal para ingresar en el terreno de la masividad. Hay demasiados dólares en juego como para que todos ahora presten atención.