A lo largo de su carrera su existencia como artista siempre fue anfibia, entre el under y la superficie. Su mayor coqueteo con la masividad llegó en el 2013, cuando su cortometraje Ni una sola palabra de amor , basado en una cinta de contestador anónima hallada por casualidad, tuvo un impacto viral con más de 2 millones de visitas y fue noticia en medios masivos, lo que provocó la aparición en la vida real de María Teresa y Enrique, los autores de esos mensajes encontrados.
Javier Fernando Rodríguez comenzó a publicar sus dibujos a los 15 años en Risario, una revista de humor y política en donde se ganó el seudónimo de El Niño Rodríguez por ser el más joven en aquella redacción de los años 80s. Allí empezó a desarrollar su estilo definido por la pureza de líneas, la síntesis conceptual y el humor corrosivo con raíces en el comic clásico. Y también fue por aquellos años, que se recibió de Licenciado en Bellas Artes.
Una imagen simple, pop, de colores plenos y algo infantil. Esa es la primera impresión que provoca el arte del Niño Rodríguez. Y, sin embargo, quedarse ahí significaría permanecer en la superficie. Detrás de las apariencias emerge un concepto duro, definitivamente ácido. "Es un caramelo mentiroso, dulce y colorido por un segundo, pero que enseguida revela un interior denso y mucho más difícil de tragar", advierte el creador de la tira de humor Lucha Peluche, quien acaba de lanzar su libro LUCHA PELUCHE 5, el quinto y último de la saga publicada por Ediciones de La Flor.
"Con esta tira quise hacer algo como para chicos, pero que apuntara específicamente a personajes que me interesa satirizar, como los periodistas corruptos o las modelos histéricas. Allí armo una especie de mundo cerrado, dulce y tremendo; y en el medio está Lucha Peluche, un conejito blanco inocente. Aunque tan inocente no es, también tiene su carácter y le gusta pintar las paredes de la calle. En eso se parece a mí, que todavía salgo con un fibrón grueso en el bolsillo por si se da la oportunidad de graffitear algo", confiesa el Niño.
No es una pelota
Su primera pasión, sin embargo, es el dibujo. "Por gusto propio, porque en casa no había artistas, aunque sí cientos de libros", recuerda. En su Rosario natal, el Niño Rodriguez pasaba las horas del colegio dibujando, porque ¿qué otra cosa haría si no, sentado en un banco todo el día, con lápices y papeles al alcance de la mano? Pero, a pesar de aquella aparente distracción, él ya se había entrenado en la habilidad de dibujar y escuchar la clase. Entonces era común que alguna profesora al verlo dibujar frenara su lección para retarlo: "A ver Rodríguez que está distraído, ¿qué acabo de decir?", lo desafiaba, pero él, que era como una especie de grabadora humana, dejaba su lápiz, se paraba con tranquilidad y recitaba textualmente los últimos tres minutos de clase.
"Y cuando me querían hacer dejar de dibujar les preguntaba por qué les importaba lo que hacía si, al fin y al cabo, cumplía con la clase", revela el Niño, "Yo no pertenecía al grupo de los problemáticos, ni al de los tranquilos estudiantes. Los docentes no sabían dónde ubicarme y les molestaba. Hoy me sigue pasando algo parecido cuando hago humor político, el crítico no sabe bien de qué lado posicionarme. La misma semana puedo tener en redes uno que me acusa de zurdo y otro que me acusa de facho. Hoy es igual que en el colegio: yo sigo haciendo la mía".
Tal como sucedió hace veinte años, cuando el Niño trabajaba en el diario Olé. Ironías de la vida, allí estaba él, a pesar de no entender nada de fútbol, trabajando con un montón de fanáticos que le resultaban encantadores y de quienes aprendió mucho. "Era pleno Mundial del 98 y me llamaba la atención que en ningún lado se mencionara el del 78, que cumplía 20 años", cuenta el Niño, "parecía un tema que ya no le interesaba a nadie. Entonces me propuse hacer una intervención entre la gente y mandé a hacer remeras con un dibujo que había diseñado. Era el icono del gauchito del 78, pero pateando una calavera en lugar de una pelota. Una sola imagen bien poderosa que resumía una mirada sobre aquella época. Pero todo con los mismos colores y tipografía, con la intención clara de dar vuelta el significado de algo visualmente tan familiar".
El Niño recuerda que iba por todos lados regalando la remera, que todos se alegraban por el obsequio, y que muchos ni siquiera se daban cuenta de que en el lugar de la pelota había una calavera. "La gente no se fija mucho en un regalo que le cae de arriba", explica. "En un momento miré la redacción y había cinco o seis que la tenían puesta. Era mi manera de colar un tema olvidado, meter un poquito el dedo en la llaga".
40 remeras, el fútbol y la periferia
El Mundial del 78 fue el primer evento masivo del cual el Niño Rodríguez tiene memoria. Su ciudad, que fue una de las sedes, estaba revolucionada. Con sus nueve años, todo el folclore lo tenía fascinado, pero en especial el logo, que de la noche a la mañana había aparecido en remeras, cuadernos, calcos, la tele y las revistas. "Fue el primer personaje que descubrí como icono. Hasta el día de hoy muchas de mis obras de arte son eso, iconos muy definidos que repito en múltiples soportes", cuenta.
Así, inspirado por aquella intervención en la redacción de Olé y por la llegada de un nuevo aniversario del 78, este año al Niño le pareció una excelente ocasión para hacer una nueva edición limitada de aquella remera. "Como se cumplen 40 años hice 40 remeras, todas serigrafías firmadas y numeradas, cada una en su propia caja de pizza. Una pequeña producción de arte para recordar tanto mi hackeo a las panzas de hace 20 años como el Mundial 78 en sí mismo. Las puse a la venta y volaron, todavía me quedan algunas que ya irán encontrando su dueño. Es un objeto de colección, solo existen 40 y no hago ninguna más, por lo menos hasta el año 2038", afirma convencido.
A pesar de su estrecha relación con el fútbol, el Niño cuenta que su vínculo con este deporte evolucionó de manera extraña. "Del ritual, siempre me fascinó la tribuna, los cantos, los gritos. Todo lo que gira en torno al fútbol me encanta, pero de los 90 minutos dentro de la cancha, el deporte en sí mismo me da igual. Me gusta la periferia, la pasión que despierta, la política que gira alrededor. Digamos que del fútbol me gusta todo menos el fútbol; lo demás, me resulta apasionante", confiesa.
Y fue justamente esa pasión por la periferia, lo que lo impulsó a fusionar el fútbol con la política. "Me interesa observar los caminos que usa la política para manejar a la gente. Acá en Argentina, en particular, todo el negocio del fútbol está ligado a la política, desde la financiación de las barras como grupo de choque político en entramados policiales, hasta el hecho de que el actual presidente empezó su carrera política desde un club. De abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, política y fútbol están mezclados en Argentina", manifiesta el Niño.
"Los gobiernos compiten por ser la próxima sede del mundial, saben que es un evento que moviliza emociones y dinero. La FIFA misma tiene sus objetivos geopolíticos, y es difícil que una competencia de países no se tome como metáfora política. El inmenso campo metafórico del fútbol es uno de los más grandes inventos modernos. Diría entonces que los gobiernos usan el fútbol…..y que el fútbol usa a los gobiernos".
El niño vivo
A lo largo de su carrera, este lazo estrecho entre la cultura popular y la política acercaron al Niño Rodríguez a medios como Skorpio, Fierro, Trespuntos, Rolling Stone y diario Crítica, entre varios otros. Sin embargo, su relación con el mundo de la infancia fue siempre inquebrantable. Durante cuatro temporadas tuvo a su cargo la realización integral de los populares chistes del globo Bazooka, ganó un concurso mundial de Nickelodeon y se dedicó a la animación, produciendo numerosas piezas para distintos medios y festivales.
"De niños solemos ser más inteligentes y en la adultez nos estupidizamos", afirma el Niño. "Ahora que acaba de salir el tomo número 5 de Lucha Peluche, en la firma de libros me encuentro con los chicos que han crecido leyendo la tira y hablar con ellos es espectacular. Chicos con un gusto especial por las cosas raras, evidentemente. Me pasa que cuando hablo con ellos, que los veo iguales a mí a su edad, pequeños cerebros dementes fuera del control de sus padres y maestros, me encanta. A veces suelo hablar con alguno de sus padres también. ¡Son todos hermosos!, tienen esa misma mirada que yo le veía a mis viejos: mirada de no entiendo quién es este loco que me salió de hijo, pero lo quiero igual. Entonces sé que mi niño adentro sigue vivo y friki, haciendo cosas para los nuevos niños frikis del mundo. No se me ocurre nada mejor que me pudiera pasar en la vida", concluye el Niño, un ser que sabe que no perder la curiosidad impulsiva de la infancia es lo que mantiene viva su esencia.