El hotel alojamiento como emblema de la sexualidad de los porteños
El libro del licenciado en historia Juan Pablo Casas, presentado ayer en la Universidad Di Tella, analiza estos espacios y sus cambios
Un mito se cae: el "telo" no es un invento típicamente argentino. Pero otra teoría se confirma: el "telo" es un espacio emblemático para la sexualidad argentina, mediante el cual se pueden reconstruir y comprender los fenómenos que hoy completan nuestro imaginario sexual y nuestras prácticas más íntimas. Es más, durante las décadas del 60 y 70, en las habitaciones de estos hoteles alojamientos muchos motorizaron lo que puede entenderse hoy como la revolución sexual argentina. Tal vez una revolución más discreta que otras, una revolución puertas adentro y fuera de casa.
Este trabajo de rastrear y analizar los sucesivos cambios en su reglamentación y legislación, las formas de denominarlos, las campañas estatales de moralización y los debates parlamentarios para llegar a estas conclusiones lo realizó el historiador y periodista Juan Pablo Casas. Trabajo que comenzó como tesis de la licenciatura de historia de la Universidad Torcuato Di Tella y que luego se materializó en un libro editado por Paidós que el autor presentó ayer, en esa universidad, junto al docente e investigador Gustavo Paz y el arquitecto y docente Jorge Francisco Liernur: Telos. Un mapa de la sexualidad porteña.
"Cuando presenté el proyecto decía que los «telos» sólo eran porteños. Enseguida, descubrí que los había en un montón de lugares que escapaban al influjo de lo que puede ser Buenos Aires, lugares como Tokio o México. Fue darse cuenta que el «telo» no deja de ser parte de una industria del amor que está globalizada", cuenta el autor a la nacion.
Casas hizo un paralelismo con la cultura norteamericana. Y claro, acá no había existido esa tradición de cortejo de campus ni de autocine por la que discurrió la sexualidad de los norteamericanos. "Para los jóvenes porteños, la mayoría de sus experiencias sexuales pasaban en un «telo» -dice-. Era el lugar al que había que ir en los 60 o en los 70 porque no había una habitación en un campus ni se disponía de ese asiento trasero del auto. El auto acá se empieza a popularizar recién a fines de los 60."
¿La revolución sexual de los argentinos pasó entonces por los hoteles alojamientos? Casas elige no ser tan tajante con ese concepto y prefiere citar a Isabella Cosse para definirla como "una revolución sexual discreta, de puertas adentro, de menor intensidad que en otros espacios". Pero una revolución sexual al fin. "Fue el lugar donde se consolidaron relaciones premaritales, y donde se les quitó rigurosidad a las relaciones ocasionales", afirma el autor.
Y agrega otro dato clave para comprender la evolución del fenómeno: la influencia del círculo social al que pertenecieran esas parejas. No fue lo mismo para los sectores medios más conservadores que para aquellos que pertenecían a familias más liberales. Para los sectores altos, que para los populares. "Sin dudas fue más importante para las clases medias y sectores populares -dice-. El «telo» tiene esto de democratizar un lugar decente para tener sexo, poder escaparle a un descampado o un zaguán. Hasta los años 40 o 50, los que disponían de esos lugares decentes fuera de la casa eran sólo las clases pudientes: una casa de fin de semana, un departamento privado o una espada turística."
Cambio de hábitos
Si algo está claro para Casas es que el hotel alojamiento no significa para los jóvenes de hoy lo mismo que para aquellos. Enumera tres factores clave. El primero, que dos, tal vez tres generaciones ya se criaron en hogares más permisivos, con padres que se sienten más seguros si sus hijos están con sus parejas estables en el cuarto de al lado que en la calle. Algo que comenzó en los 90 y que cada vez se afianza más.
El segundo factor, que surge de los censos, es que hay cada vez más hogares unipersonales en Buenos Aires y más jóvenes que viven solos. El tercero y último es que estos jóvenes, muchos con el deber a cuestas de mantener su casa, no tienen el mismo poder adquisitivo que un joven podía tener en los 60.
No sólo eso cambió: el "telo" ya no tiene olor a "telo". La frase surge de las conversaciones que tuvo Casas con los propios dueños de estos establecimientos. ¿Pero qué significa esto? El autor cuenta que se trata de estos hoteles alojamientos donde se impone el diseño y se cuida la estética, donde se busca más sugerir que ir a lo explícito. Pone un ejemplo: el espejo, ese que solía estar en el techo, hoy ya se encuentra en un costado, enfocando la escena de manera indirecta y no enrostrando ese reflejo en primer plano. Una tendencia que, según Casas, responde a dos cuestiones: el bombardeo constante de sexo al que estamos hoy expuestos y esos paradigmas de belleza tan instalados, ese del hombre deportista con un cuerpo a lo Cristiano Ronaldo, o el de mujer como esa vedette o modelo de cuerpo perfecto.
Además, advierte Casas que los hoteles alojamientos están flexibilizándose por una cuestión de sumar público a su negocio. Así como se hizo en 1997 con la posibilidad de ingreso a las parejas del mismo sexo, hoy tienden a abrirle las puertas a nuevas prácticas sexuales como los tríos, las parejas swingers o el sadomasoquismo. Casas plantea, además, lo que él entiende como un debate pendiente: si ahora los jóvenes mayores de 16 años votan, ¿por qué no podrían ingresar en los hoteles alojamientos?
Casas recuerda un comentario sobre los "telos" del escritor Martín Kohan de hace unos tres años, donde los define como unos de los pocos lugares que nos ofrecen estar aislados por tres o cuatro horas, lejos de todas las distracciones que existen en casa. Donde se va predispuesto a encerrase, a consumar un acto de intimidad muy grande, tal vez el más íntimo. "Por eso es importante no soslayar estos lugares que hay en la ciudad -dice-. No esconderlos y tampoco renegar de ellos."