El hombre de los dos milagros. Sobrevivió a un rayo y fue testigo de la última intercesión atribuida al Cura Brochero
El Dr. Fernando Arnedo es protagonista de uno de los accidentes más famosos de la capital jujeña; se hizo más conocido años después, cuando atendió y salvó a un niño ahogado, caso que es considerado el “último milagro” del Santo Cura Brochero
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Rayito, Pararrayos y Thor son algunos de los apodos que Fernando Arnedo, médico jujeño, de 45 años, fue incorporando a lo largo de su vida, luego de que con tan solo 13 años lograra sobrevivir al impacto directo de un rayo.
Ocurrió una mañana nublada de 1989, mientras jugaba con una vara de hierro en el patio del Colegio del Salvador, una reconocida institución educativa del centro de la capital jujeña. Ese día, el estudiante, que por su apellido siempre era el primero en pasar a dar examen, había tenido prueba de flauta, pero como la profesora había notado su falta de práctica, lo envió a ensayar afuera.
Todavía no llovía cuando se escuchó el estruendo. El rayo impactó sobre el joven Arnedo y su onda expansiva dejó postradas a todas las personas del establecimiento. Media ciudad quedó en la oscuridad. A ello se sumó, según recalcaron en el momento los noticieros y diarios locales, un saldo de 20 niños hospitalizados, todos con afecciones menores, como fracturas y cortes. El único herido de gravedad fue Arnedo.
A dos cuadras, los médicos del Hospital Pablo Soria comenzaron a escuchar, entre la tormenta eléctrica que se desató después del rayo, la sirena de una ambulancia que se acercaba. Entre ellos se encontraba el padre de Arnedo, también de nombre Fernando, dermatólogo del establecimiento, que se acercó a la puerta de emergencias. Vio abrir las puertas traseras de la ambulancia, pero el codazo de un paramédico urgido le impidió distinguir al paciente. “Liberen el pasillo, se muere”, escuchó gritar, mientras la camilla era deslizada hacia la Unidad de Terapia Intensiva. Fue recién en ese momento que logró verlo: “era mi hijo”, recuerda, 31 años después, en diálogo con LA NACIÓN.
Su hijo tuvo mala suerte: la posibilidad de ser impactado por una descarga eléctrica natural en plena ciudad, repleta de pararrayos, era casi inexistente, según confirmaron después las pericias. Pero su fortuna, los hechos y las casualidades que posibilitaron su supervivencia, fue mayor.
El joven Arnedo fue encontrado por dos médicos, padres de niños de jardín de infantes de su colegio, que al momento del accidente estaban en el establecimiento educativo, viendo el acto de fin de año de sus hijos. Mientras todos corrían, los dos profesionales comenzaron a buscar heridos, y encontraron a un adolescente postrado en posición fetal sobre la cancha de fútbol con su uniforme humeando. “Si no fuera que lo empezaron a reanimar en el momento, posiblemente no hubiese sobrevivido”, destaca Arnedo padre, que era colega de ambos profesionales.
Él y su mujer, que en esa época trabajaba como nutricionista en el mismo hospital que su marido, se instalaron en el centro médico durante varios días a la espera de la peor noticia. “Los miembros inferiores de Fer estaban totalmente negros, era impresionante”, recuerda. Su hijo sufría una necrosis -muerte de las células y los tejidos- de ambas piernas. Durante los primeros tres días de internación, el joven sufrió 10 paros cardiorrespiratorios.
Fervientemente católicos, sus padres deambulaban por los pasillos del hospital con un rosario en mano, con el que rezaban una y otra vez. “Estuvo cuatro días al borde de la muerte. Al cuarto día, se despertó del coma. Estaba intubado, pero abrió los ojos. Los médicos y enfermeras nos abrazamos y lloramos todos juntos”, recuerda su padre. Él no duda al afirmarlo: “fue un milagro. Las personas a las que les cae un rayo raramente llegan vivos al hospital, y él no solo sobrevivió sino que no le quedó absolutamente ni una secuela”.
Él mismo fue parte del equipo que trató a su hijo. También se sumó al tratamiento un grupo de médicos del servicio vascular periférico del Hospital de Clínicas, de Buenos Aires, que al momento de la caída del rayo se encontraban en un congreso en la capital jujeña y quisieron sumarse a ayudar a salvar a la víctima principal.
“Los médicos de Jujuy que me trataron, que ahora son mis colegas, todavía me dicen cuando los veo: ‘no entiendo cómo estás vivo’ -destaca el joven Arnedo entre risas-. Uno de ellos me comentó hace poco que ha tenido tres casos en su vida que no tienen explicación médica y que el más importante es el mío”.
Después del hecho, mientras él iniciaba su recuperación física en silla de ruedas, que se extendió durante meses, comenzaron las investigaciones del accidente. Nadie entendía, ni los vecinos ni las empresas de pararrayos que se acercaron a investigar el caso, como era posible que un rayo hubiera logrado sortear todos los sistemas de protección de la zona.
“Había más de 20 en el centro de la ciudad y ninguno funcionó. Un ingeniero que trabajaba en una empresa de pararrayos brasileña que vino a Jujuy me dijo: “mira, Toto, este caso era absolutamente improbable. Puede volver a pasar en dos millones de años”, recuerda el padre del accidentado, que además de seguir siendo un reconocido dermatólogo de San Salvador de Jujuy también fue diputado nacional.
Hoy, 31 años después del accidente, el joven Arnedo es médico, tal como quiso ser desde chico, tiene su propia familia -Regina, su esposa, y Victoria, su hija, de 16 años- y vive en San Luis. Pese a que no sufre ninguna secuela de la caída del rayo, ni física ni psicológica, asegura que este le marcó la vida desde el punto de vista emocional y religioso. “Cuando te encontrás mano a mano con la muerte, le perdés el miedo. Desde los 13 años camino por la vida sin miedo”, dice el médico. Esta forma de vida está relacionada con la experiencia mística que tuvo después del rayo. “Entré en un túnel de luz inmenso, absolutamente blanco, donde la sensación de felicidad y paz era indescriptible. Fue una sensación extraordinaria -describe-. Después lo hablé con personas que también habían estado al borde de la muerte y muchos habían vivido cosas parecidas”.
Su “segundo milagro”
La supervivencia al rayo no fue el único milagro que presenció. El segundo, y último, ocurrió en Mina Clavero, en 2013, y se le atribuye al Santo Cura Brochero, pese a que todavía no fue investigado por el Vaticano. Thiago Cianzio, de dos años, fue encontrado hundido en el fondo de la pileta de una casa que cuidaba su padre y fue derivado de urgencia al centro médico de la localidad. Allí lo recibió Arnedo, que después de estudiar medicina en Córdoba capital se había mudado a esta ciudad del valle de Traslasierra, donde trabajó durante años en la guardia.
“Empezó a trabajar todo el cuerpo médico del hospital de Mina Clavero, intentaron reanimarlo y no pudieron”, detalló, en su momento, Leandro Cianzio, su padre, al Diario Popular.
“Thiago era una ranita azul mojada cuando llegó. Le dije a los padres: ‘díganle al Cura Brochero que este chico no se muere’. Lo entubamos y nos fuimos a Villa Dolores, a casi 50 kilómetros, donde está la terapia intensiva pediátrica más cercana. Thiago estaba con un paro respiratorio y con un electrocardiograma negativo, estaba muerto, pero íbamos a intentar el milagro. Estuvimos reavivándolo una hora mientras rezábamos”, cuenta. Adelante de la ambulancia había un patrullero abriendo camino, y atrás, una caravana de autos donde viajaba toda la familia del niño. Según hizo público la madre de Thiago ese día a los medios locales, “En Villa Dolores fue donde su corazón empezó a latir, después de una hora y algo”.
“Todavía recuerdo el nombre de la pediatra de Villa Dolores que salió a avisar que Thiago estaba vivo: la doctora Mignon, que estaba de guardia. Hubo una fiesta extraordinaria. En seguida nos empezaron a llamar periodistas de todo el país”, recuerda Arnedo. Para ese momento, el Cura Brochero ya estaba beatificado; la existencia de un nuevo milagro podía ser un hito importante para su santificación. Actualmente, este caso no ha sido confirmado por la Iglesia, pero tanto la familia Cianzio como los médicos que atendieron a Thiago le atribuyen el milagro a este Santo.
Desde antes de este caso, Arnedo ya llevaba consigo una estampita del Cura Brochero a todos lados, y hoy, que dejó la terapia intensiva para dedicarse a la dermatología, lo sigue haciendo.
Él se considera especial, un elegido, y disfruta del misticismo que se creó a su alrededor en Jujuy y, años más tarde, en Córdoba. Pero impone límites. Desde el accidente de Thiago, a veces lo llaman personas de todo el país para pedirle que se acerque a imponerle las manos a sus familiares enfermos, pero él se niega. “Jamás entraría en eso. Si lo hago, ya no sería médico sino un chamán o un brujo. Yo soy un médico común y silvestre al que le han pasado cosas increíbles”.
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