El historietista argentino que triunfa en Europa y fue prohibido en Canadá
Podría decirse que Berliac es un típico argentino criado en Palermo, un occidental hasta la médula. Pero no. Basta que se siente a dibujar para ver brillar a su álter ego inesperado: un hacedor del más exquisito cómic japonés, un auténtico mangaka que parece llevar en su trazo la cultura milenaria asiática. Con 35 años, este autor argentino de historieta ya fue traducido a más de ocho idiomas y sus obras se venden desde Brasil hasta Japón. Radicado en Cracovia, acaba de publicar Sadboi, su último libro, donde con una prosa ácida y desfachatada cuenta los pormenores de un joven refugiado homosexual en Europa. Editado en Noruega, Polonia, Italia y la Argentina, el libro contó con excelentes críticas y un escándalo de por medio, cuando en Canadá cancelaron su publicación a raíz de dichos del autor que algunos tildaron de transfóbicos.
Nacido en el barrio de Palermo en 1982, Berliac dibuja desde que tiene uso de razón. Ya de pequeño hacía historietas que repartía entre sus amigos y a los 13 fundó una revista de cómic que el mismo editaba para hacer circular en el aula del colegio. Durante su infancia, las vicisitudes políticas se mezclaban con una inmensa apertura a un vasto material cultural extranjero. Su primer contacto importante con el cómic fue a los 14 años, cuando en una visita al Parque Rivadavia se encontró con un grupo de chicos que vendían sus propios fanzines y que rápidamente lo invitaron a formar parte de la Asociación de Historietistas Independientes. Sin embargo, el inicio de su carrera universitaria lo atrapó en la vorágine de la crisis de 2001, y decidió radicarse en España para probar suerte. Durante sus primeros años en Europa vivió por temporadas en diferentes países. En esas épocas se dedicó a la música y a la pintura. La historieta había quedado en segundo plano. Fue en 2008 cuando decidió volver a la Argentina para juntar energía y algo de dinero sin saber que el destino lo reencontraría con su primera pasión.
“Cuando volví al país me reencontré también con Martín Montaner, historietista que conocía de mis épocas en la asociación. Él me dijo que iba a abrir La Pinta, su propia editorial, y que quería que la primera obra fuera de mi autoría”, explica Berliac. Fue así que se publicó Rachas, su primer libro, que consistía en una colección de 4 historias cortas. A partir de ahí fue todo muy rápido. En octubre del mismo año hizo su primera colaboración para la revista Fierro, empezó a colaborar con antologías de Sudamérica y Europa y, entre 2009 y 2012, publicó tres libros más en la Argentina: 5 para el escolaso, DGMW y Cien volando.
Hoy ya tiene ocho libros publicados en países como Polonia, Italia, Noruega, Finlandia, España y Argentina. Además de numerosas colaboraciones en antologías de diversas partes del mundo (desde Perú hasta Letonia, por poner algunos ejemplos) y participaciones en medios internacionales como Vice y The New York Times.
–¿Cómo pasaste de ser un autor argentino a escribir en todo el mundo?
–Hasta 2012 estuve en la Argentina, y ese año decidí irme a vivir a Noruega, donde estuve dos años y medio. Viviendo ahí se publicó Playground, mi primer libro en España. Publiqué también en Letonia, Finlandia y participé en antologías de Francia, Polonia y Japón. En esa época empecé a meterme en el ambiente a través del Fondo de Cultura noruego. En Noruega las editoriales mandan los proyectos a ese fondo, que tiene un presupuesto específicamente dedicado al cómic. A través de ellos edité Sadboi.
La publicación de Sadboi, en 2016, fue polémica desde la arista que se la mire. Páginas adentro, su protagonista era un joven rebelde (al estilo del inolvidable Alex DeLarge en La naranja mecánica), un inmigrante en Europa que decide rebelarse al sistema convirtiéndose en un artista contemporáneo desvergonzado, homosexual, defensor del robo como obra de arte. De la tapa para afuera, el libro se vio envuelto en una de las polémicas actuales más trascendentes dentro del mundo del cómic cuando, en junio de este año, la reconocida editorial canadiense D&Q decidió cancelar la publicación de Sadboi a último minuto, luego de recibir correos de lectores que tildaban a Berliac de transfóbico. Las acusaciones se basaban en un ensayo publicado en 2015 por el mismo Berliac, en el que comparaba su viraje hacia el manga (historieta de origen japonés) como el equivalente artístico de salir del closet o cambiar de género, palabras que suscitaron una acalorada discusión cibernética con la dibujante trans Sarah Horrocks. Berliac se enteró por las noticias de los diarios de que su libro había sido cancelado. La web ardió en dos bandos: aquellos que criticaban duramente al autor por sus dichos, y quienes veían la cancelación del libro como un golpe a la libertad de expresión. Sin embargo, Sadboi siguió circulando y se publicó, además de en Noruega, en Polonia, Italia y la Argentina, con próximas ediciones en Francia y Suecia.
“Originalmente Sadboi iba a ser una biografía del dramaturgo y novelista francés Jean Genet ambientada en Noruega. Pero cuando fui a Berlín me di de bruces con la situación de los refugiados, charlando con ellos o con activistas me di cuenta de que se formaba un triángulo entre las experiencias de los refugiados, Jean Genet y mi propia experiencia como inmigrante. Y es en ese diálogo entre esos tres puntos cardinales que voy elaborando la historia”, detalla Berliac.
–¿Cuál dirías que es el gran tema en Sadboi?
–La idea del otro, cómo se forma la identidad del otro muchas veces por imposición de terceros y cómo uno debe aprender a deshacerse de las etiquetas para definirse a sí mismo. El libro busca indagar en cómo las ideas sobre algunos temas se vuelven incuestionables.
–Esa idea parece estar relacionada con el episodio que tuviste cuando se canceló en Canadá, luego de la pelea con la dibujante trans Sarah Horrocks.
–Sí, parece que yo escribí mi defensa antes de que ocurriera. Lo políticamente correcto está enmascarando algo que para mí tiene una profunda carga ideológica. El problema en la controversia no era con el libro, sino por una discusión que tuve en 2015. ¿Por qué lo cancelaron? No lo sé, porque en el comunicado de la editorial no explican. Yo incluso el día de hoy solo puedo especular porque no sé más que lo que sabe la gente. Muchos me acusaron de apropiación cultural o de género porque dicen que al nombrarme mangaka me estoy apropiando de otra cultura y otra raza y que siempre puedo volver atrás. El lenguaje para un artista es la expresión de su yo interior, es como el cuerpo de una persona, lo que el mundo ve de uno. Uno puede tomar decisiones mínimas como vestimenta o maquillaje, pero hay cosas más profundas que uno no puede negar. Mi proceso de aceptarme como un mangaka fue de transición, por eso yo lo nombré de esa manera. Significa apropiarse de algunos rasgos y dejar marchar otros que creíamos parte de nuestra identidad, pero que no lo son.
–¿Sadboi logró imponerse como obra más allá de las controversias?
–Las reseñas son muy buenas. En España salió elegido entre los 10 mejores libros del año por la revista Playground. Estuve de tour por festivales y se está vendiendo muy bien. Además en encuentros con el público tengo mucho apoyo de la gente, todos están indignados con lo que pasó, con que hayan cancelado la publicación del libro. Incluso hay gente que separa las cosas, que puede llegar a decirme que mi forma de responder en aquella discusión no estuvo bien, pero que el libro no se tendría que haber cancelado. Una cosa no quita la otra.
–¿Dirías que el personaje de Sadboi es político al tocar temas sensibles como la inmigración o el rol del arte?
–Para mí el libro no habla de los refugiados y la inmigración, sino que habla precisamente de las categorías del otro, del que está afuera. Hoy en día quizás los refugiados son el ejemplo máximo de eso, porque la palabra misma les está indicando que no pertenecen, y mientras una persona viva en ese estatus de refugiado queda claro que nunca va a pertenecer. Pero en los años 40 en Alemania el otro eran los judíos. Históricamente esto se va reciclando y aparecen nuevos ejemplos de esta categoría política y existencial. Los refugiados hoy en día en Europa son este ejemplo. Argentina tiene sus propios ejemplos. Cuando yo vivía allá se les decía gorrita y Sadboi vendría a entrar en esta categoría, sería un pibe chorro. El libro se puede llevar a diferentes contextos nacionales si uno lo entiende como la figura del outsider.
–¿Cómo es ser un inmigrante en Europa?
–Yo creo que las experiencias de inmigrantes en Europa no distan de las experiencias de inmigrantes de bolivianos o peruanos en Argentina. Como yo soy un inmigrante más y me considero en el centro de la cuestión, prefiero no utilizar el vocabulario visual de los medios de comunicación. Por eso en Sadboi cuando muestro a los inmigrantes llegando en botes no uso imágenes de un lado ni del otro: ni las que muestran botes llenos de hombres con aspecto amenazador que llegan en grupos muy grandes a Europa, ni la que muestra a un niño muerto en la playa. Utilizar cualquiera de estas dos imágenes ya era en una manera de apropiarme de un discurso que no va con cómo yo veo la cuestión. La problemática es cómo poder ser un sujeto de la discusión cuando vos sos el objeto de esa discusión. Los inmigrantes somos sujetos y objeto al mismo tiempo. Y creo que esa es la parte autobiográfica del libro. Hay varias experiencias mías autobiográficas que le dan cierto color a la historia.
MI PUNTO DE ORIGEN
Al pensar en la categoría de cómic argentino, es probable que nos vengan a la mente los modelos más arquetípicos de nuestra cultura occidental, desde Quino u Oesterheld hasta Landrú o el masivo Liniers. Las viñetas de lo que consideramos cómic nada tienen que ver con el manga, un género puramente japonés. Sin embargo, Berliac abrazó este estilo como propio.
–¿Cuándo viraste al manga?
–En 2015 estuve un año viendo qué hacía, sentía que se había agotado mi forma de hacer cómic. Estuve medio perdido sin saber para dónde agarrar. Cuando uno se pierde lo mejor que puede hacer es volver a su punto de origen. El manga y el animé son mi punto de origen, porque fueron lo primero que me nutrió. Todo ese bagaje que uno tiene desde niño forma parte de tu identidad artística, pero yo lo había reprimido. Así fue como retomé contacto con estas primeras influencias y fue como tirar de un ovillo. Empezó a salir y fluyó. Fue una transición progresiva, y fue en medio de esa crisis cuando escribo este texto tan polémico, en el que digo que transmutar del cómic occidental al manga tenía una equivalencia con la transición de género sexual.
–Recientemente estuviste de visita en la Argentina, ¿cómo viste el escenario actual del cómic en nuestro país?
–Estuve en la convención Crack Bang Boom, en Rosario, también en Córdoba y en el festival Viñetas Sueltas, en Buenos Aires. Sé que no es suficiente ir a festivales, pero son un buen termómetro. Por lo que vi hay mucho más cómic que antes, lo cual es bueno porque de la cantidad suele surgir la calidad. También vi muchas más mujeres haciendo cómic, y eso está bueno porque trae otras ideas, otras experiencias.
–¿Notás una gran diferencia entre el cómic europeo y el argentino?
–En Argentina la línea entre lo independiente y lo profesional es muy borrosa. Veo que las historietas todavía están muy en la categoría de los géneros clásicos: el terror, la ciencia ficción, el policial negro. Todavía se sigue produciendo con esos marcos de referencia cuando en Europa ya se trabaja de otra forma, con mucha biografías, reportajes. Lo que pasa es que en Europa hay revistas y editoriales que trabajan exclusivamente para cómics. En la Argentina eso no existe, entonces el cómic de autor no tiene a dónde acudir y termina siendo autopublicado, con pequeñas tiradas que no alcanzan un nivel masivo. No digo que sea malo, pero si a alguien que no sabe de cómic le decís “me compré un cómic”, automáticamente lo asocian con estos géneros tradicionales de los que hablaba, no pueden creer que haya cómics sobre los refugiados, por poner un ejemplo. Y eso hace más lento el proceso de aceptación del cómic en otros circuitos.
–¿Qué autores argentinos recomendarías?
–Las editoriales nacionales con las que yo trabajo tienen muy buen material, y por eso decido trabajar con ellas, como La Pinta, Wai comics o Maten al mensajero. En cuanto a libros, recomiendo Poncho fue, de Sole Otero, Las manos del pintor, de María Luque, Notas al pie, de Nacha Vollenweider o Lo salvaje, de Pablo Vigo. Entre muchísimos otros.