Sus amigos lo bautizaron así porque no teme mostrarse. Encontró un modo de llevar adelante sus sueños y busca concretar un proyecto audiovisual
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A los 33 años empezó a sufrir una acidez crónica en el estómago que le generaba un gran malestar general y un pésimo estado de humor. Demoró un tiempo en ir a consultar a un médico, lo que finalmente hizo impulsado por su novia de aquel momento. El doctor le indicó una dieta para calmar los síntomas y le ordenó una endoscopía para investigar qué los estaba provocando.
Era el año 2009 y por entonces Maximiliano Farina estaba enfocado en “hacer plata”. Le gustaba pasarla bien, disfrutar de un estilo de vida acelerado, lleno de estímulos que hoy, a la distancia y con muchos kilómetros recorridos, considera superficiales. Tenía una novia española algunos años más joven que él, manejaba una pyme con 12 empleados y tres drugstores en Martínez, cuya rentabilidad le alcanzaba y le sobraba para darse todos los gustos. Quizá, algo que también analiza con el diario del lunes, se estresaba un poco. O demasiado. Tal vez no disfrutaba tanto como entonces suponía.
“Era un cáncer rarísimo”
Una endoscopía gastrointestinal es un estudio por imágenes que ayuda a diagnosticar y tratar los síntomas y afecciones del esófago, el estómago y la parte superior del intestino o duodeno. La endoscopía gastrointestinal puede contribuir a encontrar la causa de síntomas inexplicables, como: acidez estomacal persistente, sangrado, náuseas y vómito, dolor, problemas de deglución, adelgazamiento sin razón aparente. Con este estudio se pueden identificar muchas enfermedades diferentes: reflujo gastroesofágico, úlceras, cáncer, inflamación o hinchazón, anomalías precancerosas, celiaquía, estrechamiento del esófago u obstrucciones.
Lo que no se esperaba, fue lo que finalmente ocurrió. “¡Che, esto hay que sacarlo ya!”, le dijo el gastroenterólogo en referencia al tumor que se vio en las imágenes y, claro, Maxi se asustó. Por primera vez en su vida, tuvo miedo. “Me cagué en las patas. Estaba de novio, super bien, super establecido en todo, con los kioscos, vivía de eso con mi familia, estaba estudiando para electricista porque tenía el objetivo de poner una empresa de instalaciones eléctricas en España. Planeaba radicarme en ese país.”, recuerda.
Por esa época la pareja llevaba dos años de relación; pasaban seis meses en España y seis meses en Argentina, planeando un futuro juntos. Pero el diagnóstico cambió todos los planes. A Kiosker -así es como lo llaman los amigos- lo operaron para confirmar que se trataba de un tumor maligno, más precisamente un tipo de cáncer raro, para el que no había tratamiento oncológico habitual que pudiera tratarlo con un pronóstico favorable. “Era una enfermedad rara, de pocos casos de esa mutación celular y los médicos me informan que la quimioterapia no iba a funcionar.”, explica Maxi. “Estaba triste y arranco a hacer psicoterapia. Ahí me doy cuenta de que llegar a ese punto había sido algo emocional, que yo me había guardado muchas cosas adentro”, relaciona.
- ¿Qué te hizo pensar que el origen de la enfermedad tenía que ver con tus emociones? ¿Pudiste confirmar esa creencia con los médicos que te atendieron?
- Es algo personal. La medicina no me supo explicar por qué me agarré ese cáncer. No es por intoxicación, no es por transmisión genética porque si no habría un montón de casos. Entonces yo, automáticamente, haciendo una introspección asocio. Es muy loco, te voy a decir cuándo a mí me cae la ficha, cuando me dicen cuándo mutó la célula. Veo que ya lo tenía hacía seis años, sin saber que lo tenía.
- ¿Vos pensás que exactamente sabés en qué momento comenzó a gestarse el cáncer?
- Entendí que el estudio anatomopatológico ubicó aproximadamente en qué momento empezó. No sé cómo lo hacen al estudio histológico pero pueden establecer cuando comenzó. Y yo recuerdo que en ese momento estaba mal de amores, tuve una separación. No le echo la responsabilidad a esa separación, sino a una suma de cosas, y esa gota fue la que rebalsó el vaso. Pude ver que había estado viviendo lleno de estrés. En ese momento comenzó un estado de sanación mío increíble y hoy puedo decir “acá estoy, vivo”. Por ese lado, digo que lo asocio a lo emocional, desde mi singularidad y desde mi experiencia. No afirmo nada más que eso, lo que me parece que me sucedió. Suena loco, ya sé. Por eso, después de esa experiencia tuve suerte: se descubrió un tratamiento específico para mi tipo de cáncer y por ocho años me atendieron los mejores oncólogos que estaban probando esta nueva medicación. Finalmente me curé y entonces me puse a estudiar psicooncología para tratar de entender más el cáncer, cómo abordarlo y, desde mi lugar, cómo ayudar. Pero al poco tiempo lo dejé. Quise disfrutar de estar vivo y me fui a viajar. Y ahí comenzó Despertar Viajando.
“Atreverse a soñar es lo más difícil”
A sus 47 años, rebautizado por sus amigos como “Gurú del Amor”, después de superar la enfermedad y recorrer Sudamérica a bordo de una camioneta durante seis extraordinarios años, Maxi está nuevamente asentado en Buenos Aires. Trabaja en artes audiovisuales, sigue soltero y no tiene hijos. Tampoco casa propia, ni un lugar estable donde habitar. Con orgullo, revela que vive en forma austera con un presupuesto de 80 mil pesos por mes. “Rancheo en casas de amigos y trabajo de lo que me gusta, produciendo contenido audiovisual para una empresa constructora, principalmente”, revela.
Pero lo que más lo entusiasma por estos días es un proyecto de investigación periodística que acaba de presentar al Pulitzer Center con la finalidad de obtener financiación para llevarlo adelante. Junto con su socio creativo, Edward Gilleland buscan retratar las prácticas ancestrales de una comunidad quechua en Perú, donde mujeres se dedican a la siembra y cosecha de agua, una solución posible para afrontar las consecuencias del calentamiento global en la región. “Cuando estuve allí me involucré muchísimo con la gente y conocí a fondo las problemáticas de la comunidad. Me sorprendió el hecho de que las mujeres, con la vulnerabilidad como motor, impulsan el uso de una técnica ancestral para adaptarse a las sequías y así asegurar su soberanía alimentaria. Mi búsqueda es poder conectar a las comunidades que decidieron salir de su zona de confort con un espectador citadino, qué sumergido en la velocidad y el consumo, todavía no es tan consciente de la problemática socio ambiental de la comunidad global.”, presenta Maxi, deseando con todas sus fuerzas encontrar toda la ayuda posible para que el proyecto vea la luz.
Por otro lado, comparte fotos y experiencias de sus aventuras con sus seguidores de Instagram. “Mi cuenta Despertar Viajando es un proyecto bisagra a nivel personal y profesional. Mi ‘destino’ suponía ser un kioskero de barrio. Lo más difícil para cualquier persona es soñar, salir de la autopercepción que en general es heredada y reforzada por el contexto. Despertar Viajando fue el nombre que inconscientemente le puse a la huida de mi zona de confort, la cual no era muy confortable, era más bien un lugar doloroso, que sin dudas para mi, fue la principal causa de un cáncer complejo que tuve que experimentar para poder entender la vida desde otra óptica.”, asegura.
Ser vulnerable te hace más poderoso
Después de ocho años, cuando finalmente se curó el cáncer y obtuvo su alta médica, para Maxi ese momento fue fundante. “No fue curarme de una enfermedad únicamente, sino sanar y modificar mi autopercepción.”, recuerda y revela cómo nació el mote “El Gurú del Amor”, que le pusieron sus amigos. “Cuando me empecé a abrir, a mostrarme vulnerable, a contar todo mi proceso, percibía cierta tensión e incomodidad. Tal vez yo pensaba que con semejante exposición iba a lograr que otros también se animen a mostrar su sufrimiento, pero lejos de eso, aparecían las bromas cariñosas. Paradójicamente lo que nació como una reacción a la incomodidad, se transformó en un espacio para la conversación honesta y sentida.”, asume.
El viaje de seis años que realizó por Sudamérica fue la herramienta para renacer, despertar, soñar y también el hallazgo de lo que quería hacer en esta nueva etapa de su vida. “Viajar representa conocer muchos lugares y personas, pero sobre todo conocerse a uno mismo, más cuando viajamos solos y por períodos prolongados.”, analiza Maxi.
Cuenta que viviendo dentro de su camioneta comenzó a experimentar el desapego. “Es una palabra muy utilizada en estos tiempos, en mi caso empezó de fuera para dentro, no tenía una casa, una ducha, un baño, una cocina techada, vivía en tres metros cuadrados, me adapté a eso y lo naturalicé.”, describe.
Con el paso del tiempo, a medida que visitaba lugares que lo sorprendían y desafiaban, comenzó a asimilar lo que considera la etapa más importante del desapego: la interna, la que tenía que ver con sus pensamientos y con lo que sentía. “Extrañaba a mis seres amados, estaba lejos en los cumpleaños o no tenía con quién compartir los momentos difíciles, experimenté los miedos, la soledad.”, enumera. Pero, en un momento tuvo una suerte de revelación, algo que él llama “un despertar de conciencia”. “Fue ahí que asimilé a la vulnerabilidad como una herramienta de poder inherente al ser humano, fue mágico.”, evoca.
Maxi se vincula con la fotografía desde que era un niño, cuando con sus primeros ahorros compró una cámara de fotos. Tenía 14 años. “Hoy Despertar viajando se transformó, sin darme cuenta, en mi primer proyecto fotográfico.”, evalúa y presenta: “En dicho proyecto no busco fotografiar Sudamérica, sino la inmensidad natural que nos permite vivir pero le damos la espalda. Cuando uno cambia y toma el riesgo de manifestarlo, todo empieza a cambiar, también los temas que se charlan entre amigos. Toda esta experiencia me dio la seguridad para definirme como fotógrafo de investigación, algo que hace diez años no me lo hubiese permitido.
Hoy le interesa compartir su experiencia de “despertar” y usar la fotografía para colaborar a que otros despierten. La fotografía es simplemente el medio, la excusa para la conexión.
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