El Guggenheim, la joya arquitectónica de Bilbao
El puente de La Salve, que cruza la famosa ría, se erige a más de veinte metros de altura. Desde aquí se puede tener una vista maravillosa de uno de los hitos arquitectónicos del siglo XX: el museo Guggenheim de Bilbao.
Mucho de lo que le ha sucedido a esta importante ciudad tiene que ver con este templo de la cultura y el arte.
Parado en la mitad del puente, en un mediodía algo fresco, espero a Iker, el encargado de mostrarme y contarme todos los secretos de tan magnánimo lugar.
Siempre, desde muy pequeño y cuando todavía vivía en Madrid, de una manera u otra había tenido una curiosidad enorme sobre esta ciudad, la más importante del País Vasco. La muy noble, muy leal e invicta Villa de Bilbao, desde los tiempos del Señorío de Vizcaya hasta nuestros días tiene una riquísima historia.
Fue testigo de innumerables hitos y se transformó en una de las ciudades industriales más importantes de España y Europa, cuna de importantes emprendimientos mercantiles y financieros.
Ya había tenido la oportunidad de caminar el Casco Viejo, conocido también como Las Siete Calles, porque era este número de calles el que conformaba el núcleo originario de Bilbao ( Somera, Artecalle, Tendería, Belosticalle, Carnicería Vieja, Barrencalle y Barrencalle Barrena) y me había empapado del espíritu bocho (apelativo con el que se conoce a su villa), ya que no me había perdido de entrar en algunos bares y tabernas, escuchando voces pasar del castellano al esuskera y viceversa en coloquiales conversaciones, con una buena copa de sidra.
De mis tiempos de niño mucho había cambiado para Bilbo (Bilbao en euskera, nada que ver con el hobbit). No sólo lo percibían mis ojos a través de la cantidad de nuevos edificios construidos con mucho diseño, estilo y modernidad, uno de ellos realizado por el genial Cesar Pelli, sino que también podía sentirlo en mis entrañas. Como si un espíritu nuevo rodeara a Bilbao. Cambios que en su momento generaron controversias, parte del debate diario. Hoy, la gran mayoría, olvidadas por el paso del tiempo y el éxito de la propuesta.
Yo trataba de abarcar con mi vista, maravillado, esta enorme estructura recubierta de placas metálicas, como si fuesen escamas de algún animal, resplandeciente bajo los rayos del sol. Sus formas, ondulantes y rectas, dotaban al museo de una sensación de movimiento, de constante evolución y de una especie de rebeldía hacia las normas establecidas.
Los datos fácticos que me pasaban por mi cabeza hablaban de sus más de 20.000 metros cuadrados de superficie, diecinueve galerías y del más de millón de personas que pasan por aquí todos los años. Mi mente se preguntaba por qué, cuándo y cómo Bilbao se había hecho acreedor a esto…
Ensimismado con estos temas, me tocaron el hombro. Al girar, lo veo a Iker, que se presentó con puntualidad y mucho desparpajo… Pantalones cargo negro, camisa de manga corta del mismo color, una especie de mohawk en la cabeza, enrevesados tatuajes y con una sonrisa de oreja a oreja rápidamente se metió en el tema desplegando una pedagogía y un conocimiento dignos de las más altas escuelas de estudio.
Me invitó a recorrer lo que faltaba del puente, tomar a la derecha por la Mazarredo Zumarkalea, pasar delante del famoso Puppy de Jeff Koons e ingresar al edificio.
Porque como me dijo Iker: “Nuestro viaje comienza aquí, primero con el final de la historia para poder, luego, entender el comienzo.”
Debido a mi mirada atónita, no falta de incredulidad, se rió nuevamente y entramos.
Continuará...