El Gordo Cocina
Ahora que este venezolano alto, espigado, que viste camisas hawaianas y que jamás se muestra sin su gorra de béisbol es una figura habitual de la TV abierta, pocos se acuerdan de que durante mucho tiempo su identidad fue un misterio. Como un superman de la cocina simple y casera, nadie sabía quién se escondía detrás de esas recetas apetecibles de Instagram que derramaban queso en cantidad, apilaban varias capas de panceta dorada, o dejaban adivinar panes suaves y esponjosos a través de la pantalla.
Fue recién cuando llegó a los 100.000 seguidores que El Gordo Cocina decidió revelar su identidad en la misma red en la que había nacido en 2015. "La gente se volvió loca. Fue un furor", recuerda Víctor Manuel García en la cocina luminosa y amplia de su nueva casa en Palermo Hollywood.
Es un miércoles por la mañana, el teléfono no para de sonar y de enviar notificaciones. Una agencia llama para dar el OK a un contenido patrocinado que El Gordo publicará en su cuenta. Lo atiende Alejandro, pareja y socio de Víctor en el proyecto desde el primer día. Llega otro llamado: una aerolínea los contrató para que viajen por España, coman rico y muestren distintos destinos. Y luego está la tele, la presencia semanal en Cocineros Argentinos. Y el lanzamiento de su nuevo libro, Sabor, por editorial Planeta. Y el proyecto de hacer videos para YouTube. Y más, y más. El Gordo Cocina es una fábrica que trabaja en horario corrido.
"Nosotros estamos 24/7 con esto. No termina nunca. Ayer fuimos al cine a las 3 de la tarde. Salimos de una reunión en el Centro y dijimos: «Es ahora o nunca». Porque a la noche trabajamos, los fines de semana trabajamos", dice Víctor con su cadenciosa tonada caraqueña, pulida de formas extrañas por los 10 años de residencia en Buenos Aires (por ejemplo, pronuncia "pollo" como un porteño). Es parte del encanto del personaje.
–¿Saben cuándo la van a romper con un post?
–No hay ninguna verdad absoluta ni secretos. Es probar y hacer. Subimos dos posts por día, todos los días. Nos ha pasado de hacer cosas y decir "esto la rompe" y que no pasara nada. Y después hacés unos bizcochitos en dos segundos y explota. Lo que empezás a entender es que a la gente le gustan las recetas más sencillas, los sabores safe: un arroz con leche, todo el mundo conoce el sabor de un arroz con leche. O el del flan o el de una torta frita. Buscan lo que conocen.
Después de conquistar Instagram –hoy tiene más de 700.000 seguidores, ¡más que Narda Lepes, más que Francis Mallmann!–, el objetivo de El Gordo es ir por YouTube (el 30 de diciembre estrenó su primer video). Como parte de esta nueva etapa se mudó y remodeló su casa como si fuera un set de TV. En el patio se hizo construir un horno de barro para preparar recetas al aire libre y en la cocina hay una mesada central grande para trabajar cómodo frente a la cámara. En uno de los estantes, entre su colección de libros de gastronomía, brilla el frasco de miel con ajos, uno de sus fermentos muletilla, que usa para muchas de sus recetas, desde marinar carnes hasta aderezar ensaladas.
–Esa miel con ajos está buenísima –le digo cuando la encuentro.
–¿La hiciste? –pregunta enseguida Víctor.
–No, pero me dieron muchas ganas.
–Ves, eso es lo que queremos. Darle ganas de cocinar a la gente. Que en lugar de clavarse una medialuna vieja, se prepare unos ricos huevos revueltos. Porque la verdad es que lleva el mismo tiempo. No hay excusas para no cocinar.
Antes de darle vida a El Gordo, Víctor y Alejandro tenían otra vida, se dedicaban a otra cosa. Los dos estudiaron Periodismo y se conocieron en Venezuela, ese país que hace ocho años no pisan pero del que todavía extrañan algunos rituales. "Ir a la playa y comerte una empanada frita ahí mismo, mirando el mar. Eso me encantaba".
A finales de 2010 se instalaron en Buenos Aires y, en los pocos ratos libres que a Víctor le dejaba su trabajo en Marketing, cocinaba los platos que añoraba, la comida nostálgica, que le dicen. En junio de 2015 abrió su cuenta de Instagram, que empezó a crecer de una manera frenética: de 1000 a 1500 seguidores por día. En este tiempo, se habrá cansado de escuchar la misma pregunta: "¿Por qué El Gordo si sos flaco?". Y tal vez la respuesta sea decepcionante, pero es solo porque en su casa le dicen, de forma cariñosa, el gordo.
A los seis meses, las marcas empezaron a aparecer –Chocolates Águila fue la primera– y también las invitaciones. "Al principio, decíamos que sí a todo. Pero fuimos aprendiendo y nos dimos cuenta de que esto es un negocio y estás invirtiendo tu tiempo de descanso. Así que hoy solo vamos a eventos o a viajes de clientes o a propuestas que nos funcionen de alguna manera. Que nos inviten a un campo o a una fábrica, por ejemplo, y que podamos generar contenido interesante con eso".
Quiero darle ganas de cocinar a la gente. Que en lugar de clavarse una medialuna vieja, se prepare unos ricos huevos revueltos.
Ahora también tienen criterios rigurosos a la hora de aceptar marcas. "Hemos dicho más veces que no que que sí. Es difícil cuando te ofrecen una cantidad de plata impresionante, pero lo único que tenemos es nuestro nombre", aseguran. Los ultraprocesados no pasan jamás el filtro, pero entre sus auspiciantes sí tienen edulcorantes y una de las principales cadenas internacionales de café.
–¿Qué relación tienen con los cocineros de la vieja escuela?
–Al principio pensaron que éramos competencia, que si la gente cocinaba más en sus casas no iba a ir a comer afuera, pero son dos cosas distintas. La cocina en casa estaba algo abandonada antes de las redes sociales. Nosotros no nos paramos en un lugar de expertos: al contrario, probamos con la gente si nos salen las recetas. Y si no nos salen, lo decimos. Es una relación de igual a igual.
Paulina Cocina
"No extraño nada de mi vida anterior a Paulina Cocina. Yo era la típica persona que aplazaba el despertador 10 veces, no terminaba de entregarme a nada de lo que hacía. Ahora soy medio workaholic, pero muy feliz. Soy mucho más feliz desde que hago algo que me apasiona". Socióloga de formación, casada con un colombiano, madre de dos hijos, Paulina G. Roca (es su nombre artístico, pero prefiere no explicar por qué usa uno) colgó su primer video de cocina en 2013 mientras vivía en Barcelona y escribía una tesis sobre la situación de los migrantes.
En su pequeña cocina y con un celular elemental se las ingenió para filmarse mientras enseñaba a cocinar un pastel de papas. Fue el inicio de un personaje que logró caerle bien a una audiencia gigante y joven: hoy tiene más de 1 millón y medio de suscriptores en YouTube, más de 750.000 seguidores en Instagram, dos libros publicados (Paulina Cocina en 30 minutos y Paulina & Compañía), una plataforma de clases de cocina y hasta se habilitó el sueño de ser la anfitriona de un programa al estilo de Mirtha Legrand, donde recibía en su "mesota" a estrellas de internet como La Faraona, Ramita o Magalí Tajes. Ella misma produjo los primeros cinco capítulos que se pueden ver en YouTube y que tal vez tengan una segunda temporada.
Tiene más de 1 millón y medio de suscriptores en YouTube, más de 750.000 seguidores en Instagram, dos libros publicados y una plataforma de clases de cocina.
La frescura y el humor la definen, pero su personaje no tiene nada de improvisación, más bien horas de estudio y de análisis obsesivo de las métricas. Sabe todo lo que está pasando en su nicho, en la Argentina y en el mundo. "Sigo a los que me gustan y a los que no me gustan. Me empapo de todo. Y analizo mucho qué me pasa a mí como consumidora de eso". Una de sus últimas decisiones fue dejar de postear fotos en su Instagram. "¡Me aburrieron! Y asumo que lo mismo le pasa a mi audiencia. Así que prefiero los videos u otra forma de explicar la receta".
Miércoles y sábado sube nuevo contenido a su canal, que ya acumula más de 500 videos. Lo dulce le funciona siempre mejor que lo salado; las tortas y los panes la rompen, y las pastas y el pescado –aunque le pese– son piantavotos. Pero los límites todo el tiempo se corren. Las recetas se alternan con un video sobre el cringe que le da volver a ver su primera vez en pantalla o sus consejos para organizar una Navidad low cost.
También se planta con temas que otros influencers elegantemente –o no– esquivan. Ya se sabe que la política hace perder seguidores. Y ni que hablar de temas como el de la legalización del aborto. "Se fueron un montón y eso pasa siempre que te posicionás sobre un tema tan bisagra. Y la verdad es que no me importa: me parece mucho más grande la causa del aborto legal que mi cantidad de seguidores".
Se fueron un montón de seguidores y la verdad es que no me importa: me parece mucho más grande la causa del aborto legal que mi cantidad de seguidores.
Paulina sabe una cosa, sobre todo: que su gran capital es la credibilidad.Por eso, se define como "la más hinchapelotas" a la hora de aceptar anunciantes. "Preguntale a cualquier agencia". Su regla sagrada es que si no lo usa en su casa, no lo usa en los videos. Y que el manejo del tono, los tiempos y el contenido es estrictamente un tema suyo. "No soporto que me bajen línea. Si entrás acá es de esta manera, y si no, suerte. Me he mandado cagadas: he hecho cosas que me pedían y que yo ya sabía que no iban a funcionar, que no iban a gustar porque conozco a mi comunidad".
Papá Cocina
En junio de 2017, Maximiliano Kupferman subió su primer posteo como Papá Cocina: una receta sencilla, la de una polenta con salsa boloñesa que había preparado para su única hija, Olivia. Por ese entonces, la categoría "Papás en Instagram" estaba casi inexplorada y lo que abundaban eran las mamis. "Recién a partir del año pasado empezaron a aparecer muchas más cuentas de papás: es una tendencia a nivel mundial. Surgieron los papás que están presentes en la crianza, que se ocupan, que participan. Que muestran que hoy lo doméstico es compartido", asegura en la cocina de su casa en Villa Crespo, el espacio en el que produce las fotos de la cuenta donde ya lo siguen más de 70.000 usuarios.
Publicista, experto en redes sociales y con un título de Profesional Gastronómico en el IAG, reconoce que le gustaría vivir de su álter ego, pero todavía no le alcanza. "Hoy Papá Cocina me da medio sueldo". Es lo que junta sumando los patrocinios de un supermercado y de una prepaga. Las marcas de alimentos ultraprocesados para niños son las que más lo buscan, aunque no tienen posibilidades en su feed, que apuesta a una cocina simple, con ingredientes reales y saludables.
Además de cocinar, a Maximiliano le gusta indagar sobre el funcionamiento de una red donde no todas las variables son cuantificables. Por ejemplo, el motivo por el que una receta funciona y otra no, muchas veces, sigue siendo un misterio. En su caso, la más exitosa fue la de unas croquetas de quinua. "Era quinua, no dulce de leche. Y la foto no era gran cosa. Todavía no entiendo por qué garpó tanto". El post llegó a las 60.000 interacciones y 2500 personas guardaron la receta.
Lo que sí tiene claro es que en la red que alguna vez fue tierra fértil para el pavoneo y el postureo, lo aspiracional no va más. La gente quiere contenido real, quiere empatía, quiere actitudes genuinas. "Decidí no caretear nada. Si hago unos brócolis con salsa y Olivia no los come, lo cuento, digo la verdad. Y eso tiene mucho más feedback que cualquier otra cosa. No oculto, no disfrazo", asegura.
Sabe también que hay un tema que resta seguidores: el uso del lenguaje inclusivo o de modismos actuales como "mapadres". Cada vez que lo hace, varios abandonan su cuenta, ofendidos. Pero lo malo tiene su contraparte. En sus últimas vacaciones familiares por Corrientes y Entre Ríos con su mujer Pilar y su hija Olivia, lo invitaban a comer o a hospedarse sin cargo o le hacían regalos a cambio de que los mencionara en sus stories. "Me sentía un rockstar".
Cook Grimaldi
Valentín Grimaldi, alias Cook. Barba, tatuajes, músico, cocinero e influencer gastronómico. Autor del libro Rock en la cocina. De alguna manera, una suerte de eslabón perdido entre los cocineros profesionales, los que se entrenaron en la dureza y en la rigurosidad de un despacho y saben en carne propia qué significa "perro" en la jerga y los que se hicieron conocidos a través de las redes. Hermano menor de un trío de cocineros (Joaquín es el pastelero del Four Seasons y Juan trabaja en España), Valentín se mueve con fluidez entre los dos mundos.
En Instagram, donde tiene más de 200.000 seguidores, apela mucho a la acidez, bastante al humor y no les huye a los textos largos. Todo acompañado por fotos bien producidas de sándwiches con capas innumerables de fiambre, bolas de fraile con mucho dulce de leche o chinchulines que crepitan sobre una parrilla.
"Aposté a correrme del lugar de cocinero que solo estaba detrás de la gloria para poder compartir con la gente una cocina más simple. Ese es el plan: disfrutar y, en el camino, incentivar a que la gente cocine un poco más y pida menos delivery", dice Grimaldi, que tiene tatuada la receta del pesto genovés en una de sus piernas. También lleva en la piel una máquina de hacer pastas, una olla, un palo de amasar y, en el pecho, la frase "Cook or Die".
Conductor del programa Food Truck Challenge (Canal Sony), admira el estilo hogareño y cercano del inglés Jamie Oliver. Su propósito es romper con la idea elitista de la cocina como un espacio reservado para unos pocos. "Voy contra el esnobismo: los cocineros nos creemos doctores, pero nuestras abuelas y nuestras madres no estudiaron nada y nos hacían una cocina superrica".
Voy contra el esnobismo: los cocineros nos creemos doctores, pero nuestras abuelas y nuestras madres no estudiaron nada y nos hacían una cocina superrica.
Grimaldi todavía recuerda la primera vez que lo reconocieron en la calle. Fue en un local de ropa en un shopping, donde estaba con sus dos hijas y su mujer, la maquilladora Celeste Uria. "Me puse nervioso porque una chica no paraba de mirarme. Después se me acercó y me dijo que le llegaba mucho mi forma de escribir y de cocinar".
Fiel a su estilo, dice no prestar mucha atención a las métricas ni a la cantidad de seguidores, y que estar al tanto de que ciertos contenidos no funcionan no es un impedimento para subirlos. Una de sus últimas incursiones es tomar un ingrediente –ya lo hizo con los espárragos o con los alcauciles– y dar tips para elegirlos, apreciarlos y cocinarlos. "No estoy detrás del like, sino de compartir lo que me gusta".
Valu Ramallo
Primero fue Instagram y después la tele. Para la generación de cocineros surgidos en las redes en los últimos cinco años, la ecuación de reconocimiento suele estar invertida. Triunfar en Instagram –superar los 100.000 seguidores, formar una comunidad– es la puerta de entrada a otras consagraciones. Que te ofrezcan un programa en la tele, que te propongan publicar un libro.
Todo eso le pasó a Valentina Ramallo, una entre seis hermanos de una familia de San Isidro, que pegó tan fuerte entre un público centennial como para que la describan como "la Maru Botana del futuro".
Valu es cocinera, estudió en el IAG, pero vio la veta comercial con las tortas. Se las encargan de a decenas cada fin de semana después de que las publica en sus redes, y no escatiman en calorías: golosinas, cookies, oreos, nutella, dulce de leche y confites de colores son su sello distintivo.
En 2014, mientras se fogueaba en un catering enorme, abrió una cuenta en Facebook con el nombre "Valentina, cocinar y viajar". Luego se mudó a Instagram y comenzó a crecer de a miles de seguidores. Fue su jefe de ese momento, Christian Petersen, quien la motivó a hacer su camino en las redes, intuyendo que sería una mejor apuesta que seguir transitando las cocinas profesionales.
"La gente me pedía las tortas que subía. Fue entonces cuando surgió la idea de armar algo con mi hermano Caco; él trabajaba en un banco y tenía ganas de otra vida. En la esquina de la casa de mis papás había una panadería cerrada. Sin pensarlo mucho, la alquilamos", recuerda.
Coconductora de Cucinare (El Trece), sigue subiendo recetas con una rutina casi diaria, que cada tanto mecha con otra línea argumental que también les interesa a sus más de 300.000 seguidores: la historia de amor con su novio Agustín ("¡a él también lo conocí por Instagram! Otra cosa para agradecerle a esta red"). Además, prepara su segundo libro y sigue entusiasmada con las dos pasiones que dieron origen a todo: cocinar y viajar.