La herramienta que utilizó por siglos el Estado español para cumplir con la pena capital ajustició a los últimos dos condenados en 1974 y fue borrada del Código Penal de ese país hace apenas 41 años
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El “garrote” o “garrote vil” fue un instrumento utilizado por distintas sociedades para ejecutar a los condenados a muerte. Esta máquina macabra de matar, que consistía en un método mecánico para oprimir hasta el final el cuello del reo, remite a tiempos lejanos. De hecho, fue utilizada en la Antigua Roma, durante la inquisición española y también por la España de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, aunque parezca difícil de creer, el “garrote”, junto con la pena capital, recién fue eliminado del Código Penal español el 25 de junio de 1983. Hasta entonces, en la letra de la ley, esa herramienta letal permanecía vigente.
Si bien evolucionó a través de los tiempos, el llamado “garrote” o “garrote vil” funcionaba con un sistema sencillo que consistía en apretar el cuello del penado con un anillo metálico contra un madero. El metal se iba ajustando mediante una manivela que, a modo de torniquete, aumentaba la presión sobre el condenado a la vez que se giraba. De este modo, la vida del “agarrotado” terminaba por asfixia o bien por la rotura de sus vértebras cervicales. El método, si se realizaba con pericia, resultaba rápido y eficaz y evitaba el derramamiento de sangre que podrían provocar otros instrumentos para aplicar la pena capital, como la horca o la guillotina. Por ello, esta herramienta se presentaba, insólitamente, como más “compasiva” que las demás.
Los orígenes del “garrote”
El primer esbozo de “garrote” del que se tiene registro en la historia corresponde a la antigua Roma. Entonces, se trataba apenas de una soga que pasaba por un poste. De un lado del madero se ponía el cuello del infortunado convicto y del otro, el pedazo de madera que funcionaba como torniquete cuando el verdugo lo hacía girar. Mediante este precario método, denominado en la época “laqueus” fue ejecutado, en el año 63 A.C., el político Publius Cornelius Lentulus, quien fue acusado de haber conspirado contra la República. Resultó el primero en caer bajo ese método del que se tenga registro. Entonces, el ejecutado permanecía en pie. Algo diferente a lo que ocurriría tiempo después, cuando el reo tendría un pequeño trozo de madera para sentarse en la misma estructura del “garrote”.
En la Edad Media, este instrumento continuó utilizándose. Fue en ese período en el que al “garrote” comenzó a sumársele el adjetivo “vil”. Esto, porque se trataba de una herramienta de castigo utilizada para los “villanos”, es decir, habitantes de la villa, o plebeyos, en contraposición a los integrantes de la nobleza. Es que a estos últimos, cuando eran condenados a muerte, se los ultimaba mediante la decapitación, con espada o hacha. Sin embargo, la pena capital mediante el corte de cabeza a aristócratas tuvo una excepción cuando el rey Alfonso X de Castilla, llamado “el Sabio”, en el siglo XIII, ordenó ejecutar “por ahogamiento” a su hermano, el infante Don Fadrique, que no pudo escapar al “garrote”. Era el año 1277 y la condena fue por “conducta indecorosa”.
Al llegar la edad moderna, el garrote fue una de las herramientas utilizada para el tormento y la muerte de las víctimas de la inquisición española. Coexistía, eso sí, con otros métodos de muerte, como el “saetazo” en el pecho, el ahorcamiento y, por supuesto, la hoguera. Los Reyes Católicos también mantuvieron el “garrote” como una de las formas de llevar adelante la pena capital en el Reino de España. Posteriormente, esta máquina letal llegaría a las colonias americanas. Bajo este sistema murió, por caso, el líder inca Atahualpa, en la ciudad de Cajamarca, actual Perú, el 26 de julio de 1533. En rigor, el soberano indígena había sido condenado a morir en la hoguera, pero pidió sucumbir bajo otro método, ya que el fuego, según su creencia, podría acabar con su alma e imposibilitarle su llegada al más allá.
También en Buenos Aires
En la ciudad de Buenos Aires, cabecera del Virreinato del Río de la Plata, bajo el poder de la corona española, también hay registros del uso del “garrote” para los condenados a muerte. Durante un tiempo, a fines del siglo XVIII, se utilizaba este método en la previa del ahorcamiento del condenado. La idea era que el reo llegase a la horca en un estado semiconsciente, para evitar el desagradable espectáculo de pataleos y contorsiones que ofrecían quienes eran colgados antes de fenecer.
Un hecho curioso con respecto de este método para la pena capital que se deja ver en los registros en el Río de la Plata tiene que ver con la necesidad de mantener el buen mantenimiento del aparato. De otra forma, la ejecución del condenado puede convertirse en una tortura innecesaria. De hecho, la idea del garrote es dar un final rápido y misericordioso a los penados, que deberían expirar apenas con media vuelta de la manivela del aparato. Pero, si la máquina está vetusta y maltratada por el paso de los años, su función se puede complicar.
Así, en 1772, el alcalde del primer voto (especie de juez en lo criminal) de Buenos Aires, don Felipe Santiago del Posso denunciaba: “Según lo que se ha experimentado del instrumento de dar garrote a los reos, según lo que estos tardan en morir, siempre es preciso que la tropa que sale en su custodia acabe de separarle la vida del cuerpo por medio de sus fusiles que a este efecto le disparan, por lo que parece muy esencial el que se trate de remediar este tan pernicioso defecto”. El “garrote” defectuoso había sido confeccionado en 1754 y el verdugo de entonces, José Acosta, estaba ya cansado de lidiar con él.
El testimonio del alcalde se encuentra en la revista Todo es Historia de mayo de 1978, y allí también se informa que finalmente se ordenó la construcción de un nuevo “garrote vil”, que fue realizado por un herrero francés que estaba de paso por Buenos Aires y un maestro carpintero local. Consta en los registros que al primer artesano se le pagaron unos 100 pesos locales, mientras que al segundo, 13 pesos. Pero lo importante es que Acosta ya contaba con un nuevo modelo para ejercer su oficio sin hacer sufrir tanto a los condenados.
En España se oficializa el garrote
De regreso en Europa, en el siglo XIX las opciones para morir en el patíbulo eran distintas en los principales países. Mientras que Francia decapitaba a los condenados mediante la guillotina, Inglaterra prefería el ahorcamiento por caída larga (el recluso, con una soga atada al cuello, se precipitaba al vacío mediante una compuerta en el tablado), en España se utilizaba tanto la horca como el “garrote”. Esto cambió en el año 1809. Entonces, el invasor francés convertido en rey español, José Bonaparte, también llamado José I, o, popularmente, Pepe Botella, decretó que el único método de ajusticiamiento en el país ibérico debía ser el “garrote”. El monarca galo consideraba que la muerte en él -rápida, con el ajusticiado sentado y sin derramamiento de sangre- era menos cruenta que con otros métodos.
En 1823, con el retorno de Fernando VII al trono de España y la restauración borbónica, el nuevo monarca propuso el regreso de la horca para los criminales de la clase alta y mantener el “garrote” para la plebe. Pero por presión popular, en 1828 se reimplantó el “garrote” como única pena capital y se dejó de lado, para siempre, la horca.
En este sentido, se distinguieron tres diferentes métodos para ejecutar con este mismo instrumento: el “garrote noble”, el “garrote ordinario” y el “garrote vil”. El primero, destinado a la aristocracia, comprendía la llegada del reo al cadalso a caballo; el segundo, para la plebe, se transportaba al reo en mula; y el tercero, para delitos infamantes (sin importar la clase social) estipulaba que el condenado arribaba al garrote en burro. A partir del código penal de 1848, estas categorías quedaron perimidas y solo se hablaba de “garrote”, a secas.
Distintos tipos: de alcachofa y de corredera
Por años, en España se utilizó el que era conocido como “garrote de alcachofa”, un sistema que consistía en una manivela que, al girar, apretaba el cuello del condenado con un anillo de metal contra un poste al que se iba aproximando cada vez más, hasta culminar asfixiado. El nombre de “alcachofa” tiene que ver con que esa era la forma que tenía el tornillo de este dispositivo que se ajustaba contra el madero para hacer presión mientras la manija giraba.
A partir de 1880, en varias regiones de España se utilizó un elemento un poco más sofisticado, aunque con el mismo sistema. Se trató del “garrote de corredera”, que era más eficaz que el anterior y permitía, entre otras cosas, regular el aparato ejecutor a la altura del gaznate del condenado. Aquí el cuello del penado se ponía en una especie de corbata de moño de hierro, que contaba con un pincho en la parte trasera. Cuando la manivela apretaba el dispositivo, el sentenciado sufría, a la vez, la compresión de su garganta y la rotura de la base de su cráneo y vértebras cervicales, lo que provocaba su muerte con celeridad.
Para comienzos de la década del ‘30 del siglo XX, los códigos españoles estaban virando hacia la posible abolición de la pena de muerte. Pero llegó la guerra civil, la derrota de los republicanos y el arribo de Francisco Franco al poder, con lo que nuevamente volvió a practicarse la pena de muerte, ejecutada mediante fusilamientos y, otra vez, con el uso del “garrote”, que se “legalizó” en el Código Penal del franquismo del año 1944. Allí, en el artículo 83, se establecía que la pena capital se realizaría como estuviera estipulado en los reglamentos correspondientes. Esto incluía el “garrote”.
Los últimos agarrotados
“A mí me pueden venir sueltos o esposados, con la cara cubierta o descubierta, me da igual. La cosa es rápida haciéndolo bien. Se sientan, les pongo el asunto y ya no se mueven”, decía, en 1954, Vicente López Copete, verdugo de audiencias de Barcelona, al referirse a su empleo y al instrumento para llevarlo a cabo, según registra el libro Garrote Vil, de Eladio Romero García. Este tristemente famoso ejecutor ultimó, girando la manivela del garrote, a unos 14 condenados, pero sus problemas con la ley lo dejaron fuera de su oficio en 1973, justo un año antes de que este instrumento ajusticiara a sus últimas dos víctimas.
Es así que en la misma jornada del 2 de marzo de 1974 el garrote se llevó sus últimas dos vidas en España. Se trataba de Georg Michael Welzel, un vagabundo de origen alemán que asesinó a un guardia civil y Salvador Puig Antich, anarquista condenado a muerte por el crimen de un policía. Ellos fueron, con poco tiempo de diferencia, uno en Tarragona y el otro en Barcelona, los dos postreros agarrotados en la historia de España.
La dictadura de Franco cayó tras la muerte del caudillo, el 20 de noviembre de 1975 y buena parte de la legislación española comenzó a modificarse. De este modo, en la Constitución de 1978 se estableció la abolición de la pena de muerte. Como consecuencia de ello, el 25 de junio de 1983, con la ley de Reforma urgente y parcial del Código Penal español la pena capital se eliminó también del texto de ese libro de normas jurídicas. Con esta medida, junto a la pena capital, el “garrote” quedó eliminado de la estructura judicial de la península ibérica. Luego de ser protagonista de cientos de muertes y tormentos a lo largo de los siglos, el macabro instrumento pasó a formar parte de la historia.
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