El filósofo del chamamé
Llegó a Buenos Aires con el acordeón al hombro desde su Misiones natal. La conquistó y partió para Europa, donde lo sigue un público atento
El portón de entrada de su casa está abierto de par en par. Cartucho, su perro grandote y lanudo, anda por ahí, suelto por las calles de tierra del barrio cerrado, pero modesto, donde vive junto a su familia. Su hija Lucía, de 7 años (también bastante suelta) deambula de un lado para el otro en un parque con mucho de campo. Es primavera, pero la tarde está fría, y adentro la leña que Vanesa –su mujer– puso en el hogar arde y calienta todos los ambientes. Un único gran ambiente en realidad, porque no hay divisiones: la cocina, el living y los cuartos se mezclan en una suerte de despojado loft de campo.
Y un poco así es el Chango Spasiuk. Como su casa. Como su gente. Lo suyo no son las cuestiones demasiado cerradas ni las limitaciones. Cuando habla de su historia, de su carrera y del arte, el dueño de casa prefiere no cerrar demasiado ningún concepto. Plantea y replantea tanto sus ideas que parece alguien que busca escaparle permanentemente al encierro intelectual, a los portones trancados, a las ataduras… a lo que se espera de él. Sin embargo, gracias a esa suerte de relativismo que lo asaltó en los últimos tiempos, sus certezas se dejan ver con mayor claridad. Y no son pocas.
La historia oficial cuenta que un día, Horacito, hijo de Lucas, el carpintero, se cargó su acordeón al hombro, tomó el tren y dejó su Misiones natal. Que en Buenos Aires durmió en los andenes y en la caldera de un edificio mientras los medios
lo instalaban como "la joven promesa del chamamé". Que, para una capital bastante poco federal, el chango misionero llegaba a renovar una música "de provincia", "grasa", "cursi" o, en el mejor de los casos, "para viejos".
Lo que muchas veces no se cuenta es que, cuando todo parecía indicar que aquel chamamacero misionero se transformaría en la nueva atracción de la feria mediática, él ya no estaba ahí donde lo buscaban. Un día escuchó a Dino Saluzzi, a Hermeto Pascoal y a Chick Corea, y el mundo de pronto se le volvió más ancho.
–Dije ¡opa! Qué mal parado que estoy, tocando esto que suena como suena –recuerda.
El muchacho ya forzaba los límites y, escapándole al encierro, empezaba a experimentar en carne propia aquella frase del compositor Béla Bartók que hoy no se cansa de repetir: "Lanzarse a lo desconocido desde lo conocido pero intolerable".
–Es como estar parado en un lugar y decir: "es así, pero podría ser de otra manera".
Lo que cuestionaba entonces no era tanto su música ni la de sus ancestros, porque eso sería renegar de sus orígenes. Era más bien la forma de interpretarla, de pensarla. Los moldes, una vez más, le quedaban chicos. La pregunta ya había excedido el arte para invadir otros terrenos.
–Yo miro para atrás y veo más confusión que claridad… Vuelvo para atrás y veo cómo fue criado, amado o no amado ese niño que fui. Cómo ha sido formateado. Como si uno fuese una computadora. Veo mi vida y mi carrera y quiero resetear la máquina y reformatear un montón de cosas.
–¿Lo que te mueve es el inconformismo?
–Sí –dice. Y piensa: –Pero cuidado, ¿qué quiere decir inconformista? Estoy en un punto en el que estoy replanteando y reformateando todo… (se ríe)
Nuevos horizontes
Quizás haya sido esa permanente inquietud intelectual, sumada al hecho de no tener dónde tocar en su país, lo que le pidió rienda una vez más y lo llevó a buscar un nuevo horizonte, esta vez en Europa. Hace cinco años volvió a salir hacia lo desconocido con su acordeón al hombro. Hoy, desde España, Alemania, Inglaterra o Canadá llega la confirmación: "Concierto extraño, inusual, reconfortante y sorprendente"; "un músico con un alto grado de virtuosismo que se plasma en pinceladas de heterodoxia que le confieren un aire insólito". Así dicen los ecos de la prensa » europea. Como broche de oro, el último 5 de marzo recibió el premio de la BBC de Londres a la Revelación en World Music, por Tarefero de mis pagos, un disco producido por un sello alemán.
Pero, claro, desde el parque de su casa, en el oeste del Gran Buenos Aires, Europa resulta lejana. Mientras Vanesa, Lucía y Cartucho andan por ahí, el Chango ceba unos mates amargos y reformatea.
–A mí me encanta tocar por el mundo y recibir esos premios. Pero hay personas que creen que es mejor tocar en la entrega de premios de la BBC que en un casamiento, y en realidad es exactamente lo mismo.
–Sinceramente, ¿para vos es lo mismo?
–Sí. Quizás en el momento de tocar la nota final hacés otra lectura. Pensás que esta música fue históricamente bastardeada y subestimada. Pero cuando estoy tocando, si pienso en algo, honestamente, pienso en mi casa. Es muy rápido todo: de repente fluye el sonido, de golpe el niño con su primer acordeón y después mi casa. Pienso que en ese momento mi mujer le debe de estar leyendo un cuento a Lucía, en que deben de haber prendido el fuego… y de golpe me enfoco en la música, en la nada, y el sonido fluye… Pero nunca veo la imagen del "embajador del chamamé". Eso es todo mentira. La música no es una banderita para estar clavando en territorios nuevos. Eso es una pavada. Detrás de esa gente de otras culturas está el hombre que se puede conmover con el sonido. Y ahí, otra vez, está el misterio…
El Chango habla de misterio cuando el último sol de la tarde se cuela por una hendija de nubes y le dedica un halo de luz. Parece conferirle un aire especial. Pero no, él no tiene nada de especial. Dice que nada de lo que pueda generar su música lo vuelve especial a él. Que no es algo que esté dando conscientemente. Que es "algo que sucede". Habla de la comunión que se genera con el público y del "vacío placentero" que puede sentir al tocar su instrumento. Y mueve sus brazos como buscando las palabras en el viento fresco que empieza a soplar. Como si necesitara su acordeón para hablar. Mientras, reformatea…
–Muchos músicos hablan de la interpretación como un momento espiritual…
–Espiritual, arte, tradición, son palabras con demasiado contenido como para que uno las use como si dijera alpargata o mate… No es lo mismo… ¿qué es? No lo sé. La música es como una cebolla a la que nunca se le terminan las capas… Es simplemente el misterio del sonido. Uno se pregunta qué hay detrás de la música, qué hay detrás de lo que nosotros llamamos vanguardia o tradición, de lo que llamamos chamamé, jazz o rock... ¿Por qué el hombre responde al estímulo del sonido? ¿Cuál es ese misterio? Y no hay respuesta. No todo puede ser explicado. Y a mí, en este momento, me gusta pararme en ese lugar.
–¿Cuál es el lugar del arte en tu vida? ¿Qué importancia le das?
–A veces uno está tan cerca del arte y no se da cuenta… Y otras uno cree que esa rutina, esa mecanicidad de pintar o de tocar música es algo artístico, pero no lo es. Hay personas amasando pan que están haciendo una obra de arte… Hay una madre peinando a su hijo, y eso es una obra de arte única, una cosa tremenda, universal… No sé, yo siento que hay mucha confusión sobre lo que es arte y lo que no lo es.
–¿Tu música es arte?
–Yo trato de que mi música se parezca a alguien haciendo pan, a una madre peinando a un hijo. Trato de que sea eso… Algo universal, nutritivo para los demás. Algo bello como una flor. La flor está ahí, ella no tiene ningún cartel que diga: "Pasen y vean, acá a hay una flor". Ella tiene sentido si vos te acercás. Y si te alejás está ahí y no sufre porque vos no te acerques. Ha sido, y es, por los tiempos de los tiempos, una flor, y está ahí, sin carteles que digan "¡una flor!". No sé si lo logro, pero yo aspiro a que mi música sea como una flor. Que tenga sentido para quien se acerca. Porque tiene sentido, antes que nada, para mí. A mí me da color y me nutre. Por eso la hago.
El eje interior
Como en su último álbum, un trabajo colmado de matices y sutilezas en el que se permite correrse del centro de la escena para que su instrumento se funda con otros, y muchas veces se pierda en climas logrados por un contrabajo o un violín, Spasiuk evita permanentemente ser el que recibe los focos.
–Da la sensación de que tenés tu eje puesto en otro lugar. Como que estas cosas de la fama y los premios no te llegan a influir demasiado…
–La música es una circunstancia. Para mí, lo importante es tratar de buscar un punto dentro de mí. Mi eje no puede ser mi relación con una compañía discográfica; » ni la aceptación de los demás. Porque un día no están más la compañía ni el halago de los demás ¿y dónde voy a parar yo? Se pueden vender muchos discos o ninguno, pero mi eje es lo que me pasa a mí cuando toco. Yo voy a hacer un buen concierto si estoy en comunión conmigo mismo, no si hay mucha o poca gente. De hecho, hay conciertos llenos de gente y uno toca mal y hay otros a los que no vino nadie, perdiste dinero, y fue único e irrepetible. Eso te hace pensar dónde está el eje. La música no es una oportunidad para pertenecer. Yo no soy músico porque quiero ser aceptado. Para mí, la música es una oportunidad de ser… Con todo lo que eso significa.
–Debe de ser difícil mantener esa postura en un ambiente en el que valés por la cantidad de discos que vendés o por los teatros que llenás…
–Es que eso tiene mucho valor también, pero en ese contexto. Un reconocimiento mediático tiene valor para los medios… A mí tampoco me gusta tocar solo: me gusta tocar para los demás. Pero el arte es algo que existe antes de los medios y de los discos, y va a existir después de los medios y de los discos. Un premio tiene mucho valor para mí, pero dentro del mercado, para ese mundo. A mi mujer no le interesa si me ovacionaron en un concierto. Cuando yo llego a mi casa, ella no está esperando al artista y a las 800 personas que lo estuvieron aplaudiendo. Eso tuvo valor en ese momento, pero cuando yo llego a mi casa no tiene valor.
El sol finalmente se rinde. El Chango también.
–¡Ay! todo lo complico y lo vuelvo metafísico –se queja.
El frío se hace sentir. Sólo Cartucho resiste afuera. Adentro, la leña sigue ardiendo y en un rincón, junto a otros adornos, descansa, herido de muerte, el premio de la BBC. "Se le cayó a Lucía", explica divertido el Chango. "Ocupa el lugar que tiene que ocupar. Como todo en esta casa."
Para saber más www.changospasiuk.com.ar/
En vivo y acústico
"La música es reflejo de dónde estoy parado en la vida", asume el Chango Spasiuk, que, por lo pronto, el 21 y el 22 de este mes estará parado sobre el escenario de La Trastienda, en San Telmo, para presentar en vivo su último trabajo, Tarefero de mis pagos.
"Con este disco creo que algo he madurado. Que los trazos están mejor hechos, mejor pintados; hay mejor síntesis", dice el músico.
"Por ahí siento que en mis discos anteriores hay residuos. Como si vieras a través de un vidrio empañado –explica–. En Tarefero... es como si fuera un vidrio más limpio, en el que no hay residuos; se ve lo que hay para ver. Si hay un contenido, en este disco se expresa más."
"Al ser acústico, la música ya no es una presión sonora –agrega–. Uno empieza aceptar que hay una fuerza diferente, que es aquello que se está expresando ahí; algo más esencial. Lo que tiene fuerza es lo que uno está diciendo, no el volumen con que uno lo dice."
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