El feminismo no va a acabar con el levante
A las feministas se nos acusa con frecuencia de tener un corazón de hielo, de venir a ser las aguafiestas, las "vigilantes": estaban todos divirtiéndose, dicen algunos, y caímos nosotras a arruinar el momento con nuestras denuncias y advertencias, a cuestionar las prácticas que a todos nos gustaban y nos excitaban tanto. Pero la pregunta clave es quién es el sujeto que habla en esta queja contra los feminismos: ¿realmente estábamos "todos" divirtiéndonos? ¿A "todos" nos gustaban y nos excitaban las maneras en que el levante se conducía hasta hace muy poco? ¿Quiénes serían esos "todos"? ¿Alguien les preguntó a las mujeres si realmente les parecía divertido que las manosearan extraños en los boliches cuando solo querían abrirse paso hacia al baño, que las agarrara un desconocido sin su consentimiento para darles un beso, que las encerraran entre dos, tres o más varones para convencerla de hacerle caso a su amigo? Hace bastante que somos muchas las que no nos estábamos divirtiendo. Ahora, además, tenemos palabras para decirlo, y un espacio político, social y cultural para que esas palabras se escuchen.
Es imposible escribir las "10 reglas de oro para no ser violento al acercarse a una chica". El mundo nunca es tan sencillo, y mucho menos un terreno tan lleno de tabúes y pantanos como lo son las relaciones sexoafectivas. Pero sí podemos pensar en dos movimientos importantes: el primero es afinar la mirada. Lo que las feministas llamamos "cultura de la violación" es toda una serie de prácticas y costumbres que suponen que el varón tiene derecho a "tomar lo que es suyo" (esto vendría a ser el cuerpo de la mujer) sin pedir permiso.
Sin caer en paranoias ni persecuciones, vale la pena cuestionar muchos de nuestros hábitos desde este punto de vista, apostando a la empatía y a tratar de interpretar con honestidad el deseo de la otra persona. Por ejemplo, si al intentar sacar a bailar a una chica en un boliche percibo que con su cuerpo opone resistencia (se aleja de mí, me suelta la mano) tengo dos opciones: o puedo leer esa reacción como lo que es o puedo intentar agarrarla con más fuerza hasta que ella decida que es más fácil hacerme el favor un rato que tratar de resistirse. No es difícil decidir cuál de las dos es la conducta más respetuosa, ni notar que, en la segunda opción, el único deseo que se está tomando en serio es el deseo masculino. El segundo movimiento que vale la pena intentar tiene que ver con esto, con hacerle lugar al deseo de las mujeres.
Además de destruir la cultura de la violación, tenemos que construir una cultura del consentimiento: porque los feminismos no tienen nada que ver con la pacatería o con la represión, sino justamente con lo contrario, con el goce de los varones y de las mujeres. Para eso hay que romper también con el silencio, con la idea de que "preguntar" es "cortar el mambo". Ese es un prejuicio que tiene más que ver con la culpa judeocristiana, la vergüenza del propio cuerpo y la idea de que nombrar a las cosas por su propio nombre es "un asco", que con cualquier versión de sex appeal.
Es funcional a la violencia, y no solo a la violencia intencional. También a los malentendidos, a las situaciones feas o incómodas que podrían perfectamente evitarse con un "¿te gusta que te haga esto?". No se trata de cuestionarios interminables ni de firmar un formulario antes de irse con alguien a la cama. Se trata de estar atento a la persona que tenemos enfrente, de disfrutar de su placer y de generar las condiciones para que esté cómoda y no tenga miedo. Muchas mujeres comentamos entre nosotras que nunca nos soltamos más que en esas situaciones en las que nos sentimos seguras, en las que sabemos que cuando queramos parar se para y cuando queramos vestirnos e irnos nos vamos. Por el goce de todas y todos, abramos los ojos y soltemos la lengua.
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