El fanatismo de los baficeros
Filas eternas, jornadas maratónicas y corridas para no perderse nada son el sello del Festival de Cine Independiente; ¿se trata de un interés genuino o de esnobismo?
Matías Viera presenció la primera edición del Bafici de 1999 cuando todo era una incógnita y el festival no había instalado su marca. A partir de entonces fue a todas las ediciones posteriores haciendo lo que hacen los espectadores comprometidos: entregarse a un ritmo frenético y entusiasta, una militancia cinéfila y esforzada que es la seña particular de este evento. Sin embargo, la paternidad junto a su novia, Paula Navarro, llevó a la pareja a vivir la experiencia con más calma. En esta edición, la número 16, ya no habrá maratones de cuatro películas al hilo, corriendo de sede a sede con los minutos contados, apenas ingiriendo bocado en el medio y encontrando tiempo para cenar, quizás a las 2 de la mañana, dando reposo a tanto furor en alguna cevichería del Abasto o pub de Recoleta.
Abril es el mes en que Buenos Aires es capturada por el otoño y sus tonalidades ocres. Pero el otoño, año tras año, trae también una nueva edición del evento cultural que es tema obligado de conversación de los porteños: el Bafici. Se trata de uno de los festivales de cine independiente más importantes de América latina (en 2013 alcanzó las 350.000 entradas vendidas y los organizadores tienen la esperanza de cerrar este año con cifras parecidas), pero también de un espacio con reglas y códigos propios, que abre preguntas para los que no están familiarizados con el evento. Por ejemplo: ¿qué llevó a 1600 personas a copar el anfiteatro del Parque Centenario el pasado miércoles, cuando el festival abrió con la película de un director israelí hasta ahora desconocido en Buenos Aires (The Congress, de Ari Folman)? ¿Cuál es la motivación para hacer filas eternas, saltearse comidas, correr de sala en sala, llenar grillas como si fuera una carrera de postas donde por nada del mundo se puede perder? ¿Son todos fanáticos del cine o hay algo más que empuja a frecuentar salas abarrotadas de gente durante once días seguidos?
Las posiciones son muchas, y encontradas. Por un lado están los cinéfilos extremos cuyo fanatismo se liga al hallazgo de joyitas o a la posibilidad de encontrarse cara a cara con sus realizadores preferidos. Por el otro, sobrevuelan los preconceptos que tildan al espectador baficero de esnob, elitista o, como se dice en la actualidad, palermitano.
"Y sí, algo de esnobismo hay -admite, cauto, Diego Papic, espectador y crítico de cine-. Es muy común que una película agote todas sus funciones durante el Bafici y que después cuando se estrena comercialmente, no la vaya a ver nadie."
Gonzalo Santoro, licenciado en Artes, es un poco más tajante. Reticente a pasar por el evento al que acuden casi todos sus colegas, él asegura: "Yo no odio el Bafici; de hecho, le tengo mucho cariño y fue muy importante para mí años atrás. En otra época, era una opción para ver lo que no podía conseguirse de otra forma. El deseo de asistir sólo podía ser genuino porque había una falta enorme. Lo que sí odio, en cambio, es aquello en lo que se convirtió: a mi entender, esto es un conglomerado amorfo de películas proyectadas para gente que ya no necesita ver, sino mostrarse".
Por supuesto, están quienes consideran que el prejuicio que existe en torno al Bafici proviene de un gusto conservador del público masivo. "Es un producto para todos que lo ven pocos. El cine en la Argentina está muy volcado al mainstream, no muestra una oferta tan variada –plantea Paula Navarro–. Hay pocas personas que tienen la costumbre de ver otra cosa que no sea la oferta de siempre."
El crítico Santiago García, por su parte, se irrita al pensar que el imaginario que existe sobre el espectador del Bafici muestra exactamente la misma pátina de intolerancia que exhiben otros estereotipos. "En todos los niveles de la sociedad, se acusa de esnob a los otros. El prejuicio es completamente infundado –argumenta–. Yo no vivo sospechando de los motivos por los cuales los demás hacen o dejan de hacer algo. Vivir y dejar vivir. Y por encima de todo: disfrutar."
En alguna medida, es cierto, es difícil describir el público del Bafici sin recurrir a un estereotipo. Pero lo que salta a la vista es que, a grandes rasgos, abundan los estudiantes de cine, los extranjeros y los curiosos que se asoman por primera vez. "Si no sos estudiante de cine, necesitás uno cerca para orientarte entre todas las películas que se ofrecen", reconoce Matías Viera, y agrega que su estrategia consiste en "ir tanteando quién te puede tirar buena info".
Otra alternativa posible es entregarse a la suerte y prepararse para el acierto o el desencanto. Algo así como Elige tu propia aventura, pero en clave audiovisual. "Esto es parte del riesgo y, a su vez, la gracia que tiene el Bafici. Si una película desconocida resulta ser un embole, también te enseña algo. O, simplemente, te levantás y te vas", propone Julieta Mortati, periodista y editora de la publicación de cine Las Naves, que dijo presente desde la preventa de entradas.
Los rituales, infaltables
Dar con las mejores películas en un catálogo interminable requiere de una investigación, como mínimo, exhaustiva. Tal vez por eso es tan común encontrar, en un radio de 20 metros de las boleterías, a gente que se sumerge en el listado de films, desparramados por donde consiguen acomodarse, lapicera en mano y con la concentración propia de un examen. En esa meditación se encuentra Sara Ahín, colombiana y estudiante de cine. Además de repasar en voz alta las sinopsis, junto con una amiga, se queja del traslado de la sede principal del Abasto a Recoleta. "Ahora las sedes están muy dispersas. Antes estaba todo concentrado en el Abasto y podías ver más películas en el mismo día. Si tenés que movilizarte, se complica mucho", reconoce.
Sucede que, durante el festival, el tiempo es un aliado del que no se puede prescindir. Tener que cambiar de sede para una nueva función puede significar llegar tarde y perdérsela. Es frecuente ver espectadores furtivos huyendo de una función minutos antes de que termine, para alcanzar con holgura la próxima. La prioridad es ver varias películas en un día antes de que todo se acabe, por lo que muchos renuncian incluso al almuerzo. Así de intenso es todo: "Si tenés 30 minutos, vas al baño, te tomás una gaseosa, comés una barrita de cereal y entrás a la siguiente sala. No tenés el tiempo de sentarte a comer; lo podés hacer al final", dice Sara.
Ahora bien, si los fanáticos muestran los rituales más agitados, también existe otro segmento que recién descubre el festival y que lo explora gradualmente, a su tiempo y manera. Es el caso de Gabriela Lenciza, que es oriunda de Tigre y está yendo al Bafici por primera vez, a una proyección en el Malba. "No iba antes porque no lo conocía. Y no creo que lo conozca todo el mundo. No es como ir a un shopping donde ves una película común. Tiene un estilo más under", sostiene la debutante. Para los que recién llegan (porque no oyeron hablar de él antes o porque lo hicieron, pero no les generó interés), los problemas son otros. "El tema es la disponibilidad, hay mucho público y pocas funciones. Hay tres funciones para todas las películas, pero hay algunas que no interesan tanto y otras que interesan un montón", admite Milagros Gándara, estudiante de actuación en el IUNA.
También están quienes viven el festival como una experiencia con varios miles, aunque cada uno viva la película aisladamente, como Julieta Mortati: "Para mí, es lo más cercano a un club que conozco, ya que nunca fui a un club deportivo. El ritual es cruzarte de casualidad con gente que conocés y salir juntos a comer cuando todo termina. Es difícil no cruzarte a nadie", opina.
Las películas que llegan al Bafici con un prestigio conquistado, aquellas figuritas difíciles que los estudiantes de cine conocen bien, agotan rápidamente sus entradas. Algunos pocos espectadores admiten, no sin una pizca de vergüenza, haber encontrado la manera de ver el film de interés, aunque esté agotado: compran entradas para otra película y una vez empezada la función se escabullen hacia la sala de la proyección deseada. "De última te sentás en el suelo, pero la peli que tanto esperaste no te la perdés por nada del mundo", aseguran.
La dualidad que lo define
En el humor corrosivo que caracteriza a Twitter y en comentarios que circulan en reuniones sociales es posible captar una cualidad de este festival: hay quienes lo aman y quienes lo odian. ¿Por qué todos se sienten forzados a tomar una posición frente al Bafici? ¿Por qué no ocurre algo similar frente a otros festivales de la ciudad? Diego Papic ensaya una teoría. "Ir al Bafici implica un trabajo. Hay películas de todo tipo y si no te informás, lo más probable es que te claves. El espectador casual puede llevarse un fiasco, sentirse expulsado y tener, por ende, un poco de bronca", explica tratando de comprender el recelo de quienes pasaron por las gradas del festival y nunca más volvieron.
La exclusión también tiene un papel entre quienes viven del cine: "Dentro de la industria, hay muchos que odian el Bafici por resentimiento, por no pertenecer", completa Papic. Santiago García, otro crítico de cine, planta bandera. Él considera que los defensores del Bafici "son gente que ama el cine, y quien realmente ama el cine disfruta mucho de un festival. ¿Por qué hay detractores? Realmente no lo sé, no puede deberse a motivos cinematográficos, eso seguro".
Será cuestión de darse una vuelta y sacar las propias conclusiones al respecto. Hasta el 13, las puertas están abiertas.
Producción de Lila Bendersky
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