El extraño mundo de Bill Murray
¿Cuál es la diferencia entre el protagonista de El día de la marmota y el resto de los mortales? Gavin Edwards, editor de la Rolling Stone, salió en busca de la respuesta para un libro dedicado al actor, a quien se le rinde culto mucho más allá de su obra
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Ocurrente, enigmático, estrafalario, Bill Murray es la encarnación de la genialidad para millones de personas en el mundo, que lo siguen por ser... él mismo. En su extensa carrera –ha participado en más de 60 films— hizo papeles memorables, como el del investigador paranormal de Los cazafantasmas (1984) o el reportero atrapado en el tiempo de El día de la marmota (1993). Pero ha sido en la última década –en que abandonó la comicidad, para encarnar a tipos con crisis de la mediana edad en cintas como Perdidos en Tokio (2003) y Flores rotas (2005)—, que comenzó a emerger como un personaje paralelo a su carrera.
Aunque es una figura pública, no tiene agente de prensa ni manager, sino una máquina contestadora de la línea 1-800, que graba sus mensajes. Y se aparece ante otras personas, para hacer cosas encantadoras o llamativas, como leerles poemas de Emily Dickinson a unos obreros durante la construcción de una biblioteca en Manhattan, o robarle papas fritas a un desconocido, en un campamento de Charleston –donde tiene una casa y es copropietario de un equipo de baseball—, y alejarse, entre risas, con un: “Nadie va a creerte nunca”.
Gavin Edwards (47), editor externo de la revista Rolling Stone y autor de la aplaudida biografía Last night at the Viper Room: River Phoenix and the Hollywood he left behind –sobre la ascendente estrella que murió de una sobredosis en la vereda de un club nocturno—, decidió recorrer los Estados Unidos en búsqueda de historias atractivas para elaborar la biografía no convencional The Tao of Bill Murray. Real-Life Stories of Joy, Enlightenment, and Party Crashing (Random House), titulada en español, simplemente, ¿Cómo ser Bill Murray? (Blackie Books).
Para el libro, que se lanzó en su país en septiembre pasado, Edwards entrevistó a unas 50 personas. También recopiló declaraciones que el actor ha vertido en los medios y elaboró un capítulo con diez principios para vivir la vida, que resumen su filosofía. Entre otros: “Sé generoso con el mundo”; “Conoce tus placeres y sus parámetros; Sé persistente, sé persistente, sé persistente”, y “Mientras el mundo gire, sé útil”.
Edwards le cuenta vía Sykpe a La Nacion revista que siempre fue fan del actor. “Vi Ghostbusters cuando era un niño y, desde entonces, me encantó. Como mucha gente de mi edad, crecí con él, y lo he seguido por esta especie de segundo acto de su carrera, donde ha hecho versiones adultas de sí mismo, en películas como Rushmore y Perdidos en Tokio, en papeles con una especie de alienación o desencanto frente al mundo. Me interesaba preguntarme y escribir sobre él de una manera que no se había hecho y que no estuviera sólo relacionada con su actuación.”
Murray se ha convertido en un verdadero ícono pop: su imagen ilustra grafitis de bares, libros para colorear, remeras y tazones, y hasta velas que lo muestran como “santo”. La Murrayfilia es tal que existen sitios con 20 razones por las que Bill Murray es el hombre vivo más cool o www.billmurraystory.com, con sus andanzas recolectadas por sus fanáticos.
Según Edwards, para Murray “el mundo es un escenario y él no entiende la vida sin improvisación ni sorpresa”. Por eso se presenta en fiestas anónimas, hace de barman o lavacopas en un bar cualquiera, se pasea por ciudades en carritos de golf o se suma a una sesión de karaoke con extraños. “Creo que hay muy poca gente de su estatura que se esfuerce tanto por llevar una vida interesante, que no esté marcada por Hollywood. Claramente, a él le encanta salir y embarcarse en una aventura, y hacer cosas espontáneas, sin esa pose de estrella. Sus interacciones con el público son una forma de hacer que la vida real sea más como las películas”, señala.
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¿Siempre fue igual? “Sí –asegura Edwards–, desde que era joven y estudió improvisación cómica en Chicago, y sacó ese costado humorístico de su personalidad, no ha dejado de ser así, en todas partes... Cuando fui a los lugares donde vivió, había mucha gente que tenía estas historias con él, que quería compartir hace años y que nadie le había preguntado, como un día yo estaba de compras y él comenzó una pelea con bolas de nieve, o yo iba en el colectivo y se sentó a mi lado e hizo algo divertido”.
La anécdota que más le impactó fue una ocurrida en Oakland, en 2012, cuando Murray se subió a un taxi y se enteró de que el taxista era un saxofonista frustrado, que nunca tenía tiempo para practicar, porque trabajaba 14 horas diarias. “Eran como las 3 de la mañana y Bill lo convenció de ir a tocar a un bar. Primero hizo que se bajara del auto y se pasara al asiento trasero, para que él condujera, mientras el taxista practicaba un poco con su instrumento.” Cuando llegaron al lugar, el hombre estaba nervioso. Edwards relata –imitando la voz de Murray–, que éste le dijo: “ Grab the horn, it’s gonna be fine (‘Agarrá la trompeta, va a estar bien’)... Cualquiera podría pensar en hacer algo así, pero él realmente lo hace; hace que las cosas pasen. Siempre va a llevar todo a otro nivel, ya sea trabajando o en público”.
Autenticidad a toda hora
El famoso conductor de TV David Letterman dijo en uno de sus programas: “Cualquier película va a ser mejor si Bill Murray está en ella”. Y tenía razón. Todo el mundo pareciera quererlo, porque en la pantalla es un tipo que se ríe de sí mismo, que se sabe falible y lo demuestra, y que gruñe pero no hace daño. “En la vida real, creo que a la gente le gusta su autenticidad y que haga cosas que le surgen en el momento, porque sabe que es Murray. De algún modo, nosotros sabemos su secreto...”, desliza Edwards, quien para su libro se propuso “dar una versión pública de Bill, hablando con gente que por ahí había estado sólo cinco minutos con él, pero que iba a recordar ese momento por el resto de su vida”. Nada de familiares –Murray tiene cinco hermanos–, ex esposas –dos– ni de hijos –seis–.
El actor de Meatballs (1979), Tootsie (1982), Los fantasmas contraatacan (1988), Perro bravo y Gloria (1993), Rushmore (1998), Los Ángeles de Charlie (2000), Vida acuática (2004) o St. Vincent (2015) nació en 1950 en Evanston, Illionis, como William James Murray. Fue el quinto hijo de una empleada de correos y un vendedor de maderas. Creció en los suburbios de Chicago, donde estudió en un colegio jesuita, el Loyola Academy. En su adolescencia, fue caddy, junto con sus hermanos. También cantó en una banda, The Dutch Masters, e integró un grupo comunitario de teatro. El golf, el canto y la actuación lo acompañarían a lo largo de su vida.
A los 20 años, tras una breve incursión en clases de medicina, pasó su cumpleaños en prisión, luego de ser arrestado con 4 kilos y medio de marihuana en el aeropuerto de Chicago. Al poco tiempo comenzó a estudiar Improvisación Cómica y después se estableció en Nueva York, donde John Belushi lo reclutó, en 1973, para un programa radial cómico, National Lampoon Hour, del que participaban, además del propio Belushi, Dan Aykroyd y Gilda Radner. La tropa se reunió también en Saturday Night Live, en cuyos tiempos gloriosos Murray hacía de Nick Winters, un cantante de piano bar que divertía al público con su indumentaria llamativa y sus alocadas rutinas.
Edwards dice que la espontaneidad y la generosidad son los rasgos distintivos del artista. “Pero no se trata del típico loco borracho de las fiestas, sino que realmente le gusta aportar algo al espíritu del mundo; hacer cosas que sacudan a la gente y la hagan despertar. Esa es la filosofía que él quiere transmitir.” Murray ha dicho que le gusta estar “permanentemente en el aquí, vivo”.
Al parecer, el costado oscuro del multifacético actor aparece cuando sobrepasan sus límites. “En una historia de mi libro, Murray está en un hotel en California. Ahí hay amigos y gente que acude para pedirle autógrafos. Él se muestra generoso, pero una mujer resulta muy insistente, al punto que él le dice: «OK, te firmaré una foto, pero si luego te tiro a la piscina». Y lo hizo”, detalla Edwards. “Hay una frase que él usa y que yo encuentro útil para aplicarla a mi propia vida: «Soy de Chicago, donde nosotros nos presentamos antes de pedir algo». A él no le gusta que la gente se acerque a pedirle un autógrafo o una foto, sin tener una conversación previa”.
En los sets de grabación, el artista puede ser desconcertante, hosco o realmente complicado. Edwards habló con Theodore Melfi, que lo dirigió en St. Vincent –donde hace de un veterano de Vietnam, bebedor, desquiciado, misántropo e irritable– y con Ivan Reitman, que lo llamó para diferentes películas, incluidas Los cazafantasmas de 1984 y de 2016 –versión a la que Murray se resistió, aunque terminó haciendo un cameo–. “Me dijeron que es todo lo que la gente piensa que es. Me hablaron muy francamente: Bill es un tipo difícil para trabajar, no sabés cuándo se va a aparecer, tiende mucho a seguir la forma en que él quiere que se hagan las cosas y no es muy considerado con sus colaboradores. Pero coincidieron en que lo vale, porque es Bill Murray y porque siempre va a haber algo especial o maravilloso cuando trabajas con él”.
Quienes llaman a su contestadora pueden esperar hasta cansarse... De pronto, en un futuro incierto, Murray da señales de vida. Edwards vivió esto en carne propia, en 2014, cuando lo entrevistó para la Rolling Stone. “No fue fácil. Pasaron meses y meses, hasta que un día me llamó y me dijo que tomara un vuelo ¡al día siguiente! hasta donde estaba, en Toronto. Él me dio la entrevista, pero no le gustaban las obligaciones que eso implicaba. Finalmente, fue una experiencia generosa, pero siempre en sus términos. Me parece que él se organiza de manera de tener libertad para hacer lo que quiera. Es un tipo que, por ejemplo, se toma un avión hasta un lugar y ni siquiera saca boletos de vuelta. Lo hace una vez que le da la gana.”
Sin duda, de todo lo que Murray ha hecho en el último tiempo, Perdidos en Tokio ocupa un lugar especial. Gracias a este film –en el que interpreta a un actor en decadencia, que está en crisis y por trabajo en Japón, y que se cruza con una veinteañera (Scarlett Johansson), que también experimenta un vacío en su vida–, obtuvo un BAFTA como Mejor Actor y una nominación a los Oscar. Fue igualmente apreciado por su talento dramático y por una audiencia joven, que no se había deslumbrado, una década antes, con la comicidad y la ternura del personaje quejoso que se ve condenado a revivir, una y otra vez, el mismo día, en El día de la marmota.
Edwards, quien valora especialmente Perdidos en Tokio –“una bella película con una bella performance, un retrato muy crudo, muy sombrío de un hombre solitario”– recuerda que le preguntó a Sofia Coppola –quien ganó una estatuilla de la Academia por Mejor Guión Original– cuál iba a ser su deseo para el año siguiente. Ella le contestó: “Mi deseo ya se hizo realidad. Bill Murray estuvo en mi película”.
Esa clase de alegría siente el autor de El tao de Bill Murray hacia su libro, que le demandó un año de trabajo. “Fue una experiencia muy diferente comparada con la de haber escrito la biografía de River Phoenix –indica Edwards–. River ya no estaba y la gente que lo había rodeado tenía mucho cuidado de lo que decía, porque él estaba muerto, mientras que cada día que trabajé en el libro de Murray había personas con historias maravillosas, que estaban felices de que se conocieran. De hecho, yo lo estaba disfrutando mucho y no quería dejarlo, aunque tenía material de sobra”.
¿Murray hizo comentarios al respecto? “Cuando entrevisté a Murray para la Rolling Stone, yo no tenía aún la idea de este proyecto. Quise hablarle de nuevo más tarde, pero fue imposible. Sé que durante la pasada entrega del Mark Twain Prize, un premio que se les da a los humoristas de mi país y que él ganó este año, sus colegas que contaron historias sobre él citaron pasajes del libro. Es lo más cerca que estuve de Murray esta vez”, sostiene Edwards.
De todo lo que se dice sobre el actor... ¿Cuánto será verídico y cuánto, leyenda? Fiel a su estilo, él lo zanjaría así: “La gente es como la música, alguna dice la verdad y la otra sólo hace ruido”.